Al llegar a Santiago Vázquez, cuesta creer que uno sigue dentro de los límites de la capital. La atmósfera montevideana se desvanece, dejando paso a un escenario propio de los pueblos del interior, con calles serenas, casas bajas y una única escuela, la número 116, donde en su infancia estudió Alfredo Zitarrosa. Pero del otro lado del icónico puente de La Barra -una imponente estructura de hierro que se abre en tres partes para dejar pasar grandes embarcaciones- y del puente más moderno inaugurado en 2005, que justamente lleva el nombre del popular cantante uruguayo, se extiende Marina Santa Lucía, un exclusivo barrio privado de 40 hectáreas que, con elegantes residencias y embarcaciones ancladas al borde del río, contrasta con la sencillez del pueblo vecino.
Un majestuoso barrio privado del lado maragato del Santa Lucía y un pueblo algo venido a menos del lado montevideano. Esta es zona de contrastes.
Santiago Vázquez guarda historias en cada esquina. Un antiguo hotel, hoy abandonado y cubierto por un aire de misterio, fue en su época de esplendor un centro de encuentro para grandes personalidades. Allí cantó Carlos Gardel y desfilaron políticos de renombre, aunque el recuerdo más vívido es el del invierno de 1930, cuando la selección argentina se alojó en el pueblo antes de perder la final del Mundial de fútbol ante Uruguay, en un épico 4 a 2. Por entonces, Santiago Vázquez no era solo un pequeño núcleo poblado; era también un balneario elegido por muchos montevideanos que buscaban escapar del bullicio.
“No era un lugar para la élite, pero sí tuvo una época dorada”, cuenta el guía turístico y licenciado en Educación Física, Guillermo Giorgi, de la organización local Caminos del Agua, que organiza recorridas en canoa por los humedales y ejecuta los planes de turismo de la Intendencia de Montevideo (IMM).
No muy lejos del antiguo hotel, casi enfrente, se extiende el parque “Segunda República Española”. Inaugurado en 1942 por exiliados españoles que huyeron del régimen de Franco, el parque es un testimonio de aquel pasado; enredaderas de santa rita y glicinas decoran columnas que fueron en un momento un punto de descanso con bancos a la sombra. En medio de esa vegetación aún se alzan los vestigios del primer abasto que entregó carne a Montevideo.
De un lado, un edificio de piedra que alguna vez fue la oficina administrativa del negocio, más tarde reconvertido en biblioteca y gestionado durante años por la IM. Hoy el edificio pertenece al Municipio A, que busca darle un nuevo uso.
Del otro lado, cruzando la ruta 1, se encuentra una sólida construcción de piedra junto al río, donde aún se distingue la vieja canaleta que conducía la sangre de los animales hasta el agua. El lugar, que en su momento fue vital para la economía local, hoy muestra otra cara de la realidad: personas en situación de calle han improvisado campamentos en los alrededores, y un Volkswagen Gol calcinado por el fuego se erige como un símbolo de abandono. Desde allí, el paisaje ofrece un contraste marcado: a un lado, los pescadores que mantienen viva la tradición trabajadora del pueblo; al otro, los pabellones de la cárcel, el exComcar, que no deja de expandirse, recordando que la calma del pueblo también convive con otras historias menos amables.
“Siempre nos preguntan si estamos lejos o no de la cárcel”, dice Mónica Berlingeri, también de Caminos del Agua. Ella se encarga de gestionar la logística de los recorridos en canoa por los humedales; muchos comerciantes la saludan mientras recorre el lugar con El País, la conocen por su labor en el pueblo.
La calma en Santiago Vázquez es un espejismo que se deshace apenas se empieza a caminar por los barrios. Hay una zona de casas abandonadas que están ocupadas según relatan algunos vecinos como Raúl, que sale del supermercado cargado de bolsas. Dice que esta realidad es nueva. “Es gente que no es de acá, los mirás bien y son gurises, es la droga, los destruye”, dice.
Y al otro lado del río Santa Lucía, ya en San José y junto al barrio privado, se encuentra una antigua carnicería que quedó abandonada y fue tomada por unas diez familias. Se ven niños corriendo y ropa tendida al sol, mientras que la fachada del local parece resistirse al tiempo. Ese sitio tiene historia: fue levantado en 1970, en plena época de racionalización de la carne en Uruguay, y, al estar del lado de San José, se prestaba al contrabando hacia Montevideo. Décadas después, se realizaron allanamientos por microtráfico de drogas, reflejo de cómo algunas dinámicas en la zona han cambiado, mientras que otras persisten bajo nuevas formas.
