La historia de amor de Mariana y Diego llegó a la mayoría de edad: van 18 años juntos. Novios, amigos, compañeros, amantes, son eso y más; son un equipo, son padres, la familia elegida. En el camino, tres embarazos, dos hijas en casa y un cáncer que por momentos quiso nublarlo todo.
Ellos no están casados, pero creen que en algún momento se dará. ¿Lo importante? “Somos una familia feliz, en esta casa nunca va a faltar amor”, dice Mariana mientras acuna entre sus brazos a Josefina, de 14 meses, en el living comedor de su apartamento. La beba nació gracias a una fertilización in vitro.
Puede ser una imagen de cualquier pareja uruguaya, pero la de ellos está atravesada por dificultades biológicas para ser padres. También por una red de amigos y familiares que siempre estuvieron al firme, y además por un equipo médico que los supo guiar para acceder a los métodos de fertilidad que contempla la legislación uruguaya.
En 2013 se aprobó la ley 19.167 -Regulación de las Técnicas de Reproducción Humana Asistida- a la que en 2014 se le dio presupuesto y recién en abril de 2015 se comenzó a utilizar. La normativa contempla a grandes rasgos dos tipos de procedimientos médicos: los de baja complejidad y los de alta complejidad.
Los primeros se pueden realizar en la mutualista o en la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE), según el prestador médico de cada persona. Y se resumen en dos prácticas: relaciones sexuales programadas y lo que popularmente se conoce como inseminación. Para llegar a este tratamiento se deben de hacer varios estudios, tanto la mujer como el hombre. Además de que la mujer tiene que tomar por vía oral, o por medio de inyecciones, medicación para estimular la producción ovárica.
La fecundación in vitro es, en tanto, el mecanismo de alta complejidad más utilizado. Supone la extracción de gametos femeninos y masculinos, luego la fecundación de los mismos en laboratorio, la preparación hormonal de la mujer que va a recibir ese embrión, y luego el proceso de implantación del mismo. La responsabilidad del médico siempre es que se coloque un solo embrión, ya que la colocación de dos podría llevar a un embarazo múltiple y esto nunca es una situación deseada, dice a El País Virginia Chaquiriand, ginecóloga de la Sociedad Uruguaya de Reproducción Humana. “Todo embarazo múltiple es considerado de riesgo, se puede dar de forma natural, pero el cuerpo está preparado para un hijo por parto”, agrega.
Pero volvamos a aquella ley, que desde 2013 permitió que cientos y cientos de padres hoy tengan hijos que ya saben leer en voz alta, hablar en inglés y resolver divisiones. Porque financió los tratamientos, muy costosos. Fue una normativa discutida por décadas, y que sigue generando resistencias en ambientes religiosos y hasta científicos. Estamos hablando del inicio de la vida, y cómo los humanos interfieren en ella.
Y hay una polémica que se suma. A principio de año las clínicas habilitadas para tratamientos de reproducción asistida recibieron una notificación del Ministerio de Salud Pública (MSP) informando que no era legal el método ROPA (recepción de óvulos de la pareja) en Uruguay, por el cual dos mujeres pueden ser madres de un mismo bebé. Esto implicaba que una de ellas dona el óvulo y la otra recibe en su útero un embrión. Hasta el año pasado existía un vacío legal pero algunos decían que podía prestarse a situaciones de vientres de alquiler.
El 19 de abril el MSP levantó la prohibición, según una ordenanza firmada por la ministra Karina Rando a la que accedió El País, donde se le da marco a esta práctica de reproducción asistida. Las clínicas se enteraron recién esta semana, según supo El País. Para el ginecólogo Leonel Briozzo, exsubsecretario de Salud Pública y profesor de la Facultad de Medicina, la desinformación y el prejuicio siguen operando. Y dice que el método ROPA estuvo por eso en tela de juicio. “Hay un prejuicio con respecto a la homosexualidad. Porque las complejidades existen, los riesgos también. Pero si uno asesora, es la persona y las parejas las que toman las decisiones”, indica.
