Por Diego Domínguez
Sebastián Abreu es, por sobre todas las cosas, un obsesivo. Casi tanto que para algunos le cabe perfecto la denominación de “Loco”.
Lo es cuando trabaja, cuando entrena, cuando aconseja a su hijo mayor en la cancha y cuando guiona una película imaginaria en su cabeza con nuevas metas dentro del fútbol. Lo era, también, cuando jugaba profesionalmente y corría atrás de los goles -hizo más de 400- y lo fue con apenas 14 años cuando, como mascota de Nacional de Minas, predijo su futuro en un recorte de diario con la siguiente frase: “Sebastián Abreu es el futuro del deporte en Minas y en Uruguay”.
Aquella vieja premisa se terminó cumpliendo. Y por ejemplo el domingo, en la final del interior, el público de Lavalleja se lo reconoció entonando una canción reversionada de Muchachos que incluía su nombre en la letra. Eso, sumado a su vasta carrera como profesional, es lo que a los 46 años le permite sacar chapa de haber sido el único representante en la historia de la ciudad que jugó dos Mundiales de mayores, fue campeón de América con la selección uruguaya y la semana pasada se convirtió en el primer director técnico en dirigir a un equipo profesional (César Vallejo) en un torneo organizado por Conmebol (Copa Sudamericana).
—Siempre visualicé que quería ser diferente. De chico siempre escuchaba que en Minas era difícil, que no se podía, que se quedaban y no podían salir del Cerro Verdún o que (no llegaban) porque les gustaba la joda. Siempre había una excusa. Y yo siempre fui en busca de ser un pionero en mi tierra, con el mensaje de que sí se puede. Humildad, problemas económicos, carencias, barrio, todo lo que quieras... pero se puede. Pasé por todas esas y se puede. No es que uno diga “quiero ser el único”, pero quiero mostrar el camino. Y si puedo mostrar que soy el primero para que después muchos más vengan atrás, bienvenido sea.
A pesar de su extenso legado, la vida del Abreu de hoy -el adulto, el padre de cuatro hijos y el que colgó los botines- se encuadra dentro de un plano muy cercano al del flaco inconsciente que apostó por dejar el pueblo para correr atrás de una pelota con solo 18 años, aun cuando todos los proyectos futbolísticos de su alrededor terminaban fracasando.
Con los dramas económicos resueltos y un abanico de sueños deportivos cumplidos, sigue eligiendo estar cerca del fútbol. Y es por la sencilla razón de que quiere más y más y más. Es entrenador en Perú, donde tiene un pasar solitario en el que el contacto con sus hijos es a la distancia y las planificaciones familiares quedan en el debe. Pero así y todo, piensa que es lo mejor para achicar el “margen de error” de su trabajo y concentrarse de lleno en la actividad.
—Son desafíos. Ellos (por sus hijos) crecieron, se desarrollaron y convivieron con una forma de vivir en la que si yo no estoy realmente donde me moviliza la pasión, paso a ser una incomodidad en casa porque saben que estoy fastidioso y molesto. Entonces, terminan diciendo “ojalá que papá este en un lugar contento porque la alegría la transmite”.
Si se abren puertas, aunque la distancia juegue su papel, la familia Abreu siempre lo celebra. Y ese es el principal club de fans que tiene el minuano. Todo surge por aquello que alguna vez dijo Marita, su madre, de que no tira la toalla hasta llegar a lo que se propone.
Por esa sarta de locuras, en parte, es que los Abreu tampoco lamentaron la partida de Diego -el mayor de los hijos varones- a Río de Janeiro para firmar con Botafogo y seguir los hilos de una carrera futbolística que va por la misma senda que la de su padre.
—No sé si existe lo correcto, pero no te podés prohibir dejar de lado algo si te moviliza y te apasiona. Cuando la familia te apoya y se sube al carro de esa pasión, automáticamente estás tranquilo de que no hay ningún tipo de cuestionamiento—afirma convencido Sebastián, del otro lado de la línea.
Cumplió en Olimpia y le quedó una cuenta pendiente con la selección
Antes de ponerle una pausa definitiva a su etapa como jugador, Abreu se dio el gusto de jugar en Olimpia -el club que lo formó en Minas- en el segundo semestre de 2021. Lo sacó campeón del torneo minuano después de 13 años y fue el goleador más veterano en la historia del certamen.
