"Vamos ocho a cuatro y ganamos nosotros". David Cámpora escuchó con resignación el irónico parte del día anterior de la boca de un soldado.
Estaba tirado en una cama del Hospital Militar después del momento más duro de la guerra sucia. En ocho horas habían muerto 12 personas, ocho del lado guerrillero, cuatro del otro bando. Hubo también seis detenidos y siete heridos.
Cámpora era jefe financiero de los tupamaros. Estaba libre desde el escape masivo de Punta Carretas en 1971. En los últimos meses, el MLN había concentrado en atacar los escuadrones de la muerte. El secuestro del fotógrafo policial Néstor Bardesio les permitió conformar una lista de sus cuadros. Bardesio delató a Armando Acosta y Lara, Oscar Delega, Hugo Campos Hermida, Ernesto Motto y Víctor Castiglioni. Los cinco serían ejecutados en tres días consecutivos de abril.
Desde febrero, David Cámpora y Eleuterio Fernández Huidobro vivían en un escondite (berretín, en la jerga tupamara) armado en el hogar del matrimonio Martirena-Giménez en Amazonas 1440.
El 14 de abril la estadía clandestina iba a terminar de manera abrupta. A las 13:55 oyeron por la radio de alta frecuencia que la Policía andaba cerca. Afuera había dos camiones del Batallón Florida con 40 soldados al mando del capitán Carlos Calcagno y policías liderados por el comisario Hugo Campos Hermida. Un helicóptero interrumpió la tranquilidad de Malvín.
Cinco minutos después, llovió fuego de artillería durante varios minutos. Las balas atravesaron la pared de la finca y dieron en el berretín armado por Cámpora y Huidobro, situado entre el cielorraso y el techo de la casa. Un impacto dio en el cuello de "El Ñato" Huidobro. El dueño de casa gritó: "no estamos armados, no disparen". El escribano Luis Martirena militaba en el sector legal del Movimiento de Liberación Nacional.
Pocos segundos más tarde se escuchó otra ráfaga y el quejido mortal de Martirena en el primer piso. Su esposa había caído en el comedor. Las Fuerzas Conjuntas entraron a la casa y la vaciaron como si fuera una mudanza. Un rato después, llegó el juez en lo criminal Daniel Echeverría. Pidió para hacer una inspección ocular.
Por pura casualidad, el comisario Bergeret encontró en el placar del baño la entrada al berretín. Tanteando el techo pudo levantar con facilidad una tapa de 70 kilos que Cámpora olvidó trancar por socorrer a Fernández Huidobro.
Pensaron que les había llegado su hora. "Yo trataba de no moverme, pero temía que el ruido de las tripas me delatara", dice Cámpora, 35 años después.
La Policía no sabía aún el tesoro que había encontrado. Fernández Huidobro sí se dio cuenta del peligro que estaba corriendo. Dio la orden a Cámpora de entregarse. Herido y con un hilo de voz, le dijo a su compañero: "gritá que somos dos y que estamos desarmados".
Cámpora no estaba convencido."Gritá, las pelotas", pensó. "A mí de acá me sacan muerto". Igual, dejó los dos chumbos en el suelo. Pensaba fugarse por el fondo, pero el estado de "El Ñato" hacía imposible el plan. Sabía que ninguno de los dos saldría con vida.
Sin la ayuda de Cámpora, Fernández Huidobro cantó rendición. Primero pidió por el juez y después por Campos Hermida. Ambos estaban allí.
Campos Hermida se vanagloriaba de ser uno de los integrantes de las Fuerzas Conjuntas que no practicaba apremios físicos. Ese día dio garantías y cumplió el deseo de alto al fuego pedido por "El Ñato", a quien conocía de otra tragedia: el asalto de Pando. En 2004, el policía confirmó la historia al semanario Brecha .
El ex tupamaro Cámpora tiene otra teoría sobre la caballerosidad del policía: "Campitos era totalmente comprable. A la hora de una futura fuga iba a ser pieza clave. Además, se sintió amenazado por la organización. Sabía que estaba en nuestra mira por integrar los escuadrones. Cuidando nuestro pellejo, cuidaba el suyo".
