Por Diego Domínguez
¿Quién del mundo futbolístico, en su sano juicio, podría imaginar que un chiquilín que no hizo divisiones formativas en Uruguay, que fue escupido por Miramar Misiones a los 21 años y que estaba cómodo trabajando en España podría quedarse en Montevideo para pelear por su sueño?
¿Quién imaginaría que ese mismo chico le rechazaría un cheque de US$ 500.000 a un representante por cederle sus derechos económicos? Sí: únicamente Sebastián Balsas (37), el protagonista de una historia llena de ambiciones personales y sueños que se le fueron cumpliendo.
Aunque hubo muchos que intentaron detenerlo, nada ni nadie impidió que el adolescente que soñaba con ser futbolista profesional cancelara un pasaje de vuelta a España y se quedara en Uruguay para correr atrás de un objetivo del que estaba a años luz y al que todos los días se le presentaban nuevas barreras.
Sus padres se habían mudado definitivamente a Zaragoza, condicionados por la crisis económica de 2002, que los obligó a cerrar su bar y a marcharse. El joven Balsas siguió a los suyos: hizo el liceo y al poco tiempo consiguió trabajo.
A los años, aprovechando la ocasión por Navidad, volvió de visita al paisito para celebrar el 50 aniversario de sus abuelos y asistir a la fiesta de 15 de su prima, que se había postergado seis meses. Lo que nunca imaginó fue que en ese viaje, que tenía fecha de regreso, cambiaría su destino para toda la vida. “Me quedé con el pasaje de vuelta en la mano”, contó Balsas, que ahora está radicado en España, donde es socio de seis establecimientos (una discoteca, dos pubs y tres restaurantes) bajo la firma de Grupo Canterbury.
Desde chico, ya tenía la cultura del trabajo instalada -había limpiado piscinas, había sido camarero en un bar y estaba trabajando en una fábrica de colchones, donde ganaba casi 2000 euros al mes antes de irse-, pero de fútbol había aprendido poco y nada. En su currículum figuraba un paso por el Club Deportivo Oliver, un humilde equipo de la ciudad, con cancha de tierra, y una experiencia en la Séptima División de Nacional, además de destacadas actuaciones en campeonatos intercolegiales con la Sagrada Familia.
Así lo recordó: “Estaba pensando más en laburar que en jugar al fútbol. A mis compañeros, que fumaban y salían los fines de semana a tomar alcohol, les hablaba de jugar al fútbol y me decían que estaban loco”.
Y con detalles: “En España llegué a un campo de barrio, después de haber ido a la Séptima de Nacional, y le pedía por favor a mis padres que no fueran a verme porque me daba vergüenza. Prefería que cuidaran a mis hermanos y que no tomaran dos ómnibus para ir a verme”.
Así y todo, Balsas lo intentó. Empujado por un captador que lo vio de casualidad en un fútbol 5 con amigos, tuvo su primer acercamiento a un club uruguayo. Hizo la primera prueba en Liverpool, más por coincidencia que por deseo, aunque su voluntad era lo más noble.
En el micromundo juvenil, donde reinaba la competencia desleal, los descalificativos por su “acento de gallego”, por su pasaporte comunitario, y donde el derecho de piso se hacía sentir, el chico se abrazó a su sueño y le dio una lección a varios de sus detractores. No sin antes ser víctima de bullying: “Llegué con expectativas y me pusieron la rodilla en la nuca, me pegaron un codazo en la boca y cuando me subía al ómnibus para volver me tiraban manzanas y banana, y el técnico no decía nada. Me callé y cuando terminó el trayecto del primer día me levanté y dije: ‘Sé que tengo que pagar derecho de piso, pero mañana le rompo la cabeza al primero que me tire algo”.
Mientras luchaba por ganarse el respeto e intentaba disimular sus carencias futbolísticas, el tren pasó y las oportunidades se le fueron. Sin embargo, pudo dejar algunas de sus muestras claras de voluntad cuando salió a correr de medias por un parque del Cerro, con los tobillos ampollados, para hacerle frente al reclamo de un capitán que lo acusaba de “vago”. “Yo había dejado un trabajo en el que ganaba mucho dinero y tenía un coche que me había comprado con mucho sacrificio y decía: ‘Estoy dejando todo por un sueño y que diga eso este loco...’ Me acuerdo que me puse las medias y que eran como 10 kilómetros. Cuando pitó el profe, pasé por al lado (del capitán) y le dije ‘a ver si me agarrás’, y le dejé un insulto. (...) Lamentablemente, a veces con los códigos del fútbol pasan esas cosas que no deberían”.
