Aquel joven Churchill

Una biografìa de la primera etapa del líder británico

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Cuando Winston Churchill entró al Parlamento tras la elección de 1900, tenía 26 años y ya era famoso. Había informado y servido en no menos de cuatro conflictos sangrientos, en Cuba, Afganistán, Sudán y Sudáfrica y hay algo extraño acerca de la forma en que las escenas de sus primeras aventuras aún nos acechan un siglo después

Apenas llegó a ser miembro del Parlamento se metió en un sorprendente viaje en zigzag. Elegido como conservador, atacó a su propio partido y huyó hacia los liberales en 1904. Menos de dos años después, los liberales ganaron con una victoria aplastante, y Churchill ocupó un cargo ministerial por 10 años. En 1908, estaba en el gabinete; en 1911 fue Primer Lord del Almirantazgo. Y a finales de 1915, después de haber dirigido la mayor flota en la Tierra en la mayor guerra de la historia, su carrera se había derrumbado: un hombre de 40 años con un gran futuro detrás.

Esa es la dramática historia contada en Young Titan. Michael Shelden se ha ganado su prestigio como biógrafo literario con una serie de libros sobre la extraordinario generación de escritores ingleses nacidos en la primera década del siglo pasado cuando Churchill estaba forjando su carrera: Graham Greene, Cyril Connolly y George Orwell. En su nuevo libro consigue un vívido retrato de un hombre joven, tan ambicioso como talentoso, y muy apegado al dinero.

Churchill vivía a la sombra de su padre, el hoscoLord Randolph Churchill, que temerariamente arruinó su carrera política y, a los 45 años, cuando Winston tenía 20, murió de sífilis. Y también estaba Lady Randolph -nacida Jennie Jerome de Brooklyn- la despilfarradora caprichosa y exasperante madre de Winston.

No hay registros de amoríos de soltero de parte de Winston y uno puede concluir que la lujuria no era lo suyo. Todo indica que, tanto Pamela Plowden y Ethel Barrymore lo rechazaron antes de conocer a Clementine Hozier. Churchill ya tenía una amistad cercana con Violet Asquith, la hija del primer ministro, y Violeta tenía una mala opinión de Clementine cuando Churchill se casó con ella en 1908.

Pero Clementine resultó una de las mejores elecciones de Churchill en su vida. "Me pregunto cómo viví 23 años sin tí", le dijo ella a él. En los años que cubre Young Titan, Clementine tuvo sus dos primeras hijas y un hijo, Randolph que se convertiría en un dolor de cabeza.

Mientras Shelden nos lleva a través de algunas de las amargas controversias de una era turbulenta y el papel de Churchill en ellas (el sufragio femenino, por ejemplo) evita otras grandes causas políticas de esos años. Pero el propio Churchill, sin ningún instinto religioso o convicción, puso poco interés en la feroz batalla sobre la educación sectaria que enfrentó a conservadores y la Iglesia católica contra liberales y capellanes disidentes.

Por todo esto, es imposible categorizar ideológicamente la personalidad proteica de Churchill; Shelden deja en claro que era un instintivo más que un político reflexivo. Algunos de sus instintos estaban bien. Siempre fue un imperialista y, según nuestros estándares, un racista, pero lamentó el "asesinato de indígenas y el robo de sus tierras." No era un igualitario social, pero sí hizo el trabajo preparatorio, como bien dice Shelden, que sentó las bases del estado de bienestar.

Estuvo a favor de la ley y el orden, incluyendo la pena capital. Pero dijo que le pesó mucho firmar su primera orden de ejecución como ministro del interior y, como George Orwell diría, fue el mejor amigo que tuvieron los presos, excepcionalmente humano en su preocupación por el bienestar de los hombres y los niños dentro de las sórdidas prisiones británicas.

Churchill tenía calurosos admiradores y amargos detractores; Shelden tiende a la admiración. Podía haber hecho más para explicar la antipatía y desconfianza que inspiraba Churchill. (GEOFFREY WHEATCROFT, NEWSWEEK)

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