Es lunes 30 de diciembre un rato después del mediodía y atrás quedó una Navidad febril. Una semana de turistas exaltados que llegaban para empezar sus vacaciones, de uruguayos enloquecidos por no perderse el ómnibus hacia sus hogares en el interior del país y, claro, de los infaltables compradores de último momento. En Tres Cruces el turismo es el corazón que hace latir el comercio desde hace ya tres décadas. Y, aunque son días frenéticos, este micromundo de tres mil trabajadores aguarda con esperanzas que el final del año se ponga así de intenso como una señal de buen augurio. Esta viene siendo la mejor zafra al menos desde el inicio de la pandemia. Lo dicen los comerciantes y lo confirman las cifras que maneja la gerencia: las ventas en locales comerciales aumentaron cerca de 10% respecto al año pasado medido en pesos constantes (o sea, por encima de la inflación), las encomiendas entre 4 y 5% y los pasajes entre 2 y 3%.
En total, 14.272 ómnibus terminarán pasando por la terminal entre el viernes 20 de diciembre y el jueves 2 de enero, lo que implica unos 400.000 pasajeros. Es una cifra más alta que la de Semana Santa y Carnaval, aunque esas zafras duran menos días.
El hormiguero humano corretea en la planta baja, donde el ritmo acelerado provocó por ejemplo que el 24 de diciembre un pasajero quisiera adelantarse a otro, y al pasar por la puerta que conduce a las plataformas forzara el sensor, y terminara con el brazo apretado y los vidrios de la puerta explotando.
—Si pude sobrevivir a la locura del 24, puedo con lo que se viene ahora, aunque ya sé que este ritmo me va a matar a pelotazos —dice Mateo, el jovencísimo vendedor del quiosco Al paso.
Desde su local isla, colocado estratégicamente a metros de la entrada hacia las plataformas, es un testigo de lujo de un Uruguay sin aliento. O sea, todos los vendedores de este shopping saben que deben atender a las corridas, que en la agilidad está la clave de las ventas, pero él tiene los gestos automatizados. Despacha botellas de agua —con sobreprecio, a 90 pesos el medio litro—, cigarros, papitas y chicles, en ese orden, con una velocidad de máquina.
—Acá es así: el cliente siempre está apurado: “Se me va el ómnibus”, “¿no me atendés?”, “yo estaba antes” son las frases que más veces escucho —cuenta Mateo.
Un piso más arriba, unidos por el cordón invisible del apresuramiento, Betel, la vendedora de la flamante tienda O boticario “blotea” muestras de las fragancias más usadas por las mujeres brasileñas. No pierde el tiempo, y mientras contesta las preguntas para esta crónica extiende dos perfumes líderes, también populares entre las uruguayas, y unta una crema hidratante que, asegura, le da una dura batalla al arrebatamiento del sol.
—Ahora lo que vemos es mucho flujo de gente que viene a cambiar los regalos: fijate cómo las bolsas están medio arrugadas, ¿ves? —señala— y está moviéndose en la terminal, porque hay valijas, alguna gente que se viene a perfumar antes de subirse al ómnibus, algunos que confirman la excelente duración y de regreso vienen a comprar el perfume.
Betel en realidad se llama Betelgeuse, y tiene 32 años y nueve hermanos. Si el apuro no reinara en estos corredores, tal vez algún cliente se hubiera ido a su casa con la anécdota de que conoció a una mujer con un nombre único, elegido por una tía astrónoma en honor a la Constelación de Orión. Betelgeuse se llama una de las estrellas más brillantes, que es la que está en el hombro del cazador.
Créditos y regalos en Tres Cruces
Son como dos frecuencias conviviendo. Por un lado, el ansioso ajetreo, la incapacidad de la espera, pero por el otro están los trabajadores que quieren matar la jornada, hora a hora, siguiendo el goteo de los relojes. Una joven que empaqueta regalos de Reyes en Mosca mueve los dedos en piloto automático. Los días de Navidad envolvió más de 100 paquetes en seis horas de trabajo, y se volvió a la casa con las yemas de los dedos teñidas del color verde del envoltorio.
