EN EL ÁREA
ENRIQUE ARRILLAGA
En diciembre de 2019 Peñarol sorprendió con la designación de Diego Forlán como entrenador. Era una apuesta que intentaba abarcar a toda el área deportiva del club.
Una apuesta tan prometedora como necesaria, ya que nunca los clubes piensan en proyectos a largo plazo por una sencilla razón: los resultados mandan.
Pero Peñarol se animó y todo iba bien. Los dirigentes ponderaban el trabajo del entrenador durante la pretemporada y destacaban el profesionalismo.
Llegó la hora de jugar, pero el fútbol se detuvo cinco meses y tras el parate todo cambió. El proyecto ya no era tal.
Los resultados pasaron a ser una exigencia mayor, superior al escaso tiempo de trabajo de un técnico que tuvo errores propios de alguien que recién empieza en su función, pero que no tuvo el respaldo necesario ni prometido.
El club sabía que asumía riesgos y que el costo podía ser alto. Exigió resultados. Se olvidó del trabajo y se apuró en la toma de decisiones.
A Diego Forlán no le dieron tiempo. Lo sacaron. Él no se quería ir porque confiaba en su trabajo y también en un proyecto deportivo que fue un engaño.