Pero el alcalde del Municipio A, Juan Carlos Plachot, matiza la gravedad del asunto y dice que es la zona más tranquila dentro de su jurisdicción: afirma que la inseguridad existe como en cualquier otro rincón de Montevideo. Con más de 40 años viviendo allí, Plachot dice que la relación con la Policía es buena, quizás porque el pueblo conserva todavía algo de esa atmósfera de comunidad pequeña donde todos se conocen.
Con apenas 3.800 habitantes y a 22 kilómetros del centro de Montevideo, Santiago Vázquez se destaca por ser el único núcleo poblado de la capital que no está conurbanizado con el resto de la ciudad. Rodeado por costas, bañados y montes indígenas, el pueblo es un enclave natural privilegiado dentro del delta del río Santa Lucía, que abarca unas 25.000 hectáreas de humedales. Su puerto natural, sus clubes náuticos, como el emblemático Club Alemán de Remo, y su rica historia lo transformaron, en la primera mitad del siglo XX, en un destino turístico por excelencia.
Hoy, La Barra del Santa Lucía, como también se le conoce, busca recuperar ese espíritu turístico de antaño. Paseos guiados por el pueblo y recorridas en canoa por los humedales son algunas de las actividades que atraen visitantes. En 2024, Santiago Vázquez fue uno de los tres pueblos uruguayos que compitió por ser elegido el “pueblo más lindo del mundo” en un certamen organizado por ONU Turismo. Compitió (y perdió) junto a Aiguá y 19 de Abril.
El certamen de Turismo de Naciones Unidas distinguió a 55 pueblos, tras evaluar 260 nominados. Se reconoció a Rupit, un encantador pueblo catalán, como el más bonito del mundo. Esta distinción está basada en criterios como la belleza, recursos naturales, patrimonio histórico y cultural, y el cuidado del medio ambiente.
Barrio Privado
En el último rincón del río Santa Lucía, donde termina el departamento de San José, una historia de sueños y perseverancia transformó un antiguo astillero en el primer barrio privado de la zona metropolitana. Alen Pujol (46 años) heredó el legado de su padre Alberto, quien tuvo la visión de construir un espacio que combinara la naturaleza con la pasión por la náutica. Hoy, la Marina Santa Lucía es un enclave que redefine el concepto de vida junto al río.
En algunas casas se ven barcos amarrados, aunque en otras no; es 31 de diciembre y algunos propietarios se encuentran en Punta del Este. El barrio cuenta con varias plazas, donde niños andan en bicicleta y adultos pasean por las áreas verdes. Las calles tienen un diseño redondeado que garantiza el acceso de todas las propiedades al río.
Aunque todos los terrenos están vendidos, algunos aún no han sido construidos y unos pocos se encuentran en las últimas etapas de edificación. Hay desde lujosos chalets de varios pisos hasta casas más modestas de un solo nivel y tamaño medio. En total son 140 lotes de distintos tamaños: desde 500 hasta 1200 metros cuadrados.
“Mi padre empezó desde muy joven, a los 15 años, con una canoa que construyó en el fondo de su casa junto a un amigo. Siempre tuvo ese gusto por la náutica”, recuerda Pujol. Alberto, nacido en Francia pero de raíces catalanas, encontró inspiración en la Marina d’Empuriabrava, una urbanización náutica en la Costa Brava española. Fue esa idea la que decidió traer a Uruguay, combinándola con su experiencia en Montevideo y Santa Lucía.
El punto de partida fue un astillero abandonado, que Alberto adquirió en 1985 junto a cuatro socios. “Lo que había era un bañado y un astillero viejo. Pero mi padre tuvo la idea de transformar una parte de esa tierra en canales y vender los lotes para que cada casa tuviera su propio acceso al agua”, explica Pujol. Para hacerlo, buscaron expertos en Argentina, como el ingeniero Luis Soria, quien diseñó el sistema hidráulico que asegura la renovación constante del agua y evita problemas de sedimentación.
En 1989 comenzaron las obras, y el sueño tomó forma con la colaboración de arquitectos como Samuel Flores, quien diseñó el trazado con una estética orgánica. La primera preventa de terrenos, en 1990, fue un éxito. “Vendimos los 60 lotes originales en muy poco tiempo”, recuerda el empresario. Finalmente, la marina abrió oficialmente el 21 de diciembre de 1992.
La Marina Santa Lucía no solo fue pionera en su tipo, sino que también marcó un precedente legal en el tema barrios privados. Pujol explica que, al ser la primera copropiedad de este estilo en el país, se tuvieron que crear marcos normativos específicos. “Esto fue un híbrido; no existía nada igual en Uruguay. Fue la base para proyectos como La Tahona, que vinieron después”, dice.