La zafra de los regalos afloja las billeteras y tal vez por eso es probable que Tres Cruces sea el lugar con mayor concentración de casas de crédito por metro cuadrado. Están todas, incluso algunas como Pronto con más de un local, en el medio del pasillo, cubículo color rojo tentación. En este rubro la cosa viene dispar. Cuentan algunos trabajadores que el aguinaldo pone al crédito en un segundo plano pero una dupla de promotoras que ofrecen una aplicación de pagos en cuotas usando la tarjeta de débito —o sea, una especia de mutación de tarjeta de débito a crédito— dice con orgullo que logró más de mil registros.
—Nosotras medimos si hay mucho flujo de turistas por cómo están los baños —dice Victoria, y reafirma su compañera Clara.
Victoria y Clara deberían vender créditos pero por la ubicación de su local muchos las confunden con un servicio de informes y sería tan desgastante aclarar que no lo son, que bajen por la escalera y se dirijan hasta el punto cercano a la puerta de entrada, que asumieron la doble tarea de indicar dónde se puede cambiar dinero o dónde pueden tomar un helado, o dónde paran los ómnibus que van al este fuera del edificio.
La entrada principal de la terminal es como un triángulo superpoblado. En un vértice está la fila de los baños, que se pisa con la de los clientes de McDonald’s, con la del cambio y con la de los que esperan para el servicio de cargadores gratuitos de celulares.
En el medio, unas casitas de madera con motivos navideños donde juegan varios niños. Sonrisa grabada en la cara, una pareja de cubanos que vive en Uruguay desde hace tres años observa a su pequeña Nicole, de ocho, con ese orgullo con el que solo un padre puede mirar a su hijo. En un rato su ómnibus parte a Piriápolis, donde pasarán unos días. No muchos: solo tres; hay que volver y hay que ahorrar. Él trabaja en una empresa de las que pintan las calles; ella prefiere no contar.
Los helados y el agua son, probablemente, los productos más vendidos de este fin de año en Tres Cruces.
Paulina, por ejemplo, nunca imaginó que preparar helados podría ser una tarea tan agotadora. Empezó hace un mes y rompió un récord de ventas de conitos de crema, fue tal la demanda que se le terminaron los repuestos de suministros y tuvo que ir varias veces corriendo hasta TaTa a conseguir más. Pero el supermercado estaba repleto, por supuesto.
—Esos días me la pasé corriendo en zigzag, fue una locura el movimiento y me dicen que ahora, nos espera lo mismo —lanza con cara de susto.
De Valizas a Porto Alegre: de vacaciones
Hace un rato arribó un TTL desde Porto Alegre, un ómnibus de CITA desde San José y uno de Emdal desde Cebollatí. Es martes 31 de diciembre a media mañana y están por salir varias unidades de COT a Punta del Este, un Núñez a Melo y Turil a Colonia, entre tantos otros. Casi 12 horas más tarde, sobre las nueve de la noche, partirán los últimos servicios, entre ellos un ómnibus a Valizas que empezará el año nuevo en la ruta. “Todos los años festejan arriba del ómnibus. Pasajeros, con chofer y guarda”, contó a Subrayado el jefe de la torre de control Pablo Saraví.
Uno de los encargados del cambio pegado al McDonald’s, con más de dos décadas arriba, relata que añora los tiempos en los que los 31 de diciembre se armaban unas colas eternas para cambiar dinero. Ahora, con la bancarización, la demanda es más moderada.
A unos metros de la pantalla con las partidas y arribos está la oficina de turismo. Jorge, uno de los dos encargados, charla manso con una limpiadora, rodeado de papeles con mapas. En la pequeña oficina, aire acondicionado encendido a temperatura polo sur, recibe a los visitantes con amabilidad. Aunque, hay que decirlo, cada vez llegan menos. No más de 20 por día en un buen día.
—Yo soy informes 2020 —dice medio en broma medio en serio, y cuenta que la primera consulta que le llegó hace casi 20 años fue de una fraybentina que había “perdido” a su marido en Montevideo. Él llamó a los hospitales y al final resulta que el hombre había vuelto a su ciudad.
Pero las cosas cambiaron.
—En el aparatito este los turistas ya tienen todo —dice Jorge, exempleado de AFE a poco de jubilarse, y señala su celular. Google viene suplantando su trabajo y él lo sabe.
La oficina ahora abre solo de lunes a viernes por falta de personal, en alguna época contrataban pasantes para el fin de semana. Ya no.
