La enfermedad del aburrimiento

Esta científica española con background en humanidades, estudia la cuestión desde la psicogerontología, enfocándose en el carácter más disfuncional de la experiencia, ese que es capaz de mermar la salud física y mental de quienes la padecen. Aquí comparte sus principales conclusiones.

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Wish I could turn back time. Side view on an elderly male person with a walking cane sitting on a bench and thinking about the meaning and purpose of life.
Dmytro Zinkevych/Shutterstock

Al escribir en Internet la palabra aburrimiento aparecen imágenes de personas bostezando, con cara larga o con la cabeza cayendo sobre la mano. Lo curioso es que la mayoría de los aburridos en esas fotos, son niños y jóvenes. Preocupada por la salud de sus abuelos, y por su propia existencia, Josefa Ros Velasco (Murcia, España, 1987) se cuestiona sobre la repercusión de este tema en los más veteranos. En su ensayo La enfermedad del aburrimiento (Alianza Editorial, 2022), la investigadora se concentra en dicha experiencia, desde un padecimiento crónico. “El aburrimiento como síntoma (de una enfermedad) social”. Así se lo identifica en el prólogo, y así lo propone desde el título de su trabajo.

Mucho se ha escrito, desde el punto de vista científico, sobre este estado de ánimo en que suelen caer los adultos mayores. En algunos casos las investigaciones concluyen que hay virtud en dejarse embargar por él, que muchos de los pensamientos esenciales han surgido de allí, y que la creatividad es prima hermana del aburrimiento. Así lo expone la doctora Sandi Mann, profesora de psicología de la Universidad Central de Lancashire, en Reino Unido, en su libro El arte de saber aburrirse, donde argumentó que la experiencia "puede ser una fuerza poderosa, y motivadora, que infunde reflexión inteligente". Il dolce far niente, le llaman en Italia, y refiere al placer de no hacer nada, como fuente que aporta beneficios para la salud y la mente. Sin embargo, si ese no hacer trae consigo solo disfrute, ya no es aburrimiento, por el simple hecho de que el tiempo se está utilizando de una manera significativa. Uno no hace nada, y disfruta con eso.

Josefa Ros Velasco, en cambio, se concentra en el aburrimiento desde la filosofía, la psicología, la antropología e incluso desde una perspectiva existencial, cuyo foco de estudio está en las personas mayores, quienes al término de sus vidas se encuentran ante el dilema del aburrimiento como dolencia.

“Los dioses se aburrían y por ello crearon a los hombres”, escribió Soren Kierkegaard en su libro O lo uno o lo otro, con el que la científica inicia su ensayo. ¿Es el aburrimiento una enfermedad heredada desde los albores de los tiempos? En las primeras páginas del trabajo se lee: "Hay algo de enfermizo en todo lo que tiene que ver con el aburrimiento. Lo molesto que es, lo desagradable que se torna el tiempo en que nos acompaña, la repugnancia que despierta por el momento presente, lo destructivas que pueden llegar a ser algunas de nuestras reacciones frente a su padecimiento. Aburrirse es una anomalía, una patología. El aburrimiento interrumpe el común transcurrir de las horas haciendo las veces de una afección que se ha de curar. El reloj se detiene y la vida se vacía de sensaciones, perdiendo todo su sentido, y arrojándonos a una insoportable incomodidad en la que todos somos un mismo ser infeliz. El aburrimiento es tan doloroso que nadie en su sano juicio anhelaría la angustia a la que nos somete, únicamente las almas atormentadas creen ingenuamente que en el sufrimiento hallarán la catarsis”.

Para conocer mejor esta circunstancia cotidiana en la vida de muchos; para saber qué consecuencias tiene en determinadas etapas de la vida; PAULA conversó con Josefa Ros Velasco, investigadora posdoctoral en la Universidad Complutense de Madrid, especialista en Estudios del Aburrimiento, fundadora y presidenta de la International Society of Boredom Studies y divulgadora del Centro Internacional sobre el Envejecimiento (CENIE).

