Se dice que la nostalgia por el terruño y el apego a las celebraciones son inherentes a la identidad gallega. Tal vez por ese motivo, cuando Don Juan Bouza se metió de lleno en la aventura de Bodega Bouza quiso sumar el Albariño, un vino emblema de su tierra. “El Albariño es un vino blanco que es cabeza de todo, aunque acá no se conocía tanto. Galicia era el único lugar donde se producía, por eso fue un poco de problema conseguir que nos vendieran la cepa. Se logró traer, se plantó y luego hicimos lo que toda la vida cuando nos metíamos a hacer cosas de las que no sabíamos nada: aprender en el camino y juntarnos con gente que sabe”, comparte el patriarca de la familia, quien llegó a Uruguay con veinte y pocos años. Hoy, a sus 97, señala a Eduardo Boido como el artífice de haber creado el primer vino Albariño del país. El enólogo, quien además es ingeniero químico y doctor en Química, comparte que el cultivo de este vino representó todo un aprendizaje. “El proyecto de la bodega empezó en 2001 y el Albariño se cultivó desde el principio. Empezamos con muy poquito, una hectárea en las parcelas 17 y 18 de Las Violetas. No daba para producir mucho vino y menos en las primeras cosechas. Si bien lo habíamos estudiado y el clima atlántico es parecido al de Galicia, y pensábamos que iba a andar bien, no teníamos la seguridad. Pero al Albariño le encanta el clima húmedo, es una variedad impresionante. Es súper resistente a los hongos. Tiene un racimo chico y bien suelto, lo que permite que la humedad seque. Además tiene buena acidez, que ayuda, y la piel es bastante gruesa. ¡Viene preparado! Así que lo fermentamos en barrica, experimentamos, a todo el mundo le encantó, y en 2005 hicimos unas 3.000 botellas”, repasa el enólogo.
Consultado por el éxito del vino, que desde la primera cosecha se agotó en el mercado, Boido responde entre risas que no se trató de una estrategia. “Hoy hacemos más, e igualmente se nos termina. Tiene muy buena aceptación porque es un vino muy agradable y fresco, que acompaña bien la charla y alguna entrada. Llamó la atención por eso, quizás no había un blanco aromático con buena acidez”, explica el experto.
Aunque fue un proceso bastante rápido, en el camino igualmente hubo muchos ajustes. “Tuvimos que hacer y mejorar muchas cosas. Cuando mi señora vivía, yo viajaba todos los años a Galicia, y pasábamos tres meses allá mientras acá era invierno. Siempre probaba varios Albariño porque todos son diferentes, y al comparar el nuestro con el mejor de allá, me parecía que sí se podían comparar. Siempre tratamos de hacer las cosas lo mejor que se puede”, comparte Don Juan Bouza.
“Ese criterio lo mantenemos. La idea siempre fue una bodega de no muchas botellas y apuntar a la mejor calidad. Hemos crecido en viñedos, nos fuimos al Este, y seguimos así. Ni siquiera vinificamos toda la uva; elegimos la mejor y seguimos con un volumen manejable. Mantener el mayor cuidado y no tener errores en cada uno de los puntos del proceso hace a la calidad final”, apunta Boido.
Con una identidad muy marcada, el Albariño de Bouza se presenta como redondo en boca, con aromas florales cuando el verano es seco, y cítricos, si el año es más fresco y lluvioso.
Así las cosas, vale destacar que gracias a esta iniciativa de la familia Bouza en 2001, el Albariño creció en el país y se ha convertido en una variedad con la que Uruguay se da a conocer al mundo como productor de vinos, tal como durante años lo ha hecho también con el Tannat.