El barrio de los cubanos en Ciudad de la Costa: la historia atrás de una odisea de 60 familias

Atravesaron todo el continente: la única referencia que tenían de Uruguay era la de un país donde se habla español y se obtiene fácil una visa. Hoy echan raíces en un asentamiento al norte de Giannattasio.

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Comunidad cubana en Ciudad de la Costa
Algunos de los cubanos que viven en San José de Carrasco Norte, en Ciudad de la Costa, y contaron su historia en este artículo
Foto: Mathías Buela

Por Lorena Zeballos Báez
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Es domingo y hace muchísimo calor. Pienso si subir caminando pero el sol me achica. Opto por un taxi en Calcagno y Giannattasio. Le digo la dirección al chofer. “¿Por donde está el barrio de los cubanos?”, pregunta él. “Ahí mismo voy”, respondo.

Christian lleva más de 30 años viviendo en la Ciudad de la Costa y se nota que conoce las calles de la zona como la palma de su mano. “No es por prejuzgar, pero honestamente esa zona estaba llena de malandros. Los cubanos son trabajadores, buena gente, limpiaron todo, no sabés lo que era esto. La lástima es que hay gente de afuera que sigue viniendo para acá a tirar basura. Pero ellos no, ellos cuidan”, me dice como si fuera a firmar una garantía. Dos de sus compañeros del taxi viven en el barrio: “Están felices, pueden tener su lugar”.

Al bajar, veo una sonrisa de oreja a oreja acompañada de un gesto que invita a pasar. Es Silvia, lleva casi 10 años en Uruguay y es algo así como la matriarca del grupo, por el respeto y cariño con el que la miran todos. Me hace sentar en un banco a la sombra de la que al principio pienso que es su casa, y tres horas después me enteraré que no. Luego va llamando uno a uno a los que pasan, les dice que vengo a conocer su historia. Algunos miran con temor, todos saludan con amabilidad. Dallamí respira hondo y se anima a romper el hielo: “Es difícil, porque una extraña hasta las calles”.

Barrio cubano en Ciudad de la Costa
Barrio cubano en Ciudad de la Costa
Foto: Juan Manuel Ramos/Archivo El Pais

La salida

“Uno oía a los viejos decir que el alma dolía, y pensaba: ¿cómo va a doler el alma si está adentro? Pero sí, ahora sé que duele. Los primeros seis meses yo lloraba por las calles, me corrían las lágrimas por la cara”, dice Dallamí, quien tiene 53 años y hace cinco llegó a Uruguay. Vive con su hijo de 21 años, que por entonces tenía 16. Sus hijas mayores y su nieto de dos años siguen en Cuba. Salió de Camagüey —en el centro-este del país— por el objetivo común de todos los que están en esta charla: vivir mejor. “Uno tiene que salir porque desgraciadamente no es porque no tenga casa en Cuba, sino es por darle un futuro mejor a tu hijo. Yo tenía un menor de edad. Tienes buena casa, pero a veces no tienes para comprarle un par de zapatos”, cuenta.

Los zapatos son el puntapié para que el grupo haga cuentas del costo de vida en Cuba.

Barrio de los cubanos
Calle de acceso al barrio
Foto: Mathías Buela

“Fíjate que la libra de arroz -medio kilo- está a unos 250 pesos uruguayos. Ni que hablar del aceite… Una botellita te puede salir al cambio 1.500 pesos. El cartón de huevos está a 1.400. Cuando un sueldo promedio ronda eso. Es imposible”, cuenta Milady (40), quien lleva cinco años sin ver a sus hijos, que hoy tienen 12 y 13. Para el momento en que se publique esta crónica, los niños ya van a estar en Uruguay junto a ella y su esposo.

Silvia, la que lleva más tiempo en el país, remarca que ninguno de ellos habría salido si no fuera por necesidad. “Tengo una casa preciosa allá, grande, cómoda. Pero si no puedo acceder a las cosas básicas, ¿de qué me sirve?”.

Hago una lista rápida del origen de cada uno. Vienen de Pinar del Río, Guantánamo, Santiago de Cuba, Cienfuegos, Las Tunas y Camagüey. Hay representantes de prácticamente toda la isla.

Javier (26) y su esposa Liani (23) son los que llegaron hace menos tiempo. “Estamos aquí desde noviembre de 2022. Yo le dije a los viejos míos ‘cuando tenga la oportunidad, me voy; me va a doler pero me voy’. Desde que tenía uso de razón quería irme, no tenía vida. Cuando sacamos los pasajes, a los 10 días ya nos fuimos”. La travesía de Javier y Liani es una de las rutas más frecuentes que realizan los cubanos para llegar a Uruguay: Santiago de Cuba a Surinam, Surinam a Guyana, Guyana a Brasil y Brasil a Uruguay.

