Alvaro J. Amoretti
El ex seleccionador uruguayo, el profesor Omar Borrás, sostuvo que en el fútbol local "hace falta un sinceramiento" para resolver "si manda la Asociación Uruguaya de Fútbol o manda Tenfield", advirtió que algunos dirigentes a los que no mencionó exhiben "demasiado interés en defender a un grupo que ha hecho cosas que (...) ni el propio Paco Casal apoya", defendió la intención del ex técnico Juan Ramón Carrasco de dar "una fisonomía distinta" al juego celeste y dijo que el actual entrenador Jorge Fossati es "un buen técnico" pero "mal asesorado".
Durante una entrevista concedida a El País en su casa de Punta Gorda, Borrás opinó que la selección uruguaya "puede clasificar todavía" a la próxima Copa del Mundo porque todavía "falta mucho", pero dijo que el entrenador tiene "la obligación" de "agarrar al jugador, cara a cara, hablar con él, meterse en su mente y en su espíritu, y establecer si esa persona se va a jugar por uno y por el equipo".
"Las grandes cosas se logran con hombres, y no con nombres. (...) ¿No hay ‘nombres’ que han jugado 25 partidos en la selección y hay que buscar mucho para ver si alguna vez jugaron bien? ¿Y por qué se cree que pasa eso? Y después uno los ve paseando en la cancha. Sin embargo, esos jugadores que nunca demostraron nada, juegan siempre", dijo Borrás, quien recomendó a Fossati "agarrar a cada jugador del cuello y decirle ‘¿te la vas a jugar o vas a venir a caminar en la cancha?’".
El que sigue es un resumen de la entrevista que Borras concedió a El País.
—A usted le tocó asumir la dirección técnica de la selección uruguaya luego de la eliminación de la Copa del Mundo de España `82. ¿Qué semejanzas encuentra, a la distancia, entre aquel momento en que le ofrecieron a usted una selección que nadie quería dirigir ni integrar y el que se vive ahora, cuando después de tres derrotas consecutivas la selección, que era de todos, ya no parece ser de nadie?
—Y... semejanzas hay. Pero le aseguro que aquello fue mucho peor que esto.
—¿En qué sentido?
—Cuando yo asumí la selección, que había sido eliminada de una Copa del Mundo por Perú y Colombia, estaba tan desprestigiada que nadie quería jugar en ella. Los jugadores sentían que la selección los desvalorizaba, y rezaban para que no se los convocara. Y los clubes, y los contratistas también, peleaban para que no se convocara a sus jugadores, porque decían que el valor de un futbolista caería si jugaba en la selección y protagonizaba algún nuevo fracaso. Todos miraban para otro lado. Y eso hoy no pasa. Hoy no hay nadie que, al menos públicamente, diga que no quiere venir.
—¿Y como hizo, con ese escenario, para armar el grupo que fue primero campeón en la India y que luego ganó la Copa América y clasificó a la Copa del Mundo de México ’86?
—Lo primero que dejé claro es que conmigo el que no quería estar no iba a estar. Y eso, que era fundamental entonces, sigue siendo clave hoy. Aclarado eso, creo que hice lo que tiene que hacer siempre un seleccionador. No me dejé guiar por nombres, sino que elegí hombres. Porque las grandes cosas se logran con hombres, y no con nombres. Y en aquella selección estaban los (Nelson) Agresta, a quien muchos discutían pero que yo sabía lo que daba dentro de una cancha y fuera de ella, los Wilmar Cabrera y los Jorge "Chifle" Barrios, que daban todo y algo más, y también los (Enzo) Francescoli y (Carlos) Aguilera, que estaban apareciendo pero ya mostraban su calidad. Y con esa gente, que quería ganar, fuimos a la India y arrancamos ese proceso.
-¿Hubo jugadores "consagrados" que quedaron fuera de aquel equipo porque usted consideraba que no estaban dispuestos a defender al máximo a la selección?
—Sí. Muchos quedaron afuera por esa causa. Recuerdo que un jugador me dijo que estaba enfermo y que por esa razón no podría viajar a la India. Y yo sabía que no tenía nada, pero le seguí la corriente. ¿Sabe lo que hice? Le hice dar como siete vacunas para que, si se mejoraba, pudiera viajar. ¿No querés sopa? Dos platos. Lo pincharon siete veces y después lo dejé acá (se ríe a carcajadas). Y no fue el único. Hubo muchos que desaparecieron, porque yo veía que no querían jugar.
—¿Y cómo sabía quién quería y quién no? Porque, siendo sinceros, los jugadores públicamente siempre dicen que quieren defender a la selección y que sería un honor.
—Claro, decirlo es fácil, pero el técnico no se puede dejar llevar por lo que el jugador dice en un diario o una radio. Tiene que agarrar al jugador, cara a cara, hablar con él, meterse en su mente y en su espíritu, y establecer si esa persona se va a jugar por uno y por el equipo. Y esa es la obligación de un seleccionador.
