El icónico Euskal Erría, en Malvín Norte, compuesto por tres complejos, el 70, el 71 y el 92, cada uno de ellos articulado en bloques que funcionan como torres, tienen la lógica de una ciudad dentro de un barrio. En conjunto son 3.644 viviendas, que albergan aproximadamente a unas 15.000 personas.
Quien vive en el complejo 70 o en el 71 está habituado a moverse entre unos 6.000 vecinos.
En Euskal Erría hay calles internas, perros que pertenecen a la comunidad, niños que juegan solos y mujeres ancianas que pasean por las veredas en busca de algo de sol. Hay veterinarias, supermercados, pizzerías, ferreterías, peluquerías, guarderías, escuelas y liceos. Parece, en su conjunto, una especie de barrio privado obrero, con ómnibus que ingresan y se detienen a recoger pasajeros en algunos puntos clave, y con más servicios y más pobladores que muchos pueblos del interior del país.
Es todo eso, y a la vez constituye una zona amenazada por la delincuencia. Aunque quiera darle la espalda al conflictivo Malvín Norte, cercándose con rejas y portones, el barrio es noticia por balas perdidas que entran a las habitaciones, por homicidios y otros delitos vinculados al narco que lo tienen como escenario.
La presencia policial es intensa: todos los días helicópteros y patrullaje por las calles. Hace poco, entraron al predio varios hombres armados e intentaron robar unas motos. “Pensamos que fue algo vendido, porque en las cámaras los vemos ingresar con llave”, dice Daiana Silva, presidenta de la comisión administrativa del complejo 70.
El hurto no sé concretó y tampoco hubo que lamentar heridos, porque los guardias de seguridad del complejo actuaron. “Ellos no tienen armas, siempre les digo, ‘recuerden que lo importante es su vida”’, cuenta Silva. Estos problemas son sorteados gracias a una comunidad fuerte donde la convivencia entre vecinos hace la diferencia. “Acá nos conocemos todos. Y como en todos lados, hay buenos y no tan buenos. Hay gente que se va por años, y después las cosas de la vida los traen de nuevo acá”, dice mientras abre el portón de paso peatonal que da a la calle, que está pegado a un supermercado que en la crisis de 2002 fue saqueado.
La vida dentro de Euskal Erría fue objeto de estudio de la academia. Alejandro Robayna, licenciado en Geografía y magíster en ordenamiento territorial y desarrollo urbano, por la Universidad de la República (Udelar), no tendría que llamar la atención los cerramientos de estos complejos. “Vivir entre rejas es una estrategia común de las ciudades latinoamericanas debido a la percepción de inseguridad producto de los procesos de segregación socio-territorial.”
Robayna estudió en profundidad el funcionamiento del barrio Malvín, con una perspectiva que incluyó a otros profesionales, como antropólogos y comunicadores, y cuenta que para pensar cómo se habita un territorio primero hay que delimitarlo. Plantea una especie de mamushka rusa: está Malvín, atravesado por Avenida Italia, que divide el lado sur y el norte. “A una escala menor existen diversidad de piezas que conforman Malvín Norte, entre ellas los complejos habitacionales. Y, a su vez, dentro de éstos, los tres complejos Euskal Erría”, dice.
¿Qué hace icónicos a estos complejos? No hay una respuesta única, varía según quien sea el interrogado. “Para aquel que no sea de la zona, los tres complejos no presentan mayor diferencia entre sí”, dice Robayna. Pero para los vecinos sí hay diferencias. La presidenta de la comisión del 70 dice que es común que la gente que no conoce se confunda, sobre todo entre el 70 y el 71, que están a unas cuantas cuadras de distancia. Ya el 92 es otra cosa, es más chico y no da para tanta confusión.
La ciudad universitaria
Para entender las llamativas dimensiones de Euskal Erría hay algunos datos claves: los complejos 70 y 71 tienen 37 torres. No todas son idénticas, hay 31 que tienen 10 pisos y otras seis que tienen cuatro, sin ascensor. Estos dos complejos tienen diferencias, la más notoria es la densidad. El 70 es más chico, porque está construido en un terreno de nueve hectáreas, mientras que el 71 sobre 12.
En los hechos, esto hace que las torres estén más separadas en el 71, que los vecinos de los pisos más altos tengan siempre vista despejada, y que el espacio interno para estacionamiento, plazas, canchas y arbolado, sea mayor.
