Entrevista
En el imaginario de los uruguayos, Carmela es el caso cero del COVID-19 y en un acto de insolidaridad “diseminó” el virus. Diez meses después, repasa sus acciones y dice que fue "un chivo expiatorio".
Son dos las barreras que hay que pasar hasta llegar a Carmela Hontou. La primera, es la seguridad sanitaria del edificio en el que vive desde julio pasado. Los guardias no habilitan la entrada hasta que un sensor, como el de los shoppings, fija un blanco en medio de nuestras frentes y mide la temperatura. Seguimos sanos; nos dirigimos al apartamento 1303.
El living luce cálido decorado con papá noeles, velas con la silueta de un árbol navideño y una colección de portarretratos con recuerdos felices que se exhiben por todos lados, incluso a los costados de un amplio sillón en el que duerme un pitbull fornido. Abre los ojos. Se despereza con desidia. Baja una a una sus patas hasta llegar al piso y se acerca a los desconocidos. El perro olfatea, nosotros contenemos la respiración.
—Son buena gente, Lisa; vení con la abuela —dice Carmela Hontou, dando la bienvenida.
—¿No muerde?
—Es buenísima, es la perra de mi hijo. Yo salgo con ella a la calle. Salgo muy poco, casi nada, a caminar, para limpiar mi cabeza. Me animo únicamente si ella está conmigo. La llevo por las dudas de que alguien me quiera agredir, o clavarme una cuchilla, o pegarme un tiro.
La perra lame nuestras piernas y sigue los pasos de su ama, que nos guía por las tres habitaciones del hogar. En su cuarto, a los pies de la cama, hay un perchero con esbeltos tapados de cuero y pieles a los que Carmela, en un acto reflejo, les dobla las mangas y les acomoda el cuello.
—Me hace mal tener esto acá, Adriana —le señala a Adriana Calo, su mano derecha, la encargada del local de Punta del Este que tuvo que cerrar súbitamente, apenas comenzó el linchamiento.
Lo que queda de la sofisticada empresa de la diseñadora de moda acusada de haber traído y diseminado el COVID-19 en Uruguay sobrevive distribuido en los roperos del apartamento. Hasta aquí llega algún cliente a recoger una compra que hizo online, en una web recientemente creada, discreta, en la que asiduamente se cuela algún comentario sarcástico del estilo “¿Esta es la Colección Caso Cero?”
En el cuarto de uno de sus hijos guarda las cajas con zapatos de dama y caballero, y en el armario del otro las chaquetas de hombre. Estas prendas comparten el espacio con la ropa de su hijo menor, en cuya cama se echa la perra, mirando hacia una cuna y una pared en la que Carmela pintó unos pájaros, para recordar así a su primer marido, fallecido, que era aficionado a las aves. En la cuna dormirá dentro de unos meses su primera nieta. A la nieta la van a llamar Prudencia.
—En mayo me enteré que iba a ser abuela y fue mi renacer. Para algo pasan las cosas, ¿verdad? Como el número de este apartamento que me dieron, ¿te diste cuenta?
—¿1303 como el famoso viernes 13 de marzo?
—Le dije al de la administración, ¿me estás cachando? Pero esto no es una casualidad, es una causalidad. Yo creo que es una señal, ¿no te parece?
—¿Una señal de qué tipo?
—De empezar a superar todo el daño que me han hecho.
Los viajes de la polémica.
Un año atrás, Carmela Hontou llevaba su nombre con orgullo. Éste era también la insignia de su marca, diseñada por su hermano mayor, Fermín, el dibujante conocido como Ombú. Carmela vestía a estrellas como Jennifer López. Era aplaudida por organizar desfiles en Miami con modelos paralíticos sobre la pasarela. En entrevistas, decía que “un Carmela Hontou” era una muestra de la industria uruguaya, y que lo que más disfrutaba del éxito era “representar al país”.
Un año atrás, en enero, Carmela hacía el primero de dos viajes a Europa para cerrar acuerdos comerciales con potenciales clientes como El Corte Inglés en España y Versace en Milán. Según cuenta, fue durante ese viaje, estando en Madrid, que consultó a un médico debido a su patología de reflujo. Hizo fiebre, el médico le diagnosticó broncoespasmo y cuando ella le preguntó si no debería indicarle el test por el virus que rondaba en Asia le dijo que no (el primer paciente de coronavirus en España se registró el 31 de enero). Le recetó antibióticos. Pocos días después, ya recuperada, volvió a la normalidad y luego regresó a Uruguay.
