Después de Iemanjá

Miles de uruguayos rinden culto a las divinidades afrobrasileñas a pesar del recelo o el prejuicio con que los ve el resto de la sociedad. Para ellos la umbanda no es cosa de una vez al año.

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Paula Barquet

"Bienvenidos y buenas noches a todos", saluda el hombre de 50 años, orejas grandes, labios gruesos y mirada oscura, ante las decenas de asistentes ansiosos. "Con esta sesión inauguramos los trabajos del año", prosigue con ritmo pausado fomentando el nerviosismo acumulado en horas de cocina, espejo y preparativos.

Quien dirige la sesión es el pai José Luis, enfermero, nacido en Buceo, que hace unos meses tiene su terreiro por Aparicio Saravia e Instrucciones. Como él, decenas de pais y maes, y varios miles de fieles -no se sabe con certeza cuántos- practican la umbanda los 365 días del año. Iemanjá, la diosa del mar, para ellos es una orixá más, madre de los siete restantes pero no por eso más importante. Y, como ella, cada uno tiene su fiesta.

Al templo de José Luis no entra cualquiera. "¿Estás autorizada?", preguntan una y otra vez los asiduos ante la presencia extraña de este suplemento en una sesión umbandista. Ese día el culto va dirigido a Exú, el orixá más cercano a los seres humanos, entidad a la que se esmeran en agradar. Por eso hay muchos objetos de valor y mucho dinero invertido: varias botellas de whisky importado, licores dulces y fuertes, tortas, frutas secas. Cada elemento tiene su lugar y su porqué. La sesión de esa noche costó entre 15.000 y 18.000 pesos.

José Luis agradece "la dedicación, las horas, los gastos". "Espero que sea una noche de buena vibración y que este sea un año de emprendimientos y logros conquistados". Antes de dar inicio al ritual recuerda que el cometido es que todos se vayan "mejor de lo que llegaron". Los fieles asienten felices.

La vida de ese hombre, líder de una "familia de religión" de unas 20 personas, ha seguido la misma premisa. Ese que viste ropas negras y capa de lentejuelas brillantes, que ha colocado anillos en cada uno de sus dedos, que ideó su casa en función de los fundamentos del culto afrobrasileño; ese hombre ha buscado en varias religiones la satisfacción y el consuelo hasta encontrarlos en la que tiene su manifestación más pública cada 2 de febrero en las playas, pero que es mucho más que eso.

estigma de macumba. Los padres de José Luis no eran umbandistas pero frecuentaban sesiones. Eran católicos, y por eso él fue bautizado, tomó la comunión y luego se confirmó. Fue incluso monaguillo. Después lo bautizaron los mormones y también tuvo su pasaje por los Testigos de Jehová. "Siempre fui de investigar las religiones, de conocer y probar", comenta.

Y aunque asegura que todas le aportaron algo, la umbandista -culto de tradición africana y origen americano, de carácter espiritista y animista- fue la que más le satisfizo. Gracias a una "consulta" con una mae de santo logró salir de una severa depresión que lo había puesto al borde del suicidio. Asegura, aún con cierta timidez, que dejó de ser un "retraído de poca vida social", y que le "cambió la vida".

Él recomienda esta religión para quien "realmente quiere fortificar y alimentar su espíritu, tener una vida más clara, organizada y ordenada". Además, advierte que aunque algunos lo hagan, quien ingresa no debe esperar "llenarse de plata", que la mentalidad debe ser otra y que lo que sí se va a recibir es "una inyección de energía".

"Pero es difícil", suspira José Luis. "Esta es una religión socialmente muy criticada". Para este pai de santo la culpa recae en los mismos pais y maes que "dan la letra", por ejemplo, al hacer "despachos" (ofrendas) y dejarlos en lugares céntricos. "No es malo, pero el que no sabe se asusta y piensa `viven tirando cosas por todos lados`. En parte les doy la razón, porque a mí no me gustaría ir por la calle y que un cura me tirara agua bendita", dice.

Algo similar sucede con el sacrificio de animales -que ellos prefieren llamar faena-. Aunque José Luis afirma que la mayoría se consume, y que en sus retiros espirituales no comen otra carne que la sacrificada, también considera que no debería hacerse en público ya que contribuye al prejuicio de "macumberos".

Todo eso aporta a una "imagen de superchería que no tiene nada que ver con los fundamentos de la religión". Él, como otros pais y maes de santo, reivindica lo naturista y ecologista de la umbanda y critica a quienes arrojan elementos no biodegradables a la playa en la fiesta de Iemanjá.

En su día la diosa del mar congrega a 500.000 personas con distintos objetivos. Hay creyentes, periodistas, políticos, curiosos, turistas. Se ha vuelto parte del calendario de fiestas populares de febrero.

Pero los que realmente se dedican a esta religión y adhieren a su credo durante todo el año prefieren ir a ofrendar el 1° de madrugada para evitar "el fiasco, lo mundano, la masa de gente", en palabras de la mae Annabel. Ella, con su familia de religión, eligen una playa desierta de Solymar.

La mae Susana Andrade, conocida entre otras cosas por su militancia en filas del MPP, asegura que la Encuesta Nacional de Hogares Ampliada de 2006 los "midió mal" (ver recuadro) y que los umbandistas no son 18.000. "No puedo creer que seamos menos de 200.000", afirma.

Ser umbandista todo el año, dice Susana, "implica sentirse discriminado. Es fuerte, pero es así. La gente nos ve como folclore pero somos un culto y hoy reclamamos nuestros derechos. No somos víctimas, vivimos nuestra religión con mucha alegría. Pero somos distintos y nos pasan factura".

Cada Iemanjá deja la sensación de que se agranda la comunidad y se genera "una nueva ola" de umbandistas, a entender de esta mae de santo. "Pero los 2 de febrero no salimos del armario, existimos todos los demás días del año", alega.

Ser umbandista también tiene implicancias prácticas, aunque el grado de compromiso puede ser muy variado según la persona y según el templo al que vaya. Susana afirma que es una religión "muy libre", que "busca el reencuentro con uno mismo". "No implica rezar ni una conducta especial, más allá de no apartarse de los valores que tenemos todos". Las fiestas obligatorias son siete (una por cada orixá), más las que haga la casa de religión en función de cuántos rituales practique; pueden ser hasta tres: umbanda, quimbanda y nación.

En la playa de Solymar, mientras prepara la barca que ofrendará a Iemanjá junto con sus hermanos de religión, Hermes, de 44 años, explica que la umbanda "lleva mucho tiempo cuando uno realmente lo siente". En su templo, dirigido por la mae Annabel y el pai Miguel, hay sesiones todos los sábados -se suspende solo por falta de quórum cuando hay paro de transporte o muchos engripados-, y además van los lunes y jueves a hacer "mantenimiento de los altares".

"Si querés hacer esto tenés que estar dispuesto a pasar frío, a no dormir, a ir a trabajar cansado, a olvidarte de las salidas de los sábados y las comidas de los domingos. Pero lo hacés solo si crees", insiste en voz baja y solemne. A su lado, una chica que prefiere no identificarse confiesa que en su lugar de trabajo nunca dijo ser umbandista. "Pero no por vergüenza sino por los prejuicios, porque la gente censura sin saber", se queja resignada.

que bom que vieste. La noche está particularmente fría y ventosa este 1° de febrero en Solymar. Unas 10 personas esperan la llegada del resto, demorados por motivos laborales. Sentados en ronda, ya con sus ropas blancas puestas, toman té, mate y café. Una carpa cobija a las dos niñas que fueron a acompañar a sus padres.

Cuando se completa el grupo, pasadas las 12, rápidamente comienza la tarea. Evidenciando la experiencia de muchos años, cada uno sabe qué hacer y cómo. Se coloca la sandía, se prenden las velas, ubican las flores, las joyas, los perfumes. Han reunido el dinero entre todos. Mientras mueven las manos con agilidad, responden a los cantos que Jimena, la tamborera, orienta en portuñol.

El momento más íntimo es la faena de la gallina. Con respeto y delicadeza, Miguel toma al animal de la cabeza y le tapa la cara para evitarle el susto; le despluma la zona de la yugular mientras una de sus hijas sostiene las patas con firmeza. Es un instante, el corte es preciso.