“En Surinam estuvimos dos días, desde Cuba habíamos conversado con dos amigos que estaban allí y nos dijeron que se querían ir. Así que coordinamos para que nos recibieran y nos íbamos todos juntos. A los dos días agarramos un bus a las dos de la tarde hacia la frontera con Guyana francesa y esperamos a la madrugada para tomar un bote”, relata Javier con la voz entrecortada.

“Estaba oscuro, húmedo. Tomamos el bote y cruzamos la frontera. Nos dieron un papel que nos daba permiso para estar cuatro días, el tiempo que nos llevó recorrer toda Guyana hasta cruzar la frontera con Brasil. Ahí agarramos un ferry de 24 horas por el río Amazonas y llegamos a Belém -en el estado de Pará, a unos 4.100 kilómetros de Rivera-. De ahí hasta Uruguay toda la travesía fue en bus, parando a comer y bañarnos. En total fueron 15 días de viaje hasta cruzar en Rivera el 6 de noviembre”.

Cuando Javier y Liani llegaron a Porto Alegre abrieron la billetera y les quedaba el dinero justo para el resto del viaje. “Nos quedamos sin un peso. Compramos el pasaje y no comimos más hasta Rivera. Entramos bien tempranito, nunca habíamos sentido tanto frío. Y ahí caminamos tres kilómetros hasta que llegamos a migraciones”, recuerda. Dice que eran 10 o 15 cubanos, no más.

En la oficina de migraciones tuvieron que llenar un extenso cuestionario que les preguntaba por qué habían salido de Cuba, cuántas personas integraban sus familias, si tenían familia en Uruguay, religión y “muchas cosas más, difíciles de recordar”.

Tenían en Ciudad de la Costa una amiga que había llegado unos meses antes, que les dio su cédula y contacto para que pudieran completar la planilla de ingreso al país. Pero todavía quedaban 557 kilómetros por recorrer. Sin dinero, sin comida, sin nada.

“Me tocó llamar”, dice Javier, haciendo señales hacia el norte. Todos tienen algún familiar en Estados Unidos que se fue antes y está a la espera de esa llamada, la misma que hoy atienden ellos desde Uruguay para quien quedó en casa.

“Les dije que estaba sin un kilo en la terminal. Le hicieron una transferencia a nuestra amiga, ella contactó con otros hermanos que viven en Rivera”, relata y aquí hay que explicar que Javier y su esposa son Testigos de Jehová y los integrantes de su comunidad religiosa se llaman hermanos entre sí, aunque no se conozcan. “Ellos nos pagaron los pasajes y nos hospedaron en su hogar, nos dieron comida, baño, ropa… Salimos como nuevos. Allí a las 12:30 de la noche volvimos a agarrar otro bus y a las 7:30 de la mañana llegamos a Tres Cruces, donde tomamos otro ómnibus hasta la Ciudad de la Costa. Esa fue nuestra travesía”.

Otros se animan a contar partes más crudas de la historia. Milady, que estuvo tres años con su esposo en Surinam antes de optar por venir a Uruguay hace dos, cuenta que allí el dinero abunda pero es sinónimo de “esclavitud”. “Están las minas de oro. La mujer cuando quiere hacer dinero se va a la mina de oro y es millonaria… ¿Por qué? Porque se mete en la prostitución”.

Edelbis (37) llegó a Uruguay en 2018 siguiendo a su esposo Jordan, que había venido unos meses antes. Dice que la parte más dura del viaje para ella fue en el cruce de Guyana a Brasil: “Están con drogas, armados, cuando uno en Cuba no vio un arma en la vida. Me asustó muchísimo, sin entender el idioma, sin saber a quién preguntar. Sálvate si puedes”.

El costo del viaje completo para una persona ronda entre los US$ 3.500 y los US$ 5.000. La mayoría pide un préstamo a familiares que están en Estados Unidos; otros optan por venderlo todo. Y aunque, como detalla Javier, “siempre se conoce a alguien que se dedique a los viajes”, son cientos los cubanos que caen presa de “coyotes” que les cobran por adelantado y no cumplen con el acuerdo.

Los papeles

Si llegar a Uruguay es una odisea, entrar al país y saber para dónde ir es un capítulo aparte.

Silvia, que no solo es quien más tiempo lleva en el país sino que a diferencia del resto entró por el Chuy, cuenta que con el paso de los años el asesoramiento al que llegan, lejos de mejorar, ha ido a peor, especialmente a raíz de la pandemia de covid-19.

