En medio del trajín de un mediodía, entre semana en la Avenida 18 de Julio, Gustavo Salle preside un almuerzo con medio centenar de seguidores; un cónclave de sallistas que tomaron un tramo de la vereda y comparten chorizos y carne asada, pan y cerveza, refrescos, en un ambiente de fiesta, otra más, a tres días de las elecciones que le dieron a Identidad Soberana 64.735 votos (que ascienden a 65.796 incluyendo los observados) y dos bancas en la Cámara de Diputados, cargo que ocupará junto a su hija Nicole.
Salle, en la cabecera de la mesa, es la persona con más años de este grupo que lo idolatra. Para hacerse oír entre las risotadas y alaridos de celebración, agarra un megáfono -el megáfono- y exclama:
—¡Le damos la bienvenida al diario El País!
Esto, dependiendo de cómo se mire, puede ser un recibimiento jocoso o una advertencia. Porque con Salle, ya veremos, todo es así: un poco en chiste y un poco peleando.
El plan original era entrevistarlo en su casa, en Carrasco. Conocer a su esposa Alba, que “colaboró mucho en la trinchera de los valores” -o sea en montar el local en el que estamos reunidos-; que es la que le pide “paz”, le pide “tolerancia” con los medios de comunicación con los que ha confrontado. Y le aconseja que en el Parlamento “no se regale”.
Pero no se pudo.
Salle canceló la invitación. Tal vez debido a la polémica que generó la difusión de un posteo en el que su hija aseguraba que el accidente del ómnibus en Pocitos fue provocado porque el chofer se había inoculado contra el covid; o tal vez porque su esposa prefirió resguardar su hogar de una exposición que “la mortifica”.
—Está mortificada, porque ayer salimos a cenar y a mí me gusta andar en la “salleneta” -una camioneta ploteada con la cara de Salle- y la gente nos tocaba bocina, nos saludaba, nos pedían que bajáramos el vidrio, nos sacaban fotos… -cuenta el dirigente.
La esposa tiene un perfil bajo, pero Salle añora la atención. Se alimenta de ella. Siempre fue así: “Yo nunca tuve pánico escénico”, suelta para definirse.
Cuando cursaba abogacía, estudiaba los textos leyendo en voz alta en el porche de su casa: “La gente pasaba y escuchaba a un muchacho joven hablando de contratos, de derecho penal”. Sus antiguos colegas en el ámbito judicial, como el fiscal Carlos Negro, lo recuerdan por “un manejo formidable de la oratoria”. Incluso, dicen algunos, por ser divertido. “Me encanta la joda, la chanza”, agrega él.
Más tarde, cuando comenzó a denunciar a políticos extranjeros -como Henry Kissinger por el Plan Cóndor- y a uruguayos, entre otros temas por la gestión de Pluna y de UPM, y cruzó a la política invitado por el Partido Verde Animalista (PVA), y sacó el megáfono y creó palabras como la cleptocorporatocracia, y montó espectáculos grotescos, con cadenas y ataúdes, algunos vieron sus métodos como una forma de “hacerse oír”, de atraer a los medios.
Pero luego empezaron los insultos a los políticos, su lucha contra la plandemia, contra las organizaciones “nefastas” -el sionismo, la masonería, el jesuitismo, el narcotráfico-, una cruzada en contra de las vacunas, de la ideología de género, de los defensores de la pedofilia y del aborto, de la agenda 2030 y del nuevo orden mundial, entre muchas otras causas contra “los poderosos”, y entonces hubo quienes le advirtieron que tuviera cuidado, “que del ridículo no se vuelve”.
En las elecciones de 2019 lo votaron 19.392 personas. “Los dejé con un lindo dinero y yo me quedé con lo que me correspondía”, dice Salle. Su discurso, al fin y al cabo, había logrado un eco. Con ese estímulo -el de los adherentes y el del dinero que podría ganar con más votos también, dice una fuente que trabajó con él- dio un paso al costado del PVA y junto a su séquito más leal creó Identidad Soberana: un trono que, según sus antiguos compañeros del partido, montó para desplegar su desmedido narcisismo.
Como sea, un puñado de años después Salle triplicó su tribuna, integrada por un público “poli ideológico”.
—Voy desde la ultraizquierda guevarista hasta los filonazis -dice, mientras canturrea la canción cubana Hasta siempre, comandante.
—¿Y está cómodo con eso?
—Es lo que es -responde, a secas.
De todas las atenciones, decíamos, Salle anhela la de los medios, y ahora que el escenario cambió y su partido será clave en las negociaciones dentro del Parlamento, se regodea en el interés que le demuestran los periodistas. Y también algunos políticos, como el candidato de la coalición Álvaro Delgado, que lo llamó y le pidió una reunión en un intento de compartir los votos de su electorado, pero Salle lo rechazó. “Yo sabía que me iba a llamar, ¿cómo no va a llamarme si yo tengo la llave?”, presume.
