Diego Polenta con la cinta de capitán. El semblante serio. Y las dos manos abrazadas a su camiseta. Como con ganas de querer romperla. Como con una mezcla de desazón y decepción. Aunque solo la estaba estirando.
La escena es del año 2016, de cuando Nacional se volvió de La Bombonera masticando bronca. El sentimiento del plantel se reflejaba a la perfección en la cara del Patrón, una de las garantías de la defensa tricolor hoy y en aquellos tiempos.
Por lo cerca que estuvo de llegar a las semifinales de esa Libertadores, por lo mucho que mereció y luego desperdició contra Boca Juniors en la tanda de penales. Porque terminó el partido con un hombre más en cancha. Por el esfuerzo de su gente. Polenta sacó su lado más genuino, después de dejar alma y vida durante 90 minutos de fútbol, al darse cuenta de que ni así le había alcanzado.
Tal vez en un momento que pedía más cautela y comprensión para Felipe Carballo -que era un pibe y estaba desolado por haber fallado el último penal- la pasión del hincha le ganó a la profesionalidad del jugador, que no tardó en apartarse de la fila de jugadores buscando apoyo o, quizás, simplemente esconder su ilusión tirada a la basura.
No era para menos. El trámite del partido pintó a Nacional aún más cerca de lo que dejó el resultado. Y eso que fue empate 1-1 en Montevideo y el calco en Buenos Aires.
De movida, de los pies de Polenta -apretado por Carlos Tévez- surgió el primer pelotazo en largo que se transformó en un pase dirigido a la cabeza de Leo Gamalho.
El toque impreciso del brasileño pronto derivó en que la pelota quedara en los pies del rival, que pasó a ser el amo y dominador del juego hasta el primer cuarto de hora.
Solo Esteban Conde, con una doble tapada excepcional, más una serie de cabezazos erráticos, pudieron explicar cómo Boca no se despidió con ventaja de ese primer tiempo.
Nacional, por el contrario, aprovechó una de las pocas chances que tuvo sobre los 20 minutos. ¿Cómo? Con mucha suerte. Porque Sebastián Fernández abrió a la derecha para Leandro Barcia, se fue en busca de un centro que nunca le llegó y así y todo el pase encontró a Daniel Díaz, que terminó haciéndose el gol en contra.
La novela se empezó a encaminar con más malas que buenas para los argentinos porque al resultado se le sumó que a los 41’ cayó tendido al piso Marcelo Meli después de golpear sin querer a Pablo Pérez, su propio compañero. Lo mismo Andrés Chávez, que a los 68’ se desgarró.
Poco después, Leonardo Jara puso un pase milimétrico para Cristian Pavón, que, aprovechando toda su velocidad, le comió la espalda al Pacha Espino y en dos controles escapó como una flecha para marcar el 1-1. En el festejo se sacó la camiseta y el árbitro lo echó. “Me olvidé, boludo”, le dijo enseguida a un compañero.
La definición se fue a penales y Polenta, que se calzó el traje de delantero, abrió el pie. Palo y adentro.
Lo siguieron Tévez; Mauricio Victorino; Díaz; Fernández; y Pérez, al que Conde se lo atajó. Los dos siguientes también fallaron y eso abrió el camino para que Santiago Romero sellara el pase a semis, pero se lo tapó Orión. El último fue de Carballo, que intentó picarla, y cerró Pachi Carrizo clasificando a Boca.
La nueva versión de Polenta: más lento, pero con otra madurez
Polenta ya no es el mismo zaguero ágil de hace siete años. A priori, dejó de tener 25 y pasó a tener 31.
Pero es cierto que se ha podido reconvertir para tener la misma -o quizás más- importancia que en aquella época.
Con la salida de Sergio Rochet a Inter, volvió naturalmente a ser el capitán de Nacional. Aunque en la diaria ya lo era, en parte, sin portar el brazalete.
A diferencia de viejos tiempos, hoy se lo ve como un zaguero más posicional, con menos despliegues, pero que adoptó las buenas salidas por abajo como uno de sus ejes de juego.
Mamó mucho más desde lo táctico, tal vez de sus pasajes por Los Ángeles, Olimpia y Unión de Santa Fe, y hoy se da el lujo de romper líneas -sin demasiada velocidad- en lugar de apostar al pelotazo largo.