PROBABLE FEMICIDIO
La investigación se bifurcó tras el hurto del cráneo de la morgue de Florida. No descartan que esté vinculado al crimen pero en los pasillos del hospital crece el rumor de que se trató de un descuido.
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En un recodo de la ruta 94, espera como cada tarde Guillermo Escudero. Ahora más que nunca se aferra a una rutina que, para quien no conoce el trabajo rural, sería tortuosa. A las siete de la tarde se duerme frente al televisor, a las dos de la mañana se levanta y toma mate mirando hacia la carretera, a las tres empieza la caminata hasta la granja, a las cuatro entra al trabajo, y durante ocho horas se encarga de las gallinas. A las doce del mediodía termina la jornada y vuelve a la casa, a esperar al día siguiente. Es la casa que el patrón le dio: esa que lo tiene tan orgulloso y que él embellece de a poco como si fuera propia; la “bruta casa” en la que un mes atrás comió el último asado con la más “cariñosa” de sus siete hijos, Carolina Escudero.
Faltaban apenas unos días para que la asesinaran. Al asado, Carolina llegó con su pareja y el niño de ambos, de dos años. Comieron lechón; el hombre se tiró a sestear dentro del auto y ella reposó con el hijo en la cama de su padre. Todo parecía estar bien entre ellos, como siempre. “Nunca les vi una discusión ni un maltrato. Esto que pasó para mí fue una sorpresa muy grande”, dice Escudero.
Las certezas que tenía sobre la relación de su hija empezaron a esfumarse el 11 de enero pasado, cuando su yerno lo llamó preguntándole si había visto o hablado con Carolina. Él había llegado desde su trabajo (en un tambo de San Ramón) a la casa de ambos en Las Piedras y no la había encontrado, le explicó.
—Recibí la llamada y llamé a mi hija Ana, la mayor. ¿Andan peleados?, le pregunté y me dice que parece que sí. Cacé el teléfono y lo llamé. ¿Qué pasa con Carito? No sabemos dónde está, me dice. Ah, ¿no sabemos dónde está? Bueno, que trate de aparecer porque si yo paso por ahí se paspa todo. Mi hija tiene que aparecer y la última comunicación fue contigo.
Al día siguiente, presionado por Ana, la hermana de Carolina, el hombre hizo la denuncia en la comisaría de San Ramón. De acuerdo al relato que reconstruye la familia, declaró y en determinado momento recibió una llamada en su celular. Dijo “esto no da para más” y tiró el teléfono contra el piso hasta romperlo. Nunca supieron quién era.
En la declaración contó que Carolina había ido por el tambo, lo había encontrado con otra mujer y discutieron. Indicó que habían estado por la zona de Chamizo (Florida), pero también agregó otras versiones contradictorias. Que la había llevado en auto hasta la parada, que la había alcanzado hasta la portera, que ella había llegado y se había ido en moto. Esto encendió la alarma y la Policía avisó a la fiscalía de Canelones, que ordenó que a la mañana siguiente lo condujeran.
Debía estar a las 8.30, pero un rato antes un compañero de trabajo llamó a la comisaría para avisar que se había ahorcado. Dejó una carta dirigida a su madre. Allí le decía que lo iban a acusar de algo que él no había hecho y le pedía que se hiciera cargo de su hijo.
—Cuando me enteré que se había matado a mí se me paspó la cabeza porque dije, ¿y por qué le dejó una carta a su madre y no a Carolina diciéndole que cuide al hijo? Él sabía que ella no iba a volver.
Escudero y sus hijos la buscaron por Fray Marcos, mientras distintas unidades policiales especializadas (incluidos el grupo GEO, el plantel de perros y bomberos) realizaban un agotador rastrillaje en un radio de 60 kilómetros, donde los celulares de ambos indicaban que habían estado.
El 20 de enero se halló el cuerpoen Florida, a la altura del kilómetro 159 de la ruta 6, cerca del arroyo Timote. Los restos, semicalcinados, se identificaron en 36 horas gracias a una técnica que extrajo muestras de ADN de una pieza dental y la comparó con la información genética de dos familiares.