Después de untar con miel el cuerpo ya sin vida, entre cinco levantan la barca de juncos donde lo único no biodegradable son dos tornillos. La dirigen al mar. Se adentran hasta la cresta de las olas que esa noche son altas. La temperatura del agua es más agradable que la del exterior. La sueltan. Los demás observan cómo se va atenuando la luz de las velas. Sin darle la espalda a Iemanjá, retroceden hasta la arena dando fin al ritual.

Ahora más distendidos, después de que todo ha salido bien, Annabel y Miguel cuentan que sus únicos ingresos provienen de la empresa unipersonal con la que hacen mantenimiento de edificios. Para el templo los fieles aportan una cuota casi simbólica de 150 pesos por mes. Con eso compran velas y poca cosa más; las imágenes las lleva cada uno. Además, esta pareja de religiosos no suele realizar consultas y, cuando las hacen, no cobran los 300 o 500 pesos que cuestan en otros lados.

Su forma de practicar la religión parece más bien una excepción. En el extremo opuesto hay quienes viven por y para la umbanda, dedican todas sus horas a las consultas y las sesiones e incluso viajan por el mundo atendiendo las penurias de sus desperdigados hijos de religión.

La casa donde José Luis recibe a sus invitados -más de 60, de todas las edades y casi todos de raza blanca- es un palacio al lado de sus vecinas. Sobre el portón alto ha colocado dos macetas con pinchos en forma de flechas. "Las aseguranzas mínimas para estar protegidos", explica. "Yo no creo en eso de que alguien te hace algo malo, pero pueden colarse energías negativas. No porque yo las invoque; yo sé lo que invoco, pero no controlo las energías".

Las antorchas encendidas indican el camino hacia el templo, ubicado a un costado de la casa grande y de ladrillos. En la antesala hay una "cocina de religión" (una barra con unos estantes) donde se guardan los "vicios": cigarros y alcoholes. El templo es de pisos blancos y un orden impecable. Al fondo, un sillón grandilocuente y tres altares. Uno de ellos contiene diversas imágenes religiosas, muchas de ellas cristianas. También hay indios y negros representados como guerreros. Desde la cúspide, donde está Iemanjá, corre el agua de una cascada eléctrica. "Aquí está todo lo que es la umbanda", dice orgulloso José Luis, que lo ha hecho con sus manos.

Cuando el pai ha dado comienzo a la sesión y ya suenan fuerte los tambores, uno a uno los asistentes se dirigen hacia unos pequeños depósitos donde están los simbolismos de Exú. Se supone que allí incorporan la entidad que hablará y actuará por ellos durante el ritual.

Tras incorporar, vuelven al salón con otra expresión en el rostro y paso más firme. Se saludan con un saravá -se toman las manos desde los pulgares y besan el dorso al descubierto- varias veces deseándose suerte. Comienzan a ingerir alcohol e intercambian las copas, ya que de esa forma se conceden la gracia que el otro está precisando. Fuman sin descanso. Los tamboreros dirigen los "puntos", cánticos de aproximadamente cuatro minutos que se extienden durante toda la sesión, separados de breves silencios. Los asistentes giran buscando favorecer el trance y la posesión.

Como los demás cultos, el dirigido a Exú es cíclico: los saludos, el intercambio de alcohol y los cantos se repiten varias veces. La diferencia con otros ritos de umbanda es que en este, llamado quimbanda, las vestimentas son preferentemente rojas y negras o de otros colores fuertes. Las mujeres llevan amplias polleras, collares y pulseras, y se han maquillado con esmero; algunos travestis han hecho lo propio. Los hombres visten pantalones largos y camisas; los más carismáticos llevan capas, sombreros, anillos y collares. Todo para satisfacer a Exú.

En el contorno del salón, sentados contra la pared, unos cuantos observan el ritual. Los hay experientes que por algún motivo no participan -como una chica que ha llevado a su hija bebé y le da de mamar mientras entona los cantos que demuestra conocer- y los hay primerizos. Han ido familiares y vecinos que quizá luego "sean prontos" para participar.

En un momento una mujer rubia, que ha cobrado gran protagonismo en la sesión, se acerca a una mujer adulta que mira con ojos grandes. "Que bom que vieste", le dice, pero la otra no entiende la expresión y la rubia pide que una tercera le traduzca: "Qué bueno que viniste". Los orixá solo deben hablar en portugués.

