Así es vivir y trabajar en el centenario faro de Punta del Este: crónica de una familia que custodia el mar

Leonardo Averasturi es uno de los pocos fareros que vive en su lugar de trabajo. Allí se instaló con su familia, cambiando una rutina mecánica y estresante por otra exigente pero atípica.

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Faro de Punta del Este
Averasturi: como vive donde trabaja, el encargado no tiene horarios y siempre viste uniforme.
Foto: Ricardo Figueredo

Leonardo Averasturi no tiene horarios, pero siempre está alerta. Pasó de trabajar en una oficina en Montevideo liquidando sueldos, a cambiar su calidad de vida en el más popular de los balnearios esteños. Dejó una tarea mecánica y estresante por otra radicalmente peculiar, tanto que apenas un puñado de uruguayos la realizan.

En la península de Punta del Este, donde el mar y el cielo se funden en un azul profundo, se erige el faro que desde hace más de un siglo marca el paso del tiempo y el rumbo de las embarcaciones. Su luz, que se apaga al amanecer y se enciende al caer la noche, parece vivir en un ritmo diferente al del bullicioso balneario. Y entre una frecuencia y la otra está Averasturi. Es el encargado del faro. A él le brinda una dedicación total.

Que no tiene horarios decíamos, pero sí cumple con un rutina meticulosa. Esta mañana, mientras Averasturi abre el portón del lugar para darle la bienvenida a El País, los veraneantes disfrutan de la playa en un caluroso día de enero.

La temporada estival en Punta del Este es sinónimo de fiestas, música electrónica y miles de turistas que invaden sus calles, playas y restaurantes; un universo que no tiene cabida ante la calma del faro, ese silencioso custodio de las aguas ubicado en la parte más elevada de la península, en la calle 10 esquina calle 5

Faro de Punta del Este
Leonardo Averasturi: en Uruguay hay doce faros; en cinco de ellos el farero vive ahí.
Foto: Ricardo Figueredo

Desde febrero de 2013, Averasturi vive en el mismo predio en donde funciona el faro. Él y el pequeño equipo que tiene a su cargo no se dejan arrastrar por la vorágine de la ciudad, ellos siguen una agenda marcada por las tareas y la puntualidad de los turnos. “No tengo horario, estoy las 24 horas acá. Me llaman a las 12 de la noche o a las 7 de la mañana y para mí es lo mismo”, dice.

El escueto reino de Averasturi es un predio dividido en cuatro sectores. Está la casa designada para el encargado, el lugar en donde se queda el personal (que son tres personas en un régimen rotativo), hay una casa protocolar y finalmente la zona donde está el faro. Allí se permite el acceso del público, pero únicamente determinados días.

Quizás Averasturi estaba predestinado a una vida en el mar. Es oriundo de San Gregorio de Polanco, ese icónico balneario de arenas blancas que convirtió a Tacuarembó en un destino turístico de sol y playa.

Antes de estar a cargo del faro, trabajó durante siete años en el Servicio de Hacienda y Contabilidad de la Armada Nacional en Montevideo. Ahí era que liquidaba sueldos. “Tenía que pagar todos los sueldos todos los meses. Con la dinámica del trabajo no paraba nunca. Andaba a mil, todo el día. No podía equivocarme”, dice sobre esa experiencia, que dista de la tranquilidad del faro. “Pasamos de quinta a segunda. Al principio uno quiere hacer todo en un día, pero se da cuenta que hay que priorizar. La vida acá es totalmente diferente”, añade.

A unos metros de distancia de donde ocurre esta conversación, baja de un ómnibus un grupo de turistas asiáticos. Le empiezan a sacar fotos al faro, un cliché. Después posan en las plazas aledañas. Preguntan si pueden entrar, pero Averasturi contesta amablemente que hoy está cerrado al público.

Llegó al faro junto a su esposa Andrea y su hijo Aaron, que en aquel momento era un bebé. “Aprendió a caminar acá”, recuerda. Hoy con 12 años su hijo “ya es más oriundo de Punta del Este que de Montevideo”, dice. Va al Colegio Pinares del Este y juega al fútbol en el Deportivo Verdirrojo, en la categoría juvenil del Deportivo Maldonado, donde es golero: a golpe de vista su estatura lo delata para el puesto.

