ENTRE EL PÁNICO Y LA ESPERANZA
En el corazón del país, Río Negro lidia con una explosión de contagios y fallecimientos, mientras que Durazno, en rojo, logró frenar muertes y se enorgullece de tener el mayor índice de vacunación.
Lleva la cuenta y van ocho. George Michael Agostini, el vendedor de quinielas y tómbola en la avenida principal de Fray Bentos, convierte en números a clientes de antaño y vecinos que se llevó el COVID. En los últimos días todos conocen a alguien que murió.
A pocos kilómetros de distancia, la muerte no es una certeza. También está pintado de rojo, pero en Durazno el orgullo de ser el departamento con más población vacunada y la esperanza de alcanzar la inmunidad de rebaño en junio se percibe en un ánimo despojado del pánico. En un mapa que cambia todos los días, estos departamentos hermanos muestran las dos caras ante el coletazo más fuerte de la pandemia.
Empecemos por Río Negro. El local de Agostini está vacío. Las calles de Fray Bentos están vacías. El parque, la rambla, Las Cañas y las plazas también. En un miércoles donde el otoño se resiste a empezar —como siempre en el litoral— el sol quema el asfalto y la ciudad parece un pueblo fantasma.
Río Negro es hoy uno de los departamentos más críticos. Con sus 54.765 habitantes llegó a encabezar el podio en el índice de Harvard a principios de la semana. El viernes en la noche tenía 648 casos activos y ocupaba el tercer peor lugar en la escala de Harvard con un índice de 91,08, solo superado por Tacuarembó y Soriano. En cuanto a la vacunación, el 37,49% de la población tiene la primera dosis y el 20,14% la segunda.
Pero más que cualquier dato frío, al departamento le pesan las muertes. No hay quien no cambie el tono de voz cuando se le pregunta por la tragedia del hogar de ancianos o por la explosión repentina de casos en marzo. Todos perdieron a un familiar, y si no era un familiar era un amigo, y si no era un amigo era un vecino.
Agostini cuenta que ninguno de sus seis hijos sale de la casa. Que su hija mayor tiene un bebé “que no lo saca ni a la calle”. Él también está asustado, pero igual abre el local. Tiene cuentas que pagar y niños que alimentar. Con que uno o dos clientes compren un juego o un refresco, tiene “unos pesos asegurados”.
Federico, el único que abre su almacén en el balneario Las Cañas, confirma la “psicosis” que atraviesan algunos. En el grupo de vecinos de la zona suelen alertar cuando hay gente desconocida en el balneario: “Hay un auto y cinco personas en la playa. ¿Alguien los conoce?”. Así son los mensajes que llegan al grupo. Otros están más tranquilos, como el padre de Agostini (Guillermo), que disfruta del sol fuera del local de su hijo. Es de los pocos —si no el único— que está sin tapabocas en el centro. Tiene 74 años y no tiene miedo.
—Yo voy al cementerio, ando en la vuelta con los muchachos y hasta ahora no me pasó nada. Amigos míos murieron. Me dolió mucho, pero ya tengo mucha gente en el cementerio. ¿Y qué vamos a hacer? Somos mortales.

Los comercios del centro que siguen en pie abren para unos pocos. Algunos quebraron, otros cerraron sus puertas y dejaron escrito un número de celular en la vidriera por si alguien requiere sus servicios. El lugar que reúne más gente —cuatro personas en total, contando al dueño— es el tradicional boliche de la esquina. En la barra toma whisky un parroquiano mientras el dueño prepara un trago para la mesa de afuera.
Dice el cliente:
—Esto no es normal. Nunca hay una sola persona acá sentada. No es normal.
—Estábamos tan contentos de que no pasaba nada hasta que explotó todo. Y en la explosión se tranquilizó el pueblo —agrega el propietario.
El diálogo sigue: que la gente no sale de su casa, que “el pueblo” está en shock, que algunos no respetan nada y que otros están muertos de miedo. El dueño se acomoda atrás de la barra y empieza a relatar la época de oro de Fray Bentos: la llegada de Botnia. Que con una propina de “los gringos” ganaba más que ahora en un mes entero. Mientras cuenta anécdotas y se ríe de aquellos gringos, en la radio se escucha: “Aviso necrológico. Falleció ayer con 88 años... Participan con profundo pesar... Aviso necrológico. Falleció ayer con 94 años... Participan con profundo dolor... Que en paz descanse”.

La explosión.
¿Cómo se explica que un departamento que supo estar en amarillo casi todo 2020 y que en uno de los peores momentos tocó el verde, haya saltado al rojo de repente? Un rumor recorre la ciudad: la explosión de casos en marzo tuvo su origen “en una ceremonia religiosa” en la que “un pastor que vino desde la frontera con Brasil” contagió a los fieles. Así se iniciaron focos en una escuela y en varias familias, dicen vecinos y confirman algunas autoridades, desde el anonimato.
Consultado al respecto, el director departamental de Salud, Andrés Montaño, dice que investigaron que los casos en el último mes pertenecen a la cepa P1 y que “hubo una introducción” en la ciudad de Fray Bentos. No obstante, señala que como autoridad no identifica “casos positivos con nombre y apellido ni cultos, para que no se estigmatice”.
Por su parte, el intendente Omar Lafluf agrega que el 90% de los casos en Río Negro pertenecía a la cepa P1, “no ahora, hace bastante”. “Acá vino gente de la frontera o de Brasil y que estuvo en la ciudad, aunque eso no lo vinculo con un culto religioso”, aclara. “Pero evidentemente alguien lo transportó. No podemos haber explotado tanto como explotamos”.
Sin más herramientas.
“Agobiante”, dice Lafluf. “Lo que estamos viviendo es agobiante. Estamos en una situación desastrosa”. La intendencia adoptó medidas de lo más restrictivas: cerraron el camping de Las Cañas desde el 1° de diciembre y limitaron el balneario a un aforo de 3.000 personas. Se intensificó el control en bares y restaurantes, dice Lafluf, que por ordenanza nacional tienen permitido trabajar con público hasta las 12 de la noche. Además, hace un mes tomó la decisión de prohibir los deliveries. “Porque el delivery termina siendo llevar la comida a la vereda de en frente”, justifica.
El intendente nacionalista siente impotencia. Dice que le hubiera gustado “contar con más vacunas” y lamenta que el Parlamento vaya en camino a enterrar el proyecto de ley que crea el delito de peligro, que establece que romper una cuarentena, aglomerarse o violar alguna otra disposición sanitaria dispuesta por las autoridades podría conllevar una pena de tres a 24 meses de prisión.
—En un pueblo chico como el nuestro yo recibo centenares de mensajes que dicen “fulano de tal es positivo y anda en la calle”. O “aquel de la frutería es positivo y está atendiendo” —comenta el intendente—. Aumentamos un 30% la cantidad de viandas en comedores en conjunto con el Instituto Nacional de Alimentación, repartimos más de 200 por día, y a veces vamos a llevarle la vianda a gente que está en cuarentena o enferma y no está en la casa. ¿Qué haces? ¿No le dejás la comida?
Lafluf conversó con senadores a quienes no les convencía el delito de peligro. Dice que les pidió que cambiaran lo que no les gustara del proyecto, pero que le dieran “una herramienta” para poder controlar a quienes violan las disposiciones sanitarias. Pese a los esfuerzos, todo indica que el proyecto no verá la luz: la semana pasada el presidente Luis Lacalle Pou expresó su negativa.

Una herida que sangra.
En la vereda del hogar de ancianos donde murieron 28 de 62 residentes quedan globos desinflados y pasacalles que dicen “fuerza”. En el parque Roosevelt, al borde del río Uruguay, dos familiares de tres sobrevivientes cuentan el calvario que sufrieron cuando se desató el brote. Griselda Demassi tenía allí a su madre y la sacó cuando ya había 20 muertos. La hizo ver por un médico y se aisló con ella hasta que fue seguro salir.
Ese miércoles en el parque, el otro familiar que acompaña a Demassi todavía tiene en el hogar a su madre y a su hermana. Hoy, domingo, ya estarán en el otro residencial de la ciudad. “En el momento en que vas a poner a un familiar tuyo en un residencial jamás se te va a pasar por la cabeza que ante una enfermedad lo van a dejar ahí”, dice.
Para Demassi hubo un manejo “doméstico” de la situación. “Vos me podrás decir que tengo subjetividades porque saqué a mi madre. Pero 28 personas muertas no es subjetividad. Esto no pasó en ningún otro lado”, reclama. No entiende el “capricho” de la directora del hogar, Daura Garaza, de “inmolarse” en el lugar. “Tenemos un sistema integrado de salud. Cada uno de los ciudadanos de este país tiene acceso a una atención sanitaria; ¿por qué ella se empecinó en no llevarlos a un CTI?”, cuestiona la mujer.
En el hogar se está llevando a cabo una investigación de oficio por parte de Fiscalía. Pero Demassi y el familiar que la acompaña han hecho sus propias averiguaciones. Él, por ejemplo, llamó al hogar de ancianos de Durazno para saber cómo se manejaron allí durante el brote que tuvieron. Demassi agrega que lo que pasó en el hogar es “el fiel reflejo de lo que sucede a nivel de la sociedad”. “Vamos 89 muertes (al miércoles 28 de abril). En Rivera hay 113 y son 100.000 habitantes con una frontera abierta. Acá somos 50.000: la mitad. Hay un mal manejo a nivel sanitario y no pasa nada”.
Los familiares cuentan que en esos días de tensión se despertaban a las cuatro de la mañana. El parte médico lo daban a las seis. “Cuando te decían que alguien no saturaba… Ya está”. Cuando “aflojaron” durmieron un día de corrido. Sus familiares transitaron la enfermedad y sobrevivieron. Pero casi la mitad de sus compañeros no. “Esto reviste las características de una tragedia. Acá se murieron 28 personas, que eran ancianos, sí, pero nadie tenía derecho a cercenar la vida de ellos todavía”, dice Demassi. Para ambos, la negativa de trasladarlos a un centro de salud es imperdonable. La herida es profunda y el dolor no se va.
Montaño, el director de Salud, asegura que “hubo buena atención permanente y buena fe”. No hubo nada “que lamentablemente no pudiera ocurrir”, dice en respaldo de la doctora Garaza.
Lafluf también respalda el accionar de la doctora, pero le pesa “el sentimiento”. “Confío en la información científica, no tengo derecho a dudar. El ministro de Salud (Daniel Salinas) explicó que lo que se hizo fue la mejor solución. Pero los que andamos en la vuelta nos encontramos con hijos o nietos de los familiares que fallecieron, y sí, entendemos que se hizo lo mejor, pero el dolor queda”.
En unos días Lafluf va a mandar flores al hogar, “en recuerdo de los que no están”. En recuerdo de 28 ancianos que, para muchos, no debieron morir así.
Rionegrenses con más disposición a vacunarse
En el vacunatorio del hospital de Fray Bentos están aplicando la segunda dosis de Coronavac. Afuera espera un joven de 18 años que dice que “nunca” dudó de la vacuna, y que lo hace para “ver a su abuela”, a quien no visita desde hace un año. La encargada del vacunatorio en el turno de la tarde, Melissa Di Giovanni, comenta que han llegado a vacunar a 770 personas en un solo día, y en los días más flojos a 300. “El ritmo viene bien, a nuestro gusto quizá tendría que haber un poco más de gente. Pero en la tarde siempre es más tranquilo”, dice la técnica.Agrega que cuando recién comenzaron a vacunar “hubo mucha gente en aislamiento o enferma”, y esto enlenteció el ritmo.
Entre tanto pánico y muerte, la noticia positiva es que la gente de Río Negro “está más ansiosa” por vacunarse, dice Di Giovanni y confirman las autoridades sanitarias. Además, la intendencia está haciendo una campaña con vecinos que pasaron la enfermedad para generar consciencia sobre la vacunación.
Acá vive la esperanza.
El jueves pasado fue un día de celebración en el vacunatorio de Durazno. Se superaron las 50.000 dosis aplicadas —sumando la primera tanda y lo que va de la segunda— y como, ya es tradición, los números redondos se festejan con una foto grupal de todo el equipo que desde el 1° de marzo se dedica seis días a la semana, desde las ocho de la mañana hasta las diez de la noche, a inocular a los vecinos. Hay vacunadores, enfermeros, médicos, policías, soldados y voluntarios que colaboran en las distintas tareas. Algunos trabajan seis horas, otros ocho, otros 17 o más; ya no llevan la cuenta. La foto es rápida, dos segundos apenas lleva inmortalizar este momento “que será parte de nuestra historia”, dicen.
Cada una de las etapas cumplidas las viven como una victoria en la batalla contra el COVID-19, que no se la hace fácil al departamento. En la última semana, Durazno perdió el privilegio de haber sido el primero en volver a la zona naranja, donde se mantuvo solo durante tres o cuatro días. Volvió a pintarse de rojo y, a medida que avanzó la semana, retrocedió varios casilleros en el índice de Harvard. En la noche del viernes, otros cinco departamentos tenían menos incidencia del virus en su población.
Sin embargo, se mantiene como el sitio con mayor porcentaje de habitantes vacunados: 55,26% con la primera dosis y 32,63% ya se dio la segunda; el resto está a la espera de que llegue la nueva tanda de Sinovac para ingresar en la agenda.
Por esta cifra, porque el número de fallecidos no se ha movido de los 37 a pesar de la propagación, y porque hay algunas señales que estarían indicando que “las vacunas están funcionando”, es que el doctor Luis Ayçaguer, director departamental de Salud, es optimista cuando proyecta el futuro.

¿Por qué hay más contagios? El intendente Carmelo Vidalín cree que la mayor parte de los 333 casos activos son fruto de que “se bajó la guardia”. Ayçaguer, en tanto, se inclina en que esto sea consecuencia —entre otros factores— de un incremento de la cantidad de testeos. “Estamos realizando entre 150 y 200 diarios. Esos positivos detectados eran personas que antes iban por la calle sin saber que tenían el virus”, acota.
Pero también recibe información alentadora, como que el personal de salud vacunado que ha estado en contacto con personas infectadas se mantiene sano. Y está el paradigmático caso de un hogar de ancianos ubicado en Sarandí del Yí, en el que ingresó el virus: de sus 40 residentes, 39 no se contagiaron. No hubo que lamentar muertes.
Allí sucedió que, luego de transcurrir 15 días de aplicada la primera dosis de Pfizer, una cuidadora suplente entró con el virus. El único anciano contagiado tuvo apenas tos y fiebre, y se recuperó. “Hicimos el test rápido y todo el resto dio negativo. A los siete días volvimos e hicimos el PCR y todos seguían dando negativo. Una semana más tarde lo repetimos y el resultado fue el mismo”.
¿Qué quiere decir esto? “Yo no tengo la menor duda de que las vacunas ya están dando resultado”, dice. Desea. De hecho, extiende esta confianza también a Sinovac. “Los casos nuevos se están dando más que nada en el interior de Durazno, no en la capital, y eso coincide con que si bien pensábamos salir en Semana de Turismo a vacunar en las localidades, no se contó con el aval del Ministerio de Salud Pública para hacerlo, tuvimos que posponerlo y recién fuimos a dar la primera dosis 15 días atrás”.
Ayçaguer tiene claro que esta es una carrera que la ganan los contagios o las vacunas, y es por eso que confía en que la celeridad con la que están llevando a cabo el procedimiento les traerá buenas noticias. El secreto está en la planificación, señala. No solo eso: también se tejió una hábil estrategia de comunicación para que los duraznenses respalden la vacunación y se les infle el pecho al reconocerse primeros en el podio de inoculados.
Una cada 30 segundos.
El paisaje invita a respirar profundo. El cielo está celeste y el aire fresco, pocas personas circulan en las calles; la gran mayoría tiene el tapabocas puesto y los que no marchan solos, sin compañía. Para ingresar a cada comercio —desde una joyería hasta el Abitab— hay que anotar en una libreta nombre, fecha, hora, teléfono y número de cédula. Y luego echarse alcohol en gel en las manos.
Solo por esa exigencia generalizada, Luis carga con dos tapabocas, uno en la mano y otro en el bolsillo de su camisa. Pero no se coloca ninguno. No cree en la necesidad de usarlo. Decidió no vacunarse, a pesar de tener 76 años. “Se hizo rapidísimo la vacuna. Es un veneno”, dice.
Aunque Durazno lleva 25 años demostrando tener un alto índice de adhesión a la vacunación en general, esta desconfianza hacia la inmunización contra el COVID-19 era común de escuchar al principio. Por eso Mercedes Guanco, encargada de la Comisión Honoraria de Lucha Antituberculosa que está al frente del equipo encargado de inmunizar, decidió optar por la Sinovac en lugar de la Pfizer. Sus subalternos la siguieron. “Y sirvió porque empezó a pasar que nos decían ‘si vos te la diste, yo me la doy’”, cuenta.
Opositores a la vacuna hay, “pero no son líderes de opinión ni congregan grupos”. Para no arriesgarse a que este temor creciera, el Centro Coordinación de Emergencias Departamentales ideó un plan. “Reunimos a distintas personalidades de la cultura, del deporte, religiosos, médicos que representaran diversas ideologías políticas e hicimos un spot publicitario para difundirlo en los medios respaldando la importancia de vacunarse”, cuenta el intendente.
Les dio resultado.
Ayçaguer calculó la cantidad de población objetiva que había que vacunar para lograr la inmunidad de rebaño. Si en Durazno son casi 59.000 personas, y entre el 12 y 14% son menores de 18 años —que no se vacunan—, y con el 70% aproximadamente se alcanza la preciada inmunidad colectiva, hacía falta vacunar a unas 38.000 o 40.000 personas. “Con esa meta decidimos cuántos vacunatorios necesitábamos”, dice.
Para dar la primera dosis, llegaron a estar abiertos cuatro en la capital, uno en Sarandí del Yí y además salieron en uno móvil a vacunar en las cinco localidades más alejadas. Allí se dieron más de 3.000 dosis en agendas que elaboraron alcaldes e integrantes de las juntas locales hasta altas horas de la noche.
Cuando llegaban los vacunadores, “la recepción era la de una fiesta”, narra Guanco. En Carlos Reyles los recibieron con una torta, en San Jorge colocaron globos, en otros lugares hasta les quisieron cocinar un lechón.
Cada equipo de vacunación está conformado por unas siete personas. Según el cálculo del director de Salud, el ser tantos les permite dar 30 vacunas cada 15 minutos, lo que se traduce en “una inyección cada 30 segundos”. El ritmo es agilísimo: tras el pinchazo las personas esperan en un patio, bajo una carpa camuflada que donó el Ejército.

“Hemos solicitado voluntarios por la radio y la televisión y la respuesta fue excelente. El prestador de salud privado colabora, la Red de Atención del Primer Nivel de ASSE también. Recibimos donación de materiales y equipamientos —como dos heladeras para conservar las dosis— por parte de comerciantes, el Club de Leones, la Sociedad Rural, UPM y la intendencia nos trae el almuerzo cada día”, enumera Guanco, y concluye: “Estamos unidos en esto”.
A la espera de que en los próximos días llegue el nuevo embarque de Sinovac, Ayçaguer pronostica que en junio habrá alcanzado la meta que le permitirá a Durazno la inmunidad de rebaño. Mientras tanto, en su oficina se acumulan los regalos que llevan los vecinos.
Hay plantas y flores frescas que perfuman el ambiente; un gnomo vestido de doctor que sostiene una jeringa. En una caja, Guanco guarda cartas y tarjetas de agradecimiento que acompañan las tortas, helados, huevos de Pascua, masitas y dulces que reciben a diario: hasta boletas del 5 de Oro. “Son tantos que armamos paquetes y los mandamos al laboratorio de Montevideo, porque trabajan muchísimo y no reciben esta caricia”, dice.
Tres veces por semana un señor visita el vacunatorio y les obsequia dos kilos de bizcochos y refrescos. “Cada vez que lo vemos nos hace llorar. Le pedimos que no gaste más dinero, porque culminar la vacunación va a llevar meses. Después de la segunda dosis habrá que ver si hay una tercera, y todavía falta vacunar a los que tuvieron COVID”, adelanta. En esa lista de espera están los 32 ancianos dados de alta del hogar que unas semanas atrás conmovió al país, cuando registró un brote con nueve fallecidos. Mayra Idiarte, su directora técnica, cuenta que se despidieron del virus con una fiesta entre residentes y médicos tratantes.
La sombra del miedo.
