Así es la noche y el día del Parque Batlle: de la transa de drogas y el sexo entre árboles, al deporte y paseo

De los parques céntricos, es el más grande y multifuncional. Aquí una crónica que muestra cómo a pesar de los intentos por mejorar su fama, el comercio sexual y el tráfico de drogas siguen rondando.

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Parque Batlle.
Parque Batlle.
Foto: Nicolás Pereyra.

Durante un largo tiempo, la principal imagen de Montevideo, la que ilustraba las postales más vendidas, era un retazo del Parque Batlle: el majestuoso monumento La Carreta que José Belloni esculpió homenajeando a la vida campestre y fue colocado en el punto más moderno de la ciudad en aquel momento. En sus orígenes, por 1890, el Parque Batlle se planeó para extender, ensanchar y embellecer a una Montevideo que no paraba de crecer. Ahora, más de un siglo después, la intendencia dispone de un cuidador que vigila las 24 horas del día a la pieza de Belloni para así detener la continua mutilación de la obra con el fin de vender sus partes.

Frente a La Carreta hay una fotogalería que también es custodiada para repeler los grafitis. Arruinarían las estampas que muestran cómo, en los primeros años del siglo XX, al finalizar la avenida 18 de Julio y cruzar Bulevar Artigas, en las espaldas del hospital de niños Pereira Rossell, lo que había era un horizonte agreste y oscuro. Allí, en las afueras de la ciudad, se erigían, solitarios, el Hospital Británico y el Italiano. En los campos aledaños solían pastar cabras, hasta que su propietario —Gabriel Pereira— los donó para construir un parque que llevaría su nombre.

Parque Batlle.
Parque Batlle.
Foto: archivo El País, colección Caruso.

El Estado, después, amplió la superficie proyectando un paisaje más ambicioso, al que llamó Parque Central: un punto neurálgico de la Montevideo del futuro, que al finalizar la Primera Guerra Mundial fue rebautizado como Parque de Los Aliados y luego, tras el fallecimiento del presidente José Batlle y Ordóñez, tomó su nombre, signando así un elemento de transformación irrefrenable en el ADN del icónico espacio verde.

William Rey, docente grado 5 de historia nacional en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo, y director de la Comisión del Patrimonio, explica que por aquellos años se entendía que “el parque era necesario para darle lugar de recreo a los sectores que normalmente están más hacinados, que gran parte de su semana está ocupada por el peso del trabajo y no tienen un área jardín en su propia vivienda”. En definitiva, se creía que “el parque era el jardín del pobre”. Los diseños se inspiraban en ejemplos franceses, aportándole un aire parisino a esta ciudad en construcción.

Si en un ser humano los pulmones son de los órganos que más demoran en formarse, los parques concebidos como pulmones verdes también requieren tiempo para su consolidación. Primero se trazan las calles, después se hacen las plantaciones, luego se colocan los monumentos y entonces es que el resto fluye.

Parque Batlle.
Parque Batlle.
Foto: Juan Manuel Ramos.

A partir de 1930, el Obelisco, La Carreta, el Estadio Centenario —entre otros emblemas del deporte nacional ubicados en la zona— y la construcción de suntuosas residencias y embajadas alzaron el estatus del Parque Batlle y también marcaron su genética multifuncional; una particularidad que para la Intendencia de Montevideo (IMM) representa un permanente desafío para su gestión, “debido a la variedad de usos y su enorme poder de convocatoria”, plantea Natalia Castro, directora de Espacios Públicos.

Es a la vez un parque de recreación infantil, adulta y de actividad deportiva, en el que convergen distintas clases sociales. Y es abierto. Y es céntrico. Ha habido impulsos para su revitalización —el último a partir de 2019— pero también sus espacios, desiguales en cuanto a concurrencia, iluminación y vigilancia, han sido y son un lugar donde se renuevan distintos tipos de faltas y delitos. Despierta tentaciones y esconde secretos. Dicen los vecinos, comerciantes y trabajadores del parque que hoy como ayer, tiene una cara de día y muestra otra cara de noche.

Detrás de los árboles.

Miércoles, diez y poco de una fría noche de invierno. Cinco hombres se juntan frente a El Águila, el tradicional carrito que está en Américo Ricaldoni casi Avenida Italia y abre de día y de noche, las 24 horas. La encargada despacha hamburguesas con cara de tedio, pero de pronto se ríe ante una pregunta muy simple que ya casi nadie le hace: ¿cómo está la seguridad en el parque? “Y bueno, la gente se queja, como siempre. Hay robos, te afanan: como siempre”, dice y vuelve a concentrarse en lo suyo. “Allá abajo está feo pero yo para atrás no veo, yo no me entero”, señala hacia su espalda y se encoge de hombros.