El médico forense determinó que Carolina recibió tres disparos en la cabeza. Terminadas las primeras pericias, se llevó el cadáver a la morgue judicial de la ciudad de Florida.
Para Escudero, ahora las cosas ya no son como antes. La única casa que se ve en el horizonte pertenece a una vecina que está atenta a ayudarlo y el patrón le ofreció días libres, pero él se niega. En la granja, el capataz lo tiene al tanto de las novedades policiales y fue quien le dio la noticia que sacudió la investigación y tiene desconcertada a la familia y a las dos fiscales que investigan el caso.
—¿Viste Guillermo que encontraron un cráneo en el basurero de Florida? —le dijo el capataz.
—Pah, no sé —respondió.
Terminó sus tareas, llegó a la casa y esperó a que empezara el informativo.
—Prendo la tele, me entero que era el cráneo de Carolina y llamé a mi hija Ana. Lloraba de malo.
Las señales.
Para la caza de jabalíes se utilizan cebos. La metodología implica colocar estos “anzuelos” en un perímetro para acostumbrar al animal a comer en la zona y atacarlo desprevenido. La pareja de Carolina Escudero trabajaba como fumigador en distintos establecimientos rurales y, además de fumigar, cazaba. Para hacerlo tenía un rifle.
Como el trabajo lo llevaba por distintos puntos del país, el hombre usaba una casa rodante como vivienda esporádica. Esto hacía que hubiera períodos de más de 15 días en que no volvía al hogar con su pareja, en Las Piedras.
Carolina, por su parte, pasaba el día entero trabajando en distintos barrios de la Costa de Oro y Montevideo. Hacía limpiezas y cocinaba. Había empezado muy chica, a los 14. Por trabajo y para vivir cerca de su padre, se había alejado de la casa familiar en Carlos Reyles (Durazno).
Desde allí, su hermana Sofía cuenta que Carolina siempre trabajó “porque nunca le gustó depender de un hombre” y se esforzaba “por lo de ella”. Pero tanto trabajo no alcanzaba para cubrir los costos de una niñera y la pareja había decidido que fuera la abuela paterna quien cuidara al niño de lunes a viernes en su casa, en Casupá (Florida). Cada fin de semana, Carolina lo pasaba a buscar y lo llevaba con ella a Las Piedras, o se instalaba en lo de su suegra para estar junto a él. Era la luz de sus ojos.
A ese hijo, Carolina lo había buscado mucho. Dos años de tratamiento habían hecho junto a su pareja para quedar embarazada. “Por eso digo que yo lo desconozco por lo que hizo, él era una persona que no presentaba ser malo”, dice Sofía sobre su cuñado.
¿No había entonces ningún indicio de violencia en la pareja? Mientras Carolina era buscada, una de sus vecinas declaró a Telenoche lo que en la familia ya se comentaba. “Cuando ella estaba sola, llegaba de trabajar, limpiaba la casa y tomaba mate con las vecinas, pero eso a él no le gustaba. Si él estaba, ella se la pasaba encerrada”, describe Sofía. En tanto, el padre agrega que lo mismo pasaba cuando visitaba a su hermana Ana. “Era ir a visitarla y enseguida la pasaba a buscar, él la quería tener lejos de la familia”.
En Nochebuena, Carolina trabajó hasta tarde y llegó junto a su pareja y al niño a Carlos Reyles pasadas la una de la madrugada. Los hermanos la notaron “rara”.
—¿Carolina andás con problemas? —le preguntó Sofía.
—No, ando cansada —respondió.
Comió algo y enseguida se acostó; “ningunos de los dos eran los mismos”.
El 31 de diciembre los vieron otra vez, pero apenas un rato. Carolina pasó a darles un beso de camino a lo de la suegra, donde iban a celebrar el Año Nuevo. Según les había contado a sus hermanas, al hombre le había llegado un mensaje. “Feliz año, vida. O algo así decía. Ella le preguntó qué era eso y él lo borró y dijo que era equivocado”, cuenta Sofía.