Faro de Punta del Este
Leonardo Averasturi llegó al faro de Punta del Este en 2013, junto a su esposa Andrea y su hijo Aaron.
Foto: Ricardo Figueredo

Por su parte, Andrea es funcionaria del Instituto Uruguayo de Meteorología (Inumet). Cuando vinieron a Maldonado comenzó a trabajar en la Estación Meteorológica ubicada frente al faro, y ahora se desempeña para el organismo pero en el Aeropuerto Internacional de Punta del Este.

La familia ganó en tranquilidad y en calidad de vida, reconocen. Pasaron de ser tres en un apartamento entre la muchedumbre de la capital del país, “a habitar una casa frente a una plaza al aire libre”, describen. “La calidad de vida es otra totalmente”, resumen. Una particularidad es que no tiene mucho vínculo con el vecindario. “El vecino acá prácticamente no sé ni cómo se llama, no hay un contacto vecinal. Al menos que necesiten algo, que vengan a golpear la puerta para pedir una escalera o alguna cosa puntual, no hablamos”.

Son 12 los faros en Uruguay, pero no comparten la misma operativa. En el de Cabo Polonio, por ejemplo, los fareros viven 15 días y los otros 15 trabaja otro personal ya que no hay alojamiento para que un funcionario se instale allí con su familia durante tanto tiempo. Averasturi, en cambio, tuvo la dicha de ser uno de los cinco encargados de faro que están permanentemente en su lugar de trabajo.

Para Averasturi trabajar en el faro “era algo nuevo”, aunque ya llevaba muchos años en la Armada. Estuvo 12 años en el buque Fragata Artigas e hizo tres viajes en el Capitán Miranda, por lo que tiene un vasto recorrido y le ha tocado tener vivencias únicas.

“Nos adaptamos a esta nueva experiencia, queríamos venir. No es que nos dieron la orden, sino que hubo una propuesta que aceptamos”, dice.

Faro de Punta del Este
Dirige un equipo de tres funcionarios rotativos (6 en total). Con Averasturi en el centro y rodeado por Humberto Passarini, Jhon Latorre y Ximena Rosas. Foto Ricardo Figueredo
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Total dedicación

Al vivir donde trabaja no tiene horarios. Está siempre vestido con su uniforme: camisa, pantalón, zapatos y gorro, la misma estampa con la que recibe al público. “No hay manera de que te puedas desconectar y decir ´no estoy´. Salvo cuando salgo de licencia que ahí si bien no estoy presencialmente estoy disponible al teléfono. Si me voy, nadie me releva en el cargo, pero sí queda el personal que se distribuye las tareas”, dice Averasturi.

El personal ya sabe lo que tiene que hacer en caso de que no esté presente el encargado. Humberto Passarini, Jhon Latorre y Ximena Rosas son los funcionarios que están de turno en esta oportunidad. Es que los hombres, que son cabos de primera, se turnan en el puesto con otros dos cada 15 días. La mujer, que es marinera de primera, alterna cada semana con otra mujer.

Dispuestos, educados y atentos a lo que pueda pasar: así se observa a los tres funcionarios que reciben a El País con cordialidad mientras se preparan para desempeñar sus tareas. Mantenimiento, cortar el pasto, pintar la cerca, reparar boyas o hasta hacer combustible para abastecer a la Isla de Lobos, donde hay otro grupo de funcionarios de la Armada Nacional.

Averasturi confiesa que los funcionarios “hacen realmente el trabajo de farero”. Son los que suben con las visitas y se encargan de sus cuidados. Por más que él supervisa, sube cada vez menos. Realizan también las tareas de limpieza del baño y del alojamiento. “Para ellos es como venir a una base. Tenemos un taller para trabajar, una guardia; es una unidad militar más allá de que es menos militar, por más que aparente menos que otras”, señala el encargado.

Peninsula de Punta del Este
Cada vez se acercan más curiosos dispuestos a subir sus 140 escalones, en una visita que cuesta 50 pesos.
Foto: Ricardo Figueredo

Hay un taller con un escritorio para realizar tareas y también una zona de depósito donde hacen reparaciones. Cuentan con televisión, radio o pueden optar por la lectura en sus momentos de ocio. En frente hay una casa protocolar de la Armada, a la que también le hacen tareas de mantenimiento. Cuando hay eventos los funcionarios ofician de mozos allí. Son multifunción.

“Son como una familia. Se deben cocinar, por lo que es una tarea que se turnan cada día. Ellos saben qué tienen que hacer. Si pasa algo me llaman, trabajamos en equipo”, comenta Averasturi. Entre sus tareas están el apoyo logístico, de reparación y mantenimiento desde Piriápolis a José Ignacio.

