AUMENTA LA POLARIZACIÓN
La pandemia llegó para cambiarlo todo y hasta provocó un aumento en la polarización en el sistema político, dicen los especialistas. Y Twitter es el lugar en que se genera gran parte de la agenda.
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Un diputado abandona una sesión de una comisión parlamentaria entre epítetos como “¡atrevido!” al ministro invitado ese día. Otra legisladora acusa a un periodista de “traición a la patria” por un informe que da cuenta de la crítica situación del sistema de salud. En un debate televisivo, un exministro de Economía se lamenta porque, a su entender, “la democracia puede estar en peligro”. Y desde la sociedad civil, al decir de uno de los consultados en esta nota, se está permanentemente echando más leña al fuego.
¿Qué nos pasó a los uruguayos en cuanto al debate político? ¿La llegada de la pandemia, hace algo más de un año, catalizó a los espíritus más confrontativos y tapó a las voces más matizadas? Todo parece indicar que sí.
Hace algo más de un mes, la empresa especializada en encuestas y opinión pública Factum dio a conocer un estudio: 64% de los consultados consideró que los uruguayos están más divididos desde que empezó la “nueva normalidad”. En ese momento el sociólogo Eduardo Bottinelli, encargado de esa investigación, dijo que el “paso del tiempo ha ido mostrando en varios indicadores que la polarización política fue en aumento”.
Hoy, como cuando se presentó aquel estudio, Bottinelli sostiene que —en rigor— la polarización viene en aumento desde hace varios años: “Venimos viendo que, en términos de opinión pública, desde mediados del gobierno de José Mujica hasta el presente, empezó un proceso de polarización de la opinión pública”. No es, para él, algo realmente novedoso. Lo que sí es más reciente es la “crispación” en el relacionamiento entre los políticos: “Lo que empieza a dividir políticamente de manera fuerte al gobierno con la oposición son, primero, la Ley de Urgente Consideración. Luego, el Presupuesto. Pero este año la división también pasa por el manejo de la pandemia”, dice Bottinelli y menciona un tema sobre el cual no hubo polémica durante buena parte de 2020. “Eso se dispara por el tema de las vacunas. La llegada de las vacunas a otros países de la región y no a Uruguay desató una tormenta”, indica el sociólogo.
En esa tormenta estamos. Aún así, Bottinelli afirma que no se le puede atribuir “causalidad” a la pandemia. En parte, dice, la política nacional de por sí tiene una importante cuota de polarización “por defecto”. Un especialista que pidió no ser citado en esta nota lo dijo sin ambages: “El sistema político uruguayo es polarizado, con definiciones ideológicas definidas”.
Bottinelli coincide con esa apreciación pero añade que no hay que “demonizar” la palabra ideología. Desde su punto de vista, hay una connotación muy extendida y negativa de ese término. “Está muy en boga decir, peyorativamente, que todo se ‘ideologiza’ o ’politiza’. Pero ideologizar significa que hay una concepción del mundo”. Además, señala que incluso dentro de los bloques políticos hay matices y entrecruzamientos. “En el Partido Colorado hay concepciones discrepantes sobre el aborto y la eutanasia, por ejemplo. En el Frente Amplio hay distintas posiciones ideológicas sobre la economía, la manera de entender al capital internacional y nacional y las relaciones laborales”.
—¿Pero no es más agrio el debate político ahora?
Bottinelli piensa y luego responde:
—Es menos refinado. Hay roles asignados, no sé si eso está organizado, pero se ocupan lugares. Y creo que ese es un tema a atender. La confianza que la población tiene en los partidos políticos viene cayendo sistemáticamente. Estamos apenas por encima de los niveles que hubo tras la crisis de 2002, según el último estudio de Latinobarómetro, que data de 2018. Lo menciono para salir del ‘Cifra dice’, ‘Factum dice’...
