FUERA DE SERIE
Personaje de la farándula argentina, guapo rival de Frazier y Ali, fue asesinado frente a un prostíbulo en EE.UU.
Ni campeón del mundo, ni ídolo de los rings, el argentino Óscar Ringo Bonavena fue sin embargo un personaje de enorme popularidad. Hizo de su carrera deportiva y de su propia vida un permanente show, que terminó trágicamente con su asesinato frente al Mustang Ranch, un prostíbulo de la ciudad estadounidense de Reno.
Gracias a su sentido de la publicidad fue protagonista de la pelea más taquillera de la historia del boxeo argentino. Y pese a que su técnica era algo rudimentaria y sufría de pie plano, se llegó a parar firme ante monstruos como Muhammad Ali y Joe Frazier. Ya en declive deportivo, su contrato cayó en manos de la mafia del estado de Nevada. Fue el principio del fin. Cuando era tarde para arrepentimientos, su velatorio en el Luna Park atrajo a cientos de miles de personas.
“Boxeador, cantante, modelo, showman, personaje y comparsa del jet-set, Bonavena fue ante todo un producto inventado por sí mismo”, lo definió el periodista argentino Ezequiel Fernández Moores, autor de la biografía Díganme Ringo. Mientras tanto, el exdirector de El Gráfico, el uruguayo Ernesto Cherquis Bialo, que siguió su carrera como especialista en boxeo, lo pintó con todas sus contradicciones: “Bonavena fue histriónico, muy porteño, de humor cambiante, muy beat (de allí su apodo Ringo), mediático, edípico (el amor por su madre siempre estuvo por encima de cualquier otro sentimiento), soberbio, simpático, envidioso, expresivo, sensible, suficiente, generoso. Irónico, conflictivo y a veces rencoroso”.
Había nacido en 1942 en el barrio porteño de Parque Patricios, sede del club Huracán, uno de sus grandes amores. El otro fue su madre, doña Dominga, cuyas ravioladas hizo célebres. No le fue bien en la escuela y dejó en sexto año. “De tanto repetir, casi me caso con la maestra”, comentó una vez, con su permanente chispa. Fuerte y grandote, se hizo boxeador. Compitió como amateur en los Juegos Panamericanos de San Pablo en 1963, pero tras morder a su rival fue descalificado y recibió una larga suspensión.
Eso lo obligó a probar suerte en el pugilismo profesional de Estados Unidos, en una época dorada para los pesos pesados. Justo entonces Ali comenzaba su fama de enorme boxeador pero también de incesante parlanchín. Y Bonavena tomó nota.
Cuando regresó a Argentina en 1965 desafió al campeón local, Goyo Peralta, con un despliegue verbal sorprendente para la época. Algunas de sus bravatas: “Díganle a Peralta que lleve la cédula porque después de la pelea no lo va a conocer ni su vieja”. “Lo único que me hace falta es que el referí sepa contar hasta diez...” El día de la pelea había más de 20.000 personas en el Luna Park, una cifra nunca igualada. Y la mayoría había ido a ver perder a ese charlatán. Pero Bonavena ganó, y de manera incuestionable.
Cuentan que después, en el vestuario, Ringo le explicó a Peralta que todo lo que había dicho de él había sido solo para llamar la atención. Y lo invitó a comer ravioles en la casa de su madre, un acontecimiento que ya tenía su propio programa de televisión. Peralta agradeció, pero rechazó el convite.
Con el título argentino, Bonavena llegó a la cumbre de su celebridad. Era muy buscado por la prensa, pues siempre tenía lista la frase ingeniosa. Desfilaba por los programas de televisión. Más allá de su voz aflautada, llegó a grabar una canción, Pío Pío, junto al grupo uruguayo Los Shakers. Más de una vez se presentó en el escenario de los teatros de revistas. Y era un huésped habitual de las entonces llamadas boites y de las fiestas de los famosos. “Me invitan porque soy Ringo. Si no, acá sólo podría haber entrado como mozo”, admitió.
Su pasión por Huracán lo llevó a comprar el pase del crack Daniel Willington a un club mexicano para llevarlo al club del Globito. En aquel momento (1972) se dijo que se lo había “regalado”, pero en realidad se lo cedió en muchas cuotas.
En 1969 Bonavena le dio la revancha a Peralta. Fue en el Cilindro montevideano, en la llamada “pelea de las cuerdas flojas”. Goyo caía más simpático aquí que Ringo, por lo cual alguien se encargó de aflojar las sogas del ring. Y cuando Peralta se apoyaba en ellas quedaba lejos del alcance de puños de su rival. Al final fue empate.
Pero el objetivo de Bonavena era siempre Estados Unidos, donde estaban los grandes rivales y las grandes bolsas. Perdió con Joe Frazier en el viejo edificio del Madison Square Garden, luego de derribarlo dos veces. En 1970 peleó con Ali, en el nuevo Madison. Nuevamente puso en acción su estrategia publicitaria: se paseó por la Quinta Avenida neoyorquina con un toro vivo. Y durante una conferencia de prensa llamó “gallina” a su rival, dejándolo por una vez sin palabras.
Ali estaba todavía invicto, en pleno regreso tras el despojo de su título por rehusar combatir en Vietnam. Fue una demostración de guapeza del argentino, ante un adversario superior, que lo tiró varias veces. Pero alguna piña de Ringo llegó a conmover al gran Muhammad. Ese combate registró el más alto rating de la historia de la televisión argentina, hasta que lo superó la semifinal Argentina-Italia por el Mundial de 1990.
Sin embargo, Ringo no pudo llegar más alto en su trayectoria. Nunca le dieron una pelea por el título. Y su última oportunidad se desvaneció en 1974, cuando perdió ante Ron Lyle, un boxeador que estaba preso por homicidio y salía de la cárcel bajo custodia policial para sus combates.
Su popularidad en Argentina no se vio afectada y le llegó la oferta para protagonizar un sheriff del Far West norteamericano en una película. Se entusiasmó con la idea y llegó a aprender a cabalgar para poder interpretarlo mejor. Nunca se llegó a filmar.
En 1975, su obsesión por combatir por la corona lo llevó a firmar con un oscuro personaje un contrato que luego transfirió a Joe Conforte, jefe mafioso de Reno, en Nevada, donde tenía su burdel.
Y hasta allá tuvo que ir Ringo, realizando alguna pelea casi en tono de circo. Mientras tanto, se fue involucrando en una trama muy espesa. Se afirma que se vinculó sentimentalmente con la mujer de Conforte, Sally, una sexagenaria. Y comenzó a afirmar públicamente que se iba a quedar con el negocio de Joe. Acaso en broma, pero hay bromas que no se hacen... Como estaba sin papeles, Sally lo hizo casar con una de sus prostitutas, novia de un tal Willard Ross Brymer, matón de Joe.
La mañana del 22 de mayo de 1976, Bonavena quiso entrar a los gritos al Mustang Ranch. Desde adentro, Brymer lo mató con su escopeta. Si bien el juicio estuvo lleno de contradicciones y lagunas, se sospechó que Conforte le había bajado el pulgar hacía tiempo. Ringo cayó en la trampa. Ya no hubo pelea por el título, ni chistes ni fotos promocionales. Las luces del gran escenario que había creado se apagaron todas de golpe.