KIMBERLEY | JORGE SAVIA
Kimberley es Uruguay. Sudáfrica, y muchísimo más que eso, toda África, es Ghana.
Así de simple, de terminante, aunque por ahí no es fácil de ser interpretado, porque ambas corrientes de sentimientos tienen raíces más profundas que aquellas que obedecen a simpatías regionales, de proximidad, o meramente ocasionales.
Si uno ve el canal de televisión local, o lee el DFA (diario de Kimberley), no tiene dudas; porque, además, es el reflejo de lo que se palpa en la calle.
Por ejemplo, en su edición del lunes pasado, el citado matutino salió con su logotipo de tapa "pintado" con un sol, cuatro franjas azules y cinco blancas, al tiempo que en los títulos principales de la portada resaltó que "el equipo de la ciudad reservó su lugar en cuartos" y "el sueño (como si fuera de ellos) está vivo", mientras que en páginas interiores destacó "el espíritu de la garra charrúa y el pie tronador de Suárez" y puso énfasis en decir que "la ciudad (Kimberley) comparte la alegría del equipo".
Todo es sincero, espontáneo; como lo ha sido el impulso que llevó a las autoridades locales a interesarse por términos como "hola" y "bienvenidos", que todavía están en los pasacalles que se colocaron, sobre todo viniendo desde el aeropuerto hacia el centro de la ciudad, a modo de afectuoso recibimiento a la selección del maestro Tabárez.
Sin embargo, debajo de todo eso, se anida otro sentimiento que se fortalece aún más en la medida que "la Celeste" avanza en el Mundial, robusteciendo su imagen y obligando a que el mundo se entere que Kimberley está en el mapa: esto es una revancha contra el gobierno y el resto del país, que dejó sin sede mundialista a la provincia del Cabo Norte.
Por contrapartida, en el extremo opuesto de ese apoyo a Uruguay, están toda la publicidad y los comentarios en televisión y diarios, donde se proclama a los cuatro vientos que "¡Go, Ghana is Africa! (Vamos, Ghana es África).
No es mera promoción, en este caso. Ese sentir también se palpa, como se nota que no es sólo por el "juguete" o la "novedad" de que los africanos tengan un representante en las instancias finales de un Mundial, más allá de que sepan que no puede ganarlo.
Es más aún, salvo en Kimberley, en los medios de comunicación y en las calles, uno se da cuenta que ese apoyo es hasta más visceral y encendido que lo que fue con la propia selección de Sudáfrica, como si los sudafricanos supieran que en esta instancia pueden apostar su corazón más a ganador que con los "Bafana Bafana".
Es, quizá, como el caso del que vota al candidato que -según las encuestas- va a ganar; aunque en el fondo lo que hay, en realidad, es algo más profundo que la alegría o la tristeza que pueden provocar un buen o un mal resultado: por razones étnicas, raciales, tal vez, o por la propia realidad del mundo, el africano en general se considera históricamente postergado, por lo cual el sentimiento de unidad continental está muchísimo más arraigado, por ejemplo que en América, o en Europa, por más euro que haya.
Esto último, entonces, es lo que para Uruguay puede resultar preocupante, quizá, en el partido contra Ghana: el Mundial se hizo en Sudáfrica, porque FIFA consideró que era hora de darle uno a África; y a ese "movimiento" no le vendría nada mal, que a través del fútbol, con la histórica llegada de un equipo africano a las instancias decisivas, todo un continente dejara de sentirse postergado.
Por supuesto, tradicionalmente a "la Celeste" le ha sentado mejor el rol de ser punto que banca; pero, teniendo en cuenta tanto aspectos futbolísticos como otros colaterales, no es lo mismo que la banca sea Sudáfrica que Ghana. Y mucho menos aún, si el "local" es toda África.