Los riesgos sanitarios de las brechas en la política
La radicalización de posturas en el debate no solo tiene implicancias potencialmente negativas para la convivencia política. También significa un riesgo para la salud en tiempos pandémicos. Eso fue lo que advirtió ya en enero el coordinador del Grupo Asesor Científico Honorario (GACH) Rafael Radi. El bioquímico fue claro:_“La polarización política es un factor de riesgo en la pandemia”. Con las imágenes aún frescas del ataque al Capitolio en Estados Unidos —y alguna movilización antivacunas en nuestro propio país— parecería evidente que aferrarse a un tribalismo político no es precisamente un aporte. Por las dudas, vale mencionar que tres investigadores europeos dieron a conocer, también en enero de este año, lo perjudicial que puede ser una polarización política. “Hay una asociación bastante clara (...) e indicadores claros de que perjudica seriamente al desempeño” en cuanto a mitigar los efectos más peligrosos del coronavirus. Esa fue una de las conclusiones más importantes del informe elaborado por Víctor Lapuente, Nicholas Charron y Andrés Rodríguez-Pose, de las universidad de Gotemburgo y la Escuela de Economía de Londres. Por su lado, un ejecutivo de la Organización Mundial de la Salud, Michael Ryan, había dicho el año pasado que en España la polarización es un caso particularmente grave: ”El debate ha sido muy dicotómico y la estrategia de la comunicación domina la política”.
Otro analista político, Rafael Porzecanski —director de Opinión Pública de Opción Consultores— también alerta sobre lo que él entiende son señales de alerta. “No tengo un ‘polarizómetro’, pero en nuestra historia reciente hemos tenido situaciones con fuertes divisiones políticas. La crisis de 2002, por ejemplo. Pero repito: no sé si más o menos que ahora, habría que estudiarlo con más detenimiento. Sí creo que los años 70 son una vara. Ahí sí hubo un problema grave, con violencia en las calles”.
En otra parte de la conversación, Porzecanski dice que no quiere dar una versión “edulcorada” del sistema político nacional y que sí hay indicadores que vienen en picada, como los niveles de “satisfacción de la democracia” o “confianza en los partidos políticos”. Pero remarca: “Vienen en caída ‘a la uruguaya’, o sea desde techos muy altos. Ahí, ya entramos en otro tema porque una cosa es la satisfacción con la democracia o la confianza en los partidos y otra, la polarización. Lo primero refiere a un desafío en términos de representatividad. Lo segundo, a la ‘violencia política’, que sería el final del camino en una polarización creciente, cuando el otro ya no es un adversario, sino un enemigo”.
Otra especialista que pidió no ser identificada agrega algo axiomático en las ciencias sociales: las crisis (catástrofes naturales, económicas, sociales o sanitarias) acentúan los sentimientos nacionalistas y eso, a su vez, puede hacer disparar el inexistente “polarizómetro” al que se refería Porzecanski.
El pajarito la pudre
La novedad que varios señalan en cuanto a este estado de crispación y falta de refinamiento en comparación con otros momentos es, cuándo no, Twitter.
Aunque también otras plataformas digitales como Facebook, Instagram o Tik Tok aportan lo suyo, es en Twitter donde más se evidencia el griterío, los insultos y la soberbia en la que incurren no solo la sociedad civil, sino también los actores del sistema político.
La politóloga y analista Victoria Gadea advierte que Twitter representa en términos cuantitativos un universo muy pequeño. “Es un mundo chiquitísimo”, comenta, para que quede claro que extrapolar lo que ocurre ahí a otras esferas sociales es, por lo menos, temerario.
“Lo que sí ocurre es que Twitter es la red de agenda setting”, afirma la experta. “En ese espacio es donde se genera una parte importante de la agenda política. Los grandes medios de comunicación toman buena parte de sus insumos de ahí. La incidencia de la conversación en Twitter en lo que es la agenda pública y política es muy relevante”, dice después. Y ahí, añade Gadea, “la polarización se ha acentuado, sin lugar a dudas”.
Otro que alude a Twitter como un factor que estimula la ira y la falta de reflexión es el analista político Esteban Perroni. Para él, la pandemia tuvo una consecuencia directa sobre la polarización. Actualmente, acota, hay mucha gente que por razones como teletrabajo, o por querer resguardarse de los riesgos que significan las interacciones, pasa más tiempo dentro de sus casas. “Eso hace, entre otras cosas, que muchos pasen más tiempo delante de las pantallas, en contacto con los medios”, indica Perroni.Eso, en su evaluación, tiene efectos negativos sobre el debate político, aunque no culpa principalmente a los políticos. Según Perroni, la sociedad civil es una de las responsables de la creciente polarización: “Todas las plataformas digitales permiten que cualquier ciudadano pueda tirar la piedra donde quiera, sin la más mínima justificación o argumentación”, dice y agrega que no estaría mal dejar sentada una máxima: “Todo lo que se diga en Facebook, Twitter o Instagram es mentira hasta que se demuestre lo contrario”.