Entonces ella habría empezado a sospechar que él le mentía. Por eso, aquel 11 de enero habría caído por el tambo. Según se enteró Sofía, su hermana le había dicho a una amiga que lo iba a ir a buscar para salir a cazar.
—Ese día, entre las 19.30 y las 20, Carolina estuvo llamando al celular de mi hermana. Yo escuchaba que sonaba, pero mi hermana no estaba, había salido a caminar. A eso de las 21 llega mi hermana y cuando vimos el teléfono había como 25 llamadas perdidas. Ningún mensaje. Algo nos quería avisar.
Cuando se puso en contacto con ellas para advertirles que Carolina no estaba en la casa, el hombre les dijo que lo había descubierto con una amante y se había marchado muy enojada.
—Después nos enteramos de que había dicho cosas distintas y cuando lo quisimos ajustar él ya se había matado. Creo yo que la Policía no debería haberlo soltado aquella noche.
Empieza el misterio.
La comisaría de San Ramón es pequeña y cálida como el resto del pueblo. La mayoría de quienes trabajan allí no están habituados a los eventos extremos. Al principio, escucharon la declaración del hombre sin sospechar el oscuro desenlace. Algunos lo conocían porque andaba trabajando cerca y, después de todo, las denuncias por personas desaparecidas ocurren a diario.
“Cuando empezó a contradecirse fue que avisamos a la fiscalía”, cuenta una fuente policial. La fiscalía actúa si se presume un delito. Cuando enteraron a la fiscal de Canelones Patricia Bentancort, ella escuchó el relato, coincidió en que “algo raro había” y lo citó a declarar. Entonces el hombre se mató. Entre sus pertenencias encontraron un arma (el rifle) y además ropa ensangrentada, que se está analizando para determinar de quién es.
Durante ocho días un grupo conformado por agentes de distintas unidades policiales rastrilló kilómetros y kilómetros. Era tan amplia la zona que la cruzaban cinco puentes. “Al ser trabajador rural y cazar, él conocía cada rincón que para nosotros eran nuevos”, cuenta un policía que protagonizó la búsqueda.
"Ni dentro de la justicia estamos seguras"
Carolina Escudero y su pareja tenían 27 años. Estaban juntos desde hacía cinco y tenían un hijo de dos, que permanece con la abuela paterna. Según relatan los parientes, al hombre le molestaba la vinculación con las vecinas y la familia, pero nadie habría presenciado discusiones ni maltrato. Aunque la familia cree que habría alguien más implicado, no conocen amistades del hombre ni sospechan de nadie en particular. En Florida está activo el colectivo feminista 8M: tras seguir de cerca la condena del femicida de Amparo Fernández, planea movilizarse para exigir una respuesta por el caso de Carolina. Valentina Silva, una de sus integrantes, dice: “Lo que pasó con el cráneo significa que ni siquiera dentro de la Justicia estamos seguras”.
Comenzaban a recorrer las inmediaciones del cuarto puente, cuando sintieron un olor que los guió hasta una antigua fábrica de grasa vacuna a la que apenas le quedan rastros de alguna pared y un pozo. Adentro del pozo, un poco quemado, cubierto de hojas chamuscadas y de piedras, estaba el cuerpo. La imagen fue impresionante y afectó a algunos de los policías que hasta ese momento no se habían enfrentado a un hecho tan cruel. Las piedras —cuenta esta fuente policial— eran de distintos tamaños. “Algunas más chicas y otras más grandes que una pelota de básquetbol. A las grandes tuvimos que moverlas de a dos personas”.
—Había piedras grandes como esa de allá —dice Escudero repitiendo este relato y señalando una roca cerca de su casa. Yo me crié en el campo y sé lo que es hacer fuerza. La pareja de mi hija era finito como un dedo. Creo que a él lo ayudaron, él con Carolina no hubiera podido solo.