Una vez en el país, se trasladó a Punta del Este y atendió a decenas de clientes extranjeros en su local: todavía nadie imaginaba que el coronavirus se convertiría en pandemia. Pasaron los días. El 22 de febrero volvió a viajar a Europa. En este segundo viaje, el avión primero la llevaría a Madrid y desde ahí iría a Milán.
—Iba viajando, me conecto al wifi y empecé a recibir mensajes de mis contactos en Milán diciéndome Carmela no podés venir, acá reventó el virus. Me mandaban fotos de supermercados saqueados, de gente en hospitales, todo muy triste. Pero ya estaba en mitad de camino, ¿qué iba a hacer? Me quedé en Madrid. Nunca pisé Italia y no me enfermé en ese viaje.
—¿Tomaste precauciones en Europa?
—Yo viajé de tapabocas, éramos solo dos personas con mascarilla en todo el avión. Yo ya pensaba en el virus y me estaba cuidando porque tengo mala suerte con mi salud.
La operaron más de 20 veces, sobre todo de las cervicales y del estómago.
—Estuve varias veces en un hospital al borde de la muerte. ¿No voy a saber yo lo que es sufrir? Yo ya me estaba cuidando contra el virus. En Madrid la gente estaba como si nada. Yo iba de tapabocas y mis amigas me preguntaban por qué andaba así y yo les decía, ¿pero ustedes no se dan cuenta que el virus está en todas partes? ¿No se dan cuenta de que acá hay chinos? Toda la gente que vi en España, nadie se contagió. Yo llegué a Montevideo el 7 de marzo completamente sana, pregunté en el aeropuerto si había algún protocolo y me dijeron que no, y por eso fui a ver a mi madre y al casamiento —se defiende.
Cuando recibe a El País en su casa, Carmela Hontou no está del todo cómoda. Aceptó la entrevista contra la recomendación de sus hijos, de sus hermanos y de sus abogados. Tras el informe que emitió la semana pasada CNN, en el que ella declaró que “gracias a que la crucificaron se salvaron otros”, y que sospechaba que “ella no habría contagiado a nadie, sino que habría sido contagiada en el casamiento” por otros invitados que también habrían llegado desde el exterior, su nombre volvió a explotar en las redes. “Ahora me dicen que soy Jesucristo porque resucité”, cuenta.
Pero también empezó a recibir otro tipo de mensajes, de desconocidos y de clientes que la compadecen y alientan. Esos mensajes los atesora. Los lee en voz alta, los reenvía “a la gente que la quiere”. En las últimas dos salidas que hizo, incluso le pidieron selfies y una señora la tomó de las manos y le pidió disculpas “en nombre de todos los uruguayos”, relata entre lágrimas.
—Tengo muchos miedos, pero acepté dar esta entrevista para que la gente conozca la verdad de mi caso.
Su versión.
Se atrevió porque cree que hay “artículos científicos” que la reivindican, pero no se difundieron lo suficiente como para desarmar el relato que la colocó como la culpable de la llegada del COVID-19. El primero es el estudio de genómica realizado por el Institut Pasteur y la Facultad de Ciencias que se dio a conocer en abril. Allí se anunció que hubo al menostres introducciones independientes del virus, que se habrían dado entre el 20 de febrero y la primera semana de marzo, desde España, Canadá y Australia.
También la alivió la entrevista publicada en El País el 26 de diciembre, en la que el doctor Óscar Mendoza (el primer médico en atender un caso de COVID-19) dijo que el 11 de marzo, a las 12.35, denunció ante la Dirección de Epidemiología dos casos “con sospecha clínica fundamentada de COVID-19”. Y agregó: “Fueron los dos primeros casos en el país, según me enteré tiempo después. Contrariamente a todo lo que se pensó (pobre la diseñadora Carmela), en realidad los dos primeros casos fueron acá en Salto, de dos mujeres que venían desde Milán.”
