El grotesco sin fin: una crónica desde Argentina sobre el dolor, la vergüenza y el fin del kirchnerismo

La imagen de Alberto Fernández en franco derrumbe, ¿es metáfora de algún otro final? El periodista argentino Alejandro Seselovsky explica el momento que se vive en la vecina orilla tras los escándalos.

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Alberto Fernández y Fabiola Yáñez.
AFP

Desde Buenos Aires
El grotesco de la realidad política argentina viene mostrándose capaz de perforar cada nuevo piso que encuentra. Mostrándose capaz de obtener, semana tras semana, un nuevo calado, una nueva y penosa profundidad. Sepan que escribo estas líneas con dolor. Soy argentino, hijo de argentinos, padre de argentinos. También soy marido de uruguaya y ojalá no tuviera que contarle al país de mi compañera el desengaño profundo, la íntima vergüenza que me envuelve como un capote de miseria cuando considero la posibilidad de que hayamos elegido un presidente de la República, un comandante de la Nación, capaz de, a puño cerrado o cobarde bofetada, golpear a la madre de su hijo.

La fotografía de la ex primera dama Fabiola Yáñez con un ojo negro, en estremecedora compota —fotografía que hemos decidido no republicar en estas páginas siguiendo el pedido del Ministerio Público Fiscal argentino para no revictimizar a la mujer denunciante— es, entre tantas cosas que es, un arribo al desencanto, esa clase de sitio a donde no deberíamos llegar.

Ahora bien, la marca de esa herida es solo el encabezamiento de un anillado más hondo y más desolador. En la declaración que hizo por videoconferencia desde el consulado argentino en Madrid mientras la escuchaba en los tribunales de Buenos Aires el fiscal Ramiro González, la señora Yáñez dijo que Alberto Fernández la instó a practicarse un aborto en el año 2016, cosa a la que ella finalmente se sometió, lo que configura una acción de violencia reproductiva. Que la controlaba celosamente, por lo que para dejar saciada su sed de inspección Yáñez prefería invitar a sus amigas a la residencia de Olivos en lugar de salir a bares o restaurantes, lo que configura acciones de violencia psicológica. Que Fernández buscaba seducir mujeres sin cuidarse necesariamente de la presencia de Yañez —algunas de esas mujeres, incluso, eran amigas de ella.

Que la pateó en el vientre cuando estaban buscando al hijo que finalmente tuvieron. Aquellas patadas tuvieron lugar el 12 de agosto de 2021. Francisco Fernández Yañez nació el 11 de abril de 2022. Hay ocho meses menos un día entre una fecha y otra. Ya estaba creciendo ese hijo en esa panza mientras, siempre según lo declarado por Yañez en el expediente, al otro lado le llovían los puntapiés del señor presidente, su padre.

Que la humilló. Que la culpó de las derrotas electorales. Que la abofeteó regularmente y más de una vez se fue a dormir con la cara caliente.

Fernández negó estas acusaciones. Dijo que el ojo negro fue producto de un tratamiento estético contra las arrugas y que el moretón de la axila se debió a que ella quiso pegarle a él y entonces él debió tomarla del brazo. Que es una alcohólica y una adicta. Y que lo extorsionó. Que Yañez lo llamó para decirle que le habían ofrecido tres millones de euros por contar su historia de maltratos en un documental y efectuar la denuncia pública. Que qué le ofrecía él para que desistiera de hacerla.

Cristina Fernández, quien lo ungió candidato a presidente en 2019, dijo que las fotos de Yañez lastimada delatan “lo más sórdido y oscuro de la condición humana”. El dirigente Luis D’Elia, en cambio, invitó a Fernández a “encerrarse en una habitación y pegarse un tiro en la cabeza”.

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Fabiola Yáñez, ex primera dama de Argentina.
EFE.

Las fotos fueron encontradas en el teléfono de María Cantero, exsecretaria de Alberto Fernández. El celular había sido secuestrado por la justicia, que investigaba a Fernández en un caso de contratos de seguros para jubilados durante su presidencia. Nadie las estaba buscando. Fabiola Yañez afirma no haberlas filtrado. Son una serendipia, esas fotos. La RAE define serendipia como “hallazgo que se produce de manera accidental”.

Otra vez: el hondo bajofondo de la política y sus tramas en descomposición.

Le pusieron Francisco, Alberto y Fabiola. Así bautizaron a su hijo en homenaje al Papa de Roma, quien en 2013, en un encuentro con alumnos de colegios jesuitas ocurrido en el Vaticano, había dicho que, ejercida noblemente, “la política es una de las formas más altas de la caridad”.

Aprender democracia

Hubo en Argentina un sujeto político de masas, un actor crucial del sistema de representatividad y el gobierno del Estado, que ganó cuatro de cinco elecciones presidenciales y la que perdió la perdió por dos puntos y medio. Un sujeto político al que podemos buscarle distintos nombres (kirchnerismo, peronismo kirchnerista, perokirchnerismo) cuya curva de poder duró veinte años y del que Alberto Ángel Fernández fue cara de su retorno, cuando el padrón opositor llevaba tiempo tuiteando con fuerza #NoVuelvenMas.