Con todo, a algunos se les escapa el español y no por eso se los tilda de fiasquientos. La mejor forma de garantizar la auténtica posesión es que, al terminar la sesión, la ingesta de alcohol (que es mucha y desordenada) no haya surtido el efecto que produce en los seres humanos. Así queda claro que el orixá pasó por allí. En la sesión del pai José Luis hay varios mareados y cuando ya ha pasado "la hora grande" (las 12), los movimientos se tornan más eróticos.

El pai, que horas antes había mostrado con Qué Pasa un perfil bajo y carácter casi sumiso, en la sesión se comporta distinto. De pie al fondo del templo, deja consumir los cigarrillos entre sus dedos esperando que alguien se los agarre, los tire al cenicero e inmediatamente le encienda otro. Cuando se le enganchan las lentejuelas del traje, otro de sus fieles lo asiste de inmediato y sin mediar orden alguna.

José Luis es el líder y, como tal, decide el momento en que termina la fiesta. Vuelven a saludarse en medio de esa cortina de humo de tabaco que se ha instalado en el templo. Los pies descalzos han juntado mugre y los cabellos se han empapado de sudor. El rojo de los ojos refleja el cansancio que se llevan tras la sesión. Quizá, en su interior, los fieles hayan recibido la "inyección de energía" y la "fortificación del espíritu" que el pai les ha predicado.

Algo más que lo que buscan los cientos de miles que van anualmente a las playas a ver el ritual, con esa mezcla de curiosidad y miedo que siempre genera lo desconocido.

El censo no preguntará por religión

No se sabe cuántos uruguayos creen en religiones afrobrasileñas. El INE los estimó en 18.000 en 2006, pero según la mae Susana Andrade, al no preguntar por la umbanda en concreto, los fieles no se animan a confesar. Entre todas las religiones pidieron que para el censo de este año se consulte por cada una en específico, pero el INE optó por no preguntar nada sobre el tema.

Violencia a la umbanda y entre los fieles

La rivalidad entre los creyentes de la pentecostal Iglesia Universal del Reino de Dios y los fieles de los ritos umbandistas ha alcanzado altos niveles de agresión. "Iemanjá la reina de la mentira", han grafiteado en santerías y en el monumento a la diosa del mar en la playa Ramírez. Los umbandistas se quejan de la propaganda negativa que les han hecho los pastores de Pare de Sufrir a través de la televisión. Por otro lado, la violencia ha invadido algunos templos umbandistas. Según informó El País, un pai de Maldonado obligaba a sus fieles a practicarle sexo oral en las sesiones. Otro pai dejó cinco heridos en el Borro, supuestamente poseído por un mal espíritu. Hace aproximadamente un año otro hecho policial tuvo lugar en un templo umbanda, donde un hombre resultó con un disparo en la nuca y otro con un corte.

Glosario de los términos de la umbanda

Se trata de una religión muy compleja y de terminología muy específica. Lo que sigue es una guía de ciertas palabras clave.

v buzios

Caracoles de dos caras que se arrojan para interpretar lo que el orixá Ifa diga.

v exú

Orixá mensajero e intermediario entre los humanos y los otros orixás. Los Exú femeninos son llamados Pombagiras. Ha sido asociado con el diablo cristiano por sus colores rojo y negro.

v familia de religión

Relación ritual entre los fieles que se concibe como un verdadero parentesco. El pai o mae que apronta a los fieles tiene hijos de religión.

v iemanjá

Orixá del mar. Sus colores son celeste y blanco. Se le ofrendan bebidas dulces, frutas aguachentas, velas, cosméticos y joyas. Generalmente se le sacrifican gallinas.

v ifa

Orixá que no puede ser incorporado pero que tiene ojos para penetrar pasado, presente y futuro.

v médium

Fiel que sirve de vehículo a un orixá u otros entes espirituales.

v orixá

Divinidades que pueden ponerse en contacto con las personas por su invocación o mediante la posesión. Cada uno tiene comidas especiales y equivalente a un santo o virgen.

v quimbanda

Ceremonial en el que se invoca a los Exú.

Umbandistas. Es común oírles decir que han sido católicos, pero que esa fe no les satisfacía del todo.

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