Los que todavía llegan preguntan alguna dirección de hotel o lugares icónicos para visitar. Si bien argentinos y brasileños lideran la demanda, por la oficina aparecen chinos, coreanos, estadounidenses, rusos, italianos, alemanes y otros europeos, entre tantas nacionalidades.
Jorge solo habla inglés pero se maneja con el teléfono cuando es necesario:
—Con el aparatito atiendo a los chinos. Ponés el traductor y sos Gardel.
En una de las puntas de la terminal, frente a las renovadas instalaciones de Buquebus, está desde hace 30 años La Mostaza. Es una institución en Tres Cruces y hoy tiene unos 40 empleados. Atrás de la caja, entre pizzas, sándwiches y milanesas, Marcelo trabaja en el establecimiento desde el primer día. Muestra un optimismo moderado:
—Estamos 8% arriba que el año pasado pero ojo, veníamos de cero —dice y suelta una risa. Luego aclara que recién este año igualaron “peso a peso” las ventas de 2019 por lo que se está “comiendo” la inflación de los cinco años anteriores.
En el salón hay un puñado de mesas ocupadas. Lo que más se ve un rato antes del mediodía son cafés, cervezas, cocas y muzzarellas. Pero por lejos lo más pedido es el sándwich caliente: se venden decenas y decenas por día a 396 pesos.
Durante años La Mostaza abrió las 24 horas pero eso cambió tras la pandemia y no se volvió atrás: cierran desde la medianoche y hasta las seis. La razón es sencilla: no hay público suficiente en la madrugada. Y, el que está, va a McDonald’s.
—Hasta el verano de 2020 nosotros trabajábamos mucho con argentinos. Pero ya no vienen, no los hemos notado —dice y relativiza eso de que la clase media del país vecino regresó este verano.
—¿Y cuál fue la mejor época?
Marcelo responde sin dudar:
—Los primeros años. Vendíamos montones, la terminal era la novedad. Los primeros veranos fueron impresionantes.
San Expedito y libros sobre tupamaros
¿Quién dijo que los uruguayos ya no leen? En una de las puntas de la terminal, hay una librería que aumentó sus ventas. Los más demandados son dos libros vinculados a los tupamaros: el número uno, Los indomables de Pablo Cohen, una larga y polémica conversación del autor con José Mujica y Lucía Topolansky; el número dos, La gran farsa: retrato de un país en llamas (Diego Fisher), un relato que matiza la romantización del movimiento.
Otro mito que se cae es el de la adhesión religiosa. La última parada antes de pasar el control, salir a las plataformas y subirse al ómnibus puede ser en algunas de las dos tiendas de venta de bebidas, golosinas, revistas, juguetes y souvenirs. En una de ellas trabaja Virginia desde hace 27 años, y asegura que si lo que más llevan los extranjeros son imanes y llaveros de Uruguay, lo que más compran los uruguayos son las estatuitas de santos, especialmente los que regresan a sus casas en el interior del país.
Pío y San Expedito son los favoritos aunque el que arrasa es el segundo, el poderoso santo de las causas perdidas.
Gauchos y planchas en la terminal
El 2 de enero es desde siempre el día del año con más “toques” de andén (así se le dice, en la jerga, a los arribos y partidas), básicamente porque vuelve mucha gente de pasar las fiestas en algún lugar del país y muchos otros inician sus vacaciones.
Durante años Osvaldo Torres fue el jefe de torre de control de Tres Cruces. El apellido del encargado, quien siempre hablaba con la prensa, era motivo general de chanzas. Pero Torres se jubiló y ahora está Saraví, quien en la previa estimaba unos 1415 viajes para este jueves. No estuvo lejos: al final fueron 1349. A un promedio de 28 pasajeros por unidad, este jueves 2 terminarían pasando cerca de 38.000 personas por la terminal.
Para hacerse una idea, lo normal un jueves es no mucho más de 900 viajes.
A las 10 y poco de la mañana de este jueves casi 20 personas hacen cola para comprar pasajes en Copsa. Los pasillos centrales son un hormiguero; cansa mirar el movimiento incesante de pasajeros y valijas. Los acentos del interior se mezclan pero también algunos extranjeros: se escucha hablar inglés y portugués.
