DE CARA A 2030
Dicen que hay que techarlo y acercar las tribunas. También advierten que se trata de una obra millonaria y que, pese al plan que tiene CAFO, sería difícil hacerlo sin el apoyo del Estado.
Seguridad, confort y sustentabilidad. Esas son las reglas innegociables para la FIFA. Quien se disponga a remodelar un estadio, o a construir uno nuevo, las deberá tener siempre en cuenta. Si no se cumplen, la institución que regula al fútbol mundial vetará la posibilidad de que allí se jueguen las copas más prestigiosas. Son tres palabras, pero hacer un edificio que esté dentro de sus márgenes es una misión titánica y millonaria.
Uruguay no tiene un estadio FIFA, pero si hay uruguayos que los han construido, que han sabido cargar con estas pesadas pautas sobre sus hombros. Uruguay lo que sí tiene es un sueño, el de convertirse en uno de los países sede de la Copa Mundial de Fútbol de 2030, para poder celebrar los 100 años de esta competición y del triunfo de La Celeste.
El Estadio Centenario, donde se jugó este torneo, está en una situación crítica. A cientos de millones de dólares de ser un estadio FIFA, la seguridad es violentada de cuanto en cuanto, el confort no existe y la sustentabilidad es un sueño lejano. La decadencia es la regla.
La Comisión Administradora del Field Oficial (CAFO), a cargo del monumento al fútbol mundial, lanzó días atrás un plan de trabajo. La primera decisión que se va a tomar de aquí a octubre es qué hacer con el estadio. Y las opciones son dos: tirarlo abajo —manteniendo, eso sí, la Torre de los Homenajes— y construir uno nuevo, o remodelarlo.
En la religión de los arquitectos tirar abajo el Estadio Centenario es un pecado mortal. Lo que sí algunos advierten es que se debería buscar la obra original de Juan Antonio Scasso, y usar esta como base, dejando a un lado las remodelaciones que el edificio tuvo a lo largo de sus 90 años —ejemplo de esto son algunos de los muros exteriores.
Ricardo Lombardo, presidente de CAFO, advierte que él tiene fe en que empresas privadas estén dispuestas a poner el dinero que se necesita, a cambio de un negocio que a futuro les dé rentabilidad.
—En Estados Unidos, en las canchas de baseball, las tribunas son de las marcas. Es necesario replicar ese modelo. Nosotros ya tenemos un plan. La idea es llamar a empresas interesadas en cuatro áreas de negocios: las tribunas, los espectáculos, el Museo del Fútbol y la parte comercial y cultural.
También espera que FIFA y Conmebol, que no suelen desembolsar dinero para estos emprendimientos, en esta ocasión sí lo hagan.
Los arquitectos, sin embargo, opinan que es difícil vislumbrar un futuro estadio sin el apoyo del Estado, siendo que en los países sede de copas del mundo siempre son estos los que aportan unos cuantos millones de dólares. A cambio reciben gran parte del dinero de las entradas que se venden. Parece mucho, pero no lo es tanto si se tiene en cuenta los negocios que hay detrás de cada copa, empezando por los derechos de televisación, y siguiendo por los sponsors y el merchandising.
La división imposible
La Arena da Baixada fue uno de los estadios construidos para Brasil 2014. Ubicado en Curitiba, se hizo tomando como base algunas de las tribunas y el campo de juego del Club Athletico Paranaense, que luego de terminada la copa se quedó con una sede de lujo. El costo de la obra fue de US$ 150 millones, y su arquitecto fue el uruguayo Carlos Arcos. Este estadio tiene capacidad para recibir a unas 43.000 personas.
—La seguridad es el requisito número uno —señala Arcos—. Las exigencias son muchas, una de las más importantes es que en ante una alarma cualquiera, un conflicto en la tribuna o lo que sea, la totalidad del público pueda salir en un lapso no mayor a los seis minutos. Para eso se hacen estudios de flujos de multitud, que hoy en día se realizan con realidad virtual. Este es un requisito muy complejo de cumplir, de hecho todos los estadios anteriores al año 2000 no lo tienen. Uno de los trucos está en que entre corredor y corredor no haya más de 40 sillas, entonces ningún espectador tiene más de 20 personas a sus lados.
Después viene el confort, que depende según el público: está el general, el vip, el very vip, el sector para la prensa, el de los invitados de honor, etc. Cada uno de estos espectadores deben tener entradas y salidas independientes, y no puede haber forma alguna de que se crucen, ni entre ellos ni con los jugadores, el cuerpo técnico o los jueces.
La obra debe estar hecha de tal manera que los equipos puedan salir juntos por la misma puerta, no puede pasar lo que sucede hoy en el Centenario, que uno sale por una punta y el otro por otra.
Después viene la sustentabilidad, que abarca tanto lo económico como lo ambiental, e implica un esfuerzo titánico para cumplir con la regla.
