Los $1.000, $1.200 que juntaba su padre en las changas a veces solo daban para comprar arroz. Pero no siempre alcanzaban. De una sola fuente laboral había que alimentar a cinco niños de una familia humilde en el Cerrito de la Victoria. La madre se encargaba de las tareas de un hogar que si llovía se inundaba y Yonatan era eso: simplemente un niño. Tenía 10, 12 años. No más.
Cuando no se la pasaba atrás de una pelota sobre una calle de tierra hasta las ocho, nueve de la noche, lo hacía en la cancha del Flores Palma, en la intersección de Colman y Mendoza, donde el baby fútbol era su principal distracción. Era lo que engañaba a la barriga cuando al final del día no quedaba del todo llena.
En pocos años, se transformó en el pasatiempo perfecto: no le costaba dinero, le quedaba a la vuelta de la esquina y, sin saberlo, opacaba con su felicidad el sufrimiento silencioso de sus padres, que vivían con la soga al cuello para llegar a fin de mes.
Pero al final del día, el fútbol resultó ser mucho más que eso. Y una vida después, pese a seguir viviendo en la zona, Yonatan Rodríguez (30) se abre y se anima a contarlo con un colchón de emociones guardadas a su espalda.
—Mi viejo tenía que lucharla y la casa era muy humilde. Nosotros la peleamos. Vos entrás a la casa de mis viejos y no tienen todos los lujos que el jugador necesita para descansar bien. No era que teníamos un cuarto para cada uno, porque éramos bastantes. Nos teníamos que arreglar con lo que teníamos. Hoy en día, tengo la posibilidad de tener mi casa, de invitarlos a ellos a que vengan, y el día de mañana tengo el pensamiento de que si me va bien en Nacional y me voy, trataré de dejársela a ellos para que vivan lo mejor posible.
La madurez
Se sigue pareciendo mucho al adolescente que creció en Cerrito. A aquel de temperamento, que llevaba las “locuras” del barrio a las prácticas y más de una vez le tuvieron que parar el carro.
Uno de esos bomberos fue el exfutbolista y entrenador Mario Perucho, quien se le arrimó con la idea de aconsejarlo para que no metiera “la pesada” con sus compañeros y una simple reacción se convirtiera en una discusión acalorada. Le terminó dando una lección de vida.
—Era un jugador con temperamento, con muchas condiciones. El único problema que tenía era que vivía en una zona complicada, y yo lo hablaba mucho con sus padres. No era que reaccionara por ser mala persona, sino que si no era como los del barrio, lo pasaban por arriba. Lo único que le faltaba era tener un trampolín. Yo le dije: “Los dos cuadros grandes están atrás tuyo, a ver si te ponés las pilas. Es el trampolín que necesitás para que vos y tu familia estén bien”.
Yonatan asentó cabeza y encaminó una carrera que lo tuvo de los 13 hasta los 28 años siempre vestido de amarillo y verde, defendiendo los colores de Cerrito. En el medio ayudó a su padre en changas y trabajó como peón, preparando material, cuando fue necesario. No se le iba a “caer la mano” ni mucho menos sentir vergüenza, dice.
Empeñado en progresar, con mucho esfuerzo, se compró su primer auto en cómodas cuotas y se hizo su propia casa. En la cancha siguió deslumbrando y ascendió con el equipo a Primera, aunque antes se tuvo que comer un descenso a la C.
A la salida de una práctica, el presidente Auro Acosta lo reunió con Maximiliano Silvera para comentarles a ambos la posibilidad de firmar en Nacional. Yonatan ni lo dudó y en una tarde pasó de firmar su contrato en la sede a tener una montonera de niños del barrio golpeándole la puerta de su casa para recibir un autógrafo.
Hoy, que es un futbolista consagrado en el club y la camiseta número 5 ya es parte de su ADN, los pedidos se multiplican y a veces le impiden ir al supermercado o al shopping sin pasar desapercibido. Pero a él poco le importa. Prefiere seguir sintiéndose terrenal.
—Algunos me dicen “el 5 de la gente” porque ando en todos lados. Me da lo mismo. Me podés ver tomando mate en el Prado o en la Rambla porque hago lo que hace una persona normal. El jugador de fútbol tiene que hacer su vida porque va tres, cuatro horas a entrenar y después cada uno tiene su rutina. Yo en el tiempo libre que tengo trato de hacer las cosas que hacía siempre: pasear con mi hijo o tomar mate con mis amigos. La gente a veces se asombra y me dice: “¿Vos qué haces acá?”. Y yo les contesto: “Hago lo mismo que vos; estoy paseando”.
Moreno, volante central, de chapa humilde y aguerrido. Yonatan Rodríguez es todo eso, pero no toca el tambor ni toma vino ni maneja la música del vestuario, como le reprocha en broma cada mañana Óscar Javier Morales, uno de los ayudantes de Álvaro Recoba.
Por su similitud, fue el primero que se le acercó a hablarle cuando llegó a Nacional con 28 años y le cantó, en dos, tres frases, todo lo que cambiaría su vida adentro y afuera de la cancha al pasar a vestir de blanco.
Pero tan bien lo captó que en 2022 renovó automáticamente su contrato por jugar el 60% de los partidos y este año fue titular con los tres entrenadores que pasaron: Ricardo Zielinski, Álvaro Gutiérrez, y ahora Recoba.
También se dio el lujo de compartir plantel con Luis Suárez, a quien defiende a capa y espada por su humildad, “querer ganar todo” y no mirar a nadie por arriba, y le sumó a su juego una de las cartas fuertes del delantero: los goles de larga distancia.
Dice que su pegada solo es “casualidad”, pero, en realidad, los compañeros lo agarran de punto porque en los partidos replica exactamente lo que practican en los entrenamientos cuando hacen el ejercicio llamado A dos toques.
Con un lugar ganado a base de pelear cada peso desde chico, ahora pretende quedarse en Nacional, en donde lo tratan bien y se siente cómodo. Por lo pronto, disfruta del presente.
—Me da un poco de vergüenza contar algunas cosas, pero hoy en día la gente te dice “estás agrandado” o “tenés esto y lo otro”. No. Hoy en día, le puedo comprar a mi hijo lo que yo no tuve de chico, así que disfruto del momento. Pero la hemos pasado mal. No vendo humo; solo que a veces hay que ir y ver todo lo que le pasó al jugador para llegar a donde está.