Pasó un año entero y todo lo bueno que había construido en Liverpool, a base de perseverancia, se cayó por la borda a fines de diciembre. “Me dijeron que no iban a contar más conmigo y para mí fue terrible porque me había matado entrenando. Me había gastado mis ahorros en tarjetas de telefóno para llamar a España, en los bondis y en los zapatos de fútbol. También me habían prometido viáticos, que nunca me dieron”.
Aceptó la decisión, pero quiso irse con la frente en alto. Entonces, decidió que sus cortos 20 años valían de ejemplo para hablarle a un grupo de 40 hombres, con distintas realidades, que al comienzo lo habían juzgado por el simple hecho de vivir en Punta Gorda con sus tíos Raquel y Jorge.
Fue así que Balsas se paró frente a todos con un billete de $100 y preguntó por posibles interesados. Al ver que tenía más de un adepto, lo tiró al suelo, después lo pisó y lo arrugó hasta romperlo. Pero aún así seguía habiendo voluntarios, y justamente a ellos se dirigió: “En este año dificilísimo, me sentí como este billete: roto, desvalorado y despreciado. Pero ¿saben una cosa? Yo sigo valiendo. Sigo siendo Sebastián Balsas para mí y para los míos. Y nadie me va a decir a mí dónde termina mi sueño”.
Perdido por perdido, desembarcó en Miramar Misiones cuando estaba a punto de cumplir los 21 años. Y aunque el plan tampoco le resultó como esperaba -el día de su cumpleaños se enteró por teléfono que no lo iban a tener en cuenta- el intento le valió para caer a una prueba de aspirantes en Racing y consagrarse en un abrir y cerrar de ojos como el número 9 titular indiscutido. El ciclo fue de los mejores de su carrera: hizo más de 19 goles en 51 partidos de Primera División y clasificó al equipo a la segunda fase de la Copa Libertadores.
El esfuerzo le dio sus frutos al poco tiempo, cuando Ovación abrió una de sus ediciones dominicales de la época con una portada titulada “Los grandes se pelean por Balsas”. Para el centrodelantero primó el corazón y por eso su elección fue Nacional. Y antes también lo había sido, cuando le dio su palabra al presidente de Racing por encima de una propuesta económica de US$ 500.000 por el 50% de sus derechos.
—Queremos comprar el 50% de tus derechos— le dijo un representante al que prefirió no mencionar.
—Para mí, es un honor. Les agradezco el interés, pero si me quieren comprar tienen que hacer una negociación con el club y este me dirá; yo le di mi palabra al presidente de Racing
—Sabemos que tu padre está sin trabajo en España
—Sí, pero mis padres me enseñaron valores y la palabra no tiene precio, así que no, no, se confunden conmigo. No pienso firmar esto
—Bueno (rompe el cheque). Medio millón de dolares, flaco. Mirá. Mañana te rompés la rodilla y tenés un apartamento para vos, para tus viejos, te comprás un auto... Tenés que firmar el contrato de representación y que nos cedés el 50% de los derechos económicos
—Mirá: no sé con quién estás acostumbrado a hablar vos, pero mi palabra no vale ni US$ 400.000 ni US$ 500.000.
Flavio Perchman fue su faro entre tanto lío. Se acercó a él y al tiempo se interesaron San Lorenzo, Córdoba (España) y Argentinos Juniors, donde Balsas vivió un robo a mano armada en el que estuvo amenazado a punta de pistola. “Tuve 20 minutos el revólver adentro de la boca. Estaba desangrándome, me bajaba la presión y se me pasaba la vida por delante”, recordó.
El incidente lo dejó con un serio trastorno de estrés postraumático que, sumado a sus problemas de columna, le cortaron la carrera a los 29 años, cuando todavía tenía cuerda de sobra para seguir escribiendo su propia historia dentro del fútbol.
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