Así como el grupo musical uruguayo Márama tuvo éxito internacional con el tema Todo comenzó bailando y convirtió en hit a una canción que hoy se sigue escuchando y ya suma 92 millones de reproducciones, Martín Lasarte, cuando describe algunos de sus ciclos laborales pasados, demuestra que su éxito de más de 25 años como DT fue a base de que “todo comenzó charlando”, y lo aplica también en el presente.
Por más absurdo que parezca el paralelismo, especialmente para los que no son contemporáneos al furor adolescente de esta banda, existe un punto de conexión. Bien o mal, la mezcla de estilos (entre el rol paternal y el don profesional) le ha servido de ayuda a Lasarte para darle ritmo a muchos jugadores que estaban faltos de confianza, de la misma forma que la cumbia pop (también llamada cumbia cheta) escaló hasta escenarios impensados nutriéndose de un mix, en ese caso de diferentes géneros tropicales.
La representación más clara de las lecciones de Lasarte se puede personificar en más de un jugador. Vale de ejemplo su ayudante Esteban Conde, que lo definió como un “líder muy bueno” en el programa de streaming Línea de 3. Pero también Christian Oliva, que no solo ganó minutos y protagonismo en Nacional, sino que además encontró en él a un técnico que le prestó el oído. “Sabe llegarle al jugador porque tiene mucha experiencia. Con todos habla, se acerca, pregunta. Sabe usar las palabras adecuadas. Ha hablado con todos los jugadores, y no todos los entrenadores hacen eso. Después te puede ir bien, mal, podés jugar, no jugar y calentarte, pero los conceptos que estamos entrenando son muy buenos”, dijo a Ovación.
Estas costumbres, lejos de ser nuevas, prevalecen desde que inició su primer ciclo como entrenador de Nacional, hace más de 19 años. En aquella primera etapa, sus logros fueron más que resonantes: 63,8% efectividad, un bicampeonato uruguayo y el olfato para hacer debutar a Luis Suárez. Una virtud no tan conocida quizás responde al cómo. Cómo lo vio, cómo le habló y cómo lo convenció de que no agachara la cabeza cuando le llovían las críticas.
Todas esas preguntas tienen una respuesta. Para empezar, Lasarte le atribuye el hallazgo a Ricardo Perdomo, entonces entrenador de las juveniles que, según cuenta, le dijo: “Subí a Suárez”. Después, fue Sebastián Abreu el que le advirtió: “El día que pongas al chiquilín nos tenemos que buscar trabajo”. El desenlace posterior fue todo obra suya al cierre de un entrenamiento.
Primero, lo sacó a pasear por Los Céspedes y le mintió diciéndole que no iba a jugar. Consiguió que se enojara, que le dijera que algún día iba a ser jugador de Barcelona, pero después logró calmarlo. “Al terminar la caminata, otra vez era él. No era el pibe que yo estaba viendo un poquito agrandado y que tenía a mucha gente alrededor. Era el mismo que había subido, entonces le dije ‘el domingo vas a jugar’, y la cara le cambió”.
Tiene, por lo pronto, una similitud con el Chino Recoba, que también delegaba una parte de las tareas técnicas a los ayudantes. Pero sí: en el lado humano todos repiten que es un “despegado”.
Como en sus mejores tiempos, Lasarte sigue abrazado a ese librillo de la cercanía. Al punto de que ahora, aunque se escuda en que sus análisis siempre son “subjetivos”, se anima a dar el diagnóstico prematuro de un jugador cuando lo ve motivado, cabizbajo o inestable.