Este 2025 se cumplirán 45 años ya, pero quienes lo vivieron no lo olvidaron. El Nacional 1980 pasó a la historia por haberlo ganado todo (Campeonato Uruguayo, Copa Libertadores, Copa Intercontinental), con un estilo arrasador.
Era un plantel reducido, que supo afrontar las diversas competencias sin reservar jugadores y pese a eso le ganaba corriendo a todos los adversarios. Eso se pudo lograr con una idea táctica definida —la marcación al hombre—, una preparación física impecable y la convicción de todos, con una adecuada mezcla de veteranos y jóvenes. Claro que no eran simples veteranos: eran cuatro campeones de 1971, un año fundamental para el club de la avenida 8 de Octubre. Uno fue el técnico, Juan Martín Mugica; los otros tres estaban en la cancha: Víctor Espárrago, Juan Carlos Blanco y Julio César Morales.
Y todo eso se forjó en 72 horas de un verano caliente, que rescataron a Nacional del fracaso y lo proyectaron a la gloria.
En enero de 1980 el tricolor estaba a punto de llevarse su primera Liguilla, un torneo que hasta entonces le había reservado momentos amargos. Solo tenía que empatar el clásico de la última fecha, el 28 de enero, ante un Peñarol que, si bien era el campeón uruguayo 1979, había empezado mal el 80.
El partido estaba 1-1 cuando cerca del final fueron expulsados dos aurinegros, Rubén Paz y Domingo Cáceres. Parecía todo a favor del tricolor, pero sobre la hora Venancio Ramos sacó de la galera una gran jugada, le cometieron penal y él mismo lo convirtió para el 2-1 final.
Ese resultado determinó que Defensor alcanzara a Nacional en la tabla, por lo que el 1° de febrero disputaron una final. Y se la llevó el violeta, con tanto de Rodolfo Enrique Rodríguez. A poco del final el tricolor tuvo un penal, pero Juan Carlos Ocampo lo remató muy alto.
La reconstrucción del equipo
En pocas horas Nacional había perdido casi todo. No todo, porque la reglamentación de la Liguilla estipulaba un partido más ante Peñarol por la segunda plaza en la Libertadores, que fue fijado para el 4 de febrero.
Los tres días que quedaban para ese partido ya sin revancha fueron febriles en la sede de 8 de Octubre y en Los Céspedes. El técnico del equipo, el argentino Pedro Dellacha, renunció a su cargo.
El presidente del club, Dante Iocco (que había sido elegido días antes) ya tenía contratado al preparador físico, Esteban Gesto, consagrado por su impecable trabajo en las selecciones uruguayas juveniles. Pero ahora era urgente contar con un DT en lugar de Dellacha.
Había varios nombres en la agenda: el responsable de los juveniles, Raúl Bentancor; el cotizado Luis Cubilla y el argentino Cayetano Rodríguez, recomendado por el entonces campeón del mundo César Luis Menotti. El primero pidió mucho dinero, Cubilla iba a llegar con un equipo técnico que obligaría a prescindir de Gesto y Rodríguez vino a Montevideo para negociar el contrato, pero no se concretó.
Casi sin cartas a la vista, Iocco pensó en confiar en alguno de los campeones de 1971. En concreto Víctor Espárrago, que hacía poco había regresado al país. Pero quería seguir jugando un tiempo más y de hecho, se incorporó al plantel un tiempo después.
Ya había un campeón del 71 trabajando en el club. Era Mugica, entrenador de la tercera. Y por eso recurrieron a él en forma interina.
Todo eso ocurrió el 2 de febrero, sábado. El domingo 3, Mugica trabajó en forma intensa con el plantel, algo inusual teniendo en cuenta que al día siguiente se disputaría el clásico. Hubo una práctica matutina y otra entre las 19 y 21 horas.
El técnico había jugado varios años en Francia y seguramente allí forjó su idea sobre el sistema de marca hombre a hombre en toda la cancha. Y eso exigió a sus jugadores en los entrenamientos, tratando de que aprendieran a manejar una forma de jugar muy poco habitual en el fútbol uruguayo.
Ese planteamiento sorprendió de entrada al aurinegro. De León fue sobre Paz, Machado con Vargas, Moreira atrás de Ramos, De la Peña ante Maneiro e incluso Caillava —un futbolista habitualmente ofensivo— sobre Abalde. Juan Carlos Blanco fue el líbero. Lo curioso es que la práctica fue abierta a la prensa. Un periodista de El País que estuvo allí escuchó, y lo escribió en su nota, los pedidos de Mugica para apretar las marcas al hombre. Pero nadie pareció tenerlo en cuenta, sobre todo en Peñarol.
El planteo tricolor se vio fortalecido pronto con un gol. A los 19 minutos, Diogo le cometió falta a Morales sobre la izquierda del ataque. El propio Cascarilla lo ejecutó: hizo pasar la pelota sobre la barrera y la metió contra el palo.
Peñarol atacó y atacó, pero siempre rebotó contra el muro armado por el nuevo entrenador. A los 78 minutos hubo un penal sobre Victorino y Morales puso el 2-0 definitivo, que clasificó a su equipo para la Libertadores.
Nacional jugó aquella noche con Rodolfo Rodríguez; Juan Carlos Blanco; José Moreira, Hugo de León, Adán Machado; Eduardo de la Peña, Arcenio Luzardo, Miguel Caillava (luego Denis Milar), Alberto Bica, Waldemar Victorino y Julio César Morales (Juan Carlos Ocampo).
Lo que siguió
Esa sería la formación tres meses más tarde en la Libertadores, salvo el ingreso de Washington González en lugar de Machado y el de Espárrago en el mediocampo (se fue Caillava), adelantando a Luzardo. Y con muy escasos refuerzos, Nacional disputó simultáneamente el Uruguayo y la Libertadores, conquistando los dos torneos.
Obviamente, la solución provisoria de Mugica se convirtió en definitiva. Le terminó de dar a su equipo una idea ganadora. Y junto a Gesto formó una formidable dupla técnica.
Esas 72 horas entre la derrota ante Defensor y el triunfo sobre Peñarol determinaron una vuelta de tuerca impensada en la historia de Nacional. Ocurrió un verano de hace 45 años.
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