El carrito mira hacia Ricaldoni y “allá abajo” es la zona del parque que desde hace décadas está asociada al comercio sexual. Karina Pankievich, presidenta de la Asociación Trans del Uruguay, recuerda que el auge se dio por el 2010 y tenía como principales protagonistas a los taxi boy, en ocasiones menores de edad. “Quizá podías ver a dos o tres chicas trans probando suerte, pero los clientes iban a buscar a chicos. Dejaban los autos estacionados y se adentraban en el parque, porque incluso el servicio se daba entre los árboles”.

Por aquel entonces, cuenta Pankievich, la prostitución masculina no era vista: “No se pensaba que un hombre se iba a prostituir como una mujer, o como una trans, pero lo estaban haciendo”. De hecho, recuerda que allí desembarcó un grupo de mormones empecinados en “salvar del pecado a los muchachos”. Contrataban una quincena de taxis que los aguardaban en el parque mientras intentaban convencer a los chicos, muchos de los cuales terminaban apedreando los vehículos.

Ese circuito —que ahora volvió a tomar relevancia pública debido a las denuncias contra el exsenador Gustavo Penadés— era “vox populi”, reconoce Andrea Tuana, activista contra la explotación sexual y trata, pero ahora ya no está en el radar. O al menos no hay una señal de alerta que indique que allí hay menores prostituyéndose, afirma Diego Pailos, coordinador de Gurises Unidos.

En deuda

Varones: la explotación más oculta

La explotación sexual de varones “se mantiene muy oculta”, opina Diego Pailos, coordinador de Gurises Unidos, asociación civil que trabaja por la defensa de derechos de la niñez y la adolescencia. “Existe en Uruguay y tiene distintas expresiones”, reconoce, sin embargo no suele ser confesada por las víctimas, ni detectada correctamente por los equipos, “por distintos aspectos como normas de género o mitos, o estereotipos de masculinidades”, dice el experto. Hay una mayor capacidad de detección vinculada a niñas, niños y adolescentes mujeres, plantea Pailos. “Como país nos falta ajustar la mirada sobre esta problemática y y aprender a decodificar estas situaciones”.

La avenida Lorenzo Mérola nace frente al Estadio Centenario y, entre lomas y calles zigzagueantes, se mete en el Parque Batlle profundo, ahí donde solía estar el mítico boliche Azabache, y termina frente a la pista de atletismo, hoy en obras, y la zona de la tradicional fuente iluminada de Ricaldoni.

Por Mérola, los autos pasan despacito a esta hora y se ven algunos caminantes solitarios sin mucho rumbo. La calle y algunas sendas peatonales están muy bien iluminadas, pero para adentro del parque todo es oscuridad. Cuando el boliche estaba abierto, era un destino fijo de los inspectores de Espectáculos Públicos del Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay, indica la directora del área, María Portillo. Ya no. ¿Se controla la zona? “La competencia en la calle es del Ministerio del Interior. Nosotros fiscalizamos los locales comerciales, no hay nada que regule que tenemos que circular por el parque, eso en todo caso es una decisión subjetiva de los inspectores cuando se dirigen de un punto al otro”, explica.

Parque Batlle por la noche.
Parque Batlle por la noche.
Foto: Juan Manuel Ramos.

No se han recibido denuncias por la línea azul del INAU. Ni se detectaron otras alarmas. Los operadores de convivencia de la IMM que trabajan en el parque tampoco han identificado una situación de explotación. En cuanto al Ministerio del Interior, no respondió la consulta para este informe. Sin embargo, para Luciana, una mujer trans que supera los 50 años y cuida coches en el parque desde hace una década, “nada cambió en absoluto” y siguen habiendo adolescentes varones ofreciendo su cuerpo por dinero. Lo mismo dicen otros tantos cuidacoches y referentes de la zona.

Esta noche varios muchachos esperan por ahí, a veces entre las sombras. Como Gustavo y Mario (no son sus nombres reales), dos varones que están sentados en un banco y se paran cada vez que aparece un coche. En este caso, se trata de dos veinteañeros de Río Branco, Cerro Largo, que en verano hacen la temporada en Maldonado.

Se acercan cuando el auto de El País se detiene frente a ellos.

—Somos periodistas. ¿Ustedes trabajan acá?

—Sí, estamos muchas noches —responde uno, sorprendido ante la situación—. A veces acá, a veces en los cines.