—Hoy se dice que hay jugadores que vienen sin ganas, casi por compromiso. ¿Siente que es así?
—¿Y a usted qué le parece? ¿No hay "nombres" que han jugado 25 partidos en la selección y hay que buscar mucho para ver si alguna vez jugaron bien? ¿Y por qué se cree que pasa eso? Y después uno los ve paseando en la cancha. Sin embargo, esos jugadores que nunca demostraron nada, juegan siempre.
—¿Y por qué cree que pasa eso?
—Bueno, yo lo que creo es que algunos de esos jugadores no pueden jugar más. Porque el seleccionador tiene que mirar los antecedentes de un jugador antes de llamarlo o dejarlo afuera.
—¿Y en su época había presión de los dirigentes y los contratistas para que jugara fulano o para que se convocara a mengano?
—Al principio había presiones para que no pusiera a fulano o no citara a mengano, porque pensaban que la selección perjudicaba. Y después, cuando empezamos a ganar, se dio vuelta la cosa. Pasa siempre.
—Hoy se habla, además, de indisciplina de algunos jugadores y de salidas nocturnas que podrían haber afectado, en mayor o menor medida, el rendimiento previo a un encuentro decisivo. ¿Usted también tuvo que lidiar con este tipo de situaciones?
—¿Usted cree que no? Mire... yo sabía muy bien, porque hablaba mucho con todos, a quiénes les gustaba la farra y a quiénes no. Y si le diera los nombres de los "garuferos", usted piensa que le estoy mintiendo. Y a esos jugadores les dije que si querían salir, yo les iba a decir cuándo salir y cuándo tomar vino, porque a alguno le gustaba tomar de más.
—¿Le hicieron caso?
—Al cazador a veces se le escapa la liebre, pero yo creo que no. Recuerdo incluso el caso de un jugador que sabía que necesitaba mi autorización para tomar vino. Y que si no la tenía y tomaba igual, la multa era de 500 dólares. Pues un día vino y se automultó. En un tipo así, uno tiene que confiar, ¿no?
—Y a la luz de ese pasado que usted vivió, ¿cómo percibe desde afuera esta crisis por la que ahora atraviesa la selección y el fútbol uruguayo todo? ¿Hay salida?
—Sí, la hay. Y se puede clasificar todavía, porque falta mucho. Lo que pasa es que hay que hacer lo que hay que hacer. Hay que empezar por la dirigencia, hablando a fondo.
—¿Hablando los dirigentes se puede cambiar lo que pasa en la cancha?
—Sí, porque la dirigencia se tiene que sincerar y definir si manda la Asociación Uruguaya de Fútbol o manda Tenfield.
—¿Usted quiere decir que hoy manda Tenfield o el Grupo Casal?
—Mire... a mí no me molestan ni Tenfield ni Casal. Ojalá los hubiera tenido en mi época, ayudando a la selección y dándole todas las comodidades que hoy se tienen y que antes no existían. Lo que pasa es que ellos están haciendo su negocio. El tema es que los dirigentes resuelvan quién manda.
—¿No cree que, salvo excepciones, los dirigentes ya resolvieron quién manda?
—Sí. ¿Y por qué cree usted que los dirigentes resolvieron que ellos no mandan y sí manda Tenfield?
—¿Por la dependencia económica que la mayoría de los clubes tienen de ese poder económico?
—Sí, pero no sólo por eso.
—¿A qué se refiere?
—Y... hay cosas que demuestran que hay demasiado interés de algunos dirigentes en defender a un grupo que ha hecho cosas que, estoy seguro, ni el propio Paco Casal apoya. Yo creo que Casal desaparece de Uruguay porque ni quiere ver a algunos socios que tiene. Porque hay "amigos" que no son "amigos", y que están para el negocio de ellos. No sé, a lo mejor estoy equivocado.
—¿Y por qué cree que determinados dirigentes tienen "demasiado interés" en defender a ese grupo empresarial?
—Le pido que no me haga decir más, porque si hablo me van a odiar. Lo que está claro es que ese grupo empresarial tiene influencia sobre determinados dirigentes. Por eso hace falta un sinceramiento para ver quién manda. Y si no, que Divina Comedia pase a Guayabo. Porque va a ser mejor. No puede haber dos cabezas.
—¿Y hoy las hay?
—Sí, indiscutiblemente.
—Pero más allá de la responsabilidad de los dirigentes y los empresarios, ¿no hay una cuotaparte de los técnico jugadores en este presente de la selección y del fútbol uruguayo?
—A Juan (Ramón Carrasco) no le echo culpas. Lo que hubiera necesitado era un asesor, al que escuchara, con edad suficiente y mucha experiencia internacional. Pero Juan intentó darle una fisonomía distinta al fútbol uruguayo. Buena o mala, pero distinta.
