En Buenos Aires
¿Cómo se resetean los países? ¿Dónde tienen, los países, el botón de reiniciar la historia? El domingo 19 de noviembre las mayorías argentinas, en elecciones indubitables, podemos decir que ejemplares, expresaron la voluntad soberana de convertir a Javier Gerardo Milei en el próximo presidente de la República. El cambio es profundo, de escala histórica, porque no se agota en mudar el ropaje de gobierno y producir la alternancia de un sello político. La Argentina ha decidido probar un nuevo diseño de país y darse a sí misma un cambio de época: acá todo el mundo anda con la palabra paradigma en la boca.
Profundo y de escala histórica, decimos que es el cambio, porque ni el peronismo, que ha organizado la centralidad del sistema político en estos últimos veinte años, ni el conglomerado opositor de Juntos por el Cambio, han conseguido hacerse elegir. Mientras la Argentina bicéfala se batía en confrontación rabiada hacia el interior de su propia grieta, le crecía, sin que las capitanías de la pugna lo advirtieran, una tercera cabeza. Como pueden ver con más detalle en el recuadro que más abajo acompaña a esta nota, hace apenas ocho años a Milei le pedían en los programas de televisión que se presentara porque nadie conocía su nombre.
Y ocho años, en términos de historiografía política, es un estornudo.

Son pocos los que hoy, acá, se animan a entregar una respuesta categórica, unívoca, frente al interrogante del futuro inmediato. Pero si bien es escaso lo que se puede avizorar hacia adelante, es mucho lo que se puede mapear del ancho del momento. Pasó una semana, solo una semana, y al otro lado del triunfo concluyente de Javier Milei han emergido tres familias de votantes que se reparten el ánimo colectivo. Los que votaron a Milei desde la primera hora. Los que lo votaron en el balotaje para sacar al actual gobierno del poder. Los que perdieron. Tres argentinas en debate abierto, y las tres pulsando la urgencia del presente.