–¿Cómo llega a definir este tema, convertido en su gran asunto de investigación y análisis?

–Hay dos componentes. Uno tiene que ver con mi forma de ser y de entender la realidad, y el otro se vincula con un suceso familiar. Cuando estaba terminando la carrera, fui consciente del aburrimiento que existía en las residencias de mayores porque en mi familia nos enfrentamos a la dura decisión de ingresar a mis abuelos en una. Allí pude comprobar que cuando visitaba a mi abuela -mi abuelo falleció casi de forma inmediata una vez que se instaló en el lugar-, me sorprendía la cantidad de aburrimiento que se respiraba entre las paredes de esa institución. Ella misma llegaba a verbalizarlo, antes de empezar a experimentar un cierto deterioro cognitivo. Ella era muy consciente del lugar en el que estaba, y de los cambios que suponía en su vida, el hecho de vivir allí.

–¿Qué reflexiones compartía su abuela con usted?

–Una de sus quejas más frecuentes era que se aburría porque ya no podía hacer nada de lo que hacía antes. No solo en función de los cambios que ella misma había experimentado -en ese momento ya se encontraba en silla de ruedas, y obviamente eso te limita-, sino también por las propias restricciones intrínsecas a vivir en este tipo de establecimiento en los que se da mucha prioridad a garantizar la seguridad, que nadie corra ningún riesgo, y claro hay cosas que ella sí podía seguir haciendo, pero que no le permitían. Esto me chocó mucho y me pareció que había que darle una vuelta, y estudiarlo. Me imaginé que no era un problema aislado.

–¿Cuál es el segundo aspecto que la llevó a concentrarse en esto?

–Mi personalidad. A mí siempre me da vértigo la idea de la muerte, los problemas a los que uno se puede enfrentar a medida que envejece. Es una cuestión a la que le llevo dando vueltas desde que era una niña: ‘¿cómo van a ser los últimos años de la vida de mis padres?, ¿cuáles son las pérdidas tanto normativas como contextuales en las que uno se embarca cuando está cerca de la muerte?’. Darme cuenta de que a todo lo que supone el proceso de envejecimiento, se le sumaba esto de pasar los últimos años muerto de aburrimiento, hacía todo más trágico, mucho más complejo. Así que decidí que quería dedicarme a mejorar este tipo de sitios por los que probablemente todos vamos a pasar, centrándome especialmente en el aburrimiento. De ese modo, si tenemos que estar en una institución de este tipo, porque necesitamos ciertos cuidados, tendremos capacidad y apoyo suficiente para pasar esos últimos años de la manera que nosotros elijamos.

–¿Acaso el aburrimiento es un rasgo de la personalidad?

–Es una experiencia muy subjetiva y muy fluctuante. A lo largo de nuestra vida aquello que nos estimula adecuadamente va cambiando. No es lo mismo lo que necesitamos para sentir que nuestro tiempo se está invirtiendo de forma valiosa y significativa cuando somos niños, a cuando somos adultos, y a cuando somos adultos mayores Nuestra necesidad de estímulo cambia. Aquello que responde a nuestra necesidad, aquello que nos satisface, todo es distinto. Incluso dentro del mismo día, lo que me puede estimular a la mañana quizás por la tarde no está en concordancia con mi necesidad de estímulo.

“Actualmente estamos en una cultura que promueve la sed de estímulo, y cada vez necesitamos más y más. Tenemos esa sensación de haberlo visto todo y no nos resulta adecuadamente estimulante cualquier cosa”.

–¿Podría dar un ejemplo?

–Pensemos que a mí me gusta escuchar tertulias políticas por la mañana, pero no siento que eso está ayudándome a llenar mi tiempo de forma valiosa por la noche, antes de dormir. Lo que realmente resulta estimulante depende tanto de factores genéticos -hablamos de una cuestión biológica-, como de la cultura en la que uno se encuentra. Actualmente estamos inmersos en una cultura que promueve la sed de estímulos, sobre todo externos. Cada vez necesitamos más y más estímulos. Tenemos esa sensación de haberlo visto todo, y no nos estimula cualquier cosa. Perseguimos una experiencia más particular, más personalizada.

