POLÉMICA
La molestia de los fanáticos por los lugares vacíos es mucha, así como también llama mucho la atención la expansión del premio del All England en los alrededores.
Los grandes eventos internacionales (no sólo deportivos: también los recitales, por ejemplo) tienen un cupo de entradas para los aficionados. Pero no el 100% de las ubicaciones. Hay un lote de tickets de hospitalidad, destinadas a empresas, invitados especiales, familiares-amigos-allegados de los protagonistas. Difícil hablar con certeza de los porcentajes: es variable según el espectáculo. Los cálculos oscilan entre el 20 y 30% de localidades que no salen a la venta, las “de protocolo”.
Wimbledon no escapa a esa regla, a pesar de no tener sponsors en cantidad como sí cuentan los otros Grand Slam y competencias grandes de diferentes disciplinas, como pueden ser torneos de golf, carreras de Fórmula 1, la NBA, los Mundiales de fútbol, la Champions League. En el All England no se observan los tradicionales auspiciantes en las lonas de fondo y laterales, en carteles. Relucen, en cambio, los logos de la Lawn Tennis Association (LTA) o el tradicional escudo de The Championship, tal la denominación del certamen.
¿Cómo se maneja? Con patrocinios. Las empresas tienen sus sectores para realizar sus acciones de marketing. En la cancha central sólo se observan la marca de relojes (Rolex) que acompaña los tableros electrónicos y la de las pelotas que se utilizan en el torneo desde hace 120 años (Slazenger). Antes de este torneo, se rompió el vínculo de 86 años con una marca de bebidas (Robinsons) por diferencias entre los organizadores y el dueño de la firma sobre los productos que se querían distribuir.
Lo cierto es que son pocos los indicios empresariales que se advierten en La Catedral, siempre de acuerdo con las tradiciones. No faltan marcas de cerveza, café, agua mineral y de alquiler de autos entre los patrocinios. Pero son contadas.
Aún así, pese a que puede imaginarse que no existen demasiadas invitaciones protocolares, en las afueras del All England los aficionados que hacen fila para conseguir tickets de último momento no pudieron evitar su disgusto por dos razones: las horas de espera, en muchos casos en vano, y la detección de butacas vacías en la cancha central durante partidos importantes. Sucede desde que arrancó el torneo, incluso en jornadas como la de este miércoles en la cual jugaron dos de los principales tenistas locales: Emma Raducanu y Andy Murray. Curiosamente, ambos eliminados en la misma jornada.
La escena se repitió este jueves, nada menos que con el partido de Rafael Nadal. Para quienes suelen ver tenis por el mundo, no es inusual observar butacas vacías en los courts. La gente entra y sale, en búsqueda de comida, de refrescos, para adquirir artículos de merchandising o simplemente para hacer sociales. En Wimbledon, dado el fanatismo del público británico, la existencia de lugares sin ocupar es menos frecuente, pero sucede igual. Lo que nadie esperaba era la reacción de la gente que no puede acceder a los tickets y explota al ver esas butacas vacías. “Se van a cenar y no ven tenis. ¿Para qué vienen?”, dijo Max Smith, uno de los afectados, consultado por The Guardian, mientras esperaba ya sin mucha expectativa en la hilera.
La legendaria extenista británica Sue Barker, que presenta la cobertura de la emisora BBC por última vez, hizo un comentario en la transmisión sobre “los muchos asientos vacíos” que exhibía la central en el comienzo del partido de Raducanu contra la francesa Caroline Garcia, finalmente ganadora por 6-3 y 6-3.
Se infiere que los asientos, situados alrededor del palco real, están reservados para invitados de empresas y miembros de la Asociación de Tenis sobre Césped (LTA) y del All England Lawn Tennis Club. De hecho, en esos sectores suele verse a personalidades del mundo deportivo (extenistas y de otras disciplinas) y artístico. Pero también se apreciaron huecos en otros sectores de la cancha.
