"Yo no lo conocí personalmente, pero sí sentí hablar de él porque le decían el ruso que vive en el castillito”, dice la alcaldesa de Ciudad del Plata, Mariana Fonseca. Playa Pascual, ese pequeño balneario que es casi un anexo de Ciudad del Plata, es el lugar que eligió Alexey Slivaev para comprar una propiedad en 2011. Se trata del ciudadano ruso que hoy está imputado junto al excustodia presidencial Alejandro Astesiano por haber tramitado documentos falsos para conseguir pasaportes uruguayos a rusos.
Aunque la historia de por qué Slivaev se interesó en vivir en Playa Pascual solo puede ser contada por él, su cotidianeidad en el balneario del departamento de San José lindero a Montevideo y la compra de una casa que los vecinos apodaron “el castillito” sí se pueden narrar. El ruso vivió allí desde 2011 hasta que comenzó la pandemia en 2020. Casi todos los vecinos de la cuadra reconocen que “salía poco” y que casi no tenía diálogo con ellos, pero también están de acuerdo en que no se trataba de una mala persona.
El apodo de la casa no solo tiene que ver con su fachada, sino también con el contraste con otras de la zona. “Destacada propiedad con excelente construcción. Lujosa. Única en la zona. Ubicada a metros de la playa en zona residencial y muy tranquila. Se desarrolla en dos pisos. Cuenta con cuatro dormitorios, tres baños, uno en cada piso, y uno de ellos con jacuzzi”, dice la página de Mercado Libre en donde se piden unos 260.000 dólares para comprar “el castillito”. Slivaev se instaló en Playa Pascual junto a su mujer y sus dos hijos chicos. Algunos meses más tarde trajo a su madre y a sus suegros de Rusia. La madre vivía en el fondo, donde hay una suerte de apartamento con un dormitorio y un baño. Hoy él busca vender toda la casa mientras está privado de libertad.
Con un cuadro grande del Mercado del Puerto en la sala de estar y algunas banderas de Uruguay que se asoman entre las fotos publicadas por la inmobiliaria, lo que Alexey repite de “sentirse totalmente uruguayo” en las cartas que divulga desde la cárcel parece ser justificado. En la heladera aún se ven algunos dibujos hechos por sus hijos que ahora ya son adultos y un imán pequeño con la imagen de la catedral de Kazán, la más importante de la ciudad de San Petersburgo. El juego de vajilla, por ejemplo, es claramente soviético. Rojo y blanco con transparencias. Sin embargo, la familia decidió vender “el castillito” amueblado. En principio no se llevan nada de lo que está en las fotos. Con habitaciones espaciosas en donde abundan las mamushkas, la casa que hoy el presunto socio de Alejandro Astesiano pretende vender es “una joya” dentro de la localidad que limita con Montevideo. Quizá esa comodidad del hogar sumado a las limitaciones del lenguaje y la falta de amigos llevaron a que la familia Slivaev tenga “una actitud hermética”, según Fernando, vecino de la cuadra. “Me acuerdo de ver a una de las abuelas que llevaba a pescar a los niños a la playa y pasaba por enfrente a mi casa. Creo que era la única vecina que no saludaba”, cuenta. En una de esas idas a pescar la hija mayor del ruso se hizo amiga de la hija menor de Fernando (no es su nombre real, fue modificado para preservar su identidad, igual que otros que aparecen en este artículo) y comenzaron a “jugar cada tanto”.
Entre las anécdotas que más repiten los vecinos de Playa Pascual está la de la coincidencia en la cuadra con un señor de apellido Russo, asegurando que fue “una obra del guionista de Dios”, según Julia. Cuando se comentaba en el barrio que había “un ruso” viviendo allí muchos creían que se hablaba del de apellido Russo y no de uno con nacionalidad rusa.
Nicolás, quien vivía a dos cuadras, dice que el contacto de la familia de Slivaev con el resto de los vecinos se daba “principalmente gracias a los niños” que asistían a la escuela 101 ubicada a pocas cuadras de “el castillito” y allí aprendieron español muy rápido. “La verdad es que los conocí superficialmente, el mayor acercamiento ocurrió cuando me quisieron regalar un gallo que tenían los niños en el jardín y los estaba picando. Como yo tenía un patio grande me lo dieron y cada tanto pasaban los rusitos a verlo”, dice Nicolás entre risas. Patricia, quien vivía enfrente, se sorprende cuando se entera que su vecino extranjero hoy esté tras las rejas y dice: “Nunca tuvimos ningún problema con él, parecían gente de bien. Pero eso sí; no salían nunca”.
Asuntos inmobiliarios.