Además de esta información, en junio, el programa Santo y Seña ya había confirmado que por lo menos siete personas recién llegadas del exterior también habían asistido al famoso casamiento que terminó con al menos 44 invitados infectados y uno fallecido.
—Yo necesito que hablen los que tienen que hablar por mí. Quiero que me digan por qué se usó mi nombre, por qué nadie salió a parar lo del “vector Carmela”. Hay que aclarar que no soy el caso cero, o por lo menos decir que acá el virus ya estaba circulando desde antes. Lo triste es que esto hizo que la gente que no me conocía me vea como una nazi, un monstruo que vino con bolsas de virus a repartir por todo el Uruguay.
—¿Sentís resentimiento?
—No te voy a mentir, sí. Pero los comprendo y mirá lo que te voy a decir: pido perdón, porque la gente debe querer que pida perdón. La gente no se da cuenta de cosas que pasaron que han hecho de mí un chivo expiatorio al que le pueden inventar todo lo que te imagines.
Aquel 13 de marzo.
Es la mañana del viernes 13 de marzo. Hace dos días que la Organización Mundial de la Salud anunció que el nuevo coronavirus pasó a la categoría de pandemia. Carmela no durmió esperando la llamada de Jorge Facal, el médico especialista en enfermedades infecciosas. Se siente mal desde la noche del domingo. Tras la visita de tres emergencias móviles y luego de que tres veces solicitara que le hicieran el test del COVID-19 —incluso pidiéndole que intervenga a Julia Pou, la madre del presidente Luis Lacalle Pou— el Ministerio de Salud Pública finalmente había aceptado analizar su muestra cuyo resultado le comunicarían este día, que marcaría la historia nacional.
Está sola. Piensa que ya tiene 57 años y que arrastra varias patologías; piensa en su madre de 84 con quien había almorzado el sábado; en el hijo y en la nuera con quienes había compartido el auto camino al casamiento; en su hermana y en su sobrina que la habían estado consolando los días anteriores; piensa en los 500 invitados de la fiesta. Entonces, mientras espera la llamada, les avisa a sus amigos que está con síntomas.
Ella no lo sabe, pero esos mensajes de advertencia se empiezan a esparcir en el círculo de invitados de los barrios de Carrasco y Punta Gorda, y tres mujeres grabarán audios que unas horas más tarde se harán virales, difundiendo su nombre y convirtiéndose en el puntapié de un relato que la acusa de haber llegado enferma desde Milán, no haber guardado cuarentena voluntaria y, así y todo, haber asistido al populoso casamiento. Esto generó una indignación total en la sociedad.
Facal le da la noticia.
Llega la tarde de ese viernes 13 y el presidente anuncia que hay cuatro casos positivos; declara la emergencia sanitaria, comunica las primeras medidas y empiezan a redactarse los protocolos. El teléfono de Carmela empieza a sonar y en medio de esas llamadas contesta la de un informativo. De noche, prende la televisión y se escucha.
—Escuché mi nombre y que van a pasar mi audio, que yo no sabía que iban a pasar al aire, porque era el relato de una mujer desequilibrada, yo iba de atrás para adelante, ¿vos entendés el estado en el que estaba yo? Y te juro, le tiré el control remoto a la pantalla y salí al balcón a gritar. Gritaba sola en el balcón. Pensé en tirarme, pero dije no Carmela, tené cordura, tenés dos hijos, tenés una familia. Apago la televisión y me llama mi familia enojada porque había salido a hablar.
Con esa información empezó, según Carmela, la “mala interpretación” de los hechos. El audio se presentó como “el testimonio de la primera uruguaya con coronavirus”. En él, se contradice con declaraciones que más temprano había hecho a El País. Dice que en enero había viajado a Milán y al llegar a Madrid había tenido 41° de fiebre. Si bien menciona la fecha del 27 de enero, tal y como expresa lo que sigue, parecería que inmediatamente después de estar enferma volvió a Uruguay y fue al casamiento con este antecedente, sin aclarar que había habido otro viaje y que no tenía síntomas.
Esa misma noche se viralizan los tres audios de “las amigas chetas” y a la señalización como el caso cero se le suma el reproche de falta de solidaridad.
