El asombro de abrir la ventana del hotel y ver de golpe a Montevideo hociqueando las alturas. Ver de golpe una ciudad queriendo pegar el estirón. Una torre de vidrio, dos torres de vidrio. Tres. Y junto a ellas, un rulero en construcción. Y junto al rulero, el brazo de una grúa disputándose el horizonte con el brazo de la grúa de al lado. ¿Qué pasó acá? Vine hace seis años, la última vez, y no recordaba este reparto de vigas y cristales. Estoy en un piso cuarto sobre la calle Tomás de Tezanos; bien cerca de Pocitos. Es 1º de enero y el sosiego de la ciudad solo hace más indudable su transformación.
Llegás distraído con el asunto del cambio, las valijas, el roaming, la señal. Nadie se encuentra con la ciudad que visita apenas pone un pie en ella, al principio todo parece más o menos igual. Hasta que desembarcás, es decir, hasta que ya no te preocupa el papeleo del arribo y te sentís listo para soltar el ojo. Entonces, acá estoy: hotel, ventana, vista y la sensación de haber quedado frente a una creciente.
Vine por primera vez en enero de 1981, para el Mundialito aquel. Recuerdo dos cosas: las piedras golpeando el chasis del Taunus de mi padre, cuando nos descubrían la patente argentina. Y el sabor nuevo, inaugural, de una masa suave, salada, crujiente y esponjosa a la vez, que me invitaron a probar en lo que tal vez haya sido una pizzería del Parque Rodó, y cuyo nombre —supe en aquel momento— era fainá.
Después vino el resto de la vida, los trabajos y la historia común con una piba compañera nacida en Juan Lacaze con la que llevamos 20 años surfeando juntos las cosas, lo que me dio familia en esta ciudad, lo que me hizo venir la cantidad de veces suficientes como para ahora dejarme asombrar por volver a verla y encontrarla crecida. Como cuando te encontrás con algo que se movió, con algo que ya no está donde lo dejaste la última vez.
Las voces en Montevideo
Solo Pepe El rey de las tortas fritas desafía a la ciudad cerrada y a las tres de la tarde, en este día 1 del año 2025, sigue sacando pedidos para bajoneros que vienen con la noche en la espalda. De todas formas, tampoco veo un desparramo de resaca por las calles. Desconozco si todo está bien, lo que sí parece es que está menos descontrolado. ¿Menos descontrolado que qué? No sé, de lo que esperaba, de lo que espero de Buenos Aires. El aire está quieto, planchado.
Lo otro que está abierto es el bar del hotel Costanero, a donde llegamos después de un rato de ir curvando la playa. Se ven más grúas, más edificios a medio construir. Supongo que debe ser un fenómeno de alta gama, puntual. Supongo mal.
Al día siguiente la ciudad se abre como si despertara de no sé qué sueño. Hay un primer trajín sobre la 18 de julio, en Plaza del Entrevero, en las mesas de La Pasiva. “¿Cómo pasaron? Pasamos bien”, se escucha de una mesa a la otra. Para el oído argentino la ausencia del complemento directo “lo”, cómo “lo” pasaron, es un diferencial, porque los viajes también suenan.
Cada cuerpo social conserva y establece las conjunciones para su propio parque del habla. O para decirlo de un modo más directo: cada sociedad decide de qué manera va a comunicarse hacia el interior de sí misma. Que un sándwich sea un refuerzo y no un sándwich sigue componiendo para mí un tipo de fascinación que se ha vuelto perdurable. ¿Qué es lo que refuerza ese refuerzo? ¿Una ingesta anterior insuficiente? ¿Un apetito sin saciar? Borges decía que hay más noche, más profundidad y desolación, en definitiva más luna, en la palabra “moon” que en la palabra “luna”. Son un misterio las voces que usamos para decirnos las cosas. A un porteño que llega a Montevideo ese misterio se le enciende.
Me ha tocado viajar en esta vida, más por ser un trabajador de la prensa escrita que un sujeto que puede pagar sus viajes, pero me ha tocado. Entonces, hay dos clases de ciudades para mí: aquellas de las que puedo decir cuántas veces fui, y aquellas de las que ya perdí la cuenta. Estas últimas son las realmente importantes. Rosario, el sitio donde nací. Haber crecido en Buenos Aires me hizo volver tantas veces. Mar del Plata, el verano tenaz de la clase media argentina. Y Montevideo. Porque el fútbol. Porque la familia. Porque el periodismo.
Nunca había subido, sin embargo, al mirador panorámico del Palacio Municipal, en la Intendencia de Montevideo. No sabía que existía ese giro en tres sesenta para encontrarse con la ciudad. Subí con la expectativa de identificar canchas de fútbol. ¿Se ve la de Rampla Juniors? Le pregunté a mis amigos uruguayos mientras ascendíamos los 22 pisos. Pero entonces la ciudad volvió a mostrarme su presente y ahí estaban como formadas de a una en fondo, marciales, detenidas por la feria de la fecha pero de pie, esparcidas, chiquitas las de allá atrás, gigantes las de la cuadra de enfrente y todas, pero todas ellas, anunciando un futuro en pozo para quien lo quiera ver. Ahí estaban, digo, las grúas de la construcción cogoteando por encima del raso de la ciudad.