Uno de los poseedores de las entradas dijo que lo mejor de tener un ticket de hospitalidad era la posibilidad de “entrar y salir del tenis” a placer. Paul Miller, fundador de Eden Mill, socio oficial de la LTA, también reconoció que algunos invitados pueden no querer ver mucho tenis y que “es su prerrogativa”. Al describir las ventajas de las entradas de hospitalidad, añadió: “La posibilidad de tener un rato de tranquilidad lejos de todo el bullicio de Wimbledon, donde hay mucho ruido y mucha acción, y poder salir y ser atendido durante un breve tiempo entre los partidos... en esa zona de hospitalidad. Para nosotros, que recibimos a muchos invitados, es permitirles hacer lo que deseen”.
La organización también adujo a “fallas técnicas” en la venta electrónica de la reventa de tickets los problemas de esta primera semana con el expendio. Sea por el motivo que fuere, aficionados consultados por The Guardian en las afueras del All England no ocultaron su enojo. Killy Cavendish, un veterano aficionado a Wimbledon que vive en la localidad y lleva años acudiendo al torneo, dijo: “Estoy harto. No me gusta nada ver asientos vacíos, cuando la gente se queda fuera haciendo cola. Lo principal que quiero es que liberen algunas entradas para la cancha central”.
Más duro fue Max Smith: “Lo odio. Deja un mal sabor de boca cuando ves todos esos asientos vacíos reservados para las empresas. Que se jodan las empresas, deberían ir a un restaurante de lujo. Wimbledon tiene que hacer más para que parezca que no es elitista”. Añadió que después de hacer cola “durante dos horas” le parecía que Wimbledon estaba más preocupado por “su reputación elitista” que por llenar los asientos.
La molestia de los vecinos
Claro que el de las butacas vacías y la falta de entradas no es el único problema para Wimbledon por estas horas. La expansión del predio, en unas 29 hectáreas, producto de la compra a fines de 2018 del predio de golf lindante de Wimbledon Park en unos 75 millones de euros, ya fue diferida en cuanto a su estreno para 2030. El mayor problema que tiene el torneo es el convencimiento de los vecinos de la zona del All England (en los suburbios de Londres) para la construcción de 39 nuevas canchas. Por el ocupamiento en sí del terreno, por la construcción de un parking y también por la pérdida de espacios verdes.
En rigor, algo similar a lo que le tocó pasar a Roland Garros, el Grand Slam parisino, con su expansión en el predio del Bois de Boulogne. Wimbledon pasará a ocupar 46,5 hectáreas contra las 12,5 de Roland Garros.
Uno de los “karmas” de Wimbledon es tener que desarrollar su clasificación previa en otro escenario: Roehampton, a unos 5 kilómetros. Es el único torneo de Grand Slam que no disputa su qualy en la misma sede. El motivo es el cuidado especial que necesita el césped, que no podría ser sometido a una tercera semana seguida de uso, en este caso, antes que el torneo mismo.
La idea de Wimbledon es hacer 38 nuevos courts, más un estadio adicional con capacidad para 8000 personas. Hasta ahí, todo normal. El inconveniente surgió cuando se anunció el lanzamiento del nuevo predio para 2028, con trabajos inmediatos. Allí afloró la indignación de los vecinos, con el respaldo de los paisajistas y asociaciones locales. Se sacaron a relucir los estatutos de protección ante transformaciones y nuevas construcciones. Y empezó la ronda de negociaciones.
Para “calmar a las fieras”, el All England Lawn Tennis Club (AELTC) extendió hasta 2030 el lanzamiento del nuevo Wimbledon, a la vez que se comprometió a crear un parque de 9,4 hectáreas abierto al público (excepto durante las tres semanas del torneo), a reformular el lago de Wimbledon Park y a reurbanizar sus orillas. Pero persisten las dudas de que en el futuro el parque se cierre al público, así como se cuestiona la eventual no conservación de los árboles centenarios.
Wimbledon, este Wimbledon 2022 diferente por múltiples factores (hasta políticos), se encuentra ante dos frentes extratenísticos abiertos. Debe calmar a los fanáticos que no pueden entrar y explotan contra las entradas de protocolo y los vecinos que miran de reojo la expansión del predio en detrimento de los espacios verdes.