Hay jóvenes y viejos; niños, muchos niños; muchachos con camisetas de Peñarol y de Nacional; gauchos y planchas; gente con enormes valijas y otros con apenas una mochila al hombro o solo con lo puesto. En los locales gastronómicos algunos apuran una medialuna y otros esperan relajados escuchando música. Una chica trabaja en su computadora. Otra camina apurada rumbo al andén y, con una notable pericia, avanza mientras sostiene el teléfono entre el mentón y el cachete y, al mismo tiempo, carga una valija.
Las historias, los orígenes y los destinos de los viajeros se entreveran en el hall principal de la terminal.
“Montevideo is beautiful”, dice una mujer pelirroja que viaja con sus tres hijos pelirrojos. Es una familia estadounidense, de Jackson (Mississippi), que espera la salida de Buquebus a Buenos Aires. Querían conocer Argentina y de paso una excentricidad, Uruguay.
Yanina, Franco, Nicolás y Jorge van a Punta de Este, donde trabajarán en un evento musical armando el escenario. Ellos son de Gruta de Lourdes, Cerro y Casabó: les pagan 175 pesos la hora más los 2245 pesos del ómnibus ida y vuelta. Esta misma noche estarán de regreso.
Paula y Diego —ella maestra, él desarrollador— matan el tiempo caminando de punta a punta la terminal. Ellos también van a Punta pero de vacaciones. Vienen desde Paysandú, donde viven. “Uno trabaja todo el año para darse un gusto”, dicen, como atajándose.
Franco, Nicolás y Tomás, un grupo de muchachos, van una semana a Piriápolis.
Miguel viaja con su familia a Colonia del Sacramento. Y espera usar la piscina del hotel, aunque el calor no acompañe.
El mundo de los paquetes: "No preguntamos"
Pesa, embala, cobra. Pesa, embala, cobra. Pesa, embala, cobra. Aurelia Better (que en una traducción sería Aurelia Mejor) dirige la empresa familiar que le toma el pulso al turismo que pasa por Tres Cruces: la que guarda el equipaje que nadie quiere cargar.
Estos días de frenesí, su “guardería” de equipaje —así la llama, con humor— despacha en su depósito unas 450 valijas por cada turno de ocho horas. Dice Aurelia que aprendió a captar el peso de los bolsos mirando el gesto que el viajero hace al subirlo sobre la balanza. Se fija en cómo levanta el hombro, en si el ceño se frunce o no. Así ya sabe lo que le espera: más o menos de ocho kilos, lo que determinará el costo.
Aurelia tiene la ayuda de cinco empleados y de su hijo mayor, Germán, un adolescente de 12 años que se entusiasma con contar el lado b de este negocio disfrazado de servicio.
Suelta:
—A veces dejan las valijas y no las vienen a buscar y cuando las abrimos hay armas y balas.
Cuando eso pasa, las entregan directamente a la Policía.
Ahora mismo hay tres bolsos medianos color fucsia y negro que llevan abandonados desde el 27 de julio.
Aurelia ha llamado al teléfono que dejaron, pero nadie contesta.
—Acá somos muy quisquillosos con los cierres —dice.
El cierre es una frontera entre cosas que se escaparán de su lugar —“lo más común es que se caigan las llaves, que ya tengo como para armarme mi propia cerrajería”, bromea Aurelia— y otras que permanecerán dentro.
Los cierres de estos bolsos abandonados no llevan candado, señala Germán. ¿Habrá algo siniestro adentro? “No creo. Tiene pinta de ser ropa. Es que tengo que armarme de valor para abrirlas porque lo que hay adentro puede llegar a ser un asco”, dice la encargada. Si hay objetos o ropa en buen estado, la donan. Y si no los queman, revela el niño.
Aurelia tiene dos reglas. La primera es no cobrar de más. Por eso ella vende el agua de litro y medio a 72 pesos, “a costo almacén”, dice. La segunda, no preguntar qué hay adentro de las valijas que pesa, embala, cobra. Alguna vez llega la Policía con los perros, incluso han encontrado oculto un ingrediente ilegal para mezclar la cocaína pero Aurelia se excusa diciendo que ella no es una aduana, solo custodia los equipajes.
¿Qué cosas raras les han dejado?
