COPA LIBERTADORES
En un partido complicado por las condiciones de Quito y la calidad de Independiente del Valle, los jóvenes de la cantera se graduaron de futbolistas.
No hubo una fortaleza de granito, ni se forjó con acero una puerta en la medialuna que impidiese que una legión ecuatoriana formada por zagueros, mediocampistas y atacantes les quisieran hacer comer el césped del estadio Rodrigo Paz Delgado. En Nacional hubo, sí, un grupo de jóvenes fervientes defensores de la camiseta y obstinados en levantar con sus piernas, cabezas, cuerpo y corazón la mejor muralla humana que les fuese posible.
Y, por eso, nunca se rindieron, ni aflojaron un metro pese que cada recorrido en los 2.850 metros de altitud de Quitoademás de aumentarles la frecuencia cardíaca les iba restando oxígeno y capacidad de recuperación.
Fue una prueba sagrada. Como si se tratase de un examen de ingreso a la vida profesional. El salto de calidad que ayuda a definirlos, en el corazón del hincha y hasta el del directivo, como verdaderos futbolistas de Nacional.
El relanzamiento con medalla oficial en un partido de Copa Libertadores de los venerados chicos que deslumbraron en las inferiores se hizo en Quito. Aunque las primeras señales positivas ya habían llegado en Venezuela, cuando se le ganó a Estudiantes de Mérida en la fase de grupos, en Ecuador fue donde Mathías Laborda, Renzo Orihuela, Alfonso Trezza, Emiliano Martínez y Joaquín Trasante se vieron obligados a ser fuertes en condiciones extremas.
Es verdad que Sergio Rochet ahogó el grito de gol en cuatro ocasiones y tampoco pueden ignorarse las oportunidades en las que algún futbolista del duro Independiente del Valle remató al arco como si tuviese los zapatos mal puestos, pero es auténtico también que se plantó bandera. Que se respondió con calidad para que las filas nunca perdieran el orden táctico.
Que hubo recorridos emotivos para ayudar al compañero, que se luchó cada pelota, que nunca hubo un afloje anímico, ni mínimas intenciones de quedarse cruzados de brazos a la espera de ver qué podía pasar con la primera o segunda pelota.
El desgaste que provocó el dueño de casa con una infinidad de pelotas lanzadas al área y su casi interminable hostigamiento futbolístico por la gran posesión de balón que tuvo no hizo otra cosa que poner a los jóvenes de Nacional al borde del precipicio. Pero zafaron. Y con buena nota.
Porque Laborda y Orihuela fueron dos gladiadores que aguantaron todo lo que se les vino encima. Trezza fue un tractor y en el único momento que dejó de correr fue cuando tuvo que salir de la cancha porque Jorge Giordano lo reemplazaba. Emi Martínez fue otro bastión. Y hasta supo jugar con la amenaza constante de recibir la tarjeta roja después de haber coqueteado con ella por sus infracciones. Trasante, en tanto, no bajó nunca los brazos, aunque le tocó la poco agradable tarea de intentar frenar al imparable al veloz Beder Caicedo.
Así, entonces, con alma. Con absoluta responsabilidad y firmeza, en una dura prueba de fuego, se graduaron.
Mathías Laborda jugó un gran partido en Quito.
Alfonso Trezza tiene una aceleración infernal.
Emiliano Martínez maneja la pelota con mucha tranquilidad
Renzo Orihuela demostró personalidad en la zaga.
Joaquín Trasante nunca afloja ni un segundo ni cede un centímetro.