“Cuando llegué era facilísimo. Pasé por el Chuy y subió al ómnibus un señor de migraciones para rellenar el papel de ingreso, como yo no tenía ni idea no lo llené, pero ni bien entré al país fui a la oficina de Relaciones Exteriores donde pasábamos por diferentes puestos y nos explicaban los pasos a seguir. Te daban una carta para llegar al Ministerio de Relaciones Exteriores en Montevideo e iniciar el trámite de la cédula. Ya de ahí mismo nos mandaban a pagar el trámite urgente y en una semana ya tenías cédula”, detalla.

“Y ahí te hacían llenar un expediente y te avisaban que dentro de dos años te iban a llamar al número de teléfono que dejaras y te citaban a una entrevista para saber por qué pedías refugio. Después (el trámite) pasa a una comisión del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), Cancillería, la Universidad de la República, donde votan si aprueban o no tu refugio. Si se aprueba, te dan la residencia permanente y el derecho a reunificar a tus familiares”, explica Silvia.

Todo ese proceso, para los que han llegado principalmente en el último año ha sido, según explican, con muy poco asesoramiento. En la frontera les dan un número de teléfono y dirección de la Cancillería pero no especifican cómo iniciar los trámites para los documentos ni los asesoran sobre las ayudas que pueden recibir por parte del Estado. Aunque desde el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) aseguran que son el primer punto de acceso, la mayoría ni siquiera sabe lo que es el Mides cuando llegan y en realidad se enteran a través de otros cubanos.

¿Qué ayudas ofrece hoy el Estado?

El Mides tiene oficinas en todos los departamentos y “muchas veces es el primer lugar al que acuden” quienes llegan, dice Lorena Jones, de la División de Derechos Humanos.

“Hay un abanico de respuestas: una canasta de alimentos, solución habitacional transitoria y afiliación a ASSE para quienes no pueden esperar el inicio del trámite de residencia”. La función principal del departamento de migrantes es asesorar en la regularización de documentos.

El nuevo hogar

Cuando Christian el taxista me dijo que llevaba más de 30 años viviendo en la Ciudad de la Costa, pensé en mi abuelo, que me contó que cuando compró su casa en El Pinar pedaleaba entre médanos. La calle Pérez Butler para los coterráneos siempre será “El Hormigón”, porque literalmente en la década de 1980 era la única asfaltada de puente a puente.

Al principio de los 2000, en un invierno frío en Barcelona con el corazón encogido por algún verso de “Brindis por Pierrot”, el alma me dolía como a Dallamí. Esas calles no eran mis calles. Todas estaban asfaltadas y ninguna era El Hormigón.

Ahora, en un domingo caluroso en el porche de una casa en la que nunca estuve, de un barrio a cinco minutos de mi casa, Silvia, Javier, Dallamí, Milady, Edelbis, Blanca, Michel y casi 60 familias de cubanos extrañan un poquito menos su Hormigón. Tienen su pequeño trocito de Cuba, donde todos llegan sin avisar a compartir un cafecito, gritarle a Silvia si armó un “potaje” o pedirle a Jordan ayuda para arreglar el auto.

¿Cómo llegaron hasta acá? Silvia y su esposo fueron los primeros que se instalaron en el barrio. Ahí fueron pasando la voz y ayudando a construir una casa y otra casa y otra casa. Uno conoce a otro, que quiere traer a su hijo, su sobrino, un amigo. Y así, en cuestión de cinco años se convirtió en “el barrio de los cubanos”.

Barrio cubanos en Ciudad de la Costa
Silvia y su esposo dieron la bienvenida a gran parte del barrio, que hoy suma casi 60 familias de Cuba
Foto: Mathías Buela
comunidad cubana en Ciudad de la Costa
Jordan arreglando un auto
Foto: Mathías Buela

Un par de cuadras al norte del shopping Costa Urbana comienzan filas y filas de casas, una pegada a la otra, con colores chispeantes y perros en cada rincón -incluidos los techos-. Unas cuatro manzanas improvisadas, con finos pasajes entre una vivienda y la otra y calles de tierra que bordean el predio. Las casitas son modestas, algunas de bloques, otras de madera.

Comunidad cubana en Ciudad de la Costa
Dallamí (foto arriba) tiene 53 años y hace cinco llegó a Uruguay. Vive con su hijo de 21. Sus hijas mayores y su nieto de dos años siguen allá. “Uno tiene que salir por darle un futuro mejor a tu hijo. A veces no tienes para comprarle un par de zapatos”, cuenta.
Foto: Juan Manuel Ramos/Archivo El Pais

Lo de que es “un pedacito de Cuba” va más allá del cambio de acento. Por la calle todos, sin excepción, se saludan sonrientes. Al final de la tercera manzana de casas, la calle no tiene salida y, lejos de ser el lugar más peligroso, es el punto de encuentro de los niños que se juntan todos los días a jugar hasta que alguna madre pegue el grito de aviso para comer o dormir. “Si pasa algo raro, todos salimos a la calle”, asegura Silvia.

