La vida le dio el premio al esfuerzo. Con 16 años, Juan Manuel Sanabria viajaba todos los días en camioneta desde Florida a Montevideo cuando de pronto tuvo el mundo a sus pies. En un abrir y cerrar de ojos, estaba soñando despierto. En España, defendiendo los colores del Atlético Madrid, codeándose con los mejores jugadores del mundo y con el mismísimo Karim Benzema viniéndosele encima para recriminarle por un golpe en la cara.

—Ey, es un amistoso.

—En Uruguay no se juegan en amistosos -le contestó el chico de Florida.

Hubo un antes y un después en su vida tras una llamada de Pablo Boselli, que le pidió reunir a su familia. El adelanto ya daba cuenta de un anuncio importante. Su padre se pidió el día en el trabajo y junto a su madre lo acompañaron hasta la casa del representante aquella tarde en Montevideo. Del otro lado del mundo, esperaba Atlético Madrid.

El club le abrió las puertas y en ese tan recordado primer día Sanabria entró como un niño. Maravillado, no “dimensionaba” lo que veía y los nervios le aceleraban los latidos al triple.

Aterrizó en el Juvenil A un domingo y al jueves siguiente ya lo llamaron para entrenar con el primer equipo. “Imagínate los nervios que tenía. Estábamos en un hotel con mi padre porque no habíamos conseguido apartamento todavía”.

A la semana, llegó la invitación vip: asado y cartas en lo de José María Giménez, que volvió del Mundial de Rusia 2018 y se transformó en su chofer personal. Sanabria loco de la vida.

“Verlo a mi padre tomando unos mates con Godín, Josema, ¿sabés lo que es? Fue impresionante”, dice.

La travesía le duró un tiempo más y hasta le dio para sacarse las ganas. “Un día, después del entrenamiento, le dije a (Antoine) Griezmman: ‘Me puedo sacar una foto contigo?’ Y tuvo la mejor (onda). Estaba como en un sueño”, sostiene.

Pero llegó un momento en el que los directivos pasaron raya y entendieron que lo mejor era prestarlo. Primero lo recibió el Zaragoza, luego el Atlético San Luis de México y al cabo de dos años, como seguía sin llenarles el ojo, decidieron transferirlo.

Hoy, con 23 años y un camino marcado por luces y sombras en Nacional, donde explotó muy rápido y le quedó la “espina” de no debutar en Primera División, Sanabria encontró su lugar en México, donde ya se adaptó a todo menos al picante de la comida: “Llevo dos años sin acostumbrarme. Apenas tiene un poquito y ya digo ‘no lo voy a probar’. Donde les preguntes si pica y te digan ‘un poquito’, es porque pica muchísimo, así que ya ni pruebo. Me gusta cocinar y cocino comida cotidiana uruguaya. Mi novia se encarga de la limpieza, que es lo que más me cuesta a mí. Nos dividimos el trabajo”.

En el San Luis, de un año para el otro se convirtió en el comodín y pasó de una prueba provisoria como interior a quedar fijo como lateral izquierdo o, en algunos casos, como carrilero. Hoy el equipo está peleando algo inusual: los primeros puestos del campeonato mexicano.

“El año pasado, el DT habló conmigo a ver si le podía dar una mano en el lateral izquierdo en las últimas seis fechas porque así iba a encontrar una solución en la salida. Me dijo: ‘Dejame probarte tres o cuatro partidos y después, si no te gusta, me decís. Me probó, al equipo le fue bien, clasificamos, y este año volví y me dijo: ‘Quiero que juegues todo el año ahí, si no te molesta’. Me sentí bastante cómodo. Los primeros partidos estaba nervioso, porque nunca había jugado ahí y tenía que estar mucho más atento a la línea, al cambio de posición, los perfiles, pero ahora, para atacar, siento que tengo un tiempito más que en el medio y me gusta porque ataco muchos espacios”, asegura.

A raíz de sus buenas actuaciones, Sanabria mira de reojo todo lo que está pasando alrededor de Marcelo Bielsa, el nuevo técnico de Uruguay que encabeza un proyecto conformado por jugadores jóvenes. Hasta el momento no lo ha llamado, aunque él, como jugador, lo sigue de cerca. “Por lo que vi, marcaron más personal y fue intenso el juego que intentó proponer Bielsa. A mí me gusta la marca personal, eso de ir y volver. Por suerte, no tengo problemas físicamente para correr y creo que me queda bastante cómodo (el estilo). Pero en la selección hay grandes jugadores y también hay que respetar su lugar porque están en un nivel altísimo”.

Ariel Colmegna/Archivo El Pais

Si bien dejó atrás aquellos trayectos diarios infernales -que lo tuvieron durante dos años viajando a diario en ómnibus, empezando el liceo en Florida a las 7:30 y terminando las jornadas a las 20 o 21 en Montevideo, con un pequeño intervalo para comer-, todavía guarda nostalgia de aquellas épocas, en especial por Lucas, su hermano que forma parte del equipo de Tercera División y hoy tiene esa vida. “Me quedó la espinita de no haber debutado en la Primera de Nacional, que es un sueño mío y de toda mi familia. Pero estamos muy cercanos. Algún día ya tocará”.