Cuando las letras no dicen nada

| Aunque suena a problema de otro país, decenas de miles de uruguayos no saben leer ni escribir. Son tantos que el gobierno creó un programa especial de alfabetización.

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Lucía Mazza

LUCÍA MASSA

Hasta hace menos de dos meses, Mariluz Rodríguez no podía hacerse los controles médicos que se le exigen a cualquier paciente que, como ella, sufrió un cáncer de mama. Eran demasiados obstáculos. El cartel del ómnibus, el nombre de las calles, las indicaciones para moverse adentro del hospital y ubicar el consultorio del especialista. Una visita al médico equivale a un desafío plagado de jeroglíficos para una persona que, a sus 51 años, no sabe leer ni escribir.

Ella forma parte del 2,3% de la población que es analfabeta, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). Los datos de la Encuesta Nacional de Hogares 2006 muestran un país dividido en dos. La encuesta reveló que en los asentamientos irregulares el porcentaje de población analfabeta duplica la cifra nacional y trepa al 5,4%. Y el dato más preocupante es el que detectaron los encargados del Plan de Emergencia. De las 180.000 personas relevadas para el plan, 34.000 son analfabetas. En este colectivo, la cifra alcanza al 19%.

En el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) quedaron sorprendidos. Nunca imaginaron encontrarse con un porcentaje de analfabetos nueve veces mayor al que indica el guarismo del INE. El problema, según señalan desde el ministerio, es que la vergüenza lleva a que muchos no se animen a reconocer públicamente que no saben leer y escribir. Para evitar esa vergüenza, el formulario del Panes extrae el dato de preguntas indirectas que no resultan tan violentas.

"Habría que profundizar más ese dato que el INE extrae de la pregunta `¿Ud sabe leer y escribir?`. Porque ahí juega el factor vergüenza. En el cuestionario nuestro, que es sumamente exhaustivo, preguntamos si la persona fue a algún centro educativo y cuántos años estudió allí. No le preguntamos si sabe leer y escribir. Preguntamos eso y de ahí inferimos. Así fue que nos asombramos. No pensábamos encontrarnos con una cifra tan grande", explicó Yamandú Ferraz, director de la División de Atención a Colectivos y Población del Mides.

Esta realidad llevó al ministerio a implementar políticas para atender el analfabetismo. El gobierno decidió aplicar el programa cubano Yo, sí puedo. Es un programa de alfabetización para adultos, creado por el Instituto Pedagógico Latinoamericano y Caribeño, que ya se aplicó en gran parte de América Latina, en algunos países de Asia y África, y distinguido por la Unesco en 2006.

El primer grupo piloto uruguayo empezó las clases el 19 de marzo, 162° aniversario del nacimiento de José Pedro Varela. Esa primera prueba se hizo exclusivamente con participantes del Plan de Emergencia. Se crearon grupos en Bella Unión, Artigas, Melo, Toledo, Las Piedras y Montevideo. En Montevideo se eligieron las zonas de Casavella y el Cerro.

Hoy, 3.153 personas están cursando el Yo sí puedo en versión nacional. En el Mides señalan que esta cifra bate todos los registros históricos de la matrícula de educación primaria para adultos. Los cursos de esta segunda etapa del programa, que abarca 115 localidades de los 19 departamentos, empezaron en octubre y terminan a fines de enero. En el plan piloto sólo trabajaron con integrantes del Panes. En esta etapa, las clases son abiertas para todos.

Vivir sin una sola letra

Después de menos de dos meses de clases, Maryluz se siente segura para leer lo que indica la balanza. Y esa seguridad le implicó un cambio radical en su vida. Antes de empezar el curso de alfabetización, se dedicaba a recolectar y cosechar arándanos en las chacras cercanas al caserío de Capilla Cella, ubicado en el kilómetro 74 de la ruta 9, a 10 kilómetros de Soca, Canelones. Ahora, su trabajo no le exige tanto esfuerzo físico y empieza a requerir trabajo intelectual. Sentada en una silla a la sombra, comprueba que las cajas de arándanos, envasadas por sus ex compañeros de tarea, pesen 120 gramos y el diámetro de los frutos no supere los 10 milímetros permitidos en el mercado internacional.