“Por lo general nosotros no nos metemos donde no nos toca. Todos los que estamos aquí somos personas sanas, del trabajo a la casa y de la casa al trabajo”, dice Blanca (56), que está casada con un uruguayo. “Los uruguayos que viven en el barrio no se quieren ir porque hay tranquilidad, seguridad y todos nos ayudamos”, dice.

Michel (50), que llegó en agosto del año pasado, lleva rato escuchando las historias de cada uno. En un momento entra a la casa y sale con tazas de café para todos. Entonces me doy cuenta que esta es su casa, no la de Silvia. Michel tiene un patio preciosamente arreglado como si llevara más de 30 años acá. Cuenta que es herrero de profesión, pero todavía no tiene trabajo fijo: “Siempre me revuelvo, changuitas salen. Ya no quiero irme más. Si pudiera hacer dinero me gustaría ayudar más a mis hijos, pero de acá no me voy”, anuncia.

Aunque fue difícil al principio, Dallamí dice que no se arrepiente de todo lo que pasó para estar acá: “Ya me siento de Uruguay como si fuera de toda la vida”. Hace cinco años que llegó directo a esta zona y no la cambia por nada.

Eso sí, ninguno miente. Ante la pregunta de por qué vinieron a Ciudad de la Costa, ni uno solo tenía idea en Cuba de la existencia de este lugar, ni de sus calles, ni de sus olores, ni de su café “flojito”, ni de su gente fría.

“Nosotros íbamos a hacer la travesía por acá porque salía más barato. Pero nuestro destino final era Estados Unidos. Al llegar y ver le dije a mi esposo: ‘Nos quedamos y traemos a los niños’. Y no me pienso mover de acá, excepto ir a Cuba de visita”, dice Milady. “No me gusta Montevideo, hay otro ritmo de vida, también más inseguridad. Pero aquí llegamos, paramos, conversamos… Si hay un problema, todos nos ayudamos. Yo aquí estoy como si estuviera en mi barrio”.

Cubanos: rutas y cifras de ingresos

En el último quinquenio ha habido fluctuaciones de los movimientos migratorios de cubanos, siendo 2019 el año con más flujos de esta nacionalidad, dice Martina Gómez, encargada de comunicaciones para el cono sur de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) de las Naciones Unidas.

“En teoría, y considerando la diferencia entre los ingresos y egresos, ese año en particular se quedaron a vivir en el país 12.589 personas de Cuba. En 2020 y 2021, debido a las restricciones a la movilidad y a la limitación en el acceso a medios de vida por el covid-19, se evidencia una baja en los movimientos de cubanos, llegando incluso a un saldo negativo en 2021, donde salieron más personas que las que ingresaron. A noviembre de 2022 en contexto de reapertura de fronteras, se evidencia una recuperación de los flujos migratorios previos a la pandemia y se infiere que se quedan en el país más personas de Cuba de las que se van”, apunta.

Respecto a los puntos de acceso al país, el aeropuerto de Carrasco y los puntos de frontera con Brasil (Rivera y Chuy) son los puestos fronterizos de ingreso y egreso principal para los cubanos; el aeropuerto es el punto de salida principal. Se identifica, según los datos de OIM, prevalencia de hombres, la mayoría en el rango entre 30 y 65 años de edad.

Esta oficina de Naciones Unidas no tiene información de la Dirección Nacional de Migraciones para el período de setiembre de 2021 a junio de 2022 sobre residencias concedidas, pero entre julio y noviembre de 2022 se concedieron 769 residencias a personas de Cuba “superando a las residencias concedidas a nacionales argentinos (309) y siendo la nacionalidad con más residencias concedidas en ese período”, detalla la representante de la OIM.

Según datos ofrecidos por funcionarias de OIM que trabajan en frontera, la población cubana nueva que está llegando a Uruguay sigue realizando la ruta Guyana-Brasil y para esto se percibe que la mayoría ingresa por Rivera. La población que ya estuvo en Uruguay y que deseaba llegar al norte, por no poder reingresar a Guyana, cruzó a Surinam; pero la gran mayoría tuvo que volver a la frontera con Brasil. Allí se identifican tres rutas de ingreso hasta Uruguay por Rivera o Chuy: Colchane (Chile)-Campo Grande (Brasil)-Porto Alegre, Guyana-Roraima-Sao Paulo-Porto Alegre, Surinam-Pará-Sao Paulo-Porto Alegre.

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