La vida del tenista entreverado en el refilón de los 600-700 mejores del mundo está muy lejos de los flashes, los autógrafos, las gradas de un estadio lleno.

Es más bien una vida de lucha, de fusionar viajes con pasajes baratos, moverse de habitación en habitación y sentir miedo, no solamente por los resultados deportivos, sino también económicos.

En eso está desde que terminó el liceo y tiene uso de razón Franco Roncadelli, quien a sus 23 años es el tenista de Uruguay mejor posicionado (674) en el ranking ATP, pero todavía aguarda con ansias por su debut en la Copa Davis con el equipo. “En este nivel, no es solo el hecho de estar jugando contra otro por los puntos, sino que económicamente también sabés que hay mucho en juego y querés perder lo menos posible. Hay una diferencia de plata que te puede ayudar a salvar la semana y eso siempre está en la cabeza. Depende de cada uno cómo reacciona ante esas situaciones”.

Por lo general, los llamados a pelear por un lugar en el circuito profesional conviven dentro de un espiral obtuso, donde para los que no despegan a tiempo el tren pasa y a muchos, que el salto se les hace cuesta arriba, los deja sucumbidos en un casillero pantanoso sin posibilidad de despegue. Esa batalla es la que está dando ahora el jugador que hizo escuela en el Club Naútico y espera, más temprano que tarde, colarse entre los 100 mejores del mundo para, por fin, poder “vivir del tenis”.

“Soy un jugador de polvo. Me crie ahí y todo mi tenis va de la mano con eso. La cultura de Sudamérica es el polvo, pero hoy en día, que apunto a estar entre los 100 mejores del mundo, se juega todo en cemento”, dice.

Foto: Archivo El País.

Roncadelli pide pista cuanto antes y para eso se prepara desde hace meses compitiendo en distintos torneos que se juegan principalmente en Argentina. Lo último suyo se vio en un torneo M15 (future) de Olavarría, donde hizo semifinales en el singles y ganó el campeonato en dobles.

Pero, por fuera de las canchas, también estuvo trabajando. Y mucho.

Cursó la facultad de psicología (hasta que la presencialidad lo obligó a dejar), hizo varias sesiones con un psicólogo deportivo y entendió que para controlar sus emociones lo más importante, primero, era conocerse a sí mismo y, luego, dejar las frustraciones afuera. “Soy una persona, no solo el Franco que juega al tenis. Puedo arrastrar frustraciones de afuera hacia la cancha, pero trato de dejarlas. En el tenis, salvo que seas campeón, casi todas las semanas perdés, entonces tenés que aprender a sobrellevarlo”.

Y agrega: “Mis padres se rompen el lomo para que yo pueda jugar al tenis y una raqueta es cara; no me puedo dar el lujo de andar rompiéndolas como si nada. De chico, rompía algunas, era más calentón, y con el tiempo me hicieron entenderlo. Ahora, que tengo sponsor y no tengo que pagarlas, las valoro mucho más. Se me pasan por la cabeza bastantes cosas y, antes de romperlas, pienso que capaz que hay una persona que las necesita mucho más”.

Cada viaje suyo es una travesía. Salvo por AssistCard, que lo ayuda con una porción del dinero necesario para moverse durante el año, el resto sale de lo que recauda en los torneos y la ayuda que recibe de sus padres. “Me dan una mano terrible”, subraya Roncadelli.

La búsqueda de hoteles, clubes para entrenar y el armado del calendario pasa por él. Todo a base de ensayo y error, y con la limitación de saber que un viaje con su entrenador le costaría el doble. “Es muy difícil conseguir sponsors acá porque no hay cultura del tenis y la gente que quiere invertir en deporte lo hace en fútbol o en básquetbol, que son mucho más vendibles”.