Las fachadas de los edificios son testigos de este tiempo que pasó. Algunas lucen deterioradas. El gris del hormigón tiene sectores ennegrecidos que contrastan con algún piso pintado de blanco. Es que cada vecino hizo su hogar cómo pudo, por eso hay ventanas originales y otras de aluminio nuevas y lo mismo pasa con las persianas.
Las torres tienen “vicios de diseño”, problemas en los baños y en los ductos. Acá las responsabilidades se dividen, lo que corresponde a cada propietario, lo que es parte de la administración y lo que se le reclama a la Agencia Nacional de Viviendas y al Banco Hipotecario del Uruguay.
En su origen, el destino de estos predios era constituir una ciudad universitaria. En una publicación titulada “¿Qué hace la Udelar en Malvín Norte?”, se plantea que la historia de la universidad en ese barrio se remonta al año 1957 cuando se comenzó a gestar un plan de concentración territorial en Montevideo. Diez años después, bajo el amparo del llamado “Plan Maggiolo” se dio inicio a obras en Malvín Norte, en especial a un edificio que originalmente formaba parte de una ciudad universitaria, en donde se planificaron espacios de campus, habitaciones para estudiantes, gimnasio, etcétera.” Pero eso nunca pasó, el proyecto estuvo suspendido durante varias décadas, hasta que en el año 1997 dicho edificio pasó a ser la sede de la Facultad de Ciencias.
Pablo Canén es arquitecto y magíster en ordenamiento territorial, docente de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Udelar, ha investigado el desempeño de los grandes bloques de viviendas que ya no se hacen más en Uruguay.
Euskal Erría fue construido enteramente durante la dictadura (1980-1984), los tres complejos cuentan en total con 3.644 viviendas. Según recoge el arquitecto las obras fueron pensadas “para militares de bajo y medio rango, pero el gobierno de facto desistió finalmente de esa idea y puso buena parte de los apartamentos en el mercado, esperando interesar a una clase trabajadora media baja”.
Realizado por la multinacional de matriz francesa Saceem, ganadora del concurso-licitación, el diseño fue realizado por arquitectos e ingenieros uruguayos y “negociados” en París, donde le hicieron diversas modificaciones para abaratar y estandarizar la obra.
Los grandes bloques que siguen el estilo de estos complejos, se comenzaron a construir en Europa y en Estados Unidos en la posguerra. Se pensaron como una solución transitoria pero, cuando en el norte se estaba llevando adelante una crítica a estos modelos porque generaba una segregación social, en Uruguay empezaron a construirse.
Canén dice que los contextos son muy difíciles de comparar. Pero el arquitecto cree que “es válido anotar, que a fin de cuentas, los grandes conjuntos, a su manera y con sus problemas (que no podemos omitir), sí generaron comunidad.”
Pertenecer "al Euska 71"
Llegar al hogar de Fernando es sencillo, para lo que puede significar meterse en el mundo de los complejos, porque está al ingreso del 71. “El que no conoce se pierde”, dice el músico de 45 años a El País. “Porque las torres son treinta y pico, tienen orden abecedario. Cuando llega a la Z, se vuelven a repetir, es decir, AA, AB, AC, AD”, señala.
Cada torre es un micromundo en la gran ciudad Euskal Erría. Los ascensores tienen 40 años de uso constante, y es común que no funcionen al 100% y que el service tenga que venir seguido. En la torre de Fernando, el ascensor va hasta el piso diez, aunque le marques el número nueve. Es caprichoso. “Subimos hasta el diez y ahora bajamos”.
Ya en el piso nueve se empieza a notar como cada propietario adaptó su vivienda a su criterio. Son cuatro apartamentos por piso, y todos tienen puertas distintas que dan al pasillo. La de Fernando es la única original.
-¿Por qué las cambian?
-Puede ser por seguridad, esta que tengo yo es fácil de abrir.
-¿Te parece que hay un sentido de pertenencia y de orgullo por vivir acá?
-Sí, aunque hay de todo, es muy subjetivo. A mí me gusta el barrio, nunca me pasó nada, tengo ese sentimiento de orgullo. La gente dice soy del “Euska 71”, y capaz no decís “soy de Malvín Norte”. Y si hablamos de inseguridad, voy al Centro y lo que veo es peor.
