Y Jesús Trindade dijo: Bienaventurados los de Peñarol que confían en mí

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Jesús Trindade

TORNEO CLAUSURA

El mediocampista, que no estaba en su mejor día y hasta había pasado a jugar de lateral, apareció en el minuto 95 para meter el gol que dio el título y lo selló dos minutos más tarde con un golazo.

Y Jesús dijo... Bienaventurados los que no se desesperan. Los que creen. Bienaventurados los que no bajan los brazos. Los que pelean por su objetivo hasta el último minuto.

Y Jesús dijo: Bienaventurados los que sueñan y luchan por el sueño.

Y Jesús Trindade dijo: Bienaventurados los que alentaron hasta el último segundo. Los que creyeron que el día que no estaba siendo yo mismo podía terminar entregando la mayor alegría del campeonato. Y fue así, cuando se moría la jornada, el reloj era una espada filosa que cortaba el alma, las oportunidades se desperdiciaban de manera increíble, llegó Jesús para iluminar los corazones aurinegros y entregar la recompensa a los 40.000 creyentes que se habían puesto de pie para empujar sin pausa al equipo hacia adelante.

Trindade fue el iluminado. El salvador, el que inició el peregrinaje de festejos y gritos fervorosos. Con algo de suerte porque su disparo rebotó en el camino hacia el arco y descolocó al guardameta Juan González, pero reflejando de forma clara la manera en la que aquel mediocampista que se vio obligado a jugar de lateral izquierdo por las modificaciones que se hicieron para alcanzar el triunfo fue capaz de unirse al ataque para meter el tiro que puso el 2-1 de Peñarol ante Sud América.

Sufriendo hasta el final. Cruzando los dedos. Acusando nervios, desesperación, confusión por momentos y hasta malas decisiones en distintos pasajes del partido, a los de Mauricio Larriera se les hizo largo el recorrido del partido. De manera poco creíble por la diferencia que marcaba la tabla de posiciones de ambos equipos y por muchos aspectos del juego que no se cumplieron de acuerdo a los argumentos que supo exhibir Peñarol en el Clausura.

El título es justo. Se lo lleva el que mejor fútbol supo desplegar en el certamen, pero costó una barbaridad. Más de la cuenta. Lo que obligó a que el Campeón del Siglo, mejor dicho la hinchad, jugara un papel fundamental. Porque se habían regalado 45 minutos, no se supo aprovechar la ventaja numérica que se disfrutó desde el minuto 32 con la expulsión de Luis Morales y se recibió un golpe al corazón y a la ilusión a los 70 minutos de juego cuando el argentino Tomás Andrade empató el encuentro en la única llegada profunda del Buzón en la segunda mitad.

Pero al empuje de la gente le siguió la reacción deportiva de Facundo Torres. Tomó la conducción del equipo, como no lo había hecho en la primera mitad, y comenzó a meter sus endiabladas diagonales. Los amagues, la velocidad con la que encaró y su precisión para ensayar pases filtrados profundos fueron los que hicieron ver que alcanzar el éxito era posible.

Agustín Canobbio, el jugador que había abierto el marcador, siguió siendo también incontrolable por las bandas. El “Canario” Agustín Álvarez Martínez se unió al equipo para formar un tridente más incisivo y a Peñarol se le escapaba el éxito exclusivamente por la mala definición de alguna jugada o la poca fortuna en otra.

Ruben Bentancourt se perdió el 2-1 abajo del arco, casi pegadito a la raya de gol. Canobbio quiso romper el arco en una buena penetración por el centro del arco y mandó la pelota por encima del travesaño. La rabia era gigantesca y los lamentos más fuertes que los gritos de alientos.

El reloj lastimaba. El tiempo extra entregó un rayo de luz. Y la gente alentó. Más fuerte. Pidió ir para adelante, no claudicar.

Y, entonces, llegó Jesús. Y lo que hizo fue decir con claridad: Bienaventurados los que no abandonan. Los que afrontan el desafío con el corazón.

Bienaventurados los que saben que nada se termina hasta que llega el pitazo final del juez.

Y llego Jesús y dijo: Peñarol va a a ser campeón del Torneo Clausura.

La mandó a guardar con algo de fortuna para el 2-1 y después cerró la jornada con un regalo enorme para aquellos fieles que creyeron que el campeonato se iba a conseguir.

Bombazo de la mitad de la cancha, mirando al arco, para vencer a Juan González y hacer que aquel sufrimiento terminara siendo una recompensa absoluta.

Ganó Peñarol. Fue justo con el desarrollo del torneo. Fue justo con la identidad que le hizo obtener el técnico Mauricio Larriera y con los jugadores que exhibieron grandes virtudes.

Eso sí, al final tuvo que aparecer Jesús, para que fueran bienaventurados los aurinegros.

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