Este es su momento.
Finalmente está en boca de todos.
El miércoles pasado, mientras sus militantes almorzaban en la vereda, a pocos metros del Obelisco, a Salle se lo veía respondiendo los continuos repiqueteos de su celular, y al saludo de los transeúntes que le pedían una foto, y a los bocinazos de los autos. Megáfono en mano, un sallista hizo sonar una sirena e inició un coro al son de “¡que Salle no se calle!”. Un ómnibus que circulaba vio la escena y se detuvo, el chofer abrió la puerta y le hizo un gesto a Salle que, imbuido en el clamor de la fama, se subió.
Los militantes eufóricos, exclamaron:
—¡Es esto lo que tenemos que pasar en las redes sociales!
Mientras, alzaban los celulares, filmando el show que su líder les daba.
Fútbol con el gran maestre
El centro de operaciones de los sallistas es un espacio austero, con tablones de madera recostados contra una pared, tachos de pintura vacíos, una heladera, una televisión, una bandera artiguista, listas apiladas en el piso, papeletas a favor del plebiscito de la seguridad social, dos retratos de Salle con el fallecido exfiscal Enrique Viana, y un cuadro como los que usan las quinceañeras para reunir los mensajes de sus afectos.
Se lee: “Esta empresa es colosal y los elegidos un puñado, que seremos multitud en el futuro. Bienvenidos los valientes!”; lo firma Mónica Gerez, integrante de la lista 18010 como segunda suplente un tal Román López.
La entrevista transcurre con el dirigente custodiado por una docena de seguidores que lo escucha con devoción y registra con sus teléfonos la totalidad de la charla. No lo interrumpen jamás. Si Salle habla, no vuela ni una mosca. Pero los que están afuera siguen de festejo y lo reclaman. Cada pocos minutos lanzan un desgarrado “¡que Salleee no se calleee!”.
El dirigente suspira.
Aprieta los ojos.
Le dice a uno de sus soldados:
—¿Podemos pedir por favor, un poco de silencio?
Se lo ve exhausto.
Quienes estuvieron a su lado en las elecciones pasadas dicen que Salle es incansable. Lo describen así: “Es el militante soñado por cualquier dirigente, porque es un tipo que trabaja 24 horas. Para él, hacer 500 kilómetros para ir a hablarle a 10 personas es lo más normal del mundo. El tema es que se vuelve inmanejable, incluso para sí mismo”.
Después del domingo electoral, Salle no quiso perderse su tradicional partido de fútbol con los amigos del coqueto Club Náutico, un hobby que mantiene cada lunes, desde 1993.
Allí comparte cancha con la leyenda de Nacional Tony Gómez. Antes jugaba con el exdueño de la cadena de supermercados Devoto, al que provocaba hablándole de proyectos de nacionalización de grandes superficies, y con un amigo comunista al que arengaba llamándolo “traidor oligarca”, y éste le retrucaba diciéndole “alcahuete de Manini”.
—En ese grupo también soy un personaje. Esta es mi forma de ser. En el fútbol juego bromeando, hablando, gritando, diciendo chistes, con insultos -dice.
En el fútbol, asegura, solía coincidir con el gran maestre de la masonería uruguaya, con quien discutía en apasionadas tertulias previas al partido. “Si yo hubiese querido, hubiera entrado a la masonería por la puerta más grande que puedan imaginar”, dice y aclara:
—Es un clima de chanza, porque la convivencia tiene que ser una convivencia tarde o temprano civilizada.
Como con su nuera frenteamplista, “con la que me llevo bárbaro”. Como cuando acompañó a votar a un militante y se sacó una foto con un grupo del Partido Nacional. Como con sus excolegas:
—Yo tenía jueces masones, del Opus Dei, de izquierda, y más allá de mi discurso antimasonería, he tenido la satisfacción de que me llamen algunos masones para felicitarme.
—¿Entonces el enojo, la rabia, es una actuación, es un tono impostado?
—No, es la vida. Me gusta, lo disfruto. No hay nada impostado. Esto es así. Me gusta hacer algo y lo hago. Me gusta ir colgado de la camioneta y voy colgado de la camioneta, me gusta ir arriba del techo y voy arriba del techo.
En el Parlamento, advierte, ya habrá tiempo para “ponerse serio”.
La revelación. Convertirse en legislador era una fantasía de Salle desde que era un niño. “Cuando leía la historia de Roma, los senadores romanos, las túnicas blancas, las sandalias, el foro. Desde ahí. Demoró, pero llegó”, dice.