Arranca a trabajar a las ocho de la mañana. Es una jornada larga. Hace calor y la ropa queda transpirada. Por eso Maryluz pide para salir antes: así le da el tiempo para pasar por su casa a bañarse antes de ir a clase. Se pone las caravanas, la camisa roja de gasa, se perfuma.

En Capilla Cella no sobra dinero. La gran mayoría son trabajadores rurales en las chacras de arándanos, en las de limones, o en alguno de los haras que se instalaron cerca. Pero desde que van a clase le sacaron la humedad al conjunto de ropa que antes sólo se usaba para ir a eventos especiales. Hay olor a perfume y camisas planchadas. El brillo sale despedido de una camisa con apliques de lentejuelas y de las perlas que lleva puestas otra alumna.

Es una de las primeras cosas que les llamó la atención a los encargados del Mides. En cualquiera de los grupos que visitan la constante es el esmero con el que se visten los alumnos para ir a clase. "Es una forma de mostrar el respeto que le tienen a ese lugar que es centro de aprendizaje", señaló el maestro José Luis Abella, integrante de la Comisión Asesora de Alfabetización. Abella recuerda la historia de Carlos, un señor mayor que participó en el plan piloto de Las Piedras. Carlos se dedicaba a criar chanchos y, aunque se quejaba permanentemente por tener que ir a clase, siempre llegaba vestido de impecable traje negro.

Otro punto interesante del sistema de alfabetización es que el Mides lo está utilizando como contrapartida del Ingreso Ciudadano, según dijo Abella. Los responsables reconocen que no es fácil lograr que la gente acepte cumplir con este requisito. De todas formas, aseguran que la experiencia muestra que una vez que van a clase, la mayoría no quiere irse. Es el caso de Julio. Iba obligado y se quejaba siempre. En la graduación, cuando recibió su diploma como "alfabetizado", no lo resistió y lloró de emoción enfundado en su traje impecable.

Ser analfabeto da vergüenza. Sobre todo cuando uno se siente menos que sus hijos y ni siquiera los puede ayudar con los deberes del primer año de clase. Es una sensación que experimentan casi todos. A Maryluz le pasó. Y no quiere repetir la historia con sus nietos. Hoy, cuando los representantes del Mides visitan el merendero de Capilla Cella donde se dicta el curso, pasa al pizarrón y escribe con letra nerviosa y recién estrenada "Elías". La mayoría aprendió a escribir primero su nombre, ella no: optó por aprenderse el de su nieto.

Como muchas otras localidades, Capilla Cella está perdido en el mapa por falta de locomoción. Pasa un solo ómnibus, que llega sobre las 10 de la mañana desde Montevideo y arranca de tardecita de vuelta a la capital. Cuando uno llega a esta localidad en la que viven 70 familias desperdigadas en cuatro manzanas sobre la ruta 9, tiene la sensación de estar completamente aislado, aunque esté a menos de 100 kilómetros de Montevideo.

En una localidad a la que hasta hace poco no llegaba una sola prestación estatal, sus habitantes son un ejemplo de autogestión. Lo único que tenían era un teléfono público. Pero un día Antel se lo llevó para arreglarlo y no volvió más. El Mides no pensó en Capilla Cella como una localidad a atender en el programa de alfabetización. Fueron algunas mujeres del pueblo las que se enteraron de estos cursos y pidieron que se abriera un grupo. Las mismas que se encargaron de abrir un merendero, al lado de la escuela, y todos los días cuidan a los más chiquitos del pueblo mientras sus padres trabajan en las chacras cercanas.

Maryluz dice que le cuesta aprender y que se olvida de las letras. De hecho, cuando pasa al pizarrón, no puede escribir su apellido porque no se acuerda cómo se escribe la "d", aunque la maestra le grite "de dedo". Pero las cifras del plan piloto son alentadoras. El 95% completó los cursos y el 81 obtuvo su diploma.

El método didáctico se basa en dos pilares. Por un lado, convierte las letras en números. Lo que sostienen sus creadores es que aunque un adulto no sepa leer y escribir, es casi imposible que no haya tenido que lidiar con sumas y restas en su vida cotidiana. El programa aprovecha esa familiaridad con los números para enseñar un nuevo código: el del alfabeto.

