Redacción El País
Pasaron exactamente 28 minutos entre el primer y último festejo de Botafogo, que selló la lotería en un solo tiempo. Para tomar dimensión: Peñarol había recibido apenas seis goles en contra en toda la presente edición de la Copa Libertadores (cinco en la fase de grupos y uno en octavos de final) y en una sola noche desmoronó la fortaleza defensiva que había construido a lo largo de 10 partidos.
¿Qué pasó? Los brasileños apretaron el acelerador y los jugadores aurinegros nunca pudieron frenarlos. Cuando quisieron acordar, en un tramo de nueve minutos estaban tres goles abajo. Y después, en una ráfaga de cinco más, llegaron otros dos.
Fue primero Jefferson Savarino, después Alexander Barboza, otra vez Savarino; más adelante Luis Henrique y completó Igor Jesus.
La diferencia -abismal, por cierto- quedó plasmada en el juego, pero también en un resultado que hoy invita a pensar en que, de no ser por un milagro, los brasileños tienen un pie en la final de América.
Tamaña cantidad de goles no se observaba en una semifinal de Libertadores desde la goleada 5-0 de Flamengo a Gremio, que se remonta al 2019.
En el caso de Peñarol, para encontrar un resultado tan abultado el viaje hacia el pasado tiene que ir aún más atrás en el tiempo. El último antecedente en el que el equipo había perdido por 5-0 se produjo en marzo de 2011, cuando fue derrotado por Liga de Quito, también en condición de visitante.
Anoche, la principal particularidad fue que toda la avalancha de goles cayó en el complemento.
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