Por 30 pesos uruguayos alquilamos unos binoculares. Y entonces arranqué la vuelta. Me mareo porque lleva tiempo calibrar la escala de la distancia, pero después de un rato le encuentro el punto y empiezo: una, dos, tres, cuatro, veintiuna. No se me ocurre contra qué contrastar el número, que por otro lado es absolutamente informal, a puro ojo en crudo. Igualmente, a mí me parecen muchas, una buena cantidad de grúas para la construcción marcando como tachuelas rojas sobre un mapa la geometría de la ciudad que se viene.
También hay edificaciones en progreso, sin grúa, pero eso ya se vuelve incontable.
Igual, por detrás de la novedad y sus estertores inmobiliarios, sigo viendo antes que nada una ciudad pintada de blanco y salpicada por el verde de sus arboledas, y con esa torre de las telecomunicaciones que es un cutter abriendo un tajo sobre el lienzo del plano. Que por otro lado está bien, porque se llama Torre Joaquín Torres García y entonces que intervenga el lienzo extendido de la ciudad simplemente corresponde.
Termino el giro completo, de Ciudad Vieja hacia Palermo, hacia Parque Rodó, hasta volver a encontrarme con Ciudad Vieja. Sigue siendo increíble cómo esta ciudad conversa y se integra con la formidable masa de agua que la baña. Ahí sí ves el viejo Montevideo de siempre.
Se puso de moda, en esta vida que tenemos de multipantallas, convertir a la reacción en contenido. Resulta que nos gusta ver cómo reaccionan las personas a las cosas que miran o descubren. Bueno, juego. Siempre es una experiencia del sistema nervioso central ver cómo reaccionan los uruguayos cuando digo que la ciudad de Rosario, en la Provincia de Santa Fe, en la República Argentina, reclama la propiedad del postre Chajá. Realmente, no la pueden creer. Porque no solamente les parece una atrocidad sino que además se trata de una atrocidad que no habían escuchado antes, un nuevo atropellado que no tenían contado. He visto ese relámpago de indignación sorprendida en la cara de mis amigos uruguayos, en la de perfectos desconocidos uruguayos, en la del embajador uruguayo en Buenos Aires y en la del señor presidente de la República Oriental del Uruguay.
Hay un nuevo tag que actualiza todas las disputas en una sola, como si las condensara en una única pugna total y definitiva: las cuatro estrellas de la camiseta celeste. Es como si hubiéramos necesitado actualizar la agarrada. Debe ser, porque sociedades como las nuestras obtienen fricción —y la fricción es energía- cuando se disputan las propiedades presuntas de la historia.
Comisuras
Los días se van en:
Mirar a la noche 100 uruguayos dicen y leer el chiste en las redes de que por qué no le ponen 33 orientales dicen.
Oler a menudo un porro dulce e invitante en las calles de la ciudad.
Ir a la feria de Tristán Narvaja y caer vencido frente a la escala de su infinito. Caminar Tristán Narvaja es como salir a dar una vuelta por adentro de YouTube, un tipo de paseo por todo lo que existe o podría existir, que puede ser visto por un momento y eventualmente elegido. Sobre un caballete hay, por decir, un muñeco del Señor cara de papa, el personaje de Toy Story, con los accesorios correctos, diría que oficiales, para ser convertido así como está en Lord Darth Vader. Borges hablaba frecuentemente de lo inconcebible. El estupor me llega, en realidad, cuando desarrollo el problema para atrás, inversamente, e imagino a un niño uruguayo pidiéndole a los reyes un Señor cara de papa que pueda ser también Lord Darth Vader. E imagino a ese padre pensando hasta sangrar por los oídos dónde se consigue algo así. Bueno, en un caballete de Tristán Narvaja vi a un muñeco esperando el encuentro inconcebible con el comprador inconcebible. Tengo fe en que en este mundo o en el que sigue ese encuentro ocurrirá.
Se van, los días, en:
Caer vencido frente a otra escala de otro infinito que es la feria de la Vía Blanca en 8 de octubre. Es la noche del 5 de enero y piensen por un momento en el trabajo que tiene que hacer la cabeza de un porteño para enfrentarse a la supremacía histórica que en Uruguay los Reyes Magos han tenido sobre Papá Noel. Me dicen que Papá Noel está sacando un empate, ahora, pero eso sigue siendo asombroso.
