Rafael Nadal fue el responsable de arruinarle la psiquis a una generación entera. A todos aquellos que pensaban -pensábamos- que no había un horizonte en el tenis más allá de los Pete Sampras o los Roger Federer. A los que creían que de su boca nunca saldrían las dos palabras que todos escucharon ayer: “Me retiro”. También a Toni Nadal, que, más que su tío, fue su entrenador y compañero de viajes durante 27 años. Que lo educó, lo mimó, lo vio darse contra la pared una y mil veces y le enseñó que la raqueta de tenis jamás podía ser la culpable de sus fracasos.
Un suspiro, un parpadeo y un llanto contenido antecedieron el anuncio de un hombre de 38 años que tuvo que tragar saliva para poder hablar. Hasta que lo dijo: “Estoy aquí para comunicarles que me retiro del tenis profesional”.
Lo soltó. Así, sin más preámbulos, y hundió la tristeza en un rostro visiblemente más avejentado, que hoy ya no es el del chico de pelo largo juvenil, que vestía de musculosa y bermudas largas. Que corría de un lado a otro pidiendo una toalla para secarse el sudor y, a riesgo de ser captado por las cámaras, en pleno campeonato, decía: “Me he hecho rotura de fibras, seguro. ¡Rotura de fibras, seguro!”. Pero que ante la sugerencia de su banco, respondía: “Toni, estoy en cuartos de final de Australia. No me retiro ni cagando”.
La mentalidad de Rafa Nadal definida en este diálogo con su tío Toni cuando, en el Australian Open 2011, le aconsejó que abandonara el partido por una lesión.pic.twitter.com/EA3EPWh6xD
— VarskySports (@VarskySports) October 10, 2024
Habrá más de Nadal y ya se activó la cuenta regresiva para su última función. Los afortunados que asistan a la Final 8 de la Copa Davis entre el 19 y 24 de noviembre en Málaga serán testigos del last dance de este luchador, que promete incluir en su grilla una rutina fidedigna. La misma que lo acompañó por años y hasta fue motivo de burla para algunos jugadores.
Seguro ya no le volverá a pegar de drive con la potencia de sus mejores épocas. Tampoco tendrá la agilidad para sacar un passing de revés prácticamente abierto de piernas. Pero lo que seguro entrará en el manual de ese día será la elección de las dos bolas de saque (una para el bolsillo), el acomodo del calzón, el despegue de la remera transpirada de un hombro primero y del otro después, el combo de tocarse orejas, nariz y de vuelta orejas, el volver a picar la pelota por tres veces más, balancearse y martillar al compás de un grito.
Único por su legado, con 22 títulos de Grand Slam -entre los que se destacan 14 Roland Garros-, Nadal estará compitiendo contra los mejores jugadores de Argentina, Australia, Canadá, Alemania, Italia, Países Bajos y Estados Unidos antes de que su carrera quede inmortalizada en una lágrima.
Se despedirá en su país, a lo grande, como ya lo hizo en Francia cuando compitió en los Juegos Olímpicos contra Novak Djokovic como si no hubiera un mañana. Como si hubiese desconocido que todos los pronósticos le daban las de perder.
“No he sido capaz de jugar sin limitaciones”. Duele, y abre los ojos de muchos, la frase que eligió para resumir sus últimos dos años de tenis. Desde octubre 2022 a esta parte, en verdad, fueron dos años sin su tenis. Apenas lo vimos sonreír 15 veces en una cancha.
Al viajar aún más al pasado, aparece un chico que nunca supo de excusas. Que llegó a tener un entredicho con su tío cuando este lo cuestionó por no darse cuenta de que tenía el encordado de su raqueta roto. Le respondió con una genialidad: “Estoy tan acostumbrado a siempre tener la culpa yo que para nada me hubiera imaginado que la raqueta fue la que me hizo perder”.
Era ese mismo chico que años antes, en julio de 1998, terminó derrotado en la final del campeonato infantil de España y delante de la cámara de la televisión española dijo: “Creo que él ha jugado bastante mejor que yo”.
Salió de Mallorca, una pequeña isla que vive durante el verano y depende del turismo, y terminó coronándose como el rey de París, conquistó Londres, Australia, Estados Unidos y otras tierras.
Nada fue casualidad. Ese talento que pintaba para grandes cosas, que al principio no le daba para definirse ni como zurdo ni como derecho, se terminó puliendo y encarnó en un animal competitivo, que de 9 de la mañana al mediodía jugaba a ser niño en el colegio y por cuatro horas en la tarde ya resoplaba con su olfato de bestia.
El camino profesional empezó en Polonia (primer trofeo en 2004), siguió atormentado por la marea de lesiones, pero resistió. Y hasta ahí va lo que la psiquis puede explicar.
El retiro postergado y la filosofía de Toni Nadal
Lo postergó, lo postergó y lo postergó, hasta que un buen día su yo interior dijo basta. Nadie mejor que Rafael Nadal sabía cuándo decir adiós. Su mejor amigo, Roger Federer, lo había hecho hacía dos años y, después de su mujer e hijos, fue al primero al que se lo contó.
Hace más de una década, después de una lesión en 2012, esta idea ya había sobrevolado por la cabeza del español y su equipo, cuando todavía su tío Toni Nadal estaba al frente (hoy su entrenador es Carlos Moyá y lo acompañan Francis Roig y el argentino Gustavo Marcaccio).
La primera cita era en Doha, en enero. No fue. Le seguía el Abierto de Australia, en Melbourne. Tampoco fue. El tío le dijo a Carlos Costa, su mánager, que firmara contrato para jugar Viña del Mar, en Chile, pese a que no podía ni agacharse por sus problemas de rodilla. Vaya a saber cómo, superó la prueba: llegó a la final y perdió desperdiciando un match point.
Su gira sudamericana siguió en São Paulo, donde ganó el torneo y poco después le metió una paliza en la definición de Acapulco al incansable David Ferrer. De casi retirarse, terminó ese año como número uno del mundo.
Las enseñanzas de su tío
“Yo no hubiera sido duro con nadie por el que no sintiera una gran estima”, dijo años atrás Toni, el mentor durante la carrera de Rafa. Y abundan ejemplos que grafican sus dichos.
Uno de los más pintorescos se dio cuando él tenía apenas 11 años y estaba jugando la final del Campeonato Regional de Baleares de hasta 14 años. Todos chicos mayores a él.
Estaba perdiendo por 6-2, 4-1 y en uno de los cambios de lado, al ser un torneo por equipos, le podía manifestar a su coach las sensaciones del momento. Se le acercó y, ya casi vencido, le prestó el oído para un consejo.
—Rafael, lucha hasta el final que este partido todavía lo puedes ganar. Yo una vez perdía 6-0, 5-0, y... seguí luchando. Y... luché y luché.
—¿Y qué? ¿Ganaste?
—No. Perdí 6-0, 6-0, pero luché.
Rafa se fue mucho más animado y terminó perdiendo 6-2, 6-1, según contó su tío, pero la filosofía le quedó grabada como a ningún otro discípulo.
De entrecasa, ya por sus comienzos era objeto de documentales en los que se lo veía como un joven más. Que tomaba cola, que jugaba al PlayStation 1 y simpatizaba por el Mallorca (por su isla) y por el Real Madrid.
Cuando quiso acordar, a los días de cumplir 19 años, eliminó a Roger Federer -entonces número uno del mundo- en Montecarlo y levantó el trofeo de ese Masters 1.000 al final de la semana. Le dio pie a la costumbre de morder trofeos y alcanzar los 92 títulos en 22 años.
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