El faro funciona como un centro del servicio de balizamiento y tienen a cargo boyas marítimas de Piriápolis y la costa de Rocha. “Tenemos un bote para apoyo y vehículo de la Armada, donde trasladamos materiales en caso de que haya que arreglar alguna boya o baliza o pintarla. Tenemos personal idóneo para tareas de albañilería”, está contando Averasturi cuando lo interrumpen.

-Buenas, ¿se puede entrar?

-Está cerrado, el jueves abre.

Es otra turista curiosa que vio movimiento en el faro, se acercó y consultó si se podía ingresar. El faro abre al público todo el año de jueves a domingo de 10:00 a 13:00 horas en la mañana y de 14:00 a 17:00 en la tarde. La entrada cuesta 50 pesos.

Las visitas al faro. Ninguna persona ajena al faro puede recorrerlo en solitario. Es un paseo guiado, digámosle. Una experiencia que queda registrada y se realiza bajo la vista y cuidado del equipo que dirige Averasturi.

Subir el faro puede resultar cansador. Tiene una altura de 25 metros que se traducen en 140 escalones. Hay que ser paciente y no acelerarse, si no se puede terminar agitado. “Hace mucho no subía”, dice entre risas el encargado, ya que generalmente en las visitas acompañan otros funcionarios a los turistas.

Peninsula de Punta del Este
La utilidad de los faros sigue resistiendo a los avances de la tecnología: son esenciales para la navegación.
Foto: Ricardo Figueredo

La recompensa vale el esfuerzo. Una vez arriba, se despliega una hermosa vista panorámica de la península de Punta del Este. Con ese contraste de tranquilidad y caos en las zonas de tránsito, como la del puerto que se observa al horizonte. Las visitas no lo tienen permitido, pero si se suben 10 escalones más arriba se llega a la cúpula del faro y se puede observar de cerca: otro cliché tantas veces reproducido por el cine.

El 30 de marzo de 1976, el faro fue declarado Monumento Histórico Nacional. Se enciende todos los días, desde la puesta del sol hasta su salida. Funciona con fotocélula, pero también tiene una batería para casos de emergencia y cuando no hay luz solar se enciende manualmente.

El Día del Patrimonio, el faro se ofrece a su público con la entrada gratuita. “Ahí tenemos más diálogo con la gente que ni conocía el faro o nunca había venido”, comenta Averasturi. En ese sentido, señala que las visitas comenzaron hace un par de años. Antes su recorrida solamente se reservaba para el Día del Patrimonio.

La cantidad de gente que visita el faro es variable, “un día 100, otro 20”. “Suele subir más gente fuera de temporada, ya que por los horarios muchas personas prefieren ir a la playa”, explica el encargado del lugar. Lo consideran un plan b.

La importancia de los faros. A pesar de los avances tecnológicos, GPS que ayudan a la navegación y demás, por más que parezca vetusto que los faros guíen a las embarcaciones, aún así continúan vigentes, resistiendo con orgullo el implacable paso del tiempo.

Un ejemplo de ello es que los faros de Punta del Este y la Isla de Lobos se miran cara a cara. “Lo que generamos es una buena navegación por un canal que tiene referencia entre los dos faros. Ganamos en seguridad y navegación. Se han agregado aparatos como GPS que ayudan, pero el faro siempre se mantuvo como clave”, dice Averasturi.

Los barcos pueden navegar por rutas seguras, se previenen siniestros y no hay impactos negativos en el medio ambiente. No es algo obsoleto, más allá de que existan nuevas tecnologías el faro mantiene su vigencia”, añade.

El faro está formado por los lentes de Fresnel, que representan una gran lupa pero inversa. Permiten centrar el haz de luz que se forma para que tenga un mayor alcance. Está compuesto por tres tipos de cristales: dióptrico, catadióptrico y el del medio es focal. Concentra el haz de luz lo más lejos posible. El faro tiene una lámpara ahora con panel, batería y después tiene una llave que se sube. Lo que cambió en la composición de su estructura es que la luz que antes era de una lámpara de 1.000 watts y ahora es LED. “Hace unos cuatro años más o menos que cambió el sistema”, dice el encargado.

