De unos 1.500 habitantes que tiene la localidad de Conchillas (Colonia) solo Luis Urruti llegó a ser jugador de fútbol profesional.
En el pueblo todos lo conocían, pero nadie quería jugar con él. Mejor dicho: nadie quería que estuviera en la cancha porque los partidos enseguida se desvirtuaban y quedaban desbalanceados para los de su lado.
El pequeño Urruti jugaba en una plaza repleta de pinos. Cuando no era con la pelota, era trepándose a los árboles y cruzando, sin cesar, de uno a otro.
Vivía sobre una esquina y al frente asomaba una calle de tierra. A pocos metros tenía juegos, arcos de fútbol y verde, mucho verde. Lo necesario y pintoresco que necesita cualquier plaza de deportes del interior del Uruguay para bordar la cuadra.
“No querían que jugara, no me dejaban. Me decían: ‘Tito, andá al arco porque con el que juegues va a ganar seguro’. Estábamos todo el día con la pelota y esos recuerdos que se me vienen hoy en día, con todo lo que he logrado gracias a Dios, hace que se me ponga la piel de gallina”, reconoció a Ovación.
La Navidad del 2011 marcó un antes y un después en su vida. Cuando mejor le estaba yendo y una simple firma lo separaba de su primer contrato profesional con Fénix, su padre murió y la noticia le borró el entusiasmo de hacer carrera.
De Montevideo pegó la vuelta para Conchillas y se puso a trabajar de pistero en una estación de servicio. Así estuvo sin parar un año, entremezclando el trabajo con prácticas en un club amateur sobre la noche.
“Decidí irme para estar cerca de mis hermanos y de mi madre. Dejé el fútbol y me puse en mi pueblo a laburar en una estación de servicio. Jugaba allá con mi hermano en un equipo. De mañana y de tarde trabajaba en la estación de servicio y de noche me iba a entrenar con mi hermano. Ese año (2012) lo viví así. Era el pistero Urruti”, recordó.
El tren pasó una segunda vez con una expresa invitación de Cerro. El joven se subió y a los tres años se le presentó la oportunidad de su vida: un llamado de Peñarol, que había valorado sus buenas actuaciones.
Sin dudarlo dijo que sí, y cuando quiso acordar estaba vestido de amarillo y negro junto a Maximiliano Perg, hoy nuevo futbolista de Nacional.
Pero otra vez, como si de una paradoja se tratara, vivió una situación desafortunada, aunque en este caso fue deportiva.
En el debut contra Liverpool, por el Uruguayo Especial 2016, arrancó como titular y salió sustituido a los 64 minutos por un esguince de tobillo. En su lugar entró Nicolás Albarracín y Urruti, por el que Peñarol había invertido casi US$ 250.000 por el 50% del pase, no tuvo más minutos en ese torneo.
A la lesión le siguió un traumatismo en el antepié y una distensión muscular en el recto anterior del cuádriceps, que lo alejaron varios meses de las canchas de fútbol.
Para colmo, cuando Leonardo Ramos asumió como entrenador del plantel principal a fines de 2016, le dijo que no iba a ser tenido en cuenta.
EL SALTO
La revancha le llegó y, después de un paso por Fénix, se dio a conocer en Perú, donde hoy tiene un “nombre”.
Desde hace cuatro años es futbolista de Universitario, uno de los equipos más importantes del país. “Este es el cuarto año que juego en la ‘U’, que es como jugar en Peñarol”.
Esta semana se nacionalizó peruano para liberar un cupo de extranjero en el plantel.
Y a sus 30 años, Urruti se sigue proyectando. Pese a tener el corazón uruguayo, las raíces peruanas también lo mueven. Es allí donde, siente, está más cerca de ganarse un lugar en la selección: “Un sueño realmente sería meter selección con Perú y una Copa América o un Mundial a largo plazo”, dijo. “Los sueños están para cumplirse. Y uno siempre quiere dar lo mejor”.
Lo único que Luis Urruti se lamenta es que su padre no lo haya podido ver llegar lejos.