Otro vecino, Andrés, le agrega una nueva capa a este tema. “Ahora volví, estuve unos años viviendo en otros barrios. Y te puedo decir que tengo los mejores recuerdos de mis amistades de cuando tenía 20 años. Pero no sé si ahora estoy porque elijo o solo por una cuestión económica”, dice. Es que en comparación con las comodidades y espacio, los alquileres son más baratos.
Para Robayna, el geógrafo, el proceso de pertenencia es muy subjetivo. “Se identifican más con ser de Euskal Erría 70 o de Malvín Alto, que con ser de Malvín Norte. También puede ocurrir lo contrario, que alguien se sienta más representado por residir en Malvín Norte que por hacerlo en un asentamiento”, dice Robayna.
Volvemos con Fernando. Es hincha de Basáñez, un escudo colgado en su comedor lo delata. Y enfrente tiene al Estadio. Recuerda que cuando el cuadro estuvo en primera división no hubo problemas, y la zona se llenaba de autos que iban a la cancha.
A él nunca lo robaron en Malvín Norte, en cambio a su madre que es maestra jubilada sí.
-¿Cómo ves la mayor presencia policial?
-Da una sensación de seguridad para las personas que son más grandes y están esperando en las paradas, sobre todo. Pero la Policía no se mete en los asentamientos, yo sí entro, no he tenido problema, pero eso es otro mundo. Gente fumando pasta tirada en el piso, tanques con fuego prendido.
Fernando paga 15.000 pesos por mes de alquiler, más los gastos comunes. Comprar un apartamento, que esté en perfectas condiciones y sin deuda, puede variar entre 40.000 y 50.000 dólares.
¿Por qué el nombre?
El nombre que se eligió para los complejos tiene que ver con los vascos de forma directa, aunque hoy poco se sabe de eso, y las personas que viven en los complejos no manejan mucha información al respecto.
El terreno donde hoy están las altas torres, pertenecía a una familia de vascos que tenía quintas para trabajar la tierra y que, a su vez, tenían un club, llamado justamente Euskal Erria.
Los vascos donaron las tierras al Estado uruguayo, quien luego las cedió en comodato al Banco Hipotecario para la construcción de un complejo de viviendas, según información que maneja el municipio e.
Los primeros de la torre
Cuando Raúl entró por la puerta de la que hoy es su casa todavía no vivía nadie en todo el edificio. Era un joven de 25 años que se formaba en abogacía. Ahora es el presidente de la comisión de vecinos del complejo 71, el que se reúne con las autoridades de la Intendencia de Montevideo para reclamar más contenedores para la basura, y también dice que es el que muchas veces tiene que dar la cara cuando alguien quiere saber sobre Euskal Erría.
“Yo me mudé a esta torre el 18 de mayo de 1984 o sea que tengo 40 años acá adentro”, dice sentado en su amplio living comedor, con sillones grandes y con bordes de madera maciza, lienzos pintados a manos y una mini selva de plantas que crecen sobre la luz del ventanal. El proyecto clave en el que están trabajando es terminar totalmente el cercamiento del complejo, porque este es el único de los tres complejos que tiene partes aún sin cerrar.
Su complejo es un poco más grande que el 70, y está calle por medio del Euskal Erría 92 y también es vecino cercano de las torres de Malvín Alto. Tiene más hectáreas, pero los problemas estructurales son los mismos. “Hay muchas torres que están a cuadras de un acceso vehicular, lamentablemente han tenido que sacar personas fallecidas en sillas de ruedas”, cuenta Raúl.
También se pregunta cómo harán desde UTE para reparar una de las subestaciones, ya que el volumen de consumo de cada torre hace que el complejo tenga subestaciones en su interior.
Pero de todas maneras dice que ahora todo es un lujo. “En el 84 acá no había caminería, ni pasto, ni veredas, todo era lodo”. Ahora hay hasta emprendedoras que les colocan uñas de acrílico a las vecinas del barrio, hay una pizzería, y un supermercado que te trae hasta la puerta de tu casa incluso una flauta de pan.
“La gente se rebusca, hay jóvenes y jubilados que hacen alguna cosa más para compensar”, dice al salir a recorrer la fachada de la torre en la que vive. “Como ese señor que viene con la garrafa, está todo el día acá adentro”, dice Raúl.