Salle creció en el barrio Sayago, junto a un hermano que se convirtió en dentista -como su hija Nicole, la antivacunas-, es hijo de una maestra y de un empleado de comercio “que empezó muy de abajo y terminó dirigiendo una sociedad anónima”. La meritocracia incidió en su crianza, reconoce. Por eso “lo que está pasando” lo siente como una forma de “cumplir” con sus padres.
Hubo un punto de inflexión, uno bien gráfico. Una revelación que ocurrió mientras enterraba a su madre, cuando el cajón se hundía en la tierra y Salle pensó que pronto le tocaría a él y que “no podía ser un viejo cobarde”, “de acá en más yo tengo que hacer algo”, “¡arriba, vamo’ arriba!”, se agitó a sí mismo.
—Llegué a mi casa y le dije a mi señora “voy a ser candidato a la presidencia”; “estás loco”, me dijo. Llamé a Enrique (Viana) y le dije “voy a ser candidato a la presidencia” y me dijo “estás loco, pero te acompaño”.
Viana falleció en 2021, pero antes colaboró en la candidatura de su amigo en el PVA. A ese partido lo invitó su fundador Leonel García, que creyó que un abogado “con cierta visibilidad” podría ayudarlos a ganar proyección.
—Y fue así, pero Salle es muy contradictorio. Es muy inteligente, pero muy personalista. Con él era todo yo, yo y yo.
Aunque las cosas no terminaron del todo bien, en un Parlamento que dejó afuera de su conformación a legisladores interesados en causas ambientales -sin César Vega, sin Eduardo Lust, sin Rafael Menéndez-, esperan que Salle sea “quien tome la bandera” de sus reclamos. A cambio, dice García, le acercarían material. Algo que ya hace Raúl Viñas, integrante del Movimiento por un Uruguay Sustentable, hipercrítico con UPM y sus consecuencias ambientales, quien le proporciona varios de los datos que Salle luego dispara frenéticamente por el altavoz. En definitiva, los antiguos compañeros podrían convertirse en sus asesores.
—Igual tarde o temprano van a tener problemas con él, porque es muy petulante, muy autoritario -golpea García.
Los que “despertaron”
La votación de Identidad Soberana fue una sorpresa, alcanzando el 2,69% del escrutinio, superando a Cabildo Abierto y al Partido Independiente. Pero, aún así, el núcleo duro del sallismo se quedó con un sabor amargo. Esperaban dar el “sallazo” y llegar al Senado.
—Hubo un momento en que pensé que podía ser mayor. Un colega del Partido Colorado me hizo llegar una encuesta que nos daba 4,1% y ahí agarré un viento en la camiseta que yo ya me veía en la poltrona celeste -dice Salle.
Le faltaron entre 5.000 y 10.000 votos.
Alejandra Carro, una bancaria decepcionada del Frente Amplio tras la instalación de la primera UPM, sallista desde las primeras horas gracias a un amigo “bien de nuestro estilo”, que vendrían a ser “gritones, enojados con la vida”, convertida en la relacionista pública del partido, también esperaba más votos.
—Veo el crecimiento desde hace mucho tiempo, y más aún desde el domingo pasado. El teléfono no para de sonar.
—¿Quién es el votante de Salle?
—Es el despierto, el que me llama y me dice “¿hola, Alejandra? Desperté”.
Uno que despertó es Danilo Silva, miembro de la Asociación de Funcionarios de la Universidad del Trabajo del Uruguay. Su conexión con Salle surgió a partir de la “militancia social durante la plandemia”, en la que notó una necesidad urgente de organización y apoyo social. “Lo que Gustavo dice es claro y contundente; denuncia con valentía y sin evasivas”, afirma.
También despertó Luis, guardia de seguridad, que lo sigue a Salle porque “cuestiona temas como la deuda externa y el control que las multinacionales ejercen sobre la política uruguaya”. “Antes el Frente defendía a los trabajadores y estaba en contra de las grandes empresas extranjeras. Pero eso cambió cuando llegaron al poder”, le recrimina a la izquierda.
En la misma línea está Javier, también guardia de seguridad. “Habla de lo que nadie quiere hablar, como los sueldos de hambre que ganan muchos trabajadores, incluidos los guardias de seguridad y empleados de limpieza”.
Los que despiertan, dice Carro, en general eran votantes del Frente Amplio, alguno era cabildante, alguno era blanco. “Muchos están desilusionados de los partidos que ya gobernaron y muchos se despertaron por la plandemia”, resume. Según una estimación del equipo de Salle, el 66% seguirá su sugerencia de votar anulado en el balotaje. El resto se dividirá, aunque para el dirigente el discurso anticleptocorporatocrático “es un discurso que se acerca más a la manipulación de izquierda que a la de derecha.”