Poder gestar “es un derecho sexual y reproductivo”, dice Briozzo, quien trabajó en 2014 en la reglamentación de esta ley, votada por legisladores de todos los partidos. “En ese momento teníamos claro que las parejas debían de tener el derecho, por lo menos la oportunidad, de acceder a los programas de reproducción asistida”, indica. Lo económico no podía ser una limitante, ser padres no debía de ser un derecho de los que tuvieran solvencia financiera.
El factor oportunidad es clave en estas historias. Porque la ley establece tres oportunidades para financiar cada uno de los intentos. La reproducción humana no es sencilla. “La fertilidad nunca la puedes asegurar, ni aun con la mayor tecnología, porque es un hecho fisiológico”, dice Briozzo.
Los números del Fondo Nacional de Recursos (FNR), el organismo que financia los tratamientos de alta complejidad, lo dejan claro. Entre 2015 y 2022 se autorizó la cobertura financiera de 5015 procedimientos de reproducción humana asistida de alta complejidad, de los cuales 2099 son hoy niños uruguayos que viven con total normalidad. Solo en 2023 el FNR dio 634 autorizaciones. Aún no se conoce la cifra de nacimientos por esta técnica el año pasado. Y hay que sumar los que nacieron por procedimientos de baja complejidad.
Josefina, la hija de Diego y Mariana, nació por un procedimiento cofinalizado por el FNR. La ley establece una serie de franjas de ingresos de la pareja, y en base a eso es el dinero que pone cada parte. Pero, según el caso, se puede llegar a financiar hasta un 100% el tratamiento.
Antes de que existiera esta normativa probar tener un hijo bajo fecundación in vitro tenía un costo cercano a los 10.000 dólares. Según los datos del FNR, un 15,5% de las personas accedieron a los tratamientos en salud pública y un 84,4% en el sistema mutual.
"Se puede, hay que buscar ayuda".
Los médicos le habían asegurado a Diego y Mariana que no se podían embarazar por cuestiones biológicas de los dos. Ella tenía valores hormonales que no eran los óptimos. Y él un bajo registro en los espermogramas porque había tenido cáncer. Este diagnóstico repercutió directamente en su capacidad reproductiva. Ahora, gracias a un avance en la normativa, los pacientes oncológicos pueden congelar sus gametos antes de ser sometidos a tratamientos por el cáncer, pero no fue lo que le pasó a Diego.
El pronóstico médico era de un “imposible”. Pero Mariana estaba segura que iba a quedar embarazada. Y Diego no le decía mucho, pero sentía una culpa pesada: “Es horrible lo que sentís, no hay palabras”.
Estaban en el cine. “Me senté a ver la película y me dieron ganas de ir al baño. Y dije, estoy embarazada”, recuerda ella. Dicho y hecho, a la mañana siguiente se confirmó. Era Manuela, que hoy tiene 11 años y una vida totalmente normal.
Cuando todo parecía ir sobre ruedas, el cáncer de Diego reapareció: con una beba que no llegaba a los dos años, transitó una dura quimioterapia.
El segundo embarazo de la pareja fue el de Juana. “Todas las partes lindas tienen cosas feas, y al revés”, dice Diego al explicar lo que fue perder a su segunda hija. Mariana llegó a los ocho meses de embarazo y, por razones que no pudieron comprobar, la bebé falleció en el útero materno.
Fueron meses en shock, había sido una hija buscada a través de un método de fertilidad asistida. Mariana una mañana se despertó y no la sintió moverse como siempre; salió para la emergencia sola, donde la atendieron y le comunicaron la peor noticia que en su vida escuchó: “No hay latidos de la bebé”.
Le cuesta hablar de esto, pero dice que es necesario tratar estos temas. “Es muy doloroso, pero el silencio hace que duela aún más. Quizás nuestra historia llegue a otras personas y los aliente a buscar ayuda, como nos pasó a nosotros. Es una ventana que muestra que hay opciones, que hay especialistas que te van a saber contener e informar”, dice Mariana.
Cuando el proceso del duelo pasó su etapa más crítica, pensaron en volver a ser padres. Con muchos miedos, también muchas consultas y estudios médicos. Querían minimizar los riesgos. En esa búsqueda nació Josefina, una beba que sonríe con facilidad, que es cómplice de su hermana mayor y que llegó al mundo en el seno de una familia que la buscó y la quiere.
No siempre hay que esperar un año
La capacidad reproductiva de las pareja debe de ser estudiada con detenimiento, según explica Virginia Chaquiriand, ginecóloga de la Sociedad Uruguaya de Reproducción Humana. Si bien lo habitual es esperar 12 meses para iniciar un tratamiento de fertilidad, algunas parejas ya tienen complejidades previas y en esos casos es necesario iniciar la etapa de diagnostico antes de pasar un año manteniendo relaciones sexuales sin protección.
Esos meses pueden ser claves, más si la mujer está por llegar a los 40 años.
En discusión desde 1996.
Hay que ir hacia atrás hasta el segundo gobierno de Julio María Sanguinetti (1995-2000) para rastrear los primeros indicios formales de legislación en esta materia. El primer impulsor es médico, fue legislador del Frente Amplio y hoy tiene 83 años. Un hombre que luchó por la causa y hasta fue reconocido públicamente por esto: Alberto Cid. Presentó proyectos en cada una de las legislaturas que estuvo en el Parlamento, aunque hoy se quita mérito sobre su responsabilidad. Dice a El País que “los propios médicos pidieron en Presidencia una ley” y recuerda que antes le decían que “era imposible que el FNR financiara” estos tratamientos.
Pero, explica, había otras trabas que tenían que ver con las concepciones religiosas de los legisladores. Cid destaca al actual presidente Luis Lacalle Pou como otro impulsor del tema, ya que incluso había presentado un proyecto de ley sobre infertilidad. “Él confesó que había recurrido a las técnicas de reproducción asistida, y ese acto comenzó a destrabar prejuicios que había”, indica.
La ley se aprobó en 2013 dentro de un paquete de normativas que buscaba ampliar los derechos sexuales y reproductivos. Un año antes se votó la ley de interrupción voluntaria del embarazo; para algunos, como Briozzo, dos extremos o caras de un mismo derecho.
Mamá y doctora referente.
En Avenida Italia, y con vista a la Plaza de la Bandera, la ginecóloga especialista en medicina reproductiva Lucía Abulafia atiende a sus pacientes. Ella recibe a muchos que acceden al tratamiento con la financiación del FNR, pero también atiende a personas que no están comprendidas por la ley y deben de pagar todo el tratamiento. Este puede ser el caso de mujeres mayores de 40 años o quienes ya pasaron por los tres intentos que la ley establece.
Para los hombres también hay límites de edad y, si bien no es tan determinante como en el caso de las mujeres, luego de los 50 años se comienzan a notar las complejidades. Abulafia lo resume así: “El declive de la función reproductiva masculina es más lenta y menos marcada, como una bajadita suave. En cambio en la mujer es como una montaña rusa que se va para abajo precipitadamente”. Las mujeres entre 35 y 39 años están en una etapa crítica para decidir ser madres, mientras que los hombres se pueden tomar unos años más.
La ginecóloga dice que hay estudios que asocian mayor edad del padre con alteraciones del neurodesarrollo del bebé. Y también con mayor cantidad de abortos.
Abulafia encontró su pasión por la medicina reproductiva cuando estaba haciendo su residencia como ginecóloga en el Hospital Pereira Rossell, donde veía mujeres que llegaban a dar a luz muchas veces con problemas de consumo, otras que no sabían siquiera que estaban embarazadas, y otras que no podían llegar a un embarazo. Se las anotaba en un cuaderno a mano, a la espera de una posibilidad que por lo general no aparecía.
Las vueltas de la vida, ella terminó la residencia, dejó los anticonceptivos pero tenía un ovario poliquístico; “y estuve más de un año buscando embarazo”. Entonces inició tratamiento, primero con técnicas de baja complejidad sin lograrlo “y terminé haciendo en in vitro”, cuenta. Esto fue antes de que la ley se aprobara, tenía 32 años y está segura que esa experiencia vital le “permitió una perspectiva propia” de lo que le va a pasar a sus pacientes”. Porque las parejas llegan a su consultorio muy golpeadas. Abulafia dice que es un tema muy sensible, que hay que escuchar mucho y también acompañar cuando los procedimientos no salen como se esperan.
Felipe tiene dos mamás
Mariana y Alejandra viven en Salto, se llevan solo un año, tienen 36 y 37 años de edad, y las dos trabajan en el ámbito de la salud. Mariana es pediatra y su esposa es enfermera. Se casaron simplemente por algo formal. “Al empezar a averiguar sobre los procesos para quedar embarazada, fue que decidimos casarnos, para no tener ningún problema y que Felipe pudiera ser hijo de las dos”, cuenta Mariana.
Lo decidieron juntas, pero la de la idea original fue de Mariana, que siempre supo que quería ser mamá. En los planes de vida de Alejandra no era una opción, pero todo cambió después de comenzar a meterse en el mundo de la fertilidad asistida y todo la burocracia que supone presentarse ante el Fondo Nacional de Recursos.
En 2020 iniciaron el tratamiento, y su bebé tiene ahora un año y nueve meses.
“Enseguida que comenzamos a vivir juntas fue un tema que hablamos, porque en estos temas los años pasan y para las mujeres hay una edad que es determinante”, dice Mariana. Su deseo de madre siempre estuvo presente, incluso dice que por momento tener una relación con otra mujer era algo que veía como una limitante, “pero por suerte estamos en una época donde es posible que un bebé tenga dos mamás”, dice la pediatra, quien está segura que trabajar en la salud las ayudó mucho. “Por el lado de tener acceso a la información, y de tener colegas para consultar, pero a veces también te juega en contra porque estás mirando todos los resultados con otra visión”.
Alejandra dice que Felipe es lo mejor que le pasó en la vida, y que en su familia fue una sorpresa enorme: “Mi madre cuando supo no te puedo explicar la felicidad de ser abuela, por mi orientación sexual nunca pensó que le iba a pasas”. Este niño es el primer nieto de las dos familias.
Felipe nació gracias a una fertilización in vitro que se realizó Mariana, el óvulo era de ella y el esperma fue de donante. Ellas no utilizaron el método ROPA, pero están abiertas a que puedan llegar otros hijos con este tipo de tratamiento. “También le quiero dar la oportunidad a Alejandra, claro que si ella quiere gestar la voy a acompañar”, dice Mariana.
Madre hay soltera y sola.
Rosario siempre supo que quería ser mamá y, antes de formalizar una relación de ocho años con su novio, se lo dijo. Pero los años pasaron, la relación se terminó y el embarazo siquiera se buscó.
“Traer al mundo un niño no es nada fácil. Tampoco iba a buscar un embarazo en una relación que no fuera seria”, cuenta Rosario, quien con 34 años decidió ser mamá “sola o soltera”. “Todavía me preguntan ‘¿y el papá?’ Digo ‘es el banco se semen’. No me da vergüenza, todo lo contrario, me siento orgullosa”, dice. “La gente mayor a veces es la que lo ve raro, a otros les da curiosidad o ni saben que se puede hacer, como era mi caso”.
Comenzó con procesos de baja complejidad pero no tuvo suerte. Siempre hizo todo sola, nunca lo compartía con amigas o su familia. “Lo duro era cuando los procesos no salían”, dice Rosario.
Después de intentar con estos métodos en su mutualista, llegó a una clínica y resolvió buscar el embarazo por la técnica de in vitro. Pero Rosario corrió contra el reloj biológico y legal. Ella había comenzado el trámite con 39 años, pero los procesos burocráticos del FNR demoraron y pensó que no iba a poder.
Al final recibió el 100% del financiamiento. En el primer procedimiento quedó embarazada y tiene aún congelados dos embriones más. “Me gustaría darle un hermano o hermana a Santino, pero la verdad que es algo difícil, por el tiempo que lleva y también lo económico, lo estoy pensando”, admite.
Historias como la de Rosario, la de Mariana y Diego y las de cientos de uruguayos que pudieron ser padres gracias a la asistencia económica del FNR son muchas, más de 2000. Ese número no es frío, cada uno tiene nombre y apellido. Es una cifra sí, pero atrás hay buenas noticias, de esas que a veces escasean y ponen feliz a todo un entorno.