Sin muchas opciones, los dos capturados bajaron las escaleras. "El Ñato" le dio un fajo con 29.400 dólares al juez y le dijo: "me los pagó una periodista francesa a cambio de un reportaje".
Luego Huidobro abrazó a Cámpora. "Bueno, hermano, esta vez zafamos", le dijo y se desmayó. Tenía un gran agujero en el costado izquierdo de la garganta. Su piel estaba de color gris por la pérdida de sangre.
"El Ñato" y Cámpora zafaron. Los Martirena no pudieron. Ivette Giménez yacía en la cocina. Tenía el mentón hundido, como si se lo hubieran aplastado con un pisotón. En un corredor de la planta alta, estaba el cuerpo del escribano Martirena. Sostenía una metralleta.
El juez Echeverría dudó de la forma en que estaba colocada el arma y miró a Campos Hermida. "Eso es todo, doctor", respondió el policía. El forense Guaymirán Ríos constató el fallecimiento de Martirena.
Había un gran nerviosismo en la casa. Los policías y militares estaban todos de civil con brazaletes amarillos. Cámpora recuerda oficiales fumando marihuana y bromeando entre ellos. También recuerda los ojos oscuros de dos policías que los custodiaban. "Estaban prontos para limpiarnos", cuenta Cámpora.
El juez Echeverría recrea el clima a su manera: "los agentes parecían fuera de sí, gritaban como locos, gritaban cualquier cosa. El odio que se respiraba en esa casa podía palparse. Yo pensé que no salíamos vivos. Se estaban matando entre ellos y nosotros estábamos en el medio", asegura.
La vida no valía nada
Huidobro y Cámpora coinciden: el juez de Instrucción les salvó la vida con su sola presencia. Dice Cámpora: "Si Echeverría no hubiera estado allí, no sé si no nos pasaban por los dientes. Era relativamente fácil. Bastaba declarar: `tupas asediados iniciaron tiroteo y..`.".
El juez también piensa lo mismo: "creo que si no estábamos nosotros en el momento en que el comisario Bergeret descubrió el berretín, Huidobro y Cámpora no contaban el cuento. Los mataban ahí mismo".
El doctor Echeverría era uno de los cinco jueces de instrucción criminal de Montevideo. Los turnos de cada juzgado eran semanales. Entre los lunes 10 y 17 de abril de 1972, su juzgado (el de tercer turno) estaba a cargo de toda la justicia penal en la capital uruguaya.
No se puede decir que el tema le cayó en suerte.
"El 14 de abril de 1972 fue el peor día de mi carrera judicial", dice sin dudar. Hoy a los 80 años, retirado de la administración de justicia, dedica tiempo al estudio del cosmos y de la genética.
Aquella jornada, probablemente la más sangrienta del Uruguay del siglo XX, había amanecido bajo una garúa. Echeverría prendió la radio y se enteró que un comando sedicioso había asesinado al capitán de la Armada, Ernesto Motto, integrante de Inteligencia naval.
El marino fue ejecutado a las 9:10 de 12 balazos en la parada del ómnibus. Los disparos fueron realizados desde una pick-up blanca con cuatro hombres en la parte trasera. Era el último día de trabajo antisubversivo para Motto. Había conseguido pase como oficial un buque de guerra.
El asesinato ocurrió en plena avenida Roosevelt de Las Piedras. No caía en la jurisdicción de Echeverría.
El juez supo poco después que la tragedia había comenzado más temprano y que había caído dentro de su competencia. Mientras desayunaba, la primera llamada de alerta fue del comisario Campos Hermida.
"Esto viene bravo, doctor", le advirtió. A las 6:50 un Ford Maverick conducido por el subcomisario Delega, el agente Leites y otro policía, había sido interceptado en Bulevar y Ponce por una camioneta Chevrolet verde. Delega y Leites murieron bajo el fuego de metralleta.
Suficiente para un mismo día, pensó el juez. Pero no. A las 10:20, un francotirador tupamaro asesinó al ex subsecretario del Interior, profesor Armando Acosta y Lara, en el momento ue salía de su domicilio. Los disparos provenían de la parte trasera de la iglesia metodista de San José y Barrios Amorín, copada desde las 8 de la mañana por un comando tupamaro.
