FUERA DE SERIE
Dos veces sancionado por dopaje, a la tercera terminó su carrera; se dedicó a entrenar a otros deportistas, entre ellos Maradona y el hijo de Gaddafi
La historia de Ben Johnson es la de un atleta que atrapó la admiración del mundo durante nueve segundos 79 centésimas, pero casi tan rápido esa fama se convirtió en deshonor.
¿Qué son 9.79 segundos? Aproximadamente el tiempo que lleva leer el párrafo anterior. En ese lapso Johnson corrió los 100 metros de los Juegos Olímpicos de Seúl 1988. Obtuvo el triunfo, la medalla de oro y la gloria de la prueba más breve y más celebrada del atletismo. Al otro día, su control antidopaje dio positivo y todo se vino abajo.
Presente en la historia olímpica moderna desde la primera edición en 1896, los 100 metros llanos premian al hombre más veloz del mundo (y desde Amsterdam 1928 a la mujer más veloz). La superación de las técnicas de entrenamiento, el uso de tacos especiales para la salida, las mejoras del calzado y del material de la pista, fueron recortando décimas de segundo a los récords, aunque durante años siempre por encima de los 10 segundos.
Pero no hay límites para el progreso humano. Y en 1968, tres atletas estadounidenses lograron bajar esa barrera en una décima. Después la evolución comenzó a medirse en centésimas. En 1983 se llegó a 9.93. Hasta que apareció Johnson en el Mundial de Roma 1987, con un increíble 9.83.
Todos se preguntaron entonces quién era ese tal Johnson. Se supo que Benjamin Sinclar Johnson había nacido en Jamaica, cuna de grandes atletas, en 1961. Sin embargo, hasta que emigró a Canadá con 15 años no se había acercado al deporte. Introvertido debido a su tartamudez, el joven Ben tuvo problemas para adaptarse a su nuevo país.
Casi como escape a esas dificultades de relacionamiento comenzó a practicar atletismo en un club de un suburbio de Ontario, hasta que logró destaque suficiente como para participar en competencias internacionales. Incluso fue seleccionado para los Juegos Olímpicos de Moscú 1980, pero el boicot de varios países lo dejó afuera.
Cuatro años más tarde llegó a la final de los Juegos de Los Angeles 1984 y obtuvo la medalla de bronce: ya estaba entre los mejores de su especialidad, si bien el rey indiscutido era el estadounidense Carl Lewis. Poco a poco Johnson se le fue acercando en sus marcas, hasta que en 1985 finalmente pudo derrotarlo en una carrera. Al mismo tiempo, el físico del jamaiquino-canadiense adquiría las formas de un levantador de pesas, con poderosa musculatura. Los más observadores notaron además sus ojos amarillentos, señal de que estaba consumiendo alguna sustancia anabolizante.
En Roma 1987 la rivalidad entre ambos era extrema: el celebrado y carismático Lewis contra el hosco y reservado Johnson. Y Johnson asombró al mundo con 9.83 segundos, que bajaban el récord en una décima así de golpe. Para Seúl 1988 el gran duelo quedó servido.
Es imposible olvidar lo ocurrido el 24 de septiembre de 1988 en la capital coreana. Fue la prueba más rápida de la historia hasta entonces, pero Johnson arrasó con todos: marcó 9.79. E incluso se dio el lujo de levantar un brazo en señal de victoria antes de cruzar la meta, lo cual en el mundo vertiginoso de los 100 metros significa desperdiciar centésimas de segundo.
Cumplidos los controles de rigor, se descubrió que Johnson había consumido estanozonol, un esteroide anabólico sintético que se administra a personas afectados por anemias y casos de debilidad extrema pero que en atletas aumenta la masa muscular, aunque con posibles efectos secundarios graves. Fue descalificado, le quitaron la medalla de oro y fue suspendido por dos años. Además, perdió a la mayoría de sus patrocinantes. Tuvo que devolver la Ferrari Testarossa que se había comprado con la matrícula BEN 983, recuerdo de su marca de Roma.
¿Cómo fue tan tonto de doparse para una competencia olímpica? Se asegura que confiaba en un método que su médico, Jamie Astaphan, había desarrollado para enmascarar el estanozonol, pero no contaba con que los nuevos equipos del Comité Olímpico Internacional para los análisis eran capaces de vencer esos trucos.
Regresó en 1991, a tiempo de clasificarse a los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992. Allí, sin embargo, no pasó de la semifinal de los 100 metros. En enero de 1993 ganó una prueba de 50 metros en Grenoble y estuvo muy cerca del récord mundial. Le hicieron el control antidopaje y resultó positivo otra vez, ahora por testosterona. Lo suspendieron a perpetuidad y todos sus récords mundiales fueron borrados de los registros.
Pese a todo, tuvo una tercera oportunidad. Un tribunal canadiense estimó en 1999 que la sanción tenía defectos de forma, por lo cual le levantó la suspensión, aunque solo con efectos en su país. Hizo nuevas carreras, sin acercarse siquiera a sus antiguas marcas, hasta que volvió a dar positivo. Ahora sí, fue el final.
Fuera de las competencias, Johnson hizo de todo para ganarse la vida. Corrió desafíos contra caballos y autos. Hizo publicidad de bebidas energéticas. Lanzó una línea de ropa. Se convirtió en entrenador de Diego Maradona y de un hijo futbolista de Muammar Gaddafi, cuando su padre era amo y señor de Libia (en ambos casos dieron positivo alguna vez en controles antidopaje).
Mientras trabajaba con Gaddafi Jr. le robaron en Roma la billetera con varios miles de dólares. Corrió a los ladrones pero no los pudo alcanzar, una paradoja para quien había sido el hombre más veloz del mundo.
En los últimos tiempos estuvo entrenando a jugadores de fútbol americano.
Cuando la carrera de Seúl 88 ya era historia, se comprobó que ese día seis de los ocho atletas habían utilizado sustancias prohibidas, salvo Lewis y su compatriota estadounidense Calvin Smith.
En 2003, Wade Exum, director entre 1991 y 2000 del departamento del control antidroga del Comité Olímpico de Estados Unidos entregó a la revista Sports Illustrated 30.000 páginas de informes de la organización. Y allí figuraba que en las pruebas preparatorias para Seúl, Lewis dio positivo tres veces, pero que se ocultaron esos resultados para permitir su presencia en los Juegos. Está claro que Ben Johnson nunca fue inocente, pero parece que tampoco el único culpable.
Hoy el récord mundial de los 100 metros llanos pertenece a otro jamaiquino, Usain Bolt, con 9.58 segundos. No hubo acusaciones de dopaje contra él. Y si bien perdió por esta causa una de sus medallas en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, fue por culpa de uno de sus compañeros en la posta 4x100.