Los dos Salles
Salle está convencido que desde el primer gobierno de Sanguinetti en adelante “se ha gobernado para la oligarquía internacional”. “¡La corrupción, el clientelismo, los acomodos cuestan 4 mil millones de dólares por año y vivimos a puro préstamo, 10 millones de dólares por día”!, increpa y la tribuna de militantes asiente con indignación.
Pero ahora él “tiene la llave”, “la llave para bajarle el pulgar a la ideología de género”, y subirlo “cuando venga la propuesta de derogación de la reciente ley de los activos financieros digitales, por la moneda digital emitida por el Banco Central, que es el preámbulo de la esclavitud financiera que quiere la elite”.
—¡La llave de la politiquería barata!, ¡de las estupideces! -grita-. Vos me podrás decir no tanto, porque el presupuesto lo van a votar juntos (Frente Amplio y coalición), pero vamos a luchar, ¡cuando digan que quieren millones para hacer carreteras para UPM, no muchachos!, ¡ahora vamos a preocuparnos de la salud, vivienda, trabajo, de la industrialización!
Dicen que está Salle el personaje y Salla la persona. Que es mucho más tranquilo y cordial cuando no hay cámaras ni micrófonos. Que cuando era abogado se comportaba “como un caballero”, según el fiscal Negro. Que en el ámbito judicial, “era uno más”, “no había nada extravagante en él”, describe el fiscal Gilberto Rodríguez. “Era un abogado muy correcto y serio”, lo recuerda Gabriela Fossati. “Una persona con códigos, que cuando te da la mano tenés la certeza de que va a cumplir”, dice el abogado colorado Jorge Barrera. Para él, Salle “tiene claro cuáles son los roles” y se comporta en consecuencia. Así será, confía.
Si hasta el momento Salle parece estar en otra frecuencia, habrá que ver cómo calza en el Parlamento.
En el almuerzo de la militancia, tres jóvenes sallistas que lo votaron en sus primeras elecciones, pintan así el futuro:
—Ya lo han amenazado con aplicarle el artículo 115 para removerlo -por desorden en su conducta-, por eso lo están obligando a tomar una actitud de reprimir sus pensamientos.
—¿Y cómo debería comportarse?
—Decir solo lo necesario.
—¿Pero no es que lo votaron a Salle para que no se calle?
—Se va a callar por las circunstancias, pero afuera del Parlamento va a seguir con el mismo discurso, porque el sistema lo obliga a hacer esto.
Salle dice que Lucía Topolansky acertó cuando opinó que “por su condición de jurista no va a hacer ninguna locura”.
—Evidentemente van a haber discusiones muy ásperas y pueden generarse rispideces que no se subsanen, porque voy a defender mis principios a capa y espada, pero evidentemente tengo normas de convivencia -dice Salle, cordial.
Que él puede.
—Yo te puedo decir chavacanamente una cosa, o tan técnicamente que capaz hay muchos que no lo van a entender.
Que van a elevar el nivel técnico legislativo, él y su hija. Que no se a vender y que está preparado para los dardos.
—Yo soy un individuo que va arriba de un tanque de guerra girando 360 grados, tirando balas de grueso calibre, ¿qué puedo pretender entonces? ¿Que me tiren con pétalos de rosa?
La noche del sueño cumplido
En la sede de Identidad Soberana el domingo de noche se festejó mucho antes de que estuvieran las primeras proyecciones de las encuestadoras. En el pequeño y humilde comité del nuevo partido tenían la televisión prendida y, cuando salió el primer voto con una lista de Identidad Soberana, todos celebraron y se unieron al canto de “Que Salle no se calle".
En el “búnker” de Identidad Soberana un hombre era el encargado de llevar tranquilidad, cuando iban apareciendo los primeros números. Los militantes estaban con una energía que ni el propio Gustavo Salle manejaba. Gabriel Mayer era el que tenía la posta, al que Salle escuchaba con atención, cuando la noche avanzaba y ya daban la seguridad de un segundo diputado. Su vínculo con Salle data de 2019, cuando Mayer comenzó su militancia política activa en el Partido Verde Animalista. Desde entonces ha sido un seguidor del doctor Enrique Viana (hoy fallecido) y Salle, a quienes conoció a través de su programa radial El Poder Real en Radio Fénix. Para Mayer la responsabilidad que le dio el líder del partido no fue menor: supervisó la logística electoral, desde la distribución de listas hasta la capacitación de delegados. “Hice un video de capacitación para delegados y estuve en la sede coordinando las llamadas”, comenta Mayer.
En cuanto al acceso a las listas, Mayer dice que el sistema electoral favorece a los partidos grandes: “No creo que ninguno de ellos quiera perder sus privilegios, esto fue diseñado en otro Uruguay, hace 100 años”.
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