—¿Le sorprendió que lo cesaran?
—No. Acá somos muy exitistas. Y el periodismo también debe cambiar.
—¿En qué sentido?
—El periodismo deportivo forma la opinión pública. Y yo veo que ahora hay cuatro o cinco periodistas deportivos como la gente, pero después hay una audición, y otra, y otras más, con gente que no tiene el grado de capacidad suficiente, pero le dan y le dan, y parece que cuanto más amarillo sea el programa lo escuchamos más. Y eso no sólo forma opinión, sino que a la hora de cambiar un técnico y poner a otro se dice que a fulano "el pueblo lo pide". Pero el que designa no es el pueblo, que quede claro.
—¿Usted cree que el periodismo deportivo en el Uruguay pone y saca técnicos?
—Sí.
—¿Qué opinión tiene del nuevo entrenador de la selección?
—Es un muy buen técnico, al que veo mal asesorado también. Lo que creo que necesita es agarrar a cada jugador del cuello y decirle "¿te la vas a jugar o vas a venir a caminar en la cancha?". Así de fácil.
Aquella goleada y lo que pasó en el entretiempo
Para muchos uruguayos, el nombre de Omar Borrás ha quedado ligado indisolublemente a aquella goleada 1-6 frente a Dinamarca en la Copa del Mundo de México ’86. ¿Cómo ha sido para usted, durante todos estos años, vivir con ese recuerdo y saber que los uruguayos lo asocian con aquella derrota estrepitosa?
—Bueno... fácil no ha sido. Sobre todo porque durante mucho tiempo me han responsabilizado por esa goleada sin saber en realidad lo que pasó ese día.
—¿Qué pasó?
—Me está tentando a contar algo que nunca conté y que, la verdad, no sé si quiero contar. Algo que tiene que ver con lo que sucedió en el entretiempo.
—Uruguay llegó a ese entretiempo perdiendo 1-2, con un jugador menos por expulsión del volante central Miguel Bossio y la sensación de aquel gol de Enzo Francescoli, casi sobre el final de la primera parte, podría ser el preámbulo de una recuperación en el segundo tiempo. ¿Qué pasó en el vestuario?
—Se lo voy a contar. Yo los senté en el vestuario y les dije que si salíamos a buscar el empate y el partido desde el primer minuto del segundo tiempo y nos descubríamos atrás, los daneses —que manejaban el contragolpe como pocos— nos iban a hacer cinco o seis goles. ¿Se da cuenta? Cinco o seis goles. Y también les advertí que si no nos hacían cinco o seis goles, clasificaríamos y evitaríamos a Argentina en la próxima fase. Así que el plan no sería salir a buscar el empate desde el comienzo, sino agruparnos, aguantar bien firmes atrás y conservar el partido hasta faltando quince minutos. Ahí sí nos iríamos arriba a empatar y, si podíamos, a ganar. "Faltando quince, carabina a la espalda y sable en mano. Pero antes, no", les dije. Todavía me retumban en la cabeza aquellas palabras.
—Pero el equipo hizo exactamente lo opuesto. Salió a empatar desde el primer minuto del segundo tiempo y, descubierto atrás, tomó otros tres goles que pudieron haber sido muchos más. ¿Qué pasó?
—Lo que pasó lo supe recién el 1º de mayo de este año. Ahí me enteré de lo que pasó en ese segundo tiempo.
—¿De qué se enteró?
—De que un jugador, un muchacho por el que yo me la había jugado toda la vida, paró a todos los compañeros en el túnel antes de salir a la cancha a jugar el segundo tiempo y, desobedeciendo mis órdenes, llamó a todos a salir a ganarle a esos "monos". Y los mandó a irse arriba, a buscar el empate. Y él también se fue arriba. Y así nos fue. Nos hicieron seis goles.
—¿De qué jugador estamos hablando?
—A lo mejor algún día puedo decir hasta el nombre. Pero por ahora prefiero quedármelo para mí.
—¿Lo habló con él?
—No, porque me enteré pocos días antes de irme de viaje y estuve dos meses y algo afuera. Acabo de volver.
—¿Lo va a hablar?
—No creo, no vale la pena. ¿Para qué? Yo creo que en 18 años él, en algún momento, tendría que haberme llamado a mí, ¿no le parece?
—¿Y qué cree que llevó a ese jugador, que tenía que ser un referente de ese plantel para que todos los compañeros le obedecieran, a desatender una orden del técnico y a empujar a un equipo a hacer exactamente lo contrario de lo planificado en el vestuario? ¿La ignorancia, una fe desmedida u otra cosa?
—Si le respondo a esa pregunta capaz que le estoy dando casi el nombre del jugador. Pero bueno, voy a correr el riesgo. ¿Sabe que creo? Que a lo mejor fueron ínfulas de poder que ya empezaban a manifestarse. ¿Me entiende?