Por Pablo Cupese
Impaciente, molesto, presionado. Así se lo vio jugar a Peñarol el segundo tiempo ante Plaza Colonia. Y no era para menos teniendo en cuenta que se le estaban escapando dos puntos que podían costarle caro al mirasol con el 1-1 que no se movía del marcador.
La hinchada bajaba desde la tribuna el habitual “cueste lo que cueste” y costara lo que costara Peñarol tenía que ganar. Mucho fue lo que le costó y tal vez no tanto por lo que hizo el rival ya que Plaza Colonia se replegó cuidando el empate más de lo que fue a buscar el segundo, pero sí porque la pelota no quería entrar.
Lo buscó de muchas maneras y terminó entrando la más complicada. Cuando se jugaba el sexto minuto de descuento la peleó Rossi, se la llevó Mansilla y el centro lo conectó Abel Hernández. La empalmó de zurda y la puso bien arriba, pegada al travesaño, donde Joaquín Silva no podía llegar. Eso sí, no hay que perder de vista que ahí puso la pelota nada menos que con una chilena.
A revolear la camiseta, a celebrar con sus compañeros y a enloquecer a los hinchas que desde la tribuna no podían creer la pirueta de la Joya.
Hernández había sido precisamente quien había tenido la que parecía la última con un cabezazo que no pudo conectar bien para romper la igualdad.
Esa igualdad que se dio en el primer tiempo y que Plaza Colonia defendió en el complemento. Una igualdad que se dio cuando Christian Ebere aprovechó un penal que sancionó Esteban Ostojich, tras falta de Kevin Méndez sobre Mathías Goyeni, y que equilibraba en el marcador lo que había sido el 1-0 parcial de Peñarol que había puesto Rodrigo Saravia unos minutos antes apareciendo como volante por derecha y con un toque a colocar que venció al arquero y al defensa que estaba en la línea.
Peñarol quiso y fue una y otra vez. Carlos Sánchez, de gran partido, tuvo más de una ocasión en sus pies pero cuando no fueron disparos que se fueron anchos, apareció Silva para evitar que el aurinegro aumente el resultado.
A medida que los minutos pasaban y el gol no llegaba la forma de ir a buscar el gol era cada vez más desprolija. Centros que caían al área del Patablanca y que no encontraban destino de red, pero en uno de los pocos centros que los jugadores aurinegros pudieron lanzar con comodidad apareció el gol tan esperado, el gol del 2-1, un gol que seguramente recorrerá varios portales. Un gol que fue la joyita de la Joya, la joyita de Abel.