A partir de marzo, empieza a correr el último año de Averasturi a cargo del faro. Es una cuenta regresiva un tanto dolorosa para la familia. Su idea es quedarse a vivir en Punta del Este, donde ya están asentados.

Mientras tanto, allí permanecen, vigilantes con la vista puesta en el mar y de espaldas a la ciudad que transita de un verano a otro. El encargado y los funcionarios siguen su trabajo solitario, realizando las mismas tareas que sus antecesores, como si el tiempo, en su torre de luz, no hubiera pasado jamás.

Los 165 años del faro y sus diversas funciones

En 1858 el aparato lumínico destinado originalmente a la Isla de Lobos se trasladó a Punta del Este por presión de la industria lobera, alegando que allí ahuyentaba a los lobos. Como finalmente fue devuelto a la isla, se logró habilitar el faro en el balneario en 1860, siendo la fecha oficial de su inauguración el 1° de mayo.

El 1° de febrero de 1880 el faro pasó a ser propiedad del Estado. En 1923 se reconstruyó y se edificaron otras instalaciones para el alojamiento del farero y personal que está en tránsito. Por otra parte, la alimentación de su farol pasó de acetileno a energía eléctrica el 19 de enero de 1988.

El faro se compone de una torre de mampostería de sección circular, cúpula pintada a franjas verticales rojas y blancas radiales. Su altura es de 25 metros, es decir 140 escalones.

En su base se encuentran instalaciones que alojan al farero y personal, garaje, talleres y sala de generador.

“Una de las principales funciones de los faros es ayudar al comercio marítimo, a los buques de carga, pero también a las embarcaciones deportivas, a las embarcaciones de pesca para la navegación y para volver a puerto”, explica el capitán de navío Jorge Di Lorenzi, jefe del Servicio de Iluminación y Balizamiento de la Armada. “Los faros en nuestro país están para ayudar al comercio, donde el 92% de las importaciones y exportaciones se llevan a cabo por vía marítima”, concluye.

Histórico: así lucía el centenario faro de Punta del Este
Histórico: así lucía el centenario faro de Punta del Este.
Foto: Seminario Cristo Rey
¿Cuánto cuesta mantener los faros?

El Servicio de Iluminación y Balizamiento de la Armada (Serba) dispone de 7 millones de pesos para repartir entre los 12 faros de Uruguay. “En algunos faros como el de Punta del Este o el de la Isla de lobos se tiene en cuenta para los gastos la cantidad de personal, que tienen equipamiento como cocina, gastos de electricidad mayores o de insumos”, explica al El País el capitán de navío Jorge Di Lorenzi, jefe del Serba.

Un ejemplo fue que hace un año y medio tuvieron que hacer varios arreglos en el faro de Punta del Este. Si optaban por un llamado externo les iba a costar aproximadamente 1,3 millones de dólares, en caso de contratar a una empresa privada. Sin embargo, como tenían personal capacitado para hacer estos trabajos, por ejemplo en alturas, terminaron costando 220 mil pesos todas las tareas.

Di Lorenzi explica que la totalidad de los faros son patrimonio nacional con excepción del de La Panela en Montevideo y del de Punta Palmar en Rocha. Además de la operación de los faros tienen la responsabilidad de casi 500 señales. Es decir, las boyas, balizas de entrada a puerto que hay desde Bella Unión hasta Punta Palmar. “Todo eso está cubierto los 365 días del año. Ahora en el Servicio de Iluminación y Balizamiento de la Armada somos 85 personas y 45 se manejan en un régimen de 15 días en forma permanente arriba de la unidad”, detalla. Aunque luzca un número potente de recursos, Di Lorenzi lo pone en perspectiva, “en proporción tenemos casi la mitad de funcionarios que Chile o Brasil”.

Trabajar en un faro no es para cualquiera. Para Di Lorenzi hay que definirlo como un trabajo vocacional. Los fareros constituyen “una especie escasa”, dice, porque son personas que están dispuestas de realizar una tarea que “puede no ser atractiva”.

Para cubrir los cargos, el Serba hace llamados internos y a los interesados que terminan consiguiendo el puesto se los instruye para el desafío que emprenderán. “Tenemos un curso de capacitación en sistemas energéticos, porque las islas tienen energía solar, generadora, tienen diferentes tipos de energías, entonces se les da una inducción”, cuenta.

Faro de Punta del Este
Faro de Punta del Este: el 30 de marzo de 1976 fue declarado Monumento Histórico Nacional.
Foto: Ricardo Figueredo

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