Le quedó pendiente jugar en la selección de Lavalleja porque enseguida que se lo planteó le llegó una propuesta para irse a dirigir a Bolivia. Pero no descarta la chance a futuro (como entrenador), y mantiene la expectativa de que, si eso sucede, sea con el departamento compitiendo a nivel profesional.
El perfil de DT que se asomaba
Instruido por la escuela de Diego Simeone, Juan Manuel Lillo, Óscar Tabárez, Manuel Pellegrini, entre otros tantos, dice que en César Vallejo desnuda lo que es: un entrenador “tradicional” al que le gusta usar el “léxico de los jugadores”, que tiene facilidad en el manejo de grupo, pero no tanto con la tecnología, y que prefiere evitar ponerse como ejemplo. “Trato de identificarme con los entrenadores que tuve. ‘Está bueno tener un grupo de trabajo y delegar, no hacer todo solo’: eso me dijo el Cholo (Simeone) cuando era mi técnico. ‘Vos vas a ser técnico porque tenés perfil. Ahora, no quieras hacer todo y estar en todo porque te volvés loco y la cabeza llega un momento en que se te satura y no tenés tranquilidad para analizar.. Después tomá las decisiones de quién entra, quién sale y todo lo demás, pero delegá porque te va a simplificar y vas a estar mucho más oxigenado mentalmente'. De la tecnología no soy fan y por eso delego cosas a mis colaboradores: para poder tener toda la información necesaria".
Abreu está dirigiendo porque en su cabeza hay dos deseos: llegar a Nacional y a la selección uruguaya. Es lo que tanto anhela y para lo que se viene preparando desde hace más de dos años, cuando incursionó en Boston River como director técnico mientras era jugador.
—¿Cuál es la explicación a que elijas estar lejos de tu familia para ser DT?
—Si hoy estoy de técnico es porque tengo los mismos sueños que tuve de chico: dirigir a Nacional y a la selecicón. Eventualmente, se me abrieron puertas en lugares donde hay un cariño, como Rosario Central, Botafogo y San Lorenzo por lo vivido como jugador, pero hay sueños que están prestablecidos. Y si hoy soy técnico es porque están para cumplirse. Voy a hacer lo imposible para conseguirlos.
—¿Y por qué Perú?
—Estoy en un lugar con poca repercusión, en un club ordenado, con muy buenas condiciones de infraestructura, sistema de desayuno y almuerzo diario, en una ciudad del interior del país donde puedo recibir cachetazos, equivocarme y así poder disminuir el margen de error para cuando se presenten oportunidades en lugares donde la visibilidades es otra.
Si bien el número 13 ya no lo acompaña ni en la camiseta ni en la firma, el Loco sigue respondiendo a su apodo. Los ejemplos van desde lo más tangible en un estadio, como entrar a la cancha con el pie izquierdo, hasta lo más insólito, como pasar por debajo de una escalera o esperar a que se cruce un gato negro para avanzar en la calle. “Son todas esas cosas las que me tienen con salud, vigente y vivo. El día que pierda eso seguramente me apague y sea un parásito en mi casa. Eso es lo que me mantiene activo y también a los que me rodean”, dice. “Soy todo lo contrario a supersticioso. No son cábalas; para mí, son hábitos de que cuando algo está bien no hay que cambiarlo. Se llama ley de atracción”.
El día que Guardiola fue a Minas
Hay una curiosa historia guardada en el baúl de los recuerdos del Estadio Juan Antonio Lavalleja de Minas que se remonta al año 2006. Abreu fue el idóneo y Martín Lasarte el cómplice.
Consistió en armar un partido amistoso -de carácter internacional- entre Dorados de Sinaloa, que estaba haciendo la pretemporada en Uruguay, y Nacional en el Estadio Municipal de Lavalleja. El partido se jugó y terminó 1-0 a favor de los montevideanos, pero lo más pintoresco fue la presencia de Pep Guardiola (por ese entonces compañero del minuano en Dorados).
El hoy entrenador español degustó de un cordero a la pizza en la casa de Abreu después del partido y es algo que le recuerda hasta hoy cada vez que se cruzan.