Cualquier dato que se filtre podría dañar la investigación. La fiscal de Canelones, Bentancort, acepta responder que la amante del hombre fue investigada y por el momento no es sospechosa, pero se resiste a revelar si los detectores de metales que se pasaron por la zona del hallazgo permitieron encontrar las vainas para así determinar si las balas que mataron a Carolina son las del rifle requisado. Tampoco dice qué elementos podrían indicar que se había “querido borrar la escena”, como declaró en conferencia Víctor Trezza, el jefe de Policía de Canelones.
Trezza tampoco acepta hacer declaraciones a El País. Ahora, hay que esperar los resultados de “varias pericias”, incluso para determinar si el homicidio se efectuó en Canelones (donde habría desaparecido) o en Florida (donde hallaron su cuerpo). “Las pericias llevan su tiempo, lo que pasa es que para este caso se agilizaron varios procedimientos”, explica Bentancort, en referencia a la rapidez con que se identificó el cuerpo: 36 horas.
Además, todo cambió cuando se sacó de la morgue el cráneode la víctima, que apareció en la planta de encapsulado de Florida.
—¿El hecho cambió drásticamente la línea de investigación?
—No usaría esa palabra. Esto amplió la investigación y analizamos la posibilidad de que haya alguien más involucrado. Se manejan distintas posibilidades, pero la línea más firme es la que involucra al señor: la del femicidio —dice la fiscal.
¿Intencionalidad o descuido?.
En Florida ya no hay un basurero, sino una planta de encapsulado. La intendencia recolecta los desechos de dos maneras. Una: en un camión abierto que recoge los desperdicios de las podas, comercios e instituciones como el hospital. Dos: vaciando el contenido de los contenedores, que están dispuestos en cada manzana.
Los camiones llegan a la planta y allí depositan la basura. El brazo de una máquina retroexcavadora la levanta y la coloca, en tandas, sobre una cinta, donde los funcionarios separan el plástico y los metales del resto; eso se encapsula en bolsas amarillas.
Germán Lapasta llevaba dos meses al frente de la dirección de Salud e Higiene de la comuna cuando, el viernes 22 de enero a las 20.15 horas, el encargado de la planta lo llamó para avisarle que, entre los restos que habían traído los camiones a las 19.50, apareció un cráneo. Sin bolsa ni caja: solo los huesos. Pronto se supo que era el de Carolina.
Según confirman desde la fiscalía de Florida, el cráneo no estaba separado del resto del cuerpo, que estaba “debidamente guardado y refrigerado” en la morgue, a la espera de más pericias que —tranquiliza la fuente— se pudieron concretar a pesar de este suceso.
Las averiguaciones que logró recopilar Lapasta, “indicarían que el cráneo fue arrojado en uno de los contenedores que está en la manzana del hospital”. Quién lo hizo apenas se habría desplazado 200 metros fuera del sanatorio.
La morgue judicial se encuentra dentro del hospital. Apenas el episodio se hizo público, desde el Instituto Técnico Forense (ITF) se anunció una investigación administrativa para esclarecer las circunstancias del posible hurto. La directora del ITF, Mónica Etcheverry, dispuso un plazo de cinco días para reunir la información. Los cinco días ya pasaron, pero Etcheverry se excusa de no comunicar el resultado y si tomó o no una decisión. En cambio, informa que de acuerdo a un convenio suscrito con ASSE, la higiene y custodia del lugar está a cargo del hospital.
El hermetismo no termina en el instituto y se extiende hasta la dirección del hospital, cuya directora Mahyra López se niega a contestar preguntas “para no entorpecer la investigación penal”.
Dentro del hospital no hay cámaras de seguridad, pero sí en sus cercanías y ese es el material que analiza la fiscalía. Desde la jefatura de Florida dicen que 12 personas que circularon por la morgue el día del hurto ya brindaron declaraciones y que seguirán tomando más.
Algunas de esas personas fueron contactadas para este informe. Aunque les prohibieron hablar, lo hacen porque temen que se “busque un culpable” entre los trabajadores de seguridad y las auxiliares de servicio, todos ellos contratados de forma tercerizada. “Nos tienen en la mira”, coinciden.
Según supo El País, en el sector de la morgue trabajan dos auxiliares de servicio y dos encargados de seguridad. Los que ingresan a la morgue —enfermeros, limpiadores, empleados de empresas fúnebres— lo hacen bajo la mirada del guardia, cuya garita está a dos metros de la entrada del predio judicial, que se cierra con llave. El guardia registra hora e identificación de todos los que entran.
Los desechos de la morgue se ponen en tarrinas rojas que llevan un precinto y están rotuladas. Estos desechos son recogidos cada mañana por un camión que los traslada a Montevideo, junto a otros desperdicios contaminantes: nunca terminan en la planta de encapsulado local.
—Es imposible que haya salido de acá por el personal del hospital, ni siquiera sabíamos que el cuerpo estaba ahí —asegura uno de los interrogados.
En los corredores del hospital se analizan las declaraciones de los interrogados y crece la hipótesis de que el cráneo habría sido arrojado al contenedor debido a un “accidente en el procedimiento” o a un “descuido”. Esto implicaría una cadena de errores que resultaría “increíble, pero no imposible”. De probarse que hubo una intención, podría constituir el delito de sustracción de cadáver, que se castiga con tres a 18 meses de prisión.
En coordinación con la fiscalía de Canelones, la fiscal Lucía Nogueira, de Florida, investiga por un lado el homicidio y por el otro el hurto de los restos humanos de Carolina Escudero. Dice una fuente de la fiscalía: “Las declaraciones no fueron concluyentes y arrojaron algunas cuestiones que se investigan. Hoy se manejan todas las posibilidades y se investiga si este hecho está vinculado al homicidio. Hasta ahora, lo investigado no encuadraría en la hipótesis de negligencia sino en algo intencional, pero tampoco se descarta”.
De vuelta en el recodo de la ruta 94, Escudero no quiere ni imaginarse qué sentiría si el cráneo hubiera salido de la morgue fruto de un error. Él, que durante años fue guardia de seguridad, cree que se quiso evitar que se estudiaran las heridas de balas que su hija recibió en la cabeza.
—La Justicia está haciendo buena Justicia. La Policía me dijo que esto se iba a aclarar y confío en ellos. Yo lo que quería era que me entregaran el cuerpo para darle sepultura. A Carolina me la dieron el día en que iba a cumplir sus 28 años. Conseguimos un nicho en Carlos Reyles y allá la pusimos. Por lo menos está cerca de los hermanos y de la madre. Ahora ya sabemos dónde la tenemos y vamos a ir para ahí, derechito.
Otra vez se escondió el cuerpo de la víctima
La aparición del cráneo en la planta de encapsulado de Florida sorprendió a los familiares de Carolina Escudero, a quienes investigan el caso y a las referentes en violencia de género. “Lo que pasa es que en un femicidio vos tenés a la víctima y al femicida, no hay otros intervinientes en ese círculo de violencia y el asunto del cráneo acá desconcierta”, plantea Soledad González, de Cotidiano Mujer. Andrea Tuana, de la ONG El Paso, coincide: “La mata, la esconde, se hace el inocente y cuando lo están por agarrar se suicida: hasta ahí era un típico caso de femicidio, pero no entiendo lo que pasó con el cráneo. Es muy raro y es difícil encontrarle un sentido. ¿Para perjudicar las pruebas?, ¿para hacer un ritual?”. A las dos expertas les cuesta pensar en la posibilidad de que el episodio haya sido fruto de un error humano por parte de funcionarios del hospital o de otra institución con acceso a la morgue judicial. “Sería una cosa grotesca”, dice Tuana. Otro elemento que llamó su atención fue que este es otro caso en el que se escondió el cuerpo de la víctima: una metodología “nueva” o” distinta”. Las características recuerdan al femicidio de Micaela Onrrubio en San José, cuyo femicida se suicidó en prisión. También al de Amparo Fernández, en Florida. En diciembre pasado se condenó a quien era su pareja a 26 años de prisión por un delito de femicidio. Los restos de la mujer todavía siguen sin ser hallados.