—Mi nombre se filtró por esos audios. Yo veía solamente a mis hijos, que autorizados por Facal venían con mameluco, guantes y mascarilla a traerme comida y luego se iban a sus casas. Yo estaba aislada en el cuarto y ellos me sacaron el celular. No querían que escuchara los audios hasta que les dije que por favor me dejaran.
—¿Qué pasó cuando los escuchaste?
—Identifiqué las tres voces. En ese momento me dije por qué a mí, qué maldad, qué envidia genero, por qué la gente es así y la gente que más me conoce. No son mis amigas, que quede claro. Dijeron disparates, todo al revés. ¿Pero sabés qué? Tengo mi conciencia muy tranquila y pienso que la enfermedad a estas mujeres les generó miedo y el miedo busca culpables y no se imaginaban lo que pasaría.
—¿Qué se iban a viralizar?
—Exacto. Yo considero que parecen tres burras. Perdón por la palabra.
El día después.
Se desata el caos. Los programas de chimentos de las dos orillas se frotan las manos con la historia de “la cheta de Carrasco que repartió el virus”. En los autos se empiezan a ver pegotines que dicen “Gracias Carmela”; se hacen dibujos animados y se graban una, dos, tres canciones: la cumbia villera de Carmela se convierte en un hit para el grupo La Clave. En redes sociales, en los comentarios de las noticias y en mensajes anónimos que le envían a Carmela Hontou, le desean la muerte. Se juntan firmas para que vaya presa.
Carmela Hontou está aislada, pero su hermana Verónica percibe que algo grave está tomando forma. Arma un escuadrón con sus hijos y se dedican a recopilar todas las notas que la atacan. Son tantas que las separan por país, las clasifican por radio, televisión y diario; luego por nombre del medio y por tipo de escrache.
Carmela sigue encerrada, pero su fama de “cheta egoísta” se dispara cuando empiezan a circular fotos y videos que supuestamente la muestran incumpliendo la cuarentena, lo que a esta altura ya tiene consecuencias penales. Fue vista junto a su madre, sin tapabocas, en la sala de espera de un sanatorio; los medios se hacen eco y crece el odio. Fue vista paseando por la rambla de Punta del Este; decenas llaman a distintos edificios para averiguar si está hospedándose allí y amenazan con denunciar a los administradores si le permiten el ingreso. Carmela fue vista de compras en un shopping; otra vez la insultan.
Pronto las acusaciones se ramifican a su entorno: a sus hijos los ven en el Club de Golf y su empleada doméstica, habiendo sido obligada a trabajar, habría contraído el COVID-19 de su patrona y luego, a su vez, lo habría diseminado al tomarse un ómnibus. El 17 de marzo, un representante de la administración de Forum, el edificio donde Carmela vivía y estaba cursando la enfermedad, presenta una denuncia penal contra ella y sus hijos por violar las disposiciones sanitarias.
La denunciatermina en el despacho del fiscal Alejandro Machado, quien tiene fama de discreto, quien no usa redes y no da declaraciones a la prensa. Según relató un informante, el fiscal separó la denuncia de Carmela de la de sus hijos ya que la primera le pareció más “urgente”. Armó un equipo que recopiló el contenido de todas las cámaras de seguridad del edificio y las analizó. Así pudo comprobar que había salido únicamente en dos oportunidades, por indicaciones médicas, en silla de ruedas y trasladada en ambulancia. Esto demostraba que todos los escraches (incluido el de la empleada) eran falsos.
A comienzos de mayo, Machado archivó la denuncia contra Carmela. La causa contra los hijos sigue abierta y se está investigando.
Pronto, otro factor se cargó contra la protagonista: el uso de pieles y cueros en sus diseños. Sus números de teléfonos se compartieron en las redes alentando a la agresión. En mayo, cuando la situación se hacía insostenible, desmontaron el local. Según cuenta la encargada, ese día hubo un desfile constante de personas que pasaban a sacarse una foto con ese paisaje.
Carmela Hontou la escucha y asiente.
—A mí me escribe gente de todas partes diciéndome que no pueden creer lo que me hicieron. Dimos una imagen tan buena con el Greg Mortimer y en paralelo me hacían esto a mí.
Detrás del repudio.