—En un estadio que no se usa la ecuación de sustentabilidad no cierra —continúa Arcos—. Si se gastan, por decir algo, US$100 millones, lo que hay que hacer es dividirlo entre la cantidad de usos que va a tener en un lapso determinado. Y esa cuenta da una cosa si se usa todos los días de la semana o si se usa solamente una o dos. Para una decisión cualquiera que se tome con el Centenario esto, que parece obvio, es algo que hay que tener muy a la vista.
Uno de los problemas que tiene el Centenario es su poco uso. Con Peñarol y Nacional con canchas propias, va a ser necesaria mucha creatividad para que ese espacio se utilice más allá de para jugar los torneos de fútbol locales.
Pero la sustentabilidad también implica, como decíamos, un respeto por el medio ambiente y este abarca a toda la obra, desde el momento que se realizan las demoliciones —que aunque se remodele, en algunos sectores van a ser necesarias—, hasta el tipo de luz y el agua que se use cuando el estadio esté terminado.
Lo que se demuela, por ejemplo, señala Arcos, no se puede sacar del estadio en piezas grandes; hay que retirar el hormigón triturado. FIFA, además, mide hasta la distancia que tienen que recorrer los camiones para trasladar ese escombro, el combustible que estos usan, la emisión de carbono y cómo afecta todo esto al medio ambiente.
Se debe trabajar con energías sustentables. El aire acondicionado se tiene que poder prender y apagar por sectores, y la iluminación del campo debe ser led.
Para controlar todo esto la FIFA requiere la certificación Leadership in Energy & Environmental Desig, que es otorgada por el Consejo de la Construcción Verde de Estados Unidos, y que lo que hace es garantizar la sustentabilidad de los edificios. En el caso de Qatar no se exigió esta certificación, sino una similar que existe para los países del Golfo.
En cuanto a algunas otras cuestiones que se deberían solucionar en el caso uruguayo, es exigencia también que una gran parte de la estructura sea techada.
—El estadio que yo hice son 115.000 metros cuadrados, y es todo techado, tiene un techo retráctil. FIFA exige que la parte de prensa, palcos y todos los asientos más caros estén cubiertos. En total, el edificio cerrado tiene que ser al menos de entre 40.000 y 50.000 metros cuadrados. Hoy en el Centenario estarán techados entre 3.000 y 4.000 metros, del lado de la América. Hay que hacer bastante en este sentido —advierte Arcos.
El legado
José Ignacio Masena trabajó con Arcos en la arena de Curitiba, y ahora está en Qatar colaborando con tres estadios que deberán estar prontos para utilizarse en la copa de 2022. Él es lo que se conoce como un sport architect, y a su cargo está asesorar al Supremo Comité de Qatar en arquitectura deportiva, para así cumplir con todas las exigencias de FIFA.
En Rusia y Brasil fueron 12 los estadios que se hicieron para la competencia, mientras que en Qatar se están construyendo ocho. Masena está trabajando en el Luisail, para 80.000 personas, en el que se va a jugar la final; Al Thumama, para 40.000, que va a utilizarse hasta los cuartos de final; y Ras Abu Aboud, un edificio desmontable, que luego de la copa se llevará a otra localidad de Qatar o incluso es posible que vaya para otro lugar del mundo, que también se apresta a acoger a unas 40.000 personas.
En realidad todos estos estadios —y así se ha hecho en las últimas ediciones de la copa— se construyen de tal manera que una parte se pueda desmontar luego de finalizada la competencia. Masena lo explica así:
—El ejemplo que siempre se da es que es como si fueras a hacer una fiesta en tu casa. Si querés invitar a unas 100 personas probablemente tengas que poner una carpa en el fondo, alquilar mesas y sillas, contratar a una empresa de catering, poner unos baños provisorios. En Curitiba se hizo así, se usó el estadio para el mundial y luego se desmontó una parte para que lo utilizara el Athletico Paranaense. En Qatar todos los estadios se van a reducir prácticamente para que luego puedan recibir a unas 20.000 personas. Hay que hacerlos acorde al público que suele haber en los partidos de fútbol de cada país.
En el Centenario debería pasar lo mismo. Hoy tiene una capacidad que supera los 60.000 espectadores. Si la idea es que se utilice para la final de la copa de 2030, debería llegar a poder recibir a unos 80.000, para luego desmontar una parte y bajar esa cifra a 40.000.
—La FIFA hoy lo que pide para copas del mundo es una capacidad neta de 80.000, lo que implica una capacidad bruta de 90.000 —explica Masena—. La diferencia está en que la neta no incluye, por ejemplo, a la prensa. Lo que se podría hacer en este caso es poner una estructura temporaria que permita bajar la cantidad de espectadores después. En ese caso lo que hay que tener en cuenta es que se va a necesitar dinero para el desmontado.
En caso de que la posible remodelación no se haga para una copa del mundo, sino para una Copa de Oro —una idea que se ha estado manejando en los últimos tiempos— en la que participen todas las selecciones que hayan obtenido los primeros puestos, con una capacidad de 40.000 alcanzaría, y se podría evitar la remodelación posterior.