La pandemia de covid-19 marcó un punto de inflexión porque muchas familias se instalaron en el sitio y dejaron de ser casas de fines de semana. “La gente empezó a buscar lugares tranquilos para vivir, rodeados de naturaleza. Acá podés tener tu barco frente a tu casa y salir al río cuando quieras”, destaca Pujol.
Y dice que el país todavía tiene un largo camino por recorrer en cultura náutica. “En Argentina, por ejemplo, navegan mucho más. Acá nos falta ese hábito. Pero, poco a poco, vamos creciendo”, reflexiona. “En Uruguay, el mejor día de primavera salen 200 barcos a navegar. En Argentina, entre Luján y Tigre, ese mismo día hay 8.000 embarcaciones en el agua”, comenta.
La zona de Carmelo y otros puntos del litoral, así como Maldonado y el este del país, tienen un potencial indiscutible para el desarrollo de proyectos náuticos. Sin embargo, las propuestas se estancan. Es que en Santiago Vázquez las ventajas son evidentes. El lugar combina accesibilidad y una conexión privilegiada con el río. “Desde el centro de Montevideo llegás acá en 20 minutos. Podés salir con viento fuerte o con bajante, siempre hay un lugar seguro para navegar”, explica.
La marina también alberga una comunidad diversa. “Hay quienes viven acá todo el año. Otros trabajan en la zona y aprovechan para salir a navegar después de su jornada laboral. Tenemos incluso barcos de Prefectura, Hidrografía y la Armada, porque este es el único lugar con las prestaciones necesarias para amarrar en la región”, detalla.
Cada casa cuenta con su amarre
Marina Santa Lucía es el único barrio privado náutico de Uruguay, no existe otra urbanización que combine el sistema de copropiedad con el acceso a un río. Cada propietario cuenta con su propio amarre, además de una dársena compartida.
“Podés ir hasta Paso de los Toros sin mayores complicaciones”, señala Alen Pujol, integrante de la administración del astillero del barrio. Dependiendo del tipo de embarcación, en apena cuatro a seis horas se puede llegar a Punta del Este navegando por el Río de la Plata.
Renacimiento turístico
Remar sin prisa por los antiguos senderos acuáticos que surcan los humedales del Santa Lucía son dos horas de un tranquilo paseo en canoa, dejando que el ritmo del río marque el camino. Con la mirada atenta al cielo en busca de aves y el entorno repleto de islas y árboles nativos, desde ceibos en flor hasta espinillos, esta experiencia la puede hacer quien quiera. Solo basta contactarse con Caminos del Agua.
Navegar estas aguas, convertido en capitán de una sencilla embarcación de madera, es sumergirse en la paz que reina cuando el río Santa Lucía se encuentra con el Río de la Plata.
Guillermo Giorgi, uno de los coordinadores de Caminos del Agua, se muestra optimista sobre el potencial turístico de la zona. “Comenzamos a trabajar en propuestas de turismo con la idea de generar ingresos para los vecinos, especialmente en actividades al aire libre”, recuerda. En 2020 el panorama cambió con la pandemia: “Fue un punto de quiebre, ya que las actividades al aire libre fueron de las primeras en reactivarse. Y nosotros fuimos de los primeros en empezar con el turismo náutico”.
La infraestructura ha mejorado, con servicios de calidad para los visitantes. “Hoy recibimos gente de todo el país. Antes, un turista que llegaba no sabía si tendría dónde ir al baño, pero ahora las cosas han cambiado”, dice Giorgi.
La colaboración con la IMM ha sido clave. A lo largo de los 41 años en los que ha vivido en Santiago Vázquez, el alcalde Plachot ha sido testigo de cómo este pequeño pueblo ha atravesado diversas transformaciones, algunas de las cuales han marcado un antes y un después. Uno de los eventos más significativos de este proceso fue la inauguración en 1984 del nuevo trazado de la ruta 1, por fuera del pueblo. Plachot lo recuerda bien: “Teníamos miedo porque se perdió mucha vida. Al principio costó un poco recuperarse, quedó el Parque Segunda República Española, una de las atracciones, cortado al medio por la ruta”.
En los últimos años la intervención del Ministerio de Turismo intentó posicionar a Santiago Vázquez como uno de los pueblos más pintorescos de Uruguay. Por ejemplo, se ha renovado el antiguo tanque de OSE, convirtiéndolo en un mirador desde el que se pueden ver los humedales y hasta el cercano parque Lecocq. También señalizaron la casa en la que vivió Zitarrