En la madrugada del 25 de diciembre, cuando la ciudad todavía estaba de fiesta familiar, Geral Froste, de 14 años, fue asesinado de un disparo a pocos metros de su casa. No había pasado una semana del año nuevo cuando otra madrugada trajo otra tragedia, a apenas 50 metros de la anterior en el barrio Nuevo Ellauri: Rodrigo Pintos fue acribillado por balas que le dispararon desde una moto, mientras sostenía a su hija de apenas dos años en la puerta de su casa. Milagrosamente la niña sobrevivió, pese a los 15 orificios de bala que atravesaron su pequeño cuerpo; su estado aún es muy delicado.
Para la ONG Barrios Sin Violencia, que implementa una estrategia de intervención focalizada basada en el modelo Cure Violence, esta es una de las denominadas “zonas calientes”.
En el epicentro de estas dos tragedias en la cuenca de Casavalle hay un tanque de agua de OSE, ubicado frente a la casa donde vivió el adolescente de 14 años: ahí pintaron un mural que sus padres ven todos los días. Junto a la ilustración del joven en el muro, hay una leyenda: “No todos los héroes llevan capa, algunos usan guantes”. Geral era golero en la categoría sub-14 de Montevideo City Torque.
Su padre está sentado junto a amigos del adolescente y otros vecinos. Cerca de ellos hay una parrilla y una mesa de material. “Venimos para recordarlo, era un lugar que él frecuentaba”, dice. Sobre el mural han colocado flores y el padre de Geral siente que el barrio respeta ese espacio y lo cuida. “Toda la noche del 31 estuvo tranquilo”, agrega mientras observa el retrato de su hijo fallecido.
Según lo que se sabe hasta el momento, Geral intervino para separar una pelea que sus padres mantenían con unos vecinos. Uno de los involucrados, cuñado del imputado por el homicidio, había salido recientemente de la cárcel y tuvo un entredicho con el padre del adolescente porque este no lo saludó.
Durante la audiencia de formalización, la fiscal Adriana Edelman explicó que hubo dos enfrentamientos. El primero ocurrió entre el padre de la víctima y el recién liberado. A raíz de ese incidente, intervinieron familiares y vecinos, lo que derivó en una segunda pelea: esta vez, a golpes de puño, entre la madre de Geral y la exnovia del hombre que finalmente disparó.
En ese contexto, y según admitió el imputado, disparó contra el adolescente. Geral recibió cuatro balazos y cayó herido a los pies de su madre. Fue trasladado de inmediato a la policlínica de Capitán Tula, donde se constató su fallecimiento.
Este hecho afectó a los vecinos. En Nuevo Ellauri casi todos se conocen, pero la noche y el día se entremezclan por los sonidos de las balaceras que se han vuelto rutina, un ruido de fondo que ya no sorprende. Acá hay calles asfaltadas, pero también asentamientos que tienen pasajes como calles improvisadas.
Hay vecinos que salen todos los días a trabajar. Almacenes que venden de todo, otros más precarios que venden la comida fraccionada, porque no todos tienen para comprar un kilo de azúcar y entonces se llevan unos gramos.
Hay varias líneas de ómnibus que pasan: 102, 155 y 175. También cámaras de seguridad del Ministerio del Interior en varios cruces. Fruterías que además venden comida para mascotas. Carteles con personas que se ofrecen para trabajar: “Electricista autorizado por UTE” y un número de celular. Venta de muebles fabricados con madera de palet. Una cancha de baby fútbol ahora casi abandonada, donde hay unas viviendas en la que se solía dar acogida a mujeres que escapaban de situaciones de violencia basada en género. También hay un espacio público en el que un vecino, Luis, busca hacer una plaza.
Se ve gente que toma algún descampado para armar su rancho precario. Puntos que contrastan a pocos metros con casas de ladrillo a la vista y techo de tejas.
Diego Sanjurjo, quien continuará desempeñándose como asesor en el Ministerio del Interior durante el gobierno de Yamandú Orsi, lo explica con claridad: “Hablamos de lo que llamamos barrios de contexto crítico. En esos barrios, en esas poblaciones, se conjugan una cantidad de factores de riesgo que no pueden tener otra consecuencia que la violencia y el crimen”.
El asesor detalla que en estos territorios la segregación residencial es un problema central. “Casi todas las personas que viven ahí sufren una enorme cantidad de limitaciones: altos niveles de pobreza, muy bajo nivel de escolarización, altísimas tasas de desempleo, problemas de salud mental, problemas de consumo, problemas de drogas. Todo eso es un caldo de cultivo enorme para los grupos criminales y para la criminalidad en general”, advierte.
“Es un combo de factores. Es imposible que no se genere criminalidad en un entorno así”, dice Sanjurjo.
Esta es la crónica de un barrio donde la violencia es estructural. No todo es guerra entre bandas que se disputan territorio, narcotraficantes que echan personas de hogares para ocupar la vivienda y usarla para “el negocio”; lo que se ve es un tejido social dañado. Y una idea que se repite: las carencias son muchas.
Madre de cuatro
Mónica tiene 59 años, es de la zona de toda la vida. Ahora está hace unos 10 años en una casa en el asentamiento donde pasó el asesinato de Rodrigo Pintos en la madrugada del 6 de enero. Y cuando piensa en la altura de la niña de dos años que fue baleada, la señala con las manos para dar dimensión de lo pequeña que es. “Una criatura así de chiquita, el padre la tenía agarrada a la altura de la cadera”, dice después de poner su mano a una altura de 50 centímetros.
Ella vive con su gato Katio, un animal negro, tranquilo y muy maullador. Era Katia, pero tuvo que ser rebautizado cuando le asomaron con claridad los genitales masculinos. Katio no es libre, Mónica lo tiene que tener atado, “para que no pase nada”, dice, “por acá es complicado”.
—¿Qué le puede pasar? ¿Perderse?
—No, no es por eso. Ojalá.
Es miércoles 8 de enero en la tarde y esta vecina recibe a El País en el frente de su casa, dice que la acomodó como pudo, pero tiene todo muy prolijo a la vista. Una malla sombra negra que tapa la fuerza del sol y un montón de plantas que muestran su pasión por ellas y también se nota que tiene mano.
Se ven varios tipos de suculentas, espadas de San Jorge, tomates, romero y albahaca.
—Lo del muchacho de 24 de diciembre fue horrible -dice mientras se lleva las manos al pecho y después a la garganta. Toma mate y lo deja a un lado.
—¿Se te viene un nudo en la garganta?
—Me enteré al otro día de todo, mi amiga me contó y no podía creer. Y claro, yo escuché la balacera, pero le tengo terror a todos los ruidos.
Pasan en ese momento dos motos que con el caño de escape arman un ambiente que corta lo que dice Mónica.
—No te puedo decir en palabras lo que se siente. Yo estoy atacada de los nervios, pero siempre me hago respetar por todos.
Por el momento no hay pistas claras sobre quienes fueron los que asesinaron al joven de 22 años, con varios antecedentes penales, y que estuvo en prisión por el presunto caso de haber asesinado a una policía, hecho que no pudo finalmente comprobarse. La salud de su hija de dos años está en estado crítico y los médicos han informado que, de sobrevivir, no podrá llevar una “vida normal”.
El barrio tiene vecinos complejos y otros que la ayudan con las reparaciones de la casa y hasta le hicieron una “cucha” para su gato. Hay historias que todos saben. Adolescentes violadas como forma de pago por deudas de drogas de sus hermanos, otras jóvenes que sus madres “venden” a hombres que les llevan más de 40 años, entre otras situaciones.
Mónica es madre de cuatro hijos y no puede entender cómo se llega a eso. El barrio se ha transformado con el tiempo. Antes la vida parecía más tranquila. Hoy las tensiones parecen haber crecido, y las historias de peleas, accidentes y hasta incendios marcan la pauta de lo que ocurre a diario.
En junio una madre y su hija de un año murieron en un incendio en una casa de dos pisos frente al hogar del adolescente asesinado. Oficialmente El País no tuvo respuesta sobre los resultados de la investigación.
—¿Cambiaron los códigos dentro del barrio?
—Antes se respetaba, a los niños y si había ancianos también. Pero esto no es un cambio de ahora, no es de hace unos años. Tiene, no sé, 20 años ya.
Y Mónica corta la respuesta, para explicar que lo que se escuchan son disparos de armas de juguete. “Juegan con agua, pero la congelan, y si te dan con eso, no sé, son como piedras redondas de hielo que tiran”, dice mientras se toca un ojo y se acomoda los lentes. Dice que tiene miedo que un día le den en la vista.
La esperanza no se encuentra solo en el esfuerzo individual. En los relatos de Mónica hay una crítica a la falta de apoyo externo, a las promesas no cumplidas de las autoridades que, según ella, nunca han llegado a ser verdaderos aliados del barrio. A pesar de las dificultades, Mónica dice que el cambio comienza dentro de cada uno: “Somos nosotros los que tenemos que ayudar a que esto mejore y después hay un dios que todo lo mira”.
Cuando una mala mirada termina en homicidio
Las situaciones de violencia no solo se sienten en los enfrentamientos directos, sino también en las historias cotidianas.
Yenni Silva, parte del nuevo programa Barrio Sin Violencias, es testigo de cómo la intervención social puede ser clave para cambiar esa dinámica. Ella trabaja en el barrio Nuevo Ellauri, y lo recorre junto a un compañero: “Es crucial para que la gente confíe en nosotros, incluso cuando hay situaciones difíciles, como los enfrentamientos verbales entre vecinos que a veces se vuelven físicos”. El programa tiene financiamiento del Ministerio del Interior, pero no intercambian información ni base de datos. Esa fue la primera tarea que tuvieron: que los vecinos confiaran en ellos y que no los vieran como “la policía entrando al barrio”.
Las dinámicas de violencia suelen estar marcadas por la frustración. Además, la pobreza y el consumo problemático son factores que contribuyen al deterioro del entorno. “No hay recursos, no hay atención a la salud mental y eso genera mucha tensión”, explica Yenni.
Esto lleva a que problemas cotidianos, como sacar la basura y que un perro la rompa, escalen a una pelea de consecuencias impredecibles. Muchos viven a la defensiva, es que el territorio es muy hostil y un mal cruce de miradas puede revivir una pela del pasado o generar una nueva rivalidad que llegue a un homicidio.
El barrio está sensible
Para los de afuera, Nuevo Ellauri es una caja de sorpresas: los perros sueltos que merodean las calles, la basura acumulada en esquinas y los niños que deambulan en bicicleta. Pero para Yenni Silva, referente comunitaria del programa Barrio Sin Violencias, la realidad es otra. “El ambiente está complicado ahora, es todo muy reciente”, comenta.
Yenni recorre las calles todos los días. Su labor consiste en mediar entre los vecinos y prevenir que situaciones de tensión deriven en conflictos mayores. “Les digo a los gurises: ‘Vengan a hacer alguna actividad, como las clases de boxeo. Descargá tu enojo ahí, no en otro gurí’”, relata. Yenny lamenta que en el barrio sean pocas las actividades para los jóvenes, y es testigo de cómo muchos tratan y tratan pero el contexto los termina tomando y empiezan los problemas en la familia, los de convivencia con vecinos, el consumo de sustancias y todo escala rápido.
Su presencia en el barrio es conocida y respetada; muchos la saludan al pasar. Tiene 32 años, creció en la zona y es licenciada en Ciencias de la Comunicación. Volver al lugar que la vio crecer, ahora desde un rol que le permite aportar a su comunidad, la motiva cada día.
“Lo que estamos haciendo es permanecer más en las zonas calientes”, explica, refiriéndose a los puntos donde las tensiones entre vecinos son mayores. Uno de esos lugares es la cuadra donde ocurrieron los dos episodios fatales: el del 25 de diciembre y el del 6 de enero.
“El problema es que hay muchos jóvenes que crecen sin referencias familiares positivas”, agrega Yenni. “Cuando las referencias no son buenas, es difícil que el camino que elijan lo sea”. Los desafíos que enfrentan esos jóvenes son enormes: consumo problemático de sustancias, mala alimentación y falta de oportunidades laborales. “Eso genera frustración, desesperación. Y cuando la frustración se acumula, el riesgo es real. Estamos hablando de un riesgo de vida”, dice. La mediadora ilustra la gravedad del contexto con un ejemplo: “Una pelea puede terminar en muerte solo por discutir quién consumió la última dosis de pasta base”.
La clave de su trabajo es estar presente en los momentos críticos, escuchar y contener para evitar que las discusiones terminen en tragedia. “Lo que más nos preocupa es que el conflicto termine con un muerto. Esa es nuestra principal ocupación y por eso estamos todos los días”, afirma.
En esta zona los casos de violencia de género también son frecuentes. Patricia, una vecina de 34 años, es un claro ejemplo de lo que significa vivir con miedo pero seguir adelante. Durante años sufrió el maltrato de su expareja y ahora, tras lograr separarse, vive con una tobillera electrónica para evitar que él se acerque. “La gente te ve y no sabe lo que has vivido”, dice. Su hija de 11 años, que fue testigo de la violencia, todavía sufre las secuelas y recibe atención psicológica. “Le tiene terror al padre”, cuenta Patricia.
La mujer destaca la importancia del apoyo profesional para superar los efectos de aquella experiencia. “Mi hija tiene dificultades de aprendizaje y lo psicológico a veces la afecta, pero vamos trabajando. Va al psicólogo dos veces por semana”, detalla. También tiene un tratamiento con psiquiatra, que ha tenido que ser ajustado varias veces. Ahora pasó a sexto de escuela.
Pero esto no es suficiente para Patricia y su hija, el daño ya está hecho. Ella tuvo que cambiar la forma en la que se movía para trabajar, porque tiene siempre la alerta de que su expareja se puede acercar. “Son 500 metros y su familia vive cerca, entonces me llama la Policía y a él también”, relata la mujer.