Bottinelli, por su lado, dice algo similar: “Antes, existía el filtro de los medios de comunicación. Hoy eso ya no existe”. Tener que pasar por los filtros de los medios implicaba, entre otras cosas, cierta moderación en cuanto a los aportes al debate político. Había un proceso previo que debía cumplirse antes de que la opinión de un político o un ciudadano se plasmara en un artículo de prensa, un reportaje radial o una entrevista televisiva.
Y por cada paso, había más oportunidades para reflexionar y tener en cuenta elementos que podían enriquecer el o los postulados. Hoy, nada de eso es necesario. Basta con darle clic a “publicar” y la invectiva empieza a caminar solita.
La pandemia, además, no solo hace más agrio el debate político, según la evaluación de Perroni. Hay otros efectos que también son perjudiciales. Por un lado, le da una contundente justificación al oficialismo, que puede postular a la pandemia como un pretexto para justificar muchas cosas. “El uso de la pandemia es más evidente en el caso del gobierno, porque puede decir: ‘mirá lo que nos tocó’.”
Pero también afecta a la oposición: “Gracias a la pandemia, el Frente Amplio pudo postergar su autocrítica, pudo postergar tener que votar por un nuevo presidente y discutir sus diferencias”.
En otras palabras: la nueva normalidad “ayuda” a la oposición a barrer debajo de la alfombra ciertas incomodidades. “El Frente parece olvidar una de las últimas frases de Tabaré Vázquez: ‘miren que la próxima elección se podría estar perdiendo desde ahora’”, dice el especialista.
¿Maldita vecindad?
Hay otro factor que contribuye a la polarización, y que no es menor: los vecinos. Si bien parecemos seguir despreocupados o ignorando la situación política en Brasil, los eventos que determinaron la invalidación del proceso judicial llevado contra el expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva avivaron el calor del debate político en Uruguay.
En el caso de Argentina, el cantar es muy otro. Ahí sí estamos con las orejas bien paradas. La llamada “grieta” en la cultura política de ese país es una de nuestras más recientes importaciones.
Para Porzecanski, lo que ocurre en Buenos Aires y Brasilia tienen una relevancia innegable. Hay que prestarle atención a lo que está ocurriendo en los dos países vecinos, sostiene, porque más allá de que se trate de culturas políticas diferentes, “es importante recordar que somos parte de una misma región, y que lo que pasa en esos países tiene repercusiones acá”.
Y agrega: “Basta recordar la época de las dictaduras en el Cono Sur, que se dieron más o menos en la misma época. O que la crisis en 2001 en Argentina luego repercutió en Uruguay. Lo mismo respecto de la era progresista en varios países de América Latina. Somos permeables”, dice.
Pero claro: no dejamos de tener un sistema y una historia política propia, con sus particularidades y señas de identidad. Como Porzecanski recuerda, “Cristina no le entregó la banda presidencial a Macri. En Uruguay, el traspaso entre Tabaré Vázquez y Luis Lacalle Pou fue ejemplar. Fernando de la Rúa tuvo que irse en helicóptero de la Casa Rosada tras la crisis de 2001. Acá, luego de la crisis de 2002, Jorge Batlle le entregó la banda presidencial a Vázquez cumpliendo con todas las normas institucionales”.
En definitiva: la luz amarilla parece haberse prendido, alertando sobre las posibilidades de un proceso que puede tener consecuencias perjudiciales para el clima político. Para contrarrestar algunos de los riesgos, dicen los expertos, hay que seguir aprendiendo sobre las características innatas de las redes sociales (en particular Twitter, claro) que amplifican las voces más intransigentes. Y hay que tener, también, una mirada histórica y abarcadora para, en lo posible, evitar cometer los mismos errores que llevaron a la pérdida de la democracia.
Por ahora siguen rigiendo ciertos consensos fundamentales pero parece claro que le corresponde al sistema político, a los medios de comunicación y a la sociedad civil cuidarlos. No sea cosa que por unos cuantos retuits y algunos réditos de corto alcance se pierda la mesura, el decoro y la reflexión en la gestión de las disidencias.