Entre marzo y noviembre de 2020 a Sarandí del Yí “lo acompañó la suerte”, dice el alcalde Carlos Luberriaga. A 100 kilómetros de distancia, la capital estaba en rojo pero el virus no había afectado a ninguno de sus 8.000 habitantes. En diciembre tuvieron los primeros casos, y un mes atrás llegaron a superar los 100 activos. “Y vino el pánico. Ocurrió debido a sucesos distintos: fiestas clandestinas, comidas, cumpleaños, partidos de fútbol 5”, enumera.
En esta ciudad —punto neurálgico de varias zonas rurales del interior del departamento— se ubicó un vacunatorio, que estimaba en 400 las dosis diarias. “Los primeros días fueron difíciles, se agendaban 30 personas”, cuenta Luberriaga. La vacunadora Guanco explica que habían notado tiempo atrás una baja convocatoria durante la campaña del HPV. Al parecer, la reticencia está relacionada al legado de un médico ya fallecido, un profesional respetado y querido que bogaba por las terapias alternativas.
“Además no cayó bien que las autoridades dijeran que había que vacunarse. Se tomó como una presión”, opina el alcalde.
Eso, y que en redes sociales se intercambiaba información que decía que el origen de las vacunas era desconocido. “Entonces vimos que empezó a venir gente de Montevideo, de Canelones, de la Costa de Oro, de Maldonado a vacunarse aquí, porque la agenda estaba vacía. Un poco porque le molestó a los vecinos y también gracias a la ayuda de los medios que empezaron a difundir los beneficios de la vacuna, se logró incrementar la concurrencia. Hoy damos alrededor de 500 dosis diarias: la mitad que en Durazno y con la cuarta parte del personal”, cuenta Sebastián Olaverri, director del hospital.
¿Qué está haciendo UPM para contener los contagios?
Son unos 3.000 los trabajadores que actualmente están vinculados a UPM, pero se estima que en los próximos meses se incrementará el número a 5.000. Según informó la empresa, son 1.000 los trabajadores de la obra en Pueblo Centenario que han recibido una dosis, dos o están agendados para vacunarse. La empresa ofreció a las intendencias de Río Negro, Durazno, Tacuarembó y Paysandú un vacunatorio móvil. La propuesta es financiar tanto la logística de los traslados del personal como el armado del vacunatorio (carpas, asientos, limpieza).
Por otro lado, en Paso de los Toros colaboró con módulos para extender la infraestructura del hospital. Además, donó una ambulancia, cuatro saturómetros, cuatro manómetros con flujómetro y más de 200 túnicas y tapabocas a este mismo hospital. En Fray Bentos aportó cinco camas completas de CTI al sanatorio Amedrin. Por último, entregó 3.000 tapabocas confeccionados por costureras a 56 policlínicas de localidades rurales de varios departamentos. Entre otras medidas de prevención, incorporó equipos de testeo automático que permiten realizar unos mil test por día.
Tal y cómo él lo ve, “ya se nota una baja en los contagios entre el personal de la salud y una merma en la derivación al CTI”. Esas son señales que entusiasman.
Así, en Durazno conviven la esperanza y el temor. El ritmo de vacunación es bueno, pero la movilidad es una preocupación para las autoridades. “Estamos parados sobre un volcán que no entró en erupción; aún”, advierte Vidalín. Los trabajadores de UPM, los que están construyendo las vías del tren, los que arreglan la ruta 14 y reconstruyen el puente sobre el río Yí generan un flujo constante de personas que parten para sus hogares en distintos puntos del país los viernes de noche y regresan el domingo. “Hasta el momento hemos notado un comportamiento responsable de empresas y de trabajadores, pero nos preocupa qué pueda pasar”, dice el intendente.
En Pueblo Centenario, donde se está construyendo la planta de UPM, los casos crecieron: hoy hay siete activos. “Es incontrolable la situación cuando viene tanta gente, o están en los barracones donde conviven los trabajadores o van a tomar el ómnibus. ¿Con qué se controla cuando se van de trabajar de la fábrica para que no ocurran contagios?”, plantea Eduardo Bovio, secretario general de la Junta de este poblado que en los últimos meses creció a 2.000 habitantes.
Entre los positivos al COVID-19, la mayor parte contrajo el virus trabajando en la vecina ciudad de Paso de los Toros, en Tacuarembó, que hoy es el departamento con el peor índice de Harvard: el más rojo de entre los rojos.