Los de la primera hora.
En junio de 2022 fui a cubrir, para un diario argentino, el lanzamiento de la campaña de Milei en cancha de El Porvenir, Gerli adentro, primer cordón del conurbano sur. Fue una noche congelada con poquísimas personas pisando el pasto ralo del campo de juego. Nadie que no fuera un militante apasionado hubiera dicho, en aquel momento, que ese sujeto que estaba arriba del escenario gritando sus consignas con euforia desatada sería, un año y medio después, el nuevo presidente de Argentina.
Me quedó, de aquella noche, un objeto y la memoria de una escena. El objeto, que levanté del piso cuando iba de salida, es un flyer breve que conjuga, en un collage casero, una foto de Milei tomada desde la espalda con una bandera argentina hecha capa y el puño derecho en alto + el perfil de un busto de Juan Bautista Alberdi + una foto, también de espaldas, de alguien que parece ser Donald Trump + una estrella de David + el sol de la bandera argentina + tres plumas que asoman bajo un papel con gráficos + una línea que dice: “Llega el hombre gris - Benjamín Solari Parravicini (1973)”.
Parravicini fue un artista plástico argentino nacido en 1898 cuya obra alcanzó éxito y renombre en la primera mitad del siglo XX. Sus dibujos, además, fueron ganando valor en la medida en que profetizaban (y para sus seguidores esas profecías se fueron cumpliendo) hechos y acontecimientos de relevancia mundial. Conocido como el Nostradamus argentino, de Parravicini se dice que predijo la llegada de la televisión, la carrera espacial, el asesinato de John Fitzgerald Kennedy y la guerra de Malvinas, entre otras cosas. Su profecía del hombre gris, fechada en 1941, dice: “El hombre humilde en la Argentina se allega para gobernar. Él será de casta joven y desconocida en el ambiente, más será santo de maneras, creencias y sabiduría”. Cree con fuerza la militancia libertaria que este hombre humilde de casta joven se llama Javier Milei.
Y la escena que recuerdo, que de alguna manera me imprimió, es: el escenario estaba dispuesto en un lateral del estadio, en el centro de la canchita, sobre la línea de cal. En el lateral opuesto, junto a los bancos de suplentes, tres adolescentes en racimo, con sus teléfonos en la mano, las pantallitas resplandeciendo en la oscuridad, buscaban rimas y componían cantitos tribuneros. Abran paso / llegó Javier Milei ya la venían cantando, pero sobre la misma base exploraban las posibilidades del sonido “león”. Habrán tenido 17, 18 años, eran como chicos de quinto en el patio del colegio, durante el recreo largo, jugando a la letra y a la música. Me acerqué para entrevistarlos pero cuando los tuve al lado me pareció que no debía interrumpir esa profusión joven de euforia y de fe. Pienso en dónde estarán ahora, cómo habrán festejado la noche del domingo. Pienso que me hubiera gustado hablar ahora con ellos.
Hablé, en su momento, con Matías, 24 años, repartidor. Vine haciendo un pequeño, seguramente inexacto, trabajo de recobro de información durante los meses que vivimos en estado de sufragio permanente (en agosto las PASO, en octubre la primera vuelta, en noviembre el balotaje). Cada vez que pedí comida a domicilio, generalmente los viernes, generalmente pizza, le pedí permiso al repartidor para hacerle una pregunta: ¿a quién votás? Solo recibí dos tipos de respuesta. Uno: no, perdoná, estoy trabajando. Y dos: Milei. Con Matías hablé más que con nadie. Es de José C. Paz. No le interesan las derechas ni las izquierdas. Me dijo, en la puerta de casa, con la bicicleta a medio sostener, que le preocupaba más el asunto de tener cloacas en su barrio y agua corriente porque la única vida que conocía es una donde se saca agua de un pozo. Votó a Milei con la esperanza de conocer otra.
Finalmente, charlé con Mauricio Girard, de City Bell, estudiante de biotecnología en la Universidad Nacional de La Plata, seguidor de Milei desde sus 18 años. Ahora, a sus 23, siente que llegó el momento de la convicción liberal.
—Celebraste…
—Mucho.
—¿Y de qué se trata ahora?
—De que todo este camino que hizo Javier haya valido la pena. Ganar una elección presidencial no puede ser un punto de llegada. Debe ser, sí o sí, un punto de partida.
—¿Para qué?
—Para ganar convergencia internacional y hacer que la Argentina sea un país que te den ganas de vivirlo.
—¿Cuánto lleva eso?
—Veinte años. Ponele.
El frenético remarque de precios en los comercios
“Es incesante, no da tregua”, dice Paola Basso mientras aceleradamente pega una etiqueta encima de la otra en los productos de su minimercado en Argentina, donde el triunfo de Javier Milei disparó remarcaciones de precios con una inflación superior al 140% anual.
“Los clientes piden que les fraccionemos el kilo de azúcar o compran huevos por unidad. Te hace mal, la gente está necesitada, es como que le saca la dignidad, pero los precios son una locura”, cuenta Basso en su local “Chiche”, en Morón, un barrio de clase trabajadora de la periferia oeste de Buenos Aires. Algunos productos tienen hasta cuatro etiquetas superpuestas que atestiguan la vertiginosa inflación.
El gobierno saliente de Alberto Fernández renovó esta semana acuerdos de precios con los fabricantes; pero quizás sea la última vez. Milei se opone a las regulaciones de precios del Estado. (AFP)
Los del balotaje.
En la primera vuelta, Milei obtuvo cerca del 30 por ciento de los votos y quedó segundo, seis puntos abajo de Sergio Massa, el candidato del oficialismo. Patricia Bullrich, la candidata del expresidente Mauricio Macri, arañó un 24 por ciento y quedó tercera, fuera de competencia para el balotaje. Finalmente, Milei se convirtió en presidente de la Argentina con el voto del 55 por ciento del padrón. Haciendo una cuenta rápida y redondeando, Milei sumó la totalidad de los votos de Bullrich, que ahora sería su futura ministra de Seguridad.
Hay una trama naciente, ahí, el emergente de una sociedad política: la que tejió La Libertad Avanza con el sector de Juntos por el Cambio que pidió el voto para Milei. Pero en la primera semana después de las elecciones, las tensiones entre ambas estructuras escalaron sonoramente. Cruje, este consorcio súbito. Y cruje en un terreno sensible: el del nombramiento de ministros, integrantes del gabinete y ocupantes de cargos principales. La caída del economista Emilio Ocampo, a quién Milei había rubricado en el Banco Central, y la llegada presunta de Luis “Toto” Caputo, exministro de Finanzas del gobierno de Macri, ha inquietado a las bases libertarias. Del mismo modo ocurrió con la salida de Carolina Píparo al frente del Anses, el organismo que administra el sistema previsional, para darle paso a Osvaldo Giordano, exintegrante del Ejecutivo de la provincia de Córdoba.