Masena no trabajó en el mundial de Rusia y eso tiene una razón. Los arquitectos que desempeñan tareas para este tipo de competiciones se suelen saltear un evento, puesto que muchas obras terminan muy sobre la fecha y se empieza bastante antes de que la otra copa comience. Todos los arquitectos consultados para este artículo coinciden en que si Uruguay quiere tener un Estadio Centenario pronto para la copa del mundo 2030, debe resolver rápido qué es lo que hará y de dónde sacará la financiación, para así luego elegir el proyecto y ponerse a construir.
En cuanto al diseño, hay libertad, aunque las reglas de FIFA son claras en varias cosas. Hay estadios cuadrados (como el de Curitiba) y otros redondos (como lo es el Centenario, y como lo seguiría siendo en caso de que se vaya por el camino de la remodelación). Pero Masena advierte que hay cosas incambiables: la manera en que son las entradas para el público, cómo y por dónde ingresan y salen los jugadores, dónde deben estar los vestuarios, dónde se debe hacer el control de dopaje, qué puede ver el público y qué no, etcétera.
El control de las obras para FIFA siempre es el mismo. Al principio, cada tres meses, un grupo de emisarios desembarca a vigilarlo todo. La rutina es la siguiente: en horas de la mañana se recorre la obra y en la tarde se reúnen con los arquitectos para decirles en qué se debe mejorar. Estas visitas se hacen cada vez más frecuentes, hasta llegar a ser de una vez por semana. En el último año, en tanto, un equipo de FIFA se apersona a trabajar mano a mano con quienes estén haciendo la construcción.
No hay lugar para el azar. Cuando se empieza a construir un estadio FIFA, siempre se termina de construir un estadio FIFA.
Pero no hay que pensar solo en el estadio para la competencia, sino lo que se hace después con este. Esto es a lo que los arquitectos denominan: el legado.
—Qatar está pensando mucho todo esto —dice Masena—. Porque no puede pasar lo que sucedió en Maracaná, que se construyó para el mundial de 1950, se reformó para el de 2014, se volvió a usar en los Juegos Olímpicos de 2016, y hoy está prácticamente abandonado porque los clubes cariocas no juegan ahí.
La reforma de Maracaná tuvo un costo de US$300 millones.
Un proyecto
Héctor Vigliecca también es especialista en arquitectura deportiva. Hizo para la copa de Brasil en 2014 la Arena de Castelão en Fortaleza —trístemente célebre para Uruguay, porque allí perdió 3 a 1 contra Costa Rica— y el Parque Olímpico de Deodoro, que se usó en los juegos de 2016.
La remodelación del estadio de Castelão, una construcción original del año 1973, fue la primero en estar lista para el mundial. Tiene capacidad para 65.000 personas y tuvo un costo de unos US$200 millones. Luego de esto, el estudio de Vigliecca fue consultado por CAFO para hacer el proyecto de reconversión del Estadio Centenario.
—Nos llamaron, nos invitaron, se hicieron reuniones en el estadio, y presentamos un proyecto, pero este no se llevó a cabo. Lo que les recomendé fue hacer un estadio con sustentabilidad, porque Uruguay, por el tamaño que tiene, no puede ponerse a hacer locuras. Una cosa es un estadio en Brasil y otra en Montevideo —explica Vigliecca.
Uno de las puntualizaciones que el arquitecto hizo tiene que ver con la visibilidad del público. Alcanza ver un poco de televisión para darse cuenta que hoy en los estadios los espectadores están mucho más cerca del campo de juego en comparación con lo que pasa dentro del Estadio Centenario. También se refirió a la calidad de los asientos, bastante más incómodos que el estándar internacional.
El plan de Vigliecca incluía la preservación de los “valores culturales indiscutibles” del Centenario, lo que implicaba un exhaustivo estudio sobre lo que se debería conservar y lo que sería necesario demoler. Y tenía en cuenta que el edificio debería estar preparado para otros espectáculos que no fueran partidos de fútbol, algo “fundamental” para su manutención y para el retorno de la inversión.
La pregunta es cuánto podría salir esto. Los arquitectos no se animan a dar un número cerrado, pues mucho depende del análisis que se haga de la estructura actual y del tipo de obra que se quiera llevar adelante, pero de todos modos sostienen que no sería menos de US$ 200 millones ni más de US$ 600 millones.
CAFO: "Que no nos digan qué hacer, que lo hagan"
“Yo tengo cajones enteros llenos de ideas maravillosas. Todas las semanas viene un arquitecto con un plano. Pero el tema acá es la plata. Que los interesados pongan el dinero. Que no nos digan qué hay que hacer, que lo hagan”, señala Ricardo Lombardo, presidente de CAFO.
Su plan es que los inversores sean los que digan qué tipo de obra se puede hacer, y que esto se haga según ciertas pautas que ponga CAFO.
“El tema acá es que ideas tenemos todos. Cada arquitecto hace un proyecto distinto. Ta, es divino, pero el tema es que es impensable que el Estado uruguayo, la Intendencia de Montevideo o el fútbol mismo puedan conseguir esos cientos de millones de dólares que esto puede costar. Entonces, si hay un proyecto, que venga con la plata”, insiste.