La casa que aún pertenece a Slivaev hoy tiene un cartel de venta a su izquierda firmado por la inmobiliaria Gabriel Couto. El propio Couto tiene su negocio a unas pocas cuadras de “el castillito”, en una pequeña oficina junto a la casa en la que vive con su familia. Prácticamente todas las cuadras de Playa Pascual tienen alguno de sus carteles amarillos. Él los divide en categorías. Hay carteles “más importantes” con letras grandes y hechos de madera. Otros un poco más pequeños que son de cartón y se ponen entre las rejas. Y también hay otros apaisados y finos de plástico. “Yo en esa casa puse un cartel de los más baratos. Es de cartón. Eso lo decidí porque el precio me pareció invendible para lo que es esa casa y el balneario en general”, cuenta el agente inmobiliario mientras su hija lo ayuda atendiendo el teléfono.
Couto está convencido de que “el castillito” es una de las propiedades “más hermosas” que ha administrado, pero discrepa con su cliente con respecto al precio de venta. Slivaev compró la casa en 2011 por 182.000 dólares y ahora quiere venderla a 260.000.
La compra, que también ocurrió a través de Couto, fue “en términos totalmente normales”. “Él vino, vimos algunas casas y la que más le gustó fue esa y luego firmó con su escribano que era Fernández”, cuenta el agente inmobiliario en referencia a Álvaro Fernández, el escribano que también está preso por su involucramiento en la organización que se supone que falsificaba documentos públicos para obtener pasaportes uruguayos. En un español rústico, Slivaev dio una entrevista desde la cárcel la semana pasada a El País. Allí afirmó: “Vine hace 14 años, tengo apartamentos para alquilar. Mi dinero todo legal. Vendí en Rusia por más de medio millón de dólares y compré acá dos casas y apartamentos”.
Una casa de 240 metros cuadrados requiere de muchos servicios y mantenimiento. Sanitario, carpintero, cerrajero, electricista y más. Si a eso se le suman otros 500 metros cuadrados de jardín, los gastos se multiplican. Quienes brindaron algunos de estos servicios a la familia rusa en Playa Pascual cuentan que, con picardía, Slivaev determinó que la interlocutora con estas personas fuera su hija de 11 años, quien dominaba el español mejor que cualquier otro integrante de la casa. “Con ella no me gustaba negociar el precio, era más incómodo”, cuenta uno de los que prestó servicios en “el castillito”.
La lógica del "pueblo chico" y la noticia de Slivaev
A pesar de que en las últimas semanas, y a medida que avanzó la investigación, se multiplicó la cantidad de información acerca de la supuesta banda que trabajaba con el excustodia presidencial Alejandro Astesiano consiguiendo documentación falsa para ciudadanos rusos y entre quienes está imputado Alexey Slivaev, desde Playa Pascual aseguran que allí “no llegó mucho” la noticia. Un vecino que pidió no ser identificado, sostiene: “Acá no circuló lo de él porque no era muy popular entre los vecinos. Si yo me mando alguna se comenta porque todos me conocen, como en cualquier pueblo chico, pero a él no”. Bajo esa lógica de “pueblo chico” es que varios vecinos consultados por El País se enteraron de las acusaciones de la Justicia hacia Slivaev a partir de la realización de este informe. “Es increíble pensar que hace un tiempo le estaba dando la mano y ayudándolo en su casa y de la nada está preso una persona así de tranquila”, dice el empresario Gabriel Couto
Couto sostiene que, después de la venta de la casa, quedó “con cierto vínculo” con el ruso “porque él solía pedir recomendaciones de personal para todo”. “Desde limpieza de la piscina hasta cortar el pasto. Algo normal cuando se trata de alguien que viene de afuera”, dice Couto y agrega que una vez incluso fue a una cena en la casa de Slivaev junto a toda su familia. Sin embargo, prefiere no hablar de “amistad” con el ciudadano ruso sino de un “contacto bastante fluido”.
La decisión de ponerla a la venta tuvo que ver con la “vida en Montevideo” que ya estaban teniendo sus hijos, según cuenta Couto que le dijo el ruso. Él siempre había ido y venido porque la familia mantuvo un apartamento en la calle Capitán Tula, al oeste de Montevideo. Durante 2020 los Slivaev se mudaron definitivamente a la capital y pusieron “el castillito” a la venta, pero siguieron yendo los fines de semana. “Hace 20 días vino un cliente interesado en la casa y tenía hasta 200.000 dólares para gastar, yo traté de llevarlo a 240, pero ellos no quieren bajar. Ese es un precio que no se conlleva con la plata que hay acá”, dice el agente.
En Playa Pascual las casas son diversas. Algunas más prolijas que otras, pero es raro, por ejemplo, que alguna tenga dos plantas. Hasta hace 20 o 30 años una casa chica se vendía por 20.000 o 25.000 dólares. Hoy el “piso” es de 35.000, explica Couto y agrega: “Del Río de la Plata hacia el este hay unas cuatro cuadras y esa zona es la más linda y más cara, ha crecido mucho en los últimos años. Ahí está la casa de Alexey. Luego, hacia el oeste vive gente más trabajadora y también personas que se metieron en las casas que están ahí”. Lo que está claro es que hay una movida inmobiliaria importante. La de Couto es una de las de la zona, pero tiene competencia. Esto tiene que ver con la “población flotante” del balneario.