Esta madre, como muchas de este barrio, sigue adelante. “La gente no sabía lo que estaba pasando en mi casa. Vivíamos una vida normal para afuera, pero no era así”, confiesa. Aunque al principio le costó confiar en la gente, hoy Patricia se siente más empoderada, más segura de sí misma y está decidida a seguir adelante por ella y por su hija.
Patricia ha visto cómo su barrio enfrenta desafíos comunes: consumo problemático, inseguridad y falta de recursos. Sin embargo, siente que el foco de atención mediática siempre está puesto en las balaceras y las guerras de bandas. “No se habla de la violencia doméstica ni de lo que pasan los gurises en las escuelas de acá”, lamenta. A pesar de todo, reconoce que la presencia policial ha aumentado, lo que le brinda cierta tranquilidad. “Al menos sabemos que estamos más cuidados que en otros barrios cercanos”, dice, aunque también advierte que algunos problemas persisten: “Hay hijos que le roban a sus madres y las violentan. Esos lazos, una vez rotos, no se recuperan”, opina la vecina.
Nuevo Ellauri está en la cuenca de Casavalle, una de las zonas más complejas de Montevideo en el municipio D. Ana Luisa Fleitas, la alcaldesa interina, vive en el barrio vecino Las Acacias y combina su trabajo en un supermercado con sus tareas municipales. Conoce bien la realidad de la zona y no se guarda palabras: “Acá todos vienen, hacen diagnósticos y hablan de cómo mejorar, pero yo me pregunto: ¿qué va a pasar con los jóvenes si no se aplican políticas de alto impacto?”.
Fleitas sostiene que la violencia aquí va más allá de las balaceras. “Hay un malestar social profundo, algo que no se soluciona con respuestas rápidas. Esto tiene que ver con el desarraigo, con la falta de esperanza”, explica. La pérdida de la infancia y la adolescencia a manos del crimen organizado es una de sus mayores preocupaciones. “Hay gurises de 14 años que hoy son considerados adultos. Y no porque hayan madurado, sino porque la vida en la calle los obliga a serlo”, reflexiona.
A pesar de las dificultades, Fleitas mantiene la esperanza de que algo cambie. Reconoce las limitaciones del municipio, pero también resalta el trabajo interinstitucional que se está llevando a cabo para abordar la problemática. “Necesitamos un enfoque más focalizado, más inmediato, lo que se está haciendo no alcanza”, sentencia.
En el fondo los vecinos saben que pasarán unos días y la prensa y las autoridades se olvidarán un poco de ellos. Hasta el próximo hecho trágico.
La cárcel y su vínculo con el barrio
“El trabajo en seguridad debe ser constante y basado en evidencia. No se trata de ideologías, sino de resultados concretos”, afirma Diego Sanjurjo, quien continuará como asesor en el Ministerio del Interior durante el gobierno de Yamandú Orsi.
Sanjurjo pertenece al Partido Colorado y cuando del Frente Amplio lo llamaron para formar parte del futuro gobierno, se lo comunicó a Andrés Ojeda, quien lo alentó a entablar diálogo. Sanjurjo tiene formación en el exterior, es politólogo y especialista en políticas públicas, seguridad y desarrollo. Estudió en España y en Alemania.
Sanjurjo ha tenido reuniones con Carlos Negro, próximo ministro del Interior, quien confirmó su continuidad. El punto clave que le manifestó al futuro ministro es el trabajo en la políticas penitenciarias. Y es, justo, un tema que tiene que ver con la violencia en los barrios segregados: en los dos homicidios relatados en esta nota, por ejemplo, hubo acciones de personas que salieron de la cárcel.
“No podemos hablar de seguridad sin hablar de dignidad”, dice Sanjurjo. “Las personas privadas de libertad deben tener la posibilidad real de reinsertarse en la sociedad”.
Uno de los principales desafíos que Sanjurjo identifica es el hacinamiento carcelario, una problemática histórica que, según su análisis, alimenta los ciclos de violencia y dificulta la reintegración de los internos. “Reducir el hacinamiento no es solo una cuestión humanitaria, sino una medida concreta para mejorar la seguridad pública”, afirma.
Otro elemento clave es la educación, son muy pocos los privados de libertad que pueden acceder a terminar la escuela o el liceo o formarse en un oficio. “Los tenemos a todos encerrados en un lugar; bueno, vamos a darles las condiciones”, dice. En Uruguay los presos pasan gran parte del día, en muchos casos todo, en la celda. Pero para que esta situación cambie se requiere de una gran inversión económica, mejorar la estructura y también dotar de más recursos humanos al sistema penitenciario.
Sanjurjo espera que el próximo gobierno le lleve el apunte y focalice una reforma profunda en las cárceles.
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