Hace siete años que Cecilia “Reina” Comunalescolgó los guantes y no deja de extrañar subirse al ring. Sufrió por alejarse del deporte que le dio una profesión y derramó más lágrimas que en cualquier duelo amoroso. Confiesa a Ovación con los ojos vidriosos haberse retirado en el sumun de su carrera, cuando se venían las mejores peleas, aunque se hace cargo de la decisión que tomó con 27 años: separarse de su pareja le implicó dejar de trabajar con el que era su promotor —“estábamos todos en el mismo equipo, y no tuve la chance de seguir con ellos, no por mi parte, aunque lo entiendo”, aclara — y luego rechazó propuestas en Uruguay, Colombia, Panamá y Argentina porque no quería ser desleal con la persona que la había apuntalado toda su carrera, la había hecho llegar a ser campeona del mundo y la había ayudado en las batallas contra la Federación Uruguaya de Boxeo.
Apenas volvió de Buenos Aires, donde se había mudado en 2012 para perfeccionarse y mantener el título de campeona del mundo, se puso a dar clases de boxeo con el mero afán de seguir vinculada a su pasión.
La Reina Comunales, que había dejado la guitarra eléctrica, la gastronomía, el carnaval y el modelaje por boxear, encontró en la música un salvataje. “En pandemia, después de llorar largas noches porque extrañaba el boxeo, se me despertó la música electrónica, sin haber ido nunca a una fiesta. Hice el curso de DJ, me copé y me compré la consola”, cuenta.
Ha hecho varios toques y aunque le llueven propuestas, hoy lo de DJ está en modo hobby porque su compromiso los fines de semana es con ESPN Knockout, donde comenta boxeo. “Es mi prioridad, el mejor trabajo del universo”, asegura. Y no exagera porque esa función le permite estar más cerca del ring, aunque ya haya descartado volver a subirse: “Cumplo 35 en diciembre. Se me fue el tiempo pero extrañé cada año de mi vida volver a pelear. Lloré porque era mi trabajo, mi profesión. Un sueño que dejé sobre la mesa pero sentí que fui leal, y me quedé tranquila”, dice.
No se queda quieta. Hizo el curso de Pilates, se enamoró del método y ahora es profe: “Tenía una postura malísima, una lesión en la rodilla y en la hernia de disco y me sanó”, afirma. Está haciendo un curso de conducción, otro de inglés, y varias capacitaciones vinculadas al boxeo.
Se da el lujo de viajar mucho para asistir a convenciones, ver peleas importantes, visitar gimnasios y entrevistar boxeadores famosos. Ha recibido propuestas del exterior en el área de comunicación, y revela que está evaluando si se va o se queda en Uruguay. Si optara por seguir aquí, abriría su gimnasio, un sueño latente que tiene “a punto caramelo”. El proyecto incluye sumar clases de boxeo inclusivo: desde que entrena a Alicia, un alumna de 50 años que tiene Parkinson, ha notado avances increíbles en ella, así que tiene en mente estudiar para poder trabajar con distintas poblaciones.
Entre tanto proyecto hay algo de lo que está convencida: “El boxeo va a estar siempre en mi vida, sino me muero, sea entrenándolo, ayudando, con el gimnasio o comentando”, expresa.
Multifacética
De tanto repetir que algún día sería reina de Punta del Este le quedó el apodo. Miraba por TV los desfiles de Roberto Giordano y soñaba con ser parte. A los ocho años salió princesita de la Semana de la Cerveza en su Paysandú natal. No sabe de dónde sacó el coraje pero recuerda que se plantó y se comió la pasarela creyéndose Valeria Mazza. Esa actitud no concordaba con la timidez que la caracterizaba. Era una niña tranquila y de pocas palabras.
“Me dicen, ‘no tenés perfil de boxeadora’. Nunca, soy lo más tranquila del mundo, no me sacás ni una discusión. Por ahí es donde canalizo. Yo misma me obligo: esto me da miedo, lo voy a hacer. Y es mentira que no sentís miedo peleando. Siempre digo, ‘camino al ring vayan empujándome porque salgo corriendo’. Pero me encanta. Es una sensación rara”, describe.
Tampoco daba el perfil para tocar la guitarra eléctrica y sin embargo, fue a clases —antes había aprendido órgano—, o para subir a un escenario y salió tres años en parodistas Los Winnis. Pero cuando apareció el boxeo en su vida, con 15 años, la atrapó y dejó sus otros intereses de lado.
“Mi propósito era hacer un deporte de contacto para defensa personal, había averiguado por taekwondo, encontré un gimnasio de boxeo y empecé como entrenamiento, nunca pensando en competir. Después de ver la película Million Dollar Baby hice el clic y dije, ‘me quiero dedicar a esto, quiero pelear profesional’”, cuenta sobre aquel coqueteo inicial.
Nadie le inculcó el boxeo. Se enteró al empezar a practicarlo que su abuelo, que falleció cuando ella tenía dos años, era el único fanático de este deporte en la familia. A su madre, por ejemplo, no le convencía verla en el ring.
“Cuando le empecé a pedir para hacer peleas amateurs se me hacía más difícil porque era menor y me tenía que firmar los permisos. Nunca se opuso, siempre me apoyó, pero no le gustaba. A veces venía del gimnasio con un ojo marcado y me ponía base para disimular porque no le gustaba que llegara machucada”, confiesa.
Campeona
Lo de ser profesional no sucedió de un día para el otro. Apenas arrancó la cautivó el entrenamiento y cuando probó guantear se dio cuenta de que le fascinaba: “Empecé con las exhibiciones, me copé, peleaba y me iba bien y me fue atrapando”, cuenta.
En ese entonces no imaginaba que sería su profesión. Es más, a los 18 años hizo un parate y se mudó a Montevideo para estudiar para chef en el Instituto Gatos Dumas. “Me quedaron un par de exámenes, lo dejé para volver a entrenar y hacerme profesional a los 20 años. Para dedicarte a un deporte de competencia tenés que estar solo para eso”, afirma.
Confiesa que nunca se sintió discriminada en los gimnasios por ser mujer, aunque sí lo padeció a nivel institucional:“Tuve varios problemas con la Federación, no me dejaban pelear, pero fue con personas puntuales, sería injusto meter a todos en la misma bolsa”.
En 2012 ganó en Panamá el título de campeona del mundo de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) en la categoría ligero y fue un quiebre en su vida. “Llegué a Paysandú esperando que me visite mi madre y tenía una caravana impensada. Fue maravilloso”, rememora.
Al tomar dimensión de la responsabilidad que significaba el título, decidió cruzar el charco con el propósito de mejorar. En un mes entregó la casa, vendió todo y se instaló en Buenos Aires. “Los primeros tres meses me fui a un campamento con la Tigresa Acuña, que era mi referente, y fue lo mejor de mi vida. Aprendí todo de esa mujer. Pasé tres meses 24/7 con ella y noté la diferencia de entrenar afuera. Aprendí disciplina por sobre todas las cosas, pero también tuve psicólogo deportivo, nutricionista, preparador físico. Fue un cambio total”, concluye.
El título lo dejó vacante en 2016 pero el boxeo será siempre el amor de su vida.