Entonces cuentan que ganan entre 4.000 y 7.000 pesos por noche, que la seguridad es complicada, que hay de todo, gente bien y otros “con no muy buena vibra” pero que estar de a dos ayuda, que sobreviven con un negocio —el del sexo— que da más plata que otros. Y, cuando cierran acuerdo con un cliente, se van en auto a tener relaciones en otro lado o también en el mismo parque. Todo depende.

Por fuera de este sitio que llamaremos “zona Azabache” se ve un movimiento más acorde a esta hora de la noche, incluso gente paseando perros, haciendo ejercicio o en bicicleta. Del otro lado del parque, frente al Méndez Piana —el estadio de Miramar Misiones—, hay varias canchas de baby fútbol donde juegan adolescentes y jóvenes.

Un rato antes de las once de la noche aún hay partidos y un montón de autos estacionados entre las canchas y el edificio del Instituto Superior de Educación Física (ISEF). El que hace años cuida los coches es Pablo, un hombre de 40 años y cara curtida, que vive a la intemperie a unos pocos metros. “El parque está bravo, sobre todo de noche. Yo le digo a los muchachos que se cuiden cuando salen de acá”, advierte, “porque la maldad no descansa”. Su preocupación es que este pequeño predio del parque esté vigilado y tranquilo incluso a estas horas. “No permito que nadie venga a quemar acá, eso sí”, dice, en referencia al consumo de pasta base.

La punta del iceberg del otro gran problema del parque: el microtráfico.

Zona de contrastes.

Lejos de la soledad nocturna, durante el día toda la “zona Azabache” está plagada de autos estacionados, hay movimiento de vecinos y transeúntes. Cada cuadra tiene su cuidacoches. Uno de ellos es Marcelo, un cincuentón que hace más de dos décadas está instalado aquí y antes trabajó en la pista de atletismo. Él es como una referencia en el parque, todos lo respetan, incluso los que están hace poco tiempo, los más jóvenes.

Parque Batlle.
Parque Batlle.
Foto: Juan Manuel Ramos.

“Lo que yo veo mal”, dice, “es que la gente con autos de alta gama llegue a buscar a los muchachos que vienen a changar, hay muchos que salen de cumplir la pena (en la cárcel) y se vienen para acá. Sigue pasando, vienen a buscar acá todo alrededor de la pista, del parque, se los ve teniendo sexo entre los árboles”.

Según su relato, de noche no solo hay comercio sexual, sino que muchos de los jóvenes que se prostituyen se ponen a robar si no aparecen clientes. “Mirá que de noche esto es tierra de nadie, roban los cables, no dejan nada”, dice.

A unos pocos metros está la zona de Amalia, una cuidacoches que da una versión similar. “Ayer me agarré a las piñas porque querían robar un auto, este es mi laburo, es mi medio de vida”, cuenta esta treintañera que hace algo menos de 2.000 pesos por día en el parque. Y confirma que, además de sexo rápido, acá hay mucha droga. “A unos metros tenés alguien que vende”, dice, sin señalar a nadie. En la vuelta no hay mucho más de seis o siete personas.

Amalia cuenta que, sobre todo en la tardecita y en la noche, es habitual que “exploten” los vidrios de los autos, es decir que les tiren piedras y los rompan. Lo mismo dice una pareja que viene seguido con su perro por las tardes. “Vemos todo lleno de vidrios ahí en la calle”, dice él.

Pero lo peor, para ellos, es “la mugre”. “Igual en la última semana mejoró, vinieron de la intendencia a limpiar, es un cambio que notamos”, matizan después.

Marcos es entrenador de uno de los clubes de baby fútbol de la zona, ahí mismo donde trabaja Pablo, el cuidacoches. Él no se acerca a la zona donde hay chicos ofreciendo sexo (la “zona Azabache”) pero sí ha visto un montón de veces preservativos usados, sobre todo atrás de los árboles. “Está lleno, a veces también vi prendas interiores”, dice. Lo mismo relatan otros habitués de la zona, como Nicolás, un vecino que suele ir los sábados y domingos con sus hijos y el perro: “Está lleno, intento que los niños no los vean”.

Con la intención de limpiar la imagen del parque, por 2019 la IMM inició una etapa de “modernización”. “Hay partes que están muy lindas pero hay contrastes, si salís de los caminos está oscuro y se pone áspero, hay lo que nosotros llamamos rastrillos, son oportunistas”, cuenta Marcos. “Nosotros tomamos precauciones cuando nos vamos de noche, como salir en grupo o no atravesar el parque, ir por las calles”, agrega.

Parque Batlle.
Parque Batlle.
Foto: Juan Manuel Ramos.