En la fotografía del expresidente Fernández que publicó esta semana el diario El País de España, lo que se deja ver es un sujeto acabado, consumido. Un sujeto abismado y final, de pie pero con las manos apoyadas sobre lo que parece ser el respaldo de una silla, a falta de respaldos mejores. La pregunta corresponde: la imagen actual de este hombre en franco derrumbe ¿es metáfora de algún otro final?

Alberto Fernández y Fabiola Yáñez
Alberto Fernández y Fabiola Yáñez.
AFP

Durante sus dos décadas de comandancia, interrumpida por un mandato que Mauricio Macri no consiguió renovar, este sujeto político de masas se entendió y produjo combustión mutua con dos narrativas críticas, decisivas, de la época: la puesta en valor de los derechos humanos primero, y los feminismos triunfantes de la batalla cultural después. Ambas con sus respectivas traducciones en políticas materiales: cárcel a los condenados por delitos de lesa humanidad e interrupción voluntaria del embarazo, que fue militada bajo un enunciado más directo: aborto legal.

Alberto Fernández con la corbata verde declarándose un “presidente feminista”, antes. Ahora: Alberto Fernández sin corbata, posando para un diario español dentro de un saco que lo sobra.

“El kirchnerismo terminó el día que tuvo que recurrir a Alberto Fernández”, me dice Adriana Amado, doctora en Ciencias Sociales de Flacso, licenciada en Letras de la UBA y directora del Centro para la Información Ciudadana. Amado está viendo esta ópera siniestra circunstancialmente desde Madrid, donde coordina la carrera de Comunicación Visual y Nuevos Medios de la Universidad Camilo José Cela. Le pregunto cómo se ven las cosas desde allá y entonces retoma: “Lo que estamos viendo hoy es lo que quedó de haber ido a buscarlo. Es la discoteca a las once de la mañana, la resaca, la borra de esa experiencia. Estoy conmovida, pero no puedo decir que esto me haya sorprendido”.

—¿No?

—Y, un tipo que en la cumbre de su popularidad, a las tres de la mañana y con un whisky encima se ponía a tocar la guitarra y a mandar saluditos por Twitter a las chicas… Lo que estamos viendo ya estaba ahí.

El estupor es una emoción paralizante, una conmoción que necesita la condición material de lo insólito para poder ocurrir: no es posible acostumbrarse a él porque entonces ya no sería estupor. Este Alberto Fernández presunto, al que le cabe el principio de inocencia consagrado por la filosofía del Derecho, también está cruzado por la discursiva transversal feminista que ha reclamado creer de antemano en el testimonio de la mujer agredida para conferir así perspectiva de género a la acción procesal. Es, entonces, fatalmente un Alberto indigerible que se nos presenta pateando el estómago de su mujer embarazada. Estupor y enseguida, espanto.

Pero el cuerpo social —en una Argentina donde ha caído con fuerza la inflación, pero ha crecido con fuerza la pobreza, donde mes a mes se deterioran los indicadores de consumo interno a la vez que la popularidad del presidente Javier Milei se mantiene estable— necesita sacudirse de encima el congelamiento frente al horror y seguir adelante. Así, las audiencias se inventan su espectáculo, su culebrón. Ahí está Alberto y la desdicha de sus acciones. Y ahí está la forma en la que lo consumimos. En el medio, aparece el video de Tamara Pettinato en Casa Rosada con una cerveza en la mano en trance de caramelización concupiscente.

La aparición de esa pieza provoca lo que el raquetazo de una droga dura: necesitamos inmediatamente un nuevo video. Inmediatamente significa: lo necesitamos para ya.

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Captura del video de Tamara Pettinato grabada por Alberto Fernández en Olivos.

En la pantalla de TN, en horario central, la periodista Mercedes Ninci informa que hay una imagen con una chica desnuda junto a Alberto Fernández que todavía no fue publicada, pero ella sabe de quién se trata. Jonatan Viale saca cuentas. Nicolás Wiñazki también. Ninci dice: “Es una que estuvo en el Bailando”. Se hace un silencio trémulo. El legislador porteño Ramiro Marra, referente fundacional del partido que hoy gobierna la Argentina, dice entonces, y más que decirlo lo pide, lo reclama festivamente: “¡Ahora que diga el nombre!”. Todos ríen.

Marra está replicando la escena que se repite en la calle, en los bares, en las oficinas, entre los ciudadanos de pie, por más que él mismo no lo sea por tratarse de alguien que ha obtenido de la mayorías una delegación de representatividad política. Marra está diciendo, en la semiótica de la ansiedad de las masas, lo que todos de algún modo decimos: queremos más morbo, queremos más pornografía del poder.