–¿En qué consiste la enfermedad del aburrimiento?

–Es multifactorial, y se aúnan el momento vital en el que uno se encuentra, con esa necesidad de estímulo que está condicionada tanto por la cultura, por la sociedad, y por factores genéticos. Cómo han sido tus padres, y la educación que has recibido. No se puede achacar simplemente a que una persona no tiene propensión al aburrimiento, y otra sí la tiene. Hay que partir de la base que no hablamos de una persona que siempre fue propensa a aburrirse, porque eso también sucede, hay personas que se aburren con todo y eso sí depende de su propia personalidad. Hablamos de personas que más o menos han tenido una cierta facilidad para saber cómo ocupar su tiempo de forma significativa.

–Hemos hablado del aburrimiento, sin definirlo, ¿qué es el aburrimiento?

–Es algo que experimentamos. Es una sensación muy dolorosa cuando sentimos que ocupamos nuestro tiempo en algo que para nosotros no tiene valor. Ya sea porque estamos sin hacer nada, cuando querríamos estar haciendo algo; o porque estamos haciendo algo que ni fu ni fa. Tomemos como ejemplo una persona que encontró la manera de ocupar su tiempo de forma significativa, que en términos generales está estimulada adecuadamente, y que de repente le sobreviene un cambio normativo que le hace sentirse desorientada… La jubilación suele ser uno de los principales detonantes del aburrimiento crónico.

–¿Por qué sucede?

–Estamos acostumbrados a llenar cierto tiempo libre, con actividades u ocupaciones relevantes para nosotros, pero no estamos preparados para llenar todo el día; en otras palabras, que todo el día se convierta en tiempo libre de poder hacer. Entonces, encontrarte con demasiado tiempo vacío, o más del que tenías antes de la jubilación, hace que sientas que no tienes suficientes recursos como para llenar ese tiempo. Allí me encuentro con que no sé qué hacer. Luego hay otro tipo de pérdidas o de cambios como puede ser enviudar, perder hijos, no hay que olvidar que muchas personas con las que trabajo tienen 90, 95, y hasta 100 años; y ya han visto fallecer a sus propios hijos con 80 o 75 . También pierdes capacidades, pierdes movilidad…

–¿Qué causa el aburrimiento crónico?

–Las personas con las que trabajo, aquellos mayores que están en residencias, muchas veces empiezan a experimentar el aburrimiento de forma permanente porque se enfrentan a ese trauma tan grande que les supone pasar a vivir en un lugar en el que hay horarios, en donde te dicen lo que tienes que hacer, lo que tienes que comer, donde hay muy pocas oportunidades de tomar decisiones, y seguir sintiéndote útil. En algunas personas, eso hace que de golpe se desinteresen por completo de la vida. Se bloquean, y al final quedan mano sobre mano, sin hacer nada, ocupando el tiempo con pensamientos que suelen ser complejos a esa edad. Al final, experimentas aburrimiento.

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Josefa Ros Velasco es Doctora Europea en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid.
www.josefarosvelasco.com

Mini Bio

Josefa Ros Velasco es Doctora Europea en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid (2017), Premio Nacional de Investigación del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades de España (2022), la mayor experta en Estudios del Aburrimiento en su país natal, y una de las más reconocidas internacionalmente por sus investigaciones pioneras en esta rama del conocimiento emergente. Su posdoctorado lo realizó en la Faculty of Arts and Sciences de la Harvard University. Durante su estancia de dos años en Boston, lideró el proyecto Psycopathology of Boredom, desde el que creó un marco teórico propio para distinguir el aburrimiento funcional y disfuncional en contextos prácticos. Desde hace más de una década analiza la experiencia del aburrimiento disfuncional desde un punto de vista multidisciplinar, en el que convergen perspectivas teórico-prácticas filosóficas, psicológicas y sociológicas, con énfasis en los adultos mayores que viven institucionalizados, en situación de dependencia. Ha sido la primera científica en España en abrir esta línea de trabajo y en situar en el centro del diálogo público la hipótesis de que el aburrimiento disfuncional es un factor de riesgo que pone en peligro el bienestar físico y mental de los mayores. www.josefarosvelasco.com

–¿Es porque sienten que se los trata como a niños, o por falta de educación emocional?