Según supo El País, Slivaev quiso hacer más de un negocio en Playa Pascual que no prosperó. Desde contactar a rusos con agentes inmobiliarios para invertir en propiedades hasta la posibilidad de comprar terrenos rurales cerca de Ciudad del Plata. “Me decía que conocía a personas en Rusia que habían vendido propiedades a un millón de dólares y ahora venían con esa plata para acá, pero nunca concreté nada”, sostiene otro agente inmobiliario que prefiere no ser identificado.
Gestor sí o no.
Una de las niñas de Playa Pascual que se hizo amiga de la hija de Slivaev en el barrio un día tuvo una conversación con la pequeña rusa que consideró insignificante, pero que hoy recuerda. La conversación entre juegos habría sido así:
-¿De qué trabaja tu papá? -le preguntó la uruguaya.
-Mi papá trabaja con la computadora en el auto.
Aunque el proceso judicial está en marcha y aún no hay una sentencia, el rol que habría jugado Alexey Slivaev en la organización que integraba Astesiano era traer a los ciudadanos rusos interesados en conseguir pasaportes uruguayos para que luego los otros integrantes del grupo facilitaran el acceso a la documentación apócrifa.
Sin embargo, Slivaev se defiende de esta manera desde la cárcel: “Creé un grupo en Facebook. Mucha gente empezó a leer y agregarse, tengo 8.000 seguidores. Ahí contaba qué documentos son necesarios para la residencia legal definitiva. Nunca escribí nada ilegal, si alguien hacía preguntas y quería hacer algo ilegal se borraban instantáneamente. Cuando la persona estaba decidida a emigrar, me llamaban y hacían preguntas, yo las respondía gratis. La gente pedía ayuda para entregar sus papeles. Ahí es donde empecé a trabajar como gestor”.
¿Desde cuándo conocía Slivaev a Astesiano?
Alexey Slivaev está imputado junto al excustodio presidencial Alejandro Astesiano por su presunta participación en una organización que vendía documentos falsos a ciudadanos rusos para luego obtener el pasaporte uruguayo. Él se declara inocente y asegura haber conocido a Astesiano en octubre de 2021, según dijo esta semana en diálogo con El País desde la cárcel.
En una entrevista publicada la semana anterior, había afirmado: “Yo no hice nunca pasaporte. Por favor, pensar. Yo no trabajo con Astesiano, tres veces estuve mirando con él para otras figuras, no para pasaporte. ¿Por qué tú preguntas quién es este? Yo quiero pensar y hablar de lo que es verdad. Tú no quieres escuchar”. Según el expediente, el ruso se comunicaba con el escribano Álvaro Fernández, quien también está en prisión, a través de la red social Signal y allí coordinaban las entregas de las partidas adulteradas.
Dentro de ese mundo de las gestorías que pueden ser bien o mal intencionadas, los ciudadanos rusos son “fáciles de engañar”, según dice Alexis Ferrand, un ruso que vive en Uruguay. “Es difícil saber cual gestor es bueno y cual vende otras cosas ilegales, ya que es complicada la comunicación con los responsables de migraciones en Uruguay fuera del español y tampoco ustedes publican su información en varios idiomas como pasa bastante en otros países de recepción de migrantes para reducir casos de abuso y corrupción”, explica Ferrand y agrega: “Nadie pide que un oficial uruguayo hable ruso, pero así se crea una vulnerabilidad donde algunos gestores pueden abusar”.
Pero Alexey Slivaev asegura que él hizo “todo limpio” y que su motivación era ayudar a las personas provenientes de su país a instalarse en Uruguay. Además de Facebook, Slivaev también tiene un canal de YouTube en donde posteaba videos hablando a cámara en ruso, mientras mostraba lugares típicos de Montevideo como la Ciudad Vieja y el Estado Centenario.
A pesar de su rol activo en las redes sociales, la inmensa mayoría de personas que integran la comunidad rusa en Uruguay consultadas por El País niegan tener algún tipo de vínculo con Slivaev y prefieren no estar asociadas a él.
Una fuente de la embajada rusa dice: “La embajada no tiene ningún rol ni está involucrada en nada que tenga que ver con la gestoría de documentos uruguayos. En ningún momento se cruza lo diplomático con los temas de residencia. No se recomiendan gestores, pero sí traductores”. Sin embargo, la fuente dice que le consta que existen “gestores que no son confiables” porque, por ejemplo, se presentan como estudios jurídicos y no lo son. Además, mientras la mayoría de los documentos para tramitar la ciudadanía o la residencia uruguaya se consiguen por un monto de 500 dólares, “estos gestores han cobrado entre 2.000 y 3.000, según las quejas que llegaron a la embajada.
Aún no se sabe si Slivaev es o no culpable en el caso de los pasaportes, pero tanto su familia como él comparten la “urgencia” de deshacerse del “castillito”. La casa sigue en venta.