RIO DE JANEIRO

Siempre hay algún jugador que desafía las leyes no escritas. Por eso, cuando los equipos salen a la cancha a disputar una final los ojos (y las cámaras de televisión) se clavan en el trofeo en disputa mientras los futbolistas le pasan por al lado, porque alguno se anima y lo toca. Eso, en la creencia popular, está prohibido porque trae mala suerte. Esta vez quien lo hizo fue Marinho, jugador de Santos, mientras salía al campo a disputar la final de la Copa Libertadores.

Cuando Palmeiras y Santos salían al campo del estadio Maracaná para definir el título continental, Marinho no aguantó la tentación y con su mano derecha acarició el trofeo de la Libertadores. El número 11 jugó con fuego, al menos para los cabuleros. Sin embargo, el último antecedente mostró que no es tan así la leyenda urbana.

En el partido decisivo del año pasado, disputado entre River Plate y Flamengo en Lima (Perú), pasó un hecho similar. El que entonces desafío las reglas no escritas fue Gabriel Barboza, centrodelantero del conjunto brasileño. Y hasta el minuto 89 todo el mundo lo culpaba, porque el Millonario estaba ganando 1-0. Sin embrgo, él mismo se encargó de desmitificar su acto.

A falta de un minuto para finalizar el encuentro lo empató al llegar por el segundo palo y mandar el balón a la red sin marcas, porque el arquero rival había quedado desairado por el pase que llegó desde el sector opuesto. Y un minuto más tarde convirtió el segundo para la victoria 2-1 y el título al aprovechar un error del fondo de River y batir a Armani con un potente zurdazo.

Esa parece haber sido la excepción que confirmó la regla, porque en este 2020 Marinho tocó la Copa y se fue con las manos vacías.