—Las urnas son algo bastante común. Algunas las tocás y están tibias —intercede un empleado.
Y dice Aurelia, desplegando una buena dosis de humor negro:
—Podés tener en el bolso un muerto en partes, yo te cobro al peso; si pesa más de ocho kilos es un dinero y si pesa menos, otro.
Un piso más abajo, en el subsuelo, está la zona de encomiendas, con su aire decadente y oscuro. Este jueves el sector está clausurado: no se puede bajar porque a eso de las siete y media de la mañana se derramó un bidón con cinco litros de ácido clorhídrico. El peligroso producto químico fue enviado por una droguería, venía mal cerrado y, relatan empleados de Núñez, empezó a salir un líquido amarillo y vapor. Los funcionarios sintieron como una irritación de garganta y dolor de cabeza pero el asunto no pasó a mayores. Los bomberos trabajaron en el lugar y tiraron arena para absorber el líquido.
El asunto del ácido revela algo que todos saben: en las encomiendas se manda casi cualquier cosa, hasta las más insólitas. En estas épocas lechones y corderos están a la orden del día pero hace 15 años desde este subsuelo salió la fatídica bomba que terminó con la vida de Miriam Mazzeo en una casa de la calle Plutarco en el Buceo.
—Una vez trajeron una caja, se abrió y salió una víbora de un metro y pico —dice Miguel, encargado de una de las empresas—. Y también venían ratones para alimentar a la víbora
—¿Pero no preguntan qué mandan?
—A nosotros nos traen una caja cerrada. No sabemos lo que tiene adentro. No lo vemos.
En el piso de arriba, este jueves 2 de enero el movimiento no para ni un instante en el local de guarda equipajes. Aunque faltan horas de seguir levantando bolsos, Aurelia no se queja. Cuando está cansada piensa en los peores días, aquellos en que esperaba una zafra que no llegó, como aquel viernes 13 de marzo de 2020 en el que aterrizó el covid a Uruguay o cuando en diciembre de 2005 cerraron los puentes de Gualeguaychú en protesta por la primera planta de celulosa en Fray Bentos, o la huida en helicóptero del presidente argentino Fernando de la Rúa, un fatídico diciembre de 2001. O cuando en 2010 se incendió Tres Cruces y durante un tiempo los ómnibus llegaban al Centenario.
Piensa en esas épocas malas y sacude la cabeza.
—¿Sabés lo que pasa? Al Tres Cruces hay que quererlo, porque es el que nos da el trabajo. Tenemos que cuidarlo.
El momento más crítico: el incendio de Tres Cruces
Cuando a fines de la década de 1980 se proyectó Tres Cruces, el Ministerio de Transporte de la época pensó en un lugar estratégico en la ciudad con salidas directas a todos los corredores: ruta 1, 2, 3, 5, 8, 9 e Interbalnearia, así como conexiones con el sistema de transporte urbano.
Tres Cruces se inauguró el 17 de noviembre de 1994; antes cada empresa salía de un lado distinto de Montevideo.
Hubo un momento crítico: el incendio en la madrugada del 25 de diciembre de 2010, supuestamente generado por un fuego artificial que cayó en el techo del edificio. El gerente general Marcelo Lombardi no borrará aquellas horas de su cabeza: “Fueron momentos difíciles, duros. Esa noche y todo el día siguiente seguimos de corrido en la terminal”.
En todo el edificio hay hoy unas 700 cámaras de seguridad para vigilar a un promedio de 2.100.000 visitantes al mes entre pasajeros y clientes. Ese es un promedio mensual; en diciembre son más.
“Tenemos trazabilidad plena de todos los que entran y salen”, explica Lombardi, “porque las cámaras tienen triple capa de reconocimiento facial”.
En Tres Cruces operan 42 compañías de transporte y casi 200 comercios minoristas. En todo el edificio trabajan unas 3000 personas, entre los empleados de la administración (320), los de los locales comerciales, el personal de las empresas de transporte y de servicios como mantenimiento, seguridad, limpieza y torre de control. A esto hay que sumar más de 500 choferes.
La terminal nutre al centro comercial. Tanto que el 35% de los clientes son del interior, es gente de paso. “Es una cifra no menor, aunque la clientela tradicional es por cercanía, sea del lugar de residencia o de trabajo”, dice Lombardi.
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