Vamos hasta el complejo 70. “¿Vas en ómnibus?, o mejor esperá que saco el auto y te llevo”, propone Raúl. Son unas pocas cuadras asegura, pero hay que pasar por algunas zonas de Malvín Norte que no son recomendadas para caminar si uno no es del barrio.
Ya en marcha y después de unas cuadras, se abre una barrera de seguridad y entramos en el 70, el complejo que está atrás de la Facultad de Ciencias.
Cuatro generaciones
Olga se mudó al apartamento del que hoy es dueña después de que le dieran el desalojo de la casa que alquilaba en el barrio La Comercial. Se fue con su abuela, ya fallecida y su madre, que hoy tiene 91 años y teje un chaleco por día para los niños de los asentamientos. También llegó con su hijo, que en ese momento tenía 5 años y ahora ya le dio su primer nieto.
Viviendo en Euskal Erría entendió por qué la gente se dormía en los ómnibus. “Estaba acostumbrada a tener ocho o diez minutos de viaje, pero después pasé a ser yo una de esas que se dormía yendo a trabajar”, dice Olga, que se jubiló hace unos años, cuando terminó de pagar la cuotas de su casa en el año 2018.
Se acostumbraron rápido al nuevo barrio, dice. “Enseguida nos convertimos en una comunidad. Eso es invaluable, sinceramente es impagable. Nos ayudamos entre todos”, asegura Olga. Era como vivir en una casa de familia ampliada, todos se saludaban en Navidad y también en Fin de Año. Hasta organizaban las comidas de las fiestas entre los vecinos, en los parrilleros que hay en las torres.
Olga reconoce que los tiempos han cambiado, que ya no es igual que cuando su hijo jugaba solo hasta que ella le gritaba desde la ventana que subiera a merendar. Pero cree que la situación general cambió, no es algo solo de Malvín Norte.
Entre el 2010 y el 2012 se realizó el cerramiento del Complejo 70. Por protección: había arrebatos de carteras y otros eventos de inseguridad. Pero Olga está segura de que no viven en una zona roja. “La primera vez que lo escuché en la tele fue por un incidente muy grande, un policía que mató a un muchacho. Me dio tanta rabia que llamé al canal a reclamar”.
Deterioros: ganaron un juicio al BHU
Hace muy poco tiempo que Daiana Silva asumió la presidencia de la comisión de vecinos del complejo Euskal Erría 70, un trabajo honorario que hace con mucha dedicación. Dice que es para agradecerle al complejo lo que le dio, y también para que las nuevas generaciones conozcan la historia que hay detrás de estas grandes torres de hormigón.
Lo que busca esta nueva directiva es más participación. “Queremos que las decisiones sean más compartidas y que puedan intervenir los vecinos, que eso es lo principal. Antes tenían participación, pero ahora lo que nosotros queremos es que vuelvan a existir las subcomisiones, que trabajen a fondo los temas”, dice Silva.
La idea también es que vuelva a incorporarse la figura del delgado por torre. Algunas de las torres sí tienen un vecino que se involucra y conoce los problemas, pero esta nueva comisión quiere que los habitantes de cada torre vuelvan a votar a un delgado en asamblea. “Ahora no hay mucho tiempo, es como que la gente en realidad termina disfrutando menos de lo social en general”, opina Daiana.
Respecto a los deterioros, el complejo 70 le ganó ya un juicio al Banco Hipotecario del Uruguay. “Tenemos que llegar a mediaciones económicas para poder solucionar los problemas edilicios. Los ductos es el gran problema que tenemos y que se arrastra desde la época de la construcción”, explica la presidenta de la comisión. Estos problemas se empezaron a ver en algunas unidades a un par de años de la construcción. Los baños también tienen problemas, además hay rajaduras externas en las torres, y azoteas que están en mal estado.
Para Silva es importante señalar que hay un diseño de la estructura que “se hizo mal, o sea, no es solo que no tuvo un mantenimiento necesario”. Estos edificios estaban programados para una durabilidad de 25 años, pero hoy 40 años después siguen en pie.
Muchos vecinos están invirtiendo en mejorar su apartamento, pero en realidad la humedad viene de afuera, y en algún momento va a entrar a su hogar.