Ni siquiera le ha salido barba, pero cuando juega parece que tuviera mucho más que apenas 17 años. Es tímido, responde corto y por momentos titubea. Pero en donde realmente le gusta hablar e imponer su carácter de hombre es adentro de una cancha.
Thiago Helguera es la joya más preciada que tiene Nacionalen su cantera. Los hinchas lo descubrieron cuando el 14 de enero del último verano Ricardo Zielinski decidió darle vuelo en un amistoso y tiempo después Álvaro Gutiérrez lo soltó para que debutara contra La Luz en un partido oficial de Primera. Eso sí: en el club ya tenían visto y estudiado a este diamante en bruto desde hace más de cuatro años.
Al hablar con él, tal vez por nervios, tal vez por sorpresa o tal vez por impericia, la risa y las contestaciones breves se vuelven su principal aliado. Helguera, lejos de presumirse, se pinta como un adolescente común y corriente, fanático de las siestas y de salir a pescar.
Es casi que una celebridad en su liceo. Dejó de ser uno de los últimos nombrados de la lista por los profesores y se convirtió en un tema más de conversación entre los alumnos. Pasó a ser una de las víctimas favoritas de pedidos de fotos desde que es el “gurí que juega en Nacional”, aunque en realidad también es el estudiante que repitió dos veces.
Como todo chico de 17 años, vive soñando despierto. Está atrapado en una fantasía que lo hace practicar al lado de jugadores que hasta hace una ráfaga eran sus ídolos. Ahora todos son compañeros y algunos casi que amigos.
La ida mañanera hasta Los Céspedes es una aventura diaria. Todos los días se arrima hasta la calle 8 de Octubre a esperar a que Manuel Monzeglio o Renzo Sánchez pasen por él. Pero eso de esperar jamás fue un problema.
Helguera nació y vivió en Paysandú hasta los 13 años. El último año de la Primaria lo terminó en el campo, en una escuela rural, que de camino le implicaba toda una travesía de 30 minutos para ir y otros 30 para volver. Más el tiempo muerto que pasaba esperando el ómnibus, se comía horas y horas rodeado de verde —mucho verde—, donde el principal atractivo era la pelota.
Hoy vive atrapado por el gris. Se queda solo en un apartamento de pequeñas dimensiones, moderno, que está en un edificio hecho hace muy poco tiempo en La Blanqueada. Una limpiadora que lo visita cada dos semanas lo ayuda a mantenerlo en orden y la vianda la resuelve con el apoyo de Nacional.
Su apartamento da al pasillo de la casa de dos jóvenes hinchas del club que saben que es la sensación del complejo. Es más: se mueren por tocarle la puerta, entrar y conocerlo, pero cada día se muerden la lengua para no molestarlo.
—No me esperaba todo esto. Este año me pasó de todo y jugar en Nacional tiene sus cosas: te piden fotos, una remera o te escribe gente que vos ni conocías. Te aparecen de la nada. Y con todo eso tenés que ver a quién le das y a quién no.
Si fuera por él, Helguera se la pasaría alejado de la tecnología. Le gustar vivir al natural y desconectado de las redes sociales lo máximo posible. A diferencia de la mayoría de su generación (2006), el celular no es una extensión de su cuerpo. Y aunque le gusta jugar al PlayStation, sus intereses pasan por otro lado: van desde siestas “sagradas”, salir a tomar mate con amigos, merendar, pescar, pasar el tiempo con su novia hasta andar a caballo.
"Las redes no me gustan mucho; me gustan las cosas simples", se escuda.
Lo que le resulta más difícil de estar sumergido en este terremoto mediático que le cayó de un sopetón hace seis meses es el rato posterior a una derrota. Hay niños que se le acercan, gente que le pide un saludo atrás de otro y “amigos” que aparecen felicitándolo por haber cumplido.
Si no es sencillo ser Thiago Helguera con los zapatos puestos, mucho menos lo es en todas sus otras facetas, donde pese a ser hijo, estudiante y un simple adolescente sigue necesariamente relacionado a la atención que acapara su nombre.
—Yo soy chico. No sé algunas veces manejar las situaciones. Me falta experiencia. Es difícil cuando, por ejemplo, después de una derrota te vienen a pedir una firma o una foto y son gurises. Ahí, para mí, si o sí tenés que hacerlo.
Sobre todo esto y más el que lo aconseja desde el primer día que subió a la pretemporada es Diego Polenta, un capitán que recién ahora, con la salida de Sergio Rochet, recuperó el brazalete.
Bien podría ser su hermano mayor —le lleva 14 años—, pero lo trata como si fuera un amigo. En palabras de Helguera, se “porta bien” con él, le da consejos, le pregunta cómo está, si dio alguna entrevista y se guarda un espacio para los chistes, aunque esa faceta le pertenece a Christian Almeida.
—El Keke es un personaje. Hoy (por el jueves) me decía: ‘Te voy a pegar una patada’. ‘Por qué?’, le decía yo. ‘Porque me levanté loco’... Es un crack. Lo ves que le toca estar afuera a veces, pero siempre entrena como un titular.
Los inicios de Thiago Helguera en Paysandú
La historia deportiva de Helguera se debe, al igual que su infancia, a Paysandú. Muy pocas veces debe haber hablado sobre sus inicios tan largo y tendido como en esta entrevista, pero se nota que le hacía falta o que, al menos, no tiene tiene problema en hacerlo.
Uno de sus mojones futbolísticos pasó a los 12, cuando el técnico de su cuadro de baby fútbol, Sportivo Independencia, que también dirigía al equipo de la escuela rural de Casablanca, lo animó para irse a una gira que empezaba en Montevideo y podía tener una segunda parada en España.
Helguera se anotó, jugó por primera vez en la capital, salió campeón en el Charrúa y viajó con el resto de sus compañeros a Europa.
El segundo gran salto fue cuando lo vieron en la Uruguay Cup, una competencia que se organizó en su departamento. Como representantes de la captación de Nacional, el Pato Posadas y Marcos López quedaron impresionados y hablaron con sus padres para que se probara.
Ya en la primera práctica a Helguera lo llamaron para jugar un campeonato en Santa Fe (Argentina) y, lejos de aflojar su suerte, salió campeón.
Estuvo en la residencia de juveniles desde la Sub 14 y se fue hace apenas dos meses, cuando comenzó a vivir solo.
—Cuando vine a la residencia, los gurises eran casi todos de Montevideo y eran muy pocos los que iban desde interior. Fue muy difícil adaptarse y agarrar confianza. Después, me fui haciendo amigos y hoy puedo decir que tengo más amistades que en Paysandú.
Para Helguera, que sueña con jugar un Mundial con la selección uruguaya, ya es bien sencillo distinguir a los "amigos reales” de los otros.
—Los amigos que tengo son los que siempre estuvieron ahí en las malas, principalmente. Cuando jugaba mal un partido me decían “vamo’ arriba”. No son los que cuando jugué bien o debuté me pusieron: “¡Felicitaciones! ¿Tenés una remera para darme?” Yo banco al amigo que estuvo en las malas.
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"Estoy con muchas ganas. Ellos tienen un buen cuadro y está difícil, pero siento que nosotros también tenemos buenos jugadores. Va a estar parejo; ojalá que podamos ganar".
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"El Guti me da la confianza: me dice que juegue como en los entrenamientos, que lo haga como siempre, y yo trato de hacerlo lo más simple que puedo. Todos me dicen que me tienen confianza antes de entrar al partido y eso es bueno para mí.
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