Carpintero, albañil, panadero o canillita. Cualquiera de esas profesiones podrían estar presente hoy en la vida de José Alberti, que terminó siendo jugador de fútbol profesional (y llegó a Nacional), pero que hasta su adolescencia tocó la puerta de un entramado de changas para ayudar a su familia.
Vendió diarios en la feria de los domingos en Las Piedras. Amasó kilos y kilos de harina durante noches. Ayudó a su tío a arreglar las pantallas de los cines en las madrugadas. Y con solo 12 años se plantó frente a uno de sus hermanos, 22 años mayor, que se le había quejado a su madre por el sabor de la comida.
—Le dije: “Martín, el plato de comida que te estás llevando hoy, no te lo dio mamá; te lo di yo, que tengo 12 años. Y te soy sincero: si con 34 años le vengo a pedir un plato de comida a mi madre, ya está, es el colmo”. Venir a quejarse por eso no.
El episodio marcó un antes y un después en su vida. Le abrió los ojos -dice- para darse cuenta de que tenía que buscar una vía de escape y salir de casa cuanto antes. Ninguno de sus nueve hermanos trabajaba y, con el tiempo, Alberti, que todos los días dejaba arriba de la mesa los $1.500 de viático que le pagaba Juventud, se abrió.
A veces estaba en casa y no tenía nada para hacer y decía 'tengo ganas de comer un alfajor' y no había nada.
—Uno después se da cuenta de que el acercamiento viene por el tema de la plata. Yo ganaba poco y nada, y así les daba de comer. En un momento, agarré a todos y les dije: “Necesito que me ayuden porque no puedo. Si me quiero dar un gusto, tampoco puedo. Tengo seis hermanos más grandes y ninguno trabajaba. Cuando tenía 12 o 13, me empecé a dar cuenta de esas cosas.
En esa época, solo tenía un buzo, un pantalón y un par de championes para vestirse. Poco más que eso, recuerda.
Dormía con todos los hermanos apilados, en una de las cuatro cuchetas que ocupaban su cuarto, y pensaba: “Llegado el momento se me va a dar”.
Hasta que se fue. Otra vez, a pelearla de abajo.
—No pasaba hambre porque mi viejo dejaba la vida, pero sí a veces estaba en casa y no tenía nada para hacer y decía “tengo ganas de comer un alfajor o darme un gusto” y miraba para los costados y no había nada.
No tuve infancia
Con su marcha del hogar, se evaporó, de a poco, la imagen grabada del joven que se la pasaba tardes jugando atrás de una pelota de básquetbol pinchada, que en su mente pesaba como si fuera una maceta. ¿Cuál era la gracia? Intentar pegarle a dos bidones de agua que le colgaba su padre (albañil) en una escalera a 25 metros de distancia. También la diversión de tirarle chancletas a su hermana, que, dormida, cantaba el feliz cumpleaños sin darse cuenta.
En su lugar, de buenas a primeras, apareció la madurez de un chico que se hizo hombre sin darse cuenta. Que tuvo su primer hijo a los 20 años. Y que cuando quiso acordar ya había pasado por Juventud de Las Piedras, Boston River y Emelec de Ecuador, acompañado de Angie, su pareja.
Cuando llegó a Nacional, en agosto de este año, a Alberti se le acercó a conversar el psicólogo Damián Benchoam, quien al percatarse de todo lo que había vivido, con apenas 27, se quedó sorprendido. “Sos muy maduro para la edad que tenés”, le dijo.
Él redobló la apuesta contándole más de su historia y replicó con una frase que da cuenta de su pasado -“es que no tuve infancia”- y de su franqueza.
La vía de escape a los problemas
El fútbol fue su desahogo por muchos años. Mientras jugaba a ser futbolista, las piedras de un lado y del otro eran las que delimitaban los arcos de los picados en el barrio. Al tiempo, esas piedras cambiaron por redes profesionales y líneas de cal que a su espalda comenzaron a musicalizarse con la euforia de los estadios. En su mayoría padres en Juventud, padres y algunos veteranos en Boston River, y una marea de azul eléctrico en Guayaquil, con miles de hinchas de Emelec arengando.
El ciclo en Ecuador
La escalera jerárquica lo llevó pronto de jugador amateur a profesional y también a desembarcar en el club del que siempre fue hincha. No sin antes pasar por Ecuador, donde tuvo una experiencia para el olvido.
Llegó como el “sucesor” de Sebastián Rodríguez -según lo pintaban algunos medios- pese a su marcado diferencial en las posiciones. Y se fue, antes de lo previsto, después de sufrir un pico de estrés en una concentración y pedir de inmediato la rescisión de contrato.
Apenas vistió la camiseta azul en 17 partidos (promedio de 50 minutos por encuentro) y aunque no pudo convertir, sí asistió en dos oportunidades.
Dice que si bien se “mataba entrenando”, no veía los frutos de su trabajo y entraba, con suerte, en el tiempo de descuento.
Hasta hoy, le deben tres meses de contrato por el tiempo que jugó. Reclamó y aun no se los han pagado.
Llegada a Nacional
Una llamada en medio de Guayaquil le cambió el semblante serio de un segundo para el otro mientras se trasladaba en el auto junto a su suegro.
La voz de su representante, del otro lado de la línea, fue la encargada de darle el aviso: “Sos nuevo jugador de Nacional”. Así, sin siquiera hablar del salario.
Alberti, que ya tenía todo acordado para jugar en Sarmiento de Junín, se emocionó y empezó a los gritos con su suegro en plena avenida.
—Me imaginaba alguna vez en Nacional, pero en ese momento no se me cruzaba por la cabeza. Cuando mi representante me dijo eso me ericé todo. Quedé duro con el volante.
En su primer día en Uruguay, desparramó todo su fanatismo cual niño chico en fiestas navideñas y al llegar a Los Céspedes abrazó a Ojota Morales y le confesó que era su ídolo.
Pasada la página de un semestre trastocado por un esguince de rodilla, en el que jugó ocho partidos y no fue convocado en las tres últimas fechas, asegura que lo tomó como “adaptación” y que para nada le pesó la camiseta.
—Cuando el Chino (Recoba) dijo que él es frontal, a mí me encantó porque yo también soy así. Para el año que viene tengo un hambre tremenda. Estoy como loco y me veo jugando. A los equipos que fui, sin ser ahora en el exterior, siempre jugué. En Juventud hice 99 partidos; en Boston River 101. Soy regular y me alimento de lo que hago. Espero que el año que viene se me dé. Aparte, conozco al profe Juan Alzamendi, que lo tuve en Juventud y sé cómo labura. Nosotros entrenábamos a muerte y nos sentíamos muy bien para el partido, pero éramos un equipo de media tabla para abajo. Entonces, imaginate en Nacional: entrenado así, sintiéndome bien y con el plus que te da el club, porque soy hincha y se puede armar un equipo de un nivel más arriba, voy a estar donde realmente quiero.
Antes de colgar el teléfono, Alberti no puede evitar traer a colación el legado de Gonzalo Castro y Diego Polenta, a quienes define como “ídolos del club” y espera seguir sus pasos dejando su propia huella.
"Si te ponés a ver los goles de Ruben, que tiene 14 en Boston, hay muchos que hicimos de córner tirándosela al primer palo. Lo teníamos hablado. Si le iba bien y salía campeón Liverpool, yo me imaginaba que Nacional iba a ir a buscarlo. Adentro del área es una bestia".
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