¿NUEVO RUMBO?
Martín Guzmán renunció al Ministerio de Economía hace ya una semana y llevó a la administración de Alberto Fernández a una crisis aún más profunda. ¿Qué consecuencias tiene en Uruguay?
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"Desde la experiencia que he vivido, considero que será primordial que trabaje en un acuerdo político dentro de la coalición gobernante para que quien me reemplace, que tendrá por delante esta alta responsabilidad, cuente con el manejo centralizado de los instrumentos de política macroeconómica necesarios para consolidar los avances descriptos y hacer frente a los desafíos por delante”, escribió el exministro de economía Martín Guzmán al presidente Alberto Fernández en su carta de renuncia. Habló de “apoyo político” para llevar adelante las gestiones necesarias para la economía y se despidió con “profunda convicción y confianza” en su visión sobre el camino que debía seguir la Argentina; uno con el que Cristina Kirchner nunca estuvo de acuerdo. Guzmán apretó send y la publicó en Twitter, mientras la vicepresidenta daba un discurso en el homenaje a Juan Domingo Perón, en un nuevo aniversario de su muerte.Minutos antes del tuit, Cristina relataba su encuentro con el economista Carlos Melconian, quien fue presidente del Banco de la Nación, designado por Mauricio Macri desde 2015 a 2017. “Tuvimos una coincidencia, que es la economía bimonetaria. No es poca cosa. Fui yo la que comenzó a impulsar que es el problema principal que tiene la Argentina, y que es la economía bimonetaria la que causa el fenómeno inflacionario. Él no está tan convencido de eso, piensa más parecido a Guzmán con el tema del déficit fiscal, pero opiniones son opiniones”, disparó la vicepresidenta.
No era la primera vez que se refería públicamente a sus discrepancias con el exministro y con el rumbo de la política económica. En un clima de máxima tensión entre Fernández y Cristina, la misiva de Guzmán los puso cara a cara para tomar la decisión de nombrar a Silvina Batakis como la nueva ministra.
En el fondo de esta renuncia, dicen los expertos, están los problemas estructurales y coyunturales de la Argentina: la inflación —la más alta de la historia, con la salvedad de 1989 y 1990, cuando hubo hiperinflación— y el déficit fiscal por un lado, y el gran problema político por otro. Concretamente, la falta de respaldo político para llevar a cabo un programa económico.
Una de las decisiones a las que el kirchnerismo se opuso con ferocidad, por ejemplo, fue la refinanciación de la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que Macri había adquirido en 2018, y que debía comenzarse a pagar este año y ser saldada en 2024. En un escenario económico poco alentador, Fernández llegó a un acuerdo con el FMI en febrero, que después debió ser sometido al Congreso por primera vez en la historia. El Senado dijo sí. En protesta, Máximo Kirchner, diputado nacional, renunció a la presidencia del bloque Frente de Todos en la Cámara de Diputados. “No comparto la estrategia ni los resultados de la negociación con el FMI”, señaló en la renuncia. El hijo de la vicepresidenta estaba en completo desacuerdo con el presidente. En un paso clave que marcaría el rumbo económico.
La energía.
El directorio ejecutivo del FMI aprobó en junio la revisión del programa con Argentina. Con ello, un desembolso inmediato de 4.010 millones de dólares. El fondo consideró que las autoridades argentinas cumplieron las metas que se habían pautado a fines de marzo, cuando empezó este programa. A su vez, pidió “políticas fiscales más estrictas en la segunda mitad del año a través de una reorientación del gasto público”, según consta en el informe publicado el 24 de junio. En concreto, se hace mención al subsidio energético.
Argentina se comprometió a bajar el déficit fiscal primario del 3% del PBI en 2021 al 2,5% del PBI este año; después, bajar al 1,9% en 2023 y al 0,9% en 2024. Para lograrlo, se estableció una reducción de los subsidios energéticos, que equivaldrían al 0,6% del PBI.
“El lugar más obvio para reducir el déficit fiscal son los subsidios a la energía que hay en Argentina. El subsidio es mucho más grande que la Asignación Universal por Hijo”, ejemplifica Carlos Gervasoni, director del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la Universidad Torcuato Di Tella. “Pagamos los ricos y los pobres una tarifa eléctrica bajísima, y la diferencia entre lo que realmente cuesta la electricidad —también el gas y el transporte urbano, pero fundamentalmente la electricidad— y lo que los consumidores pagamos es enorme. Son miles y miles de millones de pesos que cubre el gobierno nacional”, explica a El País el especialista.
Entonces, para aliviar la presión sobre las finanzas públicas, el exministro Guzmán ideó una segmentación de los subsidios a las tarifas de la electricidad y del gas, de manera de que solamente se beneficie a los sectores más desfavorecidos. Pero el kirchnerismo no lo vio con buenos ojos.
Guzmán quería, desde hace mucho, el control de los organismos del gobierno que manejan estos subsidios: la Secretaría de Energía, la Secretaría de Energía Eléctrica y los entes reguladores del gas. “Pero estaban bajo control de funcionarios de Cristina”, dice Gervasoni. Entonces, bloqueaban sistemáticamente los intentos de reducir los subsidios.
El año pasado, Guzmán quiso echar a Federico Basualdo, titular de la Subsecretaría de Energía Eléctrica, identificado como cercano al Instituto Patria (el think tank de la vicepresidenta). Pero no pudo. También se rumoreó que, previo a su renuncia, Guzmán había pedido la cabeza del secretario de Energía, Darío Martínez, también funcionario del kirchnerismo. Tampoco sucedió.
Dice Gervasoni: “Mi lectura es que Guzmán se dio cuenta de que eso no iba a pasar, que por lo tanto los subsidios no iban a bajar y la emisión monetaria iba a tener que seguir. Y, en consecuencia, el programa iba a fracasar. Esto es: más inflación y más devaluación”.
Para Martín D'Alessandro, politólogo y profesor de ciencia política en la Universidad de Buenos Aires, “el huevo de la serpiente” de esta inestabilidad que aumentó con la renuncia de Guzmán, radica en “la difícil configuración política que se produjo en Argentina, que es el poder real en la vicepresidencia y el poder formal en la presidencia”. No es que haya una sumisión absoluta de Fernández, aclara el experto, pero para lograr el equilibrio necesario y no perder el apoyo del kirchnerismo, “que lo necesitó y lo necesita como el agua”, Fernández tuvo que poner funcionarios de los distintos sectores que forman parte del gobierno en casi todos los ministerios.
“Y el resultado de eso es una administración pública del Estado nacional prácticamente paralizada, porque las internas entre sectores del gobierno son muy profundas”, señala.
Como los distintos mandos en casi todos los ministerios están repartidos entre representantes de esas facciones, “no hay una capacidad de orientar la política pública”, apunta D’Alessandro. “Y eso tampoco lo hace quien debiera hacerlo: el presidente”.
Un nuevo animal.
Alberto Fernández y Cristina Kirchner no se hablaban últimamente, pero sí se referían el uno al otro en actos y en televisión.
3 de junio. “Te dije la otra vez, que vos tenías la lapicera. Te pido que la uses. Que la uses con los que tienen que darle cosas al país”, le dijo ella públicamente, cara a cara.
20 de junio. “Estas cosas son usar la lapicera”, apuntó Cristina mientras decía cómo había que tratar con una multinacional. Ya habían cortado el diálogo.
1° de julio. “El poder no pasa por ver quién tiene la lapicera: el poder pasa por ver quién tiene la capacidad de convencer”, dijo el presidente.
2 de julio. “¿Por qué fue tan atacado Perón? Porque usaba la lapicera en función del pueblo, por eso lo atacaron”, lanzó ella la misma noche en que Guzmán renunció.
¿A qué responde esta rivalidad entre las máximas figuras del mismo gobierno, de la misma coalición que votó la mayoría de los argentinos? Algunos expertos dicen que las diferencias no son profundas. Otros, que sí. Las respuestas se bifurcan pero terminan, irremediablemente, en el peronismo.
D’Alessandro no ve al oficialismo como una coalición, sino más bien como distintos sectores o facciones del peronismo. Y el peronismo es, como muchos otros movimientos de América Latina, heterogéneo en cuanto a lo ideológico; caracterizado por tener una gran flexibilidad ideológica. Esto le permitió virar en poco tiempo y con los mismos dirigentes desde un “neoliberalismo salvaje” y desde el indulto a los represores de la dictadura militar en la década del 1990 a, en menos de 10 años, “denunciar moralmente al neoliberalismo, abrazar el estatismo y la intervención estatal, denostar a la dictadura militar y abrazar la causa del terrorismo peronista de los años 70”, explica D’Alessandro. “Son muy pocos los partidos o los dirigentes que pueden hacer esa pirueta y seguir ganando elecciones”. Eso, que puede ser visto como una crítica, es en realidad una virtud desde el punto de vista de la política cruda, de la realpolitik, dice el experto.
En la historia ha sido más o menos así: cuando los proyectos estaban agotados o eran derrotados, había desafíos internos a la dirigencia del peronismo. En la década de 1960, cuando Perón estaba en el exilio, había un movimiento sindical que desafiaba al propio Perón. Cuando el peronismo perdió con Raúl Alfonsín la elección de 1983 —la primera vez que perdió una elección en su historia— hubo un movimiento, La Renovación, que desafió a las autoridades. Cuando esa renovación perdió una interna con el expresidente Carlos Menem, el menemismo “sacó de la silla” a esos renovadores que querían un peronismo republicano, dice D’Alessandro, y ocupó la dirigencia durante 10 años.
Después del menemismo vino el duhaldismo; cuando el duhaldismo perdió, lo reemplazó el kirchnerismo. “Cuando el proyecto se agota o pierde, viene un nuevo liderazgo que desafía al que está en el poder y lo reemplaza”, señala el politólogo argentino.
Y no hay partido en el mundo que tenga eso.
Gervasoni busca con cuidado las palabras para definir el kirchnerismo. “Es una suerte de ala izquierdista, populista, estatista” dentro del peronismo, dice. Pero también hay políticos más inclinados al centro o a la centroderecha dentro del mismo gobierno. El politólogo pone como ejemplo al presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, quien fue opositor del peronista Daniel Scioli en 2015, y hace unos días ambicionaba la jefatura del gabinete.
En tanto, la analista política Analía Del Franco entiende que esta “grieta” entre presidente y vice “es más de forma que de fondo”. “En realidad las diferencias no son profundas. Se trata de quién detenta el poder. Esto se ve en lo de la lapicera, por ejemplo; una cosa frívola”, dice. “En lo que tiene que ver con la postura internacional, no tienen grandes diferencias”, advierte Del Franco, en relación con que el gobierno “no va a desvincularse del fondo”. La distancia entre Fernández y Cristina “tiene que ver con una tensión política y una lucha de poder dentro del Frente de Todos, y no necesariamente una discrepancia total de las políticas que se estaban llevando”, sostiene.
Ahora, después de tantas idas y vueltas, cediendo el ministerio más importante al kirchnerismo, ¿qué lugar ocupa el presidente?
Para Gervasoni hay “un nuevo animal” en la Argentina: “un gobierno donde el presidente no es el líder”.
Claudio Fantini, columnista de El País, opina que, igual que un pac-man, Cristina dio “el último tarascón que le devoró lo único que le quedaba (a Fernández) como vestigio de autoridad: el ministro de Economía que él había elegido”.
“Para defender con éxito su último bastión, tenía que darle a Martín Guzmán los instrumentos que le pedía para ejercer su función. Pero como echar a los funcionarios puestos por Cristina con la misión de sabotear al ministro habría implicado sublevarse ante la vicepresidenta, el mandatario mantuvo a Guzmán en la trinchera pero sin armas para defenderse del bombardeo kirchnerista”, expresa Fantini.
Gervasoni dice que, si bien el presidente no es el líder y “seguramente” la vicepresidenta tenga más poder, “no es verdad que Cristina domina todo. Tiene muchísimo poder, pero no hace lo que ella quiere. Alberto Fernández ha mantenido a ministros que él quiere mantener”, apunta.
En tanto, D’Alessandro recuerda que había en Argentina cierta expectativa de que Fernández, siendo ya presidente y habiendo sido tan crítico con Cristina, iba a rebelarse, a gobernar “con cierto sentido común económico que Cristina no tiene”, plantea. “Pero a esperar eso fue siempre una quimera. Fue la expectativa de gran parte de la empresariado, de gran parte de la intelectualidad —increíblemente— y de gran parte del periodismo en la Argentina. Y siempre fue una ilusión”. Al mismo tiempo, el politólogo reafirma que “el otro extremo” —una vicepresidenta con el poder absoluto— tampoco ocurrió.
Turismo y frontera.
Con el dólar a 273 pesos argentinos al cierre de esta edición, el sector turístico y del comercio en Uruguay ve un futuro desalentador. “El parche que tuvo la frontera en la pandemia ya se levantó, y la situación, en términos de diferencial de precio con Argentina, es la peor en los últimos 40 años”, dice Nicolás Cichevski, economista y gerente de CPA Ferrere. “Y eso necesariamente va a tener un efecto negativo en el comercio y los servicios de toda la frontera litoral”.
Cichevski proyecta una temporada turística “muy mala en términos históricos”. Quizá pueda ser mejor que la de este año, que se vio fuertemente afectada por ómicron, “pero en términos históricos va a estar lejos de la última temporada prepandemia, que ya había sido mala. Y más lejos de una temporada promedio”, señala el economista.
De hecho, desde el otro lado del río ya hay señales que alarman a los operadores turísticos. “El derecho a viajar colisiona con la generación de puestos de trabajo”, indicó la flamante ministra Batakis cuando se le consultó sobre si habría más restricciones para acceder a dólares para el turismo. “El dólar es un recurso escaso y esos dólares tienen que estar a disposición de ampliar la matriz productiva”, señaló en entrevista con el programa A dos voces (TN) el pasado jueves, e indicó que se iban a tomar medidas al respecto.
Todavía es imposible llegar a un consenso sobre el rumbo que tomará la economía en Argentina. Hay analistas que sostienen que Batakis no tiene tanto margen de acción. Otros esperan un cimbronazo. Como siempre, todo parece ser una cosa o la otra: un ajuste macroeconómico ortodoxo que evite el default o un populismo extremo en este año preelectoral.