"Recuerdo un charco de sangre impresionante frente al zaguán de la casa", recuerda el juez, que hizo acto de presencia en el lugar junto al comisario Campos Hermida. Acosta y Lara cayó fulminado en el acto.
El juez volvió a su despacho. Otra llamada del comisario Campos Hermida lo llevó de recorrida. A las tres de la tarde se enteró que los enfrentamientos habían continuado. Cada agresión respondía a la anterior.
A las 12:30, vecinos de la calle Francisco Plá denunciaron la sospechosa presencia de una camioneta. Hacia allí transitaba el subcomisario Juan J. Reyes en un Ford Maverick. Pero la emboscada salió mal.
La providencial llegada de dos vehículos blindados (las famosas "chanchitas" verdes) desató un violento tiroteo en el que murieron dos tupamaros. El subcomisario Reyes resultó gravemente herido.
Buscando revancha, un equipo de Inteligencia comandado por el inspector Víctor Castiglioni irrumpió en un cantón tupamaro de la calle Pérez Gomar 4392. El dueño de casa fue capturado. Murieron su hijo de 18 años, el jefe tupamaro Jorge Candán Grajales y dos militantes más.
El juez Echeverría todavía no puede creer la cantidad de diligencias que debió desarrollar esa jornada. Para terminar aquella agenda de terror, ya entrada la noche, tuvo que actuar ante un operativo de la seccional 5° de Policía. La denuncia provenía de la sede del Partido Comunista, en Fernández Crespo y Uruguay. Habían disparado al local desde un patrullero.
"El lugar era aterrador. Un montón de gente tirada boca abajo. Los policías rodéandolos con las metralletas. Ordené el desalojo y la libertad de los detenidos", recuerda el magistrado.
A pocas cuadras del lugar, el Parlamento votaba el estado de guerra interno y la supresión de las garantías individuales. La votación parlamentaria resultó afirmativa. A partir del 15 de abril de 1972, los hechos de sedición pasaron a la órbita de la justicia militar. Por puro formalismo, Cámpora y Huidobro fueron los últimos sediciosos procesados por la justicia civil.
Aquella horrible madrugada, el senador frenteamplista Enrique Erro leyó un informe enviado por los tupamaros que intentaba explicar las ejecuciones. Un grupo de la ultraderechista Juventud Unida de Pie (JUP) se enfrentó en la barra legislativa con obreros de Alpargatas y estudiantes de la Facultad de Química.
Algunos cabos sueltos de aquel día todavía están en la mira, entre otros la muerte del matrimonio Martirena-Giménez que nunca había sido investigada.
El expediente fue archivado por la Ley de Caducidad. Pero la Suprema Corte de Justicia recibió en 2003 un escrito con la firma de 200 personas solicitando la reapertura del caso. Entre los solicitantes figuran Ana y Laura Martirena, hijas del matrimonio asesinado. La petición fue aceptada y hoy está bajo la competencia del juez penal de 10° turno, Rolando Vomero.
Fueron indagados Huidobro, Cámpora y el actual general Carlos Calcagno, cuya actuación en dictadura es objeto de otras investigaciones judiciales.
También declaró un funcionario policial que ese día vio una escena atroz: mientras un soldado robaba comida de la cocina, el inspector Castiglioni tenía el pie sobre el rostro de Ivette Giménez, le puso el revólver en la boca y disparó.
El juez Echeverría dice no haber visto a Castiglioni en la escena del crimen, pero él y su actuario llegaron una hora y media después del ataque.
Muy lejos de la causa, el ex magistrado todavía se pregunta cosas: "si no agarraban en la calle Amazonas a Huidobro y a Cámpora, ¿cómo hubieran justificado las Fuerzas Conjuntas el asesinato de los Martirena?".
Es una pregunta que se hace hoy la Justicia uruguaya. Castiglioni, Campos Hermida y muchos otros están muertos. Y ya se sabe: los muertos no declaran.