DE VOLEA
La dirigencia no eligió bien, no los respaldó, no los cuidó y terminó perdiendo a un brillante secretario técnico por ponerlo a dirigir al equipo.
Hay dos Nacional bien distintos. Por un lado está el institucional, ese que se moderniza constantemente, que apuesta a lo social y a darle a su gente los servicios que requiere el presente. Ese Nacional también es valiente al tomar decisiones como la de no haber renovado contratos a futbolistas que habían mancillado el nombre de la histórica institución aún a sabiendas de que tendría un perjuicio deportivo. Era el camino a seguir y no le tembló el pulso.
Pero también está el otro Nacional: el futbolístico, ese que se ha equivocado sistemáticamente con los técnicos. Las tintas se le cargan a Iván Alonso, quien tiene su responsabilidad como manager, pero no es quien decide. Y es ahí donde entra la cúpula dirigencial y sus diligencias.
En 2019 Eduardo Domínguez duró cinco fechas; llegó Álvaro Gutiérrez, fue campeón uruguayo y no lo cuidaron. Se fue porque un dirigente llamó a Sebastián Abreu cuando él aún dirigía. Vino Gustavo Munúa para 2020 y duró solo el Apertura. Se nombró a Jorge Giordano, fue campeón del Intermedio y lo cesaron.
Entonces, no es que la dirigencia tricolor no tuvo éxitos deportivos, porque ganó un Uruguayo y un Intermedio. La cuestión es que falló a la hora de elegir a los entrenadores, a la hora de respaldarlos y al momento de cuidarlos, porque jamás deberían haber dejado ir a Gutiérrez y tampoco deberían haber sacado a Giordano de su función. Ahora se quedaron sin técnico y sin un brillante secretario técnico.
En definitiva, Nacional dio más martillazos en la herradura que en el clavo con los entrenadores.