Castro, la directora de Espacios Públicos, describe que se acondicionaron espacios infantiles, se abrieron concesiones para uso deportivo, se repararon caminos, se recuperaron baños públicos y se mejoró la luminaria, aunque el robo de cables —por la venta ilegal del cobre— es un problema cotidiano: en 2021 el cableado del parque se hurtó seis veces. Se suma el constante daño y robo de monumentos. Y ahora también la proliferación del mercado de drogas.

Pico de vandalismo

Esculturas: las dañan por “unos pesos”

El robo de cables, por el cobre, es frecuente en la capital, dice Natalia Castro, directora de Espacios Públicos, a tal punto que se han puesto paneles solares y cableados aéreos para evitarlos. El Parque Batlle es una de las principales víctimas. Allí también suelen dañarse monumentos, algunos de gran valor patrimonial como La carreta. “Roban piezas y dañan esculturas de una manera única en los últimos años”, dice William Rey, de la Comisión del Patrimonio, para vender las partes en el mercado negro.

Droga en las plazas.

Muchos ojos se posan sobre el Parque Batlle para lidiar con su desafiante gestión. Como fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1975, en teoría, la restauración, la conservación y el agregado de elementos debe ser aprobado por la Comisión del Patrimonio pero, según supo El País, esto no siempre sucede: a veces la saltean.

A su vez, como sucede con las áreas públicas que superan los 10.000 metros cuadrados, la última palabra en gestión la tiene la IMM. Por eso Matilde Antía, la alcaldesa del municipio CH, dice que es paradójico que teniendo la oficina y el galpón con la maquinaria del municipio dentro del parque, sienta que “estando tan cerca, esté tan lejos”. Debe pedir permiso a la comuna para cada intervención que se propone. “Creo que el ideal sería agarrar una mente que lo piense como algo más lineal y diga vamos a hacer una intervención fuerte acá y que fluya el parque. Para mí es oro en bruto que falta pulirlo para que sea súper disfrutable para todo el mundo”.

Y también está la cuestión de la seguridad, que es potestad del Ministerio del Interior, relatan las otras partes ante la falta de respuesta de la cartera. “Hoy es fundamental para el buen funcionamiento de un parque y debe ser trabajada específicamente; los parques requieren el conocimiento del área y una buena coordinación entre cuidaparques y el Ministerio del Interior”, opina Rey, de Patrimonio.

Parque Batlle.
Parque Batlle.
Foto: Juan Manuel Ramos.

A diario están presentes funcionarios municipales —el que custodia La carreta, relevadores del estado del equipamiento y áreas verdes, que hacen rondas periódicas; además del personal tercerizado para el mantenimiento de los baños y el cuidado del pasto y plantas—, y según se constató durante la crónica, hay cierto patrullaje policial que, según el testimonio de distintos cuidacoches se complementa con efectivos de la Guardia Republicana que suelen patrullar de día también en moto y a pie. Sin embargo, afirman que es más raro verlos de noche.

Castro, de la IMM, explica que se coordinan reuniones periódicas con el ministerio para dar cuenta de las denuncias de vecinos y comerciantes por delitos de microtráfico. “Hay un diálogo y hay también una realidad que no es solo del Parque Batlle: el mercado de drogas está inclusive en plazas céntricas”, advierte.

La transa es moneda corriente en el predio sobre la avenida Dr. Luis Morquio, lindero al hospital de niños Pereira Rossell. Entre los juegos infantiles, la venta de droga se incrementó, lo que a su vez trajo atado un problema de mendicidad e indigencia, con decenas de personas que pernoctan en la entrada del centro de salud. “De noche, esto se transforma en un campamento. Los sacan y vuelven”, dice una trabajadora de la cuadra.

Así se dan robos a familiares de pacientes, desde celulares a motos que dejan estacionadas durante las visitas. La inseguridad ha hecho que, por ejemplo, el carrito de comida rápida cierre a las 22 horas: las trabajadoras ya no se animan a soportar la madrugada. “El pasaje de droga es constante”, incluso se daría en puestos que venden comida en la puerta del hospital. “Cae la luz y olvídate, esto es tierra de nadie”, insisten varios testigos.

Parque Batlle.
Parque Batlle.
Foto: Juan Manuel Ramos.

El cuidacoches más antiguo del lugar, lo describe así:

—Es facilísimo. Se paran acá y esperan a que transite la gente para venderles para fumar pasta. En esta parte, el tráfico es tanto que desplazó a la prostitución.

—¿Y vos cómo zafás?

—Yo aguanto tomando alcohol. Ya pasé por la pasta base y la dejé. De ese viaje ya aprendí y no voy a volver.

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