Los materiales incluyen una cartilla en la que se identifica cada letra con un número. El director de la División de Atención a Colectivos y Población sostiene que esta asociación da buenos resultados. "Toda persona tiene una noción, maneja los números. Sobre todo maneja cantidades porque, de lo contrario, no puede sobrevivir. El programa aprovecha ese conocimiento y hace una asociación de la letra con el número. Le otorga números más bajos cuánto más utilizada sea la letra", señaló Ferraz. Así, la a es el 1, la e es el 2 y la W es la 30. Hoy en capilla Cella le toca el turno a la letra 23, la ese.

El otro pilar es el formato audiovisual. Las clases, que duran una hora y media, se dictan a través de DVD que simulan una clase a la que asisten cinco alumnos, relatan historias cotidianas recreadas por actores. En el argumento de esas historias se incluyen disparadores que después usará el docente para promover la discusión de distintos temas en clase. Por ejemplo, en la versión uruguaya, aparecen los problemas de género, de salud y familiares están presentes. Son 65 videoclases que se dictan durante tres meses y medio.

Los fondos para financiar el programa los aporta, casi en exclusividad, el Mides. La Administración Nacional de Educación Pública colaboró con los salarios de los maestros del plan piloto y ahora paga los de los seis maestros referentes. Cuba envió al técnico Jorge Tamayo, asesor del Ministerio de Educación de su país, que se instaló en Uruguay para trabajar en la implementación.

Para la selección de actores, los responsables del Mides hicieron un llamado en la Escuela Municipal de Arte Dramático. También Los seleccionados viajaron a Cuba y grabaron el material en la TV Educativa de Cuba, entre noviembre y diciembre de 2006.

Cae el sol en Capilla Cella y la maestra apaga el DVD. La clase terminó pero los 15 alumnos se quedan. Desde el Mides estiman que esta población representa un tercio de los analfabetos que hay en el pueblo. Aunque el promedio de edad supera los 50 años, el grupo aprovecha incluso los recreos. Preparan una mesa en la que cada uno coloca lo que trajo para compartir. Hay té frío de cedrón, tarta de manzana acaramelada, tortas fritas, medialunas caseras con baño de azúcar.

"Es mucho más que aprender a leer y escribir, es un centro de referencia, un lugar de socialización que por primera vez los pone en lugar de protagonistas. Sin duda que aumenta la autoestima, eso ya lo vimos en el piloto", dijo Mariela Addiego, maestra referente regional del Plan de Alfabetización.

Desde que empezó el curso, los habitantes de Capilla Cella se sienten mucho más fuertes para lograr otras conquistas. Y aprovechan los recreos. Con migas en las manos, hacen una puesta a punto de los desafíos que tienen pendientes.

El primer objetivo: lograr que vuelva el teléfono público. También quieren que el ómnibus de la Comisión Honoraria de Lucha Contra el Cáncer vaya al pueblo a practicar mamografías. Y que alguien se encargue de revisarles la vista a todos: ahora que están aprendiendo a leer y escribir, se dan cuenta que podrían ver mejor.

Alfabeto cubano

Desde que nació en 2002, el programa cubano "Yo, sí puedo" no paró de expandirse por América Latina. Llegó también a Asia y África. Con su aplicación, desde 2001 hasta 2007 se alfabetizaron 2.059.000 personas en todo el mundo. Más de 20 países utilizaron este programa. Incluso llegó a Nueva Zelanda con una versión en inglés.

En 2006 recibió el Premio Unesco de alfabetización. El jurado estuvo integrado por expertos de Estados Unidos, Ecuador, Corea del Sur, República Popular China, Senegal y Siria.

En Argentina, con este programa se logró declarar libre de analfabetismo la localidad de Tilcara, Jujuy. El otro caso simbólico es Santa Fé. En enero de 2005, el gobierno provincial adoptó el programa cubano de manera oficial. También se aplicó en Bolivia, Ecuador, México, Perú, Brasil, Haití, Nicaragua, Honduras y Paraguay, donde se lo tradujo al guaraní. En África se puso en práctica en Mozambique y Nigeria.

Venezuela es el país que muchos toman como modelo. Durante la campaña nacional de alfabetización que se llevó a cabo entre 2003 y 2005, 1.482.000 personas aprendieron a leer y escribir con la versión venezolana de "Yo, sí puedo". El director general de la Unesco, Koichiro Matsuura, declaró Territorio Libre de Analfabetismo a Venezuela, en setiembre de 2005.

El número de analfabetos en América Latina y el Caribe sitúa en torno a los 34 millones de personas, casi el 10% de la población, según Unesco.

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