Arrancamos 8 de octubre en la esquina de Propios. Caminamos hacia Contucci de Oribe cuando pudimos y cuando nos atascamos, bueno, nos dejamos atascar. No pudimos pasar de Comercio. Compré algo genial: un doble burlete para el bajo de las puertas. Son dos cilindros de goma espuma envueltos en una tela sintética que obturan la luz que hay entre la puerta y el piso. Evita portazos por corrientes de aire y que se te metan por ahí las hormigas o las cucarachas. La vez pasada, en 18, compramos un calientacama de dos plazas y uno de una. Es un tipo de shopping único, particularísmo, de negocio al paso, feriante, el que se puede hacer en este país. Me vine con los Burlet’s (así dice la etiqueta) en el Buquebús, como el que anda con la caña de pescar en la mano. Uruguay Natural.
La noche final es una fiesta de Tannat y platos hechos por la mano de Armando Sartorotti, fotógrafo, editor de fotografía durante más de 20 años en el diario El Observador, Sarto para los amigos. También está Daniela Couto, la madre de su hijo Valentino, y su hijo Valentino, de 14 años. Comimos morcilla saltada en cebolla colorada y orégano con queso azul servida sobre una bruschetta de pan de campo. Es una noche de Montevideo comiendo con una familia uruguaya. La presencia de la morcilla radicaliza las cosas. Sarto me dijo que se trataba de morcilla salada, como si en la cabeza de un argentino existiera otra clase de morcilla.
También me regaló una foto que le hizo a Zitarrosa en el exacto momento en que Zitarrosa está pitando el cigarrillo. La contracción de las comisuras, el gesto tirante del cantor. La foto es perfecta. Todos estos días fueron perfectos.
Uruguay y Argentina: "Desparecerse"
La perspectiva de un viaje se completa ¿cuándo? Voy de vuelta: ¿cuándo terminás de saber qué viaje hiciste? Hablo desde Buenos Aires con Aníbal Durán, director ejecutivo de la Asociación de Promotores Privados de la Construcción del Uruguay (Appcu) y dice: “Se invirtieron tres mil millones de dólares de los promotores privados entre 2020 y 2024”. Y agrega: “De 45.000 obreros directos hace un tiempo en el sector, hoy están trabajando casi 60.000 personas”. Hablo también con Fabián Kopel, de la empresa Kopel Sánchez, un jugador grande y premiado en el mercado del desarrollo privado. Me dice: “Tu asombro se justifica, es perfectamente lógico”. Después charlamos del origen de tanta grúa, y me entero, ahí, de la ley pertinente y de un historial de gobierno en cruce con el desarrollo de la vivienda y las exoneraciones impositivas y cómo el Estado define la vida en sociedad y bla. En el centro de esta trama está la ley de vivienda promovida (ver recuadro más abajo). Quiero decir que lo que veo cuando abro la ventana del hotel es el resultado de una acción legislativa, indiscutiblemente lo es. Conozco voces políticas en la Argentina, capaces de concertar la escucha de muchísima gente, que no consideran una locura revisar la verdadera necesidad de tener un Congreso de la Nación.
Lo que muchas veces le pasa a la Argentina con el Uruguay es que se “desparece”.
Empresarios se reúnen con el gobierno electo
Es posible, según supo El País, que en los próximos días se concrete una reunión entre referentes del futuro Ministerio de Economía y Finanzas e integrantes de la Asociación de Promotores Privados de la Construcción del Uruguay (Appcu). Uno de los temas que estará sobre la mesa es la ley de vivienda promovida, ya que desde el Frente Amplio hay quienes reclaman cambios al régimen vigente. Los empresarios temen que el próximo gobierno dé marcha atrás a las flexibilizaciones aplicadas por el presidente Luis Lacalle Pou, que impulsaron la construcción. La ministra designada de Vivienda, Cecilia Cairo, dijo al programa 8 AM de Canal 4 que las viviendas que se construyen con la ayuda de esta ley “no son” para “las familias que trabajan”, debido al valor al que se venden. Un texto escrito por Aníbal Duran, al que accedió El País, dice que “el presidente electo y su ministro designado de Economía, cuando estuvieron en Appcu, manifestaron (...) que cualquier cambio (a la ley) sería previamente consultado con los promotores; obviamente la palabra final es del gobierno, recordando que si no hay promotor privado, no hay obra privada”.
La ley de vivienda promovida
A fines de 2011, en el gobierno de José Mujica, el Parlamento votó por unanimidad una ley que ofrecía un régimen de beneficios fiscales para proyectos que construyeran, ampliaran, refaccionaran y reciclaran inmuebles fuera de la zona costera, con destino a la vivienda de interés social. La idea era frenar el crecimiento de la ciudad en la periferia, redinamizar barrios centrales y avivar la economía a través de la industria de la construcción. En 2017 se cambió el nombre de “interés social” por “vivienda promovida” y se fijaron topes en el valor de venta para acceder a los beneficios.
Tras presión de los empresarios, el gobierno de Luis Lacalle Pou flexibilizó la ley: otorgó más beneficios para los promotores e inversores y eliminó las restricciones en los precios de venta.
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