Una entidad que conocimos en estos días, la Oficina del Presidente Electo de la República Argentina, ha monopolizado los comunicados frente a la marea alta de rumores y contradichos y, en la mañana del viernes, custodiando la comunicación de un gobierno que todavía no está en funciones, la Oficina se vio obligada a anunciar que “la única información oficial sobre el futuro gobierno, encabezado por Javier Milei, es la publicada por este medio” y también que “ante los falsos rumores difundidos, deseamos aclarar que el cierre del Banco Central de la República Argentina (BCRA) no es un asunto negociable”. ¿Por qué se volvieron necesarias estas afirmaciones? Milei asumirá las funciones del Ejecutivo el 10 de diciembre. ¿Cuánto tiempo es, en el reloj interno argentino, quince días de vacilaciones e inquietud?
La sensación expandida de incertidumbre corroe especialmente el espíritu del que votó a Milei no tanto por Milei sino como forma de extirpar al peronismo de la Casa Rosada. El votante duro de Juntos por el Cambio todavía está esperando que le avisen si tiene que sentirse oficialista u opositor.

Alicia, vamos a llamar Alicia, a la mujer que me pide reserva de su nombre y trabaja en un colegio privado de la ciudad de Buenos Aires. Votó a Milei para votar contra Massa. No votó en blanco porque creyó que eso podía favorecer a Massa. Muchos deben haber creído lo mismo porque el voto en blanco, que fue agitado, a favor y en contra, por todo el nervio argentino preelectoral, finalmente no escaló más del uno y medio por ciento del total.
—¿Qué sentiste la noche del domingo, Alicia?
—Que por fin algo cambiaba.
—¿Pero se trataba de tu cambio?
—No, pero al menos era uno.
—¿Y cómo viviste esta primera semana con Milei presidente electo?
—No sé realmente qué es lo que puede pasar, pero no quiero entregar la esperanza.
La nueva minoría.
Hay un consenso, incluso en la tropa propia, de que el peronismo hizo uno de sus peores gobiernos históricos. Con esa mochila imposible, incluso, fue capaz de sacar el 45 por ciento de los votos. Es una minoría de gran escala la que ahora se instala en el flanco opositor y hay una emoción natural, física, que la cruza por igual a toda ella: el miedo.
A la joven de 17 años que tengo en el teléfono le cuesta aguantar el llanto cuando analiza los resultados del domingo. Se pregunta por qué la sociedad argentina le falló a las Abuelas de Plaza de Mayo, cómo es que elegimos la opción que quiere revisar la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, hasta dónde se van a sentir habilitadas las fuerzas de seguridad cuando vayan a reprimir la protesta social. Si vamos a tener muertos en las calles, se pregunta. Si va a tener que pagar por la educación de calidad que hasta ahora recibió como una garantía del Estado. Está cerrando su quinto año en el Carlos Pellegrini, uno de los dos colegios secundarios que dependen de la Universidad de Buenos Aires, la UBA, que rankea, según el ranking británico QS de altos estudios, entre las 100 mejores universidades del mundo. Dice que uno de los argumentos de la campaña de Milei fue el de retener a los jóvenes para que no emigren. Dice que ella siente ganas de irse.

Tres argentinas donde creíamos que había dos. Tres calibres emocionales y, ahí los tres, discutiéndose el futuro en las plataformas. Tengo 52 años. Mi generación vivió los años noventa con efusividad y politización al palo. De hecho, todavía los estamos revisando. Que Martín Rodríguez y Pablo Touzon, voces valiosas de la politología nacional, hayan publicado ¿Qué hacemos con Menem? Los noventa veinte años después verifica que la aproximación correcta, o por lo menos posible, con aquella década del trazo cultural indeleble es abriendo preguntas, antes que cerrando respuestas. Y de golpe, cuando todavía estamos en eso, como si la historia nos diera la bendición de una segunda oportunidad, acá parecen estar de vuelta. Liberales en el gobierno aptos para ejecutar el nodo múltiple de televisión, redes y espectáculo. No sé qué 2024 tendremos en la Argentina. Sé que será imperdible y habrá que mirarlo, intentar comprenderlo y salir a contarlo.
Consumo de poítica como el nuevo gran show
Alejandro Seselovsky
En el año 2011 escribí TRASH - Retratos de la Argentina mediática, un libro que reunía los perfiles de Ricardo Fort, Wanda Nara, Nazarena Vélez, Luciana Salazar y otros habitantes del circo de masas argentino, esa arena sin prestigio, banal, fenomenológica, popularísima y sobre la cual fue ejecutado lo que Beatriz Sarlo, no sin una arcada de desprecio, llamó “un entretenimiento plebeyo” (La intimidad pública - Seix Barral, 2018).
Con el escándalo como arcilla de sus acciones y la autopista de la televisión abierta traficando la condición inflamada, hiperbólica, de sus naturalezas, estos personajes fueron alcanzando un radio de presencia social que se extendió, en franca aceleración, hacia el fondo de la olla de los consumos: de pronto tuvimos a Anabela Ascar en la babélica pantalla de Crónica TV prescindiendo de la culebra del escándalo para hacerle lugar a la más lisa y llana escatología, saltándose todos los peajes del pudor, y presentando, en un paisaje de freaks empobrecidos y afanosos, la parodia de una vedette a la que penosamente expuso y de la que penosamente nos reímos. Con Zulma Lobato tocamos fondo.
No hubo, en estos escenarios peregrinos, ningún personaje que vendiera la historia de una comunicación paranormal con su vieja y querida mascota muerta, a la que había conocido dos mil años atrás, uno como león, el otro como gladiador, en una tarde de circo romano. Pero, de haber aparecido, no hubiera desentonado porque ya había sido edificada la platea capaz de recibirlo. Llevamos décadas de pantalla triglicérida permitiéndonos la gula del asombro y la fascinación, y cada vez queremos más asombro y cada vez queremos más fascinación. En combo, si pudiera ser. Con papas y gaseosa. El punto, entonces, es que después de tanto espectáculo extravagante un día estuvimos listos para sentarnos a devorar el inédito show de Javier Milei.

Con una diferencia que se vuelve crucial: lo que antes era carne de reality, pantomima y ficción presunta, ahora ocurre en el país de lo real. DE-LO-REAL. Y ocurre, podemos adverbiar, dramáticamente.
La aparición inaugural de Javier Milei en la televisión argentina podemos fecharla en abril de 2015, en el programa Hora Clave, conducido por el último Mariano Grondona público, en la señal de Canal 26. El conductor Pablo Rossi, secundando a Grondona, presentaba la novedad de un invitado. Dijo Rossi, aquella noche, textualmente:
—Yo le pido a Javier y a Diego que se presenten en sociedad. Porque estamos acostumbrados a ver pasar aquí a los clásicos, ¿no? A los consagrados. Pero está muy bueno tener miradas nuevas.
No sabemos quién era el tal Diego. Sabemos que arrancó respondiendo el actual presidente electo argentino.
—Bueno, yo soy Javier Milei, soy economista jefe de la Fundación Acordar. Tengo un pasado como docente, como académico, tengo más de 50 artículos académicos presentados, seis libros y no seré famoso como economista, pero sí como rockstar.
Risas.
Fue lo primero que dijo de sí mismo, Milei, cuando los conductores de un programa con 25 años al aire le preguntaron quién era. La audiencia para la que estaban trabajando no tenía idea de a quién tenían en pantalla. Hubo que presentarlo. Hubo que pedirle que se presentara. Entonces, ahí fue que lo soltó: rockstar.
En los 90, Javier Milei había tenido su banda, Everest, donde tributó con covers esforzados el cancionero canónico de The Rolling Stones. Después lo vimos con un pañuelo en la cabeza versionando a Leonardo Favio, y también encarnando a un superhéroe de su propio imaginario Marvel, el Capitán Ancap, acrónimo de Anarco Capitalista. Lo vimos haciendo teatro, destruyendo sobre el escenario y rabiosamente una maqueta del Banco Central —su número terminaba cuando unos enfermeros lo sacaban de allí con camisa de fuerza. En fin, el sujeto encendido, singular, que venimos apreciando y del que podemos decir: es una pieza inmejorable, con el acabado perfecto, para encastrar su matriz individual en la matriz imperante de la época, esta máquina un poco monstruosa, de dos cabezas, cuyo enunciado primordial conocemos como infoentretenimiento.

Refuerzan al personaje un elenco de criaturas de sonoridad concordante, como la diputada electa Lilia Lemoine, cosplayer. Ramiro Marra, el joven experto en asesoría financiera que aconseja febrilmente el ahorro en latas de atún. Y corona, rubrica, verifica y constata esta plantilla hecha de política y espectáculo la próxima primera dama de la Nación, pareja estable de Milei, la talentosísima imitadora de voces y personajes María Eugenia Florez, de nombre artístico: Fátima.
Hacia allí fue nuestro consumo del espectáculo, en busca del goce que entrega la estupefacción frente a la contemplación súbita del accidente y del fenómeno.
Consumimos política ingresados al agobio de un tribuneo constante e incandescente. Consumimos política a toda hora y en múltiples pantallas —que no son consecutivas sino simultáneas. Consumismos política como antes consumíamos un show. Consumimos política porque encontramos, en la política, el temperamento de la época, el nuevo gran show. Tal vez sea el momento de escribir un nuevo libro. Tal vez sea el momento de pensar en TRASH 2.