El casamiento fue el primer evento de supercontagio identificado en el país, pero los estudios del Pasteur y de la Facultad de Ciencias indican que el virus estaba circulando previamente a que fuera detectado este brote. “No sería descabellado pensar que la semilla del coronavirus fue causada por múltiples personas que retornaron del exterior en un período de un par de semanas anteriores al 13 de marzo”, dice Gregorio Iraola, el director del Laboratorio de Genómica Microbiana del Pasteur.
Entonces, ¿es posible que al casamiento hubiera asistido más de una persona contagiada? Responde: “Es razonable considerar que haya habido más de una persona infectada, pero para tener la certeza tendríamos que haber analizado los genomas de todos los virus detectados en ese brote, para determinar si estaban o no relacionados entre sí”.
Por otro lado, con los análisis que se han hecho en este tiempo, ¿se puede dilucidar un caso cero en Uruguay? “Absolutamente no”, responde el virólogo Santiago Mirazo. Y agrega: “El hecho de que hubiera transmisión silenciosa desde asintomáticos hace muy difícil identificar al caso primario (es decir, el que inicia un brote). Esa idea de detectarlo es muy romántica, muy de película, pero lo cierto es que es muy improbable encontrarlo”.
Pero más allá de la ciencia, ¿qué más podría explicar el ataque hacia Carmela Hontou? “Como personaje público resultó poco empática, llena de rictus de clase alta, sospechosa de insolidaridad y con un discurso reivindicativo que no cayó bien a casi nadie. Probablemente no haya sido ni la primera ni la única con COVID- 19, pero quedó asociada a la primacía de los intereses personales sobre los colectivos. Quizás sea injusto y muchas otras personas hubiesen adoptado esa misma actitud, pero de un modo u otro Carmela lo emblematizó”, opina el psicólogo social Juan Fernández Romar.
No todos la vieron así. En este tiempo, sintiéndose traicionada por sus allegados, Carmela se refugió en la bondad de algunos desconocidos. Uno de ellos es el hermano del científico Rafael Radi.
—Él miró mi curriculum de persona. En los días en que estaba en un túnel negro, totalmente negro, ¿sabés cómo veía la luz? Con sus mensajes. Ese era mi sostén. También una señora que trabaja en Antel, que comenzó a escribirme. Hoy te puedo decir que ellos son mis amigos. Mis amigos virtuales, porque todavía no me animo a conocerlos.
Mientras su vida se acomoda, Carmela Hontou recibe propuestas impensadas, como protagonizar un documental que supuestamente le interesaría producir a Netflix. Por lo pronto, comenzó a escribir su autobiografía. Su prima, Carmen Posadas, la premiada escritora residente en España, se ofreció a corregirlo. “Toda esta visibilidad, aunque ahora te parezca imposible, te resultará beneficiosa”, le dijo.
Ella duda.
—El bicho va a aparecer en el libro, ¿será el final? Espero que no. Lo que pasa es que yo me estoy sanando; del virus, de la cabeza, de mis sentimientos. Estoy muy dañada, aunque yo no digo. Esta herida podrá tener un parche como las que tengo en tanto lados —dice señalándose las cicatrices de las operaciones— pero nunca se terminará de cerrar.
No presentará demandas, pero negocia con Forum
En agosto pasado, El País publicó que Carmela Hontou preparaba un juicio civil por daños y perjuicios contra sus vecinos y que les reclamaría 300.000 dólares. Unos meses después, la diseñadora reconoce que su abogado civil mantuvo negociaciones con la administración del edificio Forum, pero se excusa de dar más detalles. Desde Forum se negaron a hacer declaraciones para este informe. Por otro lado, Carmela es asesorada por el abogado penalista Renato Echeverría. El caso Carmela y su repudio masivo en redes sociales, junto a la viralización de imágenes falsas, podría considerarse paradigmático en el país. Ante la consulta de si su defendida iniciará una demanda por la vía penal, Echeverría explicó que este camino no es el recomendado debido al daño emocional que su clienta y sus hijos habían sufrido. Agrega que es “imposible” ir contra cada persona que viralizó un contenido. “Estos procesos se transforman en una caja de resonancia. Están diagramados de tal manera que se pone en tela de juicio la moral y la ética de la persona agraviada”, dice.