–Está relacionado con la pérdida de agenda, ya sea impuesta por la institución, o por una situación traumática, sufrida. Por ejemplo, una persona a la que le encantaba ocupar su tiempo tejiendo, y que luego empieza a sufrir Parkinson, por lo que no puede seguir haciéndolo. Es cierto que muchas personas mayores cuentan con catálogos de opciones bastante estrechos para llenar su tiempo de manera significativa. Digamos catálogo como una metáfora. Primero porque son personas que no han dispuesto de tiempo libre como disponemos las generaciones más jóvenes, los millennials por ejemplo. Nosotros hemos crecido con esa distinción entre tiempo del deber, para obligaciones y el trabajo, y tiempo de poder, de descanso, donde eliges qué quieres o no hacer. Estas personas con las que trabajo no están tan dispuestas a probar cosas nuevas. Ellos quieren seguir haciendo lo que hacían. Hay personas que si les ofreces hacer un taller de pintura están dispuestas, pero otras te dicen: ‘¿qué necesidad tengo de hacer eso con 95 años?’.

–¿Qué salida hay en esas circunstancias?

–Hacer un esfuerzo desde ambas partes. Muchas veces sí, se pueden seguir haciendo las cosas que uno hacía, pero también nos encontramos con impedimentos: que no hay suficiente inversión en las residencias, o que no se dispone del personal suficiente, o que el personal no tiene la formación o la vocación necesarias. Trabajar con personas mayores dependientes, es muy complicado. A muchos de los que se desempeñan ahí, realmente no les gusta su trabajo. A la figura del psicólogo, puede ser muy útil que desde la propia institución se haga un esfuerzo para facilitar la continuidad de las actividades que los residentes hacían en casa, y que todavía pueden seguir haciendo en la residencia.

–¿Cuáles son sus objetivos con esta investigación?

–No solamente conocer cuál es el alcance del problema, sino recoger otro tipo de problemáticas que puedan estar condicionando el bienestar de las personas en residencias, como puede ser la alimentación que están recibiendo, si se encuentran solos, si han experimentado ideas suicidas, cuál es su relación con los compañeros, si se sienten escuchados. Recojo todas las demandas que desde mi punto de vista pueden estar repercutiendo en su satisfacción y bienestar. Soy una investigadora multidisciplinar. A mí lo que me interesa realmente es la mejora en las condiciones de vida de las personas en la sociedad. Como científica no solo me interesa proporcionar el dato de que el 80 por ciento de las personas mayores se aburren constantemente en las residencias.

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La enfermedad del aburrimiento, por Josefa Ros Velazco.

La enfermedad del aburrimiento

En su ensayo La enfermedad del aburrimiento la autora escribe en la introducción: “La historia de Occidente es testigo de que al aburrimiento se le ha considerado una enfermedad desde los orígenes. Siempre ha sido el culpable de nuestras desdichas, el castigo de la humanidad, la dolencia a erradicar. Los antiguos lo vieron como un estado vergonzoso resultante de la falta de dedicación a la comunidad y al cultivo de la virtud, y como consecuencia de los estilos de vida ostentosos. En el Medioevo, se incluyó en la lista de los pecados capitales, bajo la forma de la acedia (pereza, flojera). En la modernidad, ha representado la negación de la ética capitalista del trabajo, llegando a convertirse, a finales del XIX, en el mal del siglo. Ahora, en la actualidad, algunas formas del aburrimiento se contemplan incluso como auténticos trastornos mentales”.

–¿Su investigación plantea soluciones?

–Me gustaría llevar los resultados a las administraciones, hacer transferencia de conocimiento. Formo parte de distintos comités de expertos y trabajo como asesora tanto con la administración pública como con la empresa privada para que conozcan la realidad, y así ayudar a crear protocolos de prevención u otras iniciativas que favorezcan que las personas mayores puedan decidir cómo quieren ocupar su tiempo. También hago formaciones a profesionales para que sepan utilizar las herramientas de cuantificación que utilizo en mis entrevistas, y ellos mismos puedan dar lugar a intervenciones con grupos más pequeños.

–¿Qué pasa con el aburrimiento crónico en etapas más tempranas de la vida?

–Es cierto que no trabajo con niños ni con adolescentes, pero por el conocimiento de la literatura científica que tengo, el aburrimiento crónico en niños y jóvenes está relacionado con la capacidad de atención e incluso con adicciones a las drogas, o a las pantallas, entre otros. Las personas que nos encontramos en edad adulta estamos en un momento del hacer, del construir proyecto de vida, de plantearnos metas, de dar pasos en la concreción de las metas; y somos bastante menos propensos a experimentar aburrimiento. Tenemos el tiempo muy planificado, muy cuadriculado, y a lo más que llegamos es o bien porque estás atrapado en un trabajo aburrido, o porque estás atrapado en un matrimonio monótono. A veces te encuentras diciendo, "no sé qué hacer con el tiempo", pero al final encontramos algo.

–La palabra aburrimiento tiene muchos sinónimos, tedio, hastío, hartazgo, ¿contempla todos estos matices?

–Sí y curiosamente, además, tenemos el problema, no sé si es un problema o enriquecimiento del fenómeno, que constituye el hecho de que la palabra aburrimiento en cada idioma significa algo distinto, tiene matices distintos. En alemán, utilizamos langeweile que hace referencia al lento transcurrir del tiempo, que el tiempo se hace muy largo, se hace pesado cuando nos estamos aburriendo. En francés utilizamos ennui y este término hace más bien referencia a sentirte triste, a sentirte deprimido, sentirse de alguna manera, vacío. Hace referencia a un aburrimiento que tiene más que ver con un estado de ánimo que se prolonga en el tiempo, pero no en un momento determinado, sino que te acompaña a lo largo de la vida. Es sentir que uno está inmerso en un momento de la vida, o en un momento social, que no va a ninguna parte. En castellano cuando se dice aburrimiento estás hablando de falta de estímulo, estar en un momento que uno no sabe qué hacer. Cuando hablamos de hastío o tedio es el aburrimiento profundo que de alguna forma acaba apoderándose de todas las situaciones de tu vida.

–¿Ha variado el concepto a lo largo de la historia?

–El término ha sido muy distinto. En la Edad Media casi se aplicaba sólo a los hombres de fe, al clero. Actualmente es algo que todos padecemos en algún momento. Hay incluso particularidades regionales. En España especialmente, no tanto en Latinoamérica, usamos la palabra aburrimiento como sinónimo de descanso. Esto es algo que nadie de los que nos dedicamos a estudiar el aburrimiento desde la ciencia, podemos entender. Hay personas que dicen: ‘me encantaría aburrirme de vez en cuando’ o ‘un poco de aburrimiento de vez en cuando es positivo’. No. Están confundiendo el sentirse aburridos con tener tiempo libre. Asocian aburrimiento a algo que surge cuando uno está sin hacer nada. Pero esto no es así; si no, no existiría la psicología laboral dedicada al estudio del aburrimiento en el trabajo. Muchas veces uno se aburre haciendo tareas. De hecho, nos aburrimos mucho más haciendo cosas, que cuando estamos sin hacer nada, queremos hacer algo, y no damos con la tecla. Es muy curioso. Es una forma popular de utilizar la palabra aburrimiento, cuando nada tiene que ver con tal. El aburrimiento duele siempre. Si estás sin hacer nada, a gusto y disfrutando, es todo el nivel de estimulación que necesitas en ese momento preciso. Así que ya está.

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