Escribe Adriana Amado en Política pop, de líderes populistas a telepresidentes (Ariel, 2016) que la proliferación de los populismos, especialmente en América Latina, puede descomponerse en “pop + ulismo”, lo que asegura dos enfoques en un misma explicación: el pop, que corresponde a la comunicación y el ismo, que permite el enfoque desde la ciencia política. Se infiere entonces que el régimen político ha mutado hacia el régimen mediático, porque este último “integra los rituales cotidianos de sociedades más apegadas a los medios que a la política”.

—Pasamos de 20 años de “les pibis” al cierre del Inadi ¿Qué pasa, Adriana?

—Cuando gobernás todo el tiempo desde la gesta, desde una ilusión de la épica permanente, el día que se termina eso lo que queda es un derrumbe. Nadie comprendió la lógica de lo colectivo.

—¿Qué comprensión sería esa?

—La de hacer un Inadi o un Ministerio de la Mujer al servicio de la ciudadanía, y no como herramientas políticas para sostener electorado y tropa propia. Porque entonces la que está siendo abusada ahí es la Argentina. Hay que madurar la forma en la que nos vinculamos. No podemos seguir aprendiendo democracia con tanto dolor.

Abro hilo

Nadie podía decir que José Alperovich fuera un hijo del riñón kirchnerista, así que cuando el tres veces gobernador de Tucumán fue condenado a 16 años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos por habérselo hallado culpable del delito de abuso sexual agravado por el vínculo, al tejido central del peronismo Ká no le costó trabajo desconocerlo. Ahora, con Fernando Espinoza ya no fue tan sencillo.

El intendente de La Matanza, que está sentado sobre un mar de votos peronistas en un distrito donde el peronismo ha sido imbatible desde 1983, fue procesado por abuso sexual, no se presentó a las audiencias de conciliación y ahora espera el comienzo del juicio. La caída de Martín Insaurralde, otro casting fallido de CFK, ordenó un tipo diferente de ulceración, el de la ostentación de la riqueza, con él en un yate de lujo bronceándose bajo el sol en Marbella y haciéndose acompañar por una escort que no dudó en postear los regalos que el exintendente de Lomas de Zamora presuntamente le había hecho: un reloj Rolex, una cantidad carteras Louis Vuitton. Lomas es un pulmón empobrecido del conurbano sur. Después del escándalo, el delfín de Insaurralde volvió a ganar la intendencia.

Del periodista partidario Ezequiel Guazzora, con prisión preventiva por corrupción de menores y tenencia de pornografía infantil, no se puede decir que fuera más que un groupie, un marginal —aunque más propio que ajeno. Ahora, la visibilización del acoso que el analista internacional Pedro Brieger desplegó entre compañeras de trabajo y alumnas por casi 30 años, ese puñal sí que entró en el corazón del progresismo filoká. Así que, ya ven, para sentir un nuevo estupor al otro lado de este trágico hilvanado sin honra hacía falta una manifestación brutal, extraordinaria y bárbara. Por ahora, a esa lacerante manifestación la estamos llamando Alberto Fernández.

Familia

Roberto, Tamara, Homero y Felipe: la familia Pettinato

Roberto Pettinato, el padre, se volvió un cancelado social después de que lo denunciaran por acoso sexual en el ámbito laboral y que comenzaran a reproducirse los testimonios de las mujeres que lo habían sufrido: Fernanda Iglesias, Josefina Pouso, Karina Mazzocco. Otras excompañeras, como Amalia Granata, salieron en su defensa. Después de años con fuerte presencia en la pantalla abierta argentina, se retiró y todavía no ha completado su regreso. Hoy tiene 68 años.

Tamara Pettinato es la mayor de sus cinco hijos. A la vez que Alberto Fernández recibía la denuncia por violencia y maltratos de parte de Fabiola Yañez, se filtraban los videos de ella coqueteando con el presidente en Casa Rosada. Ella tomando una cerveza y jugando a la seducción, él pidiéndole “decime algo lindo”. Tamara explicó recientemente que esas escenas no ocurrieron durante la restricciones de la pandemia y que luego de la filtración Alberto Fernández la llamó para disculparse. Tamara tiene 39 años y ayer se filtró un nuevo video donde se la ve sentada en el sillón de Rivadavia.

Homero Pettinato es el hermano del medio, de los tres hijos que su padre tuvo con Cecilia Dutelli, su primera esposa. Ha crecido como conductor de radio y de televisión, pero como si un destino persiguiera las acciones públicas fallidas de la familia, durante una celebración de Olga, el canal de streaming donde trabaja, Homero tomó intempestivamente el micrófono y dijo, en referencia al presidente Javier Milei: “La mitad del país votó a un tipo que se coge a la hermana”. Con la aparición de los videos de Tamara y Fernández, esa “hermana”, en la crueldad de las redes, cambió de identidad y pasó a ser la suya. Pidió disculpas. Homero Pettinato tiene 36 años.

Felipe Pettinato, el menor, está acusado de provocar intencionalmente el incendio en el que murió su neurólogo. Quedó a un paso del juicio oral después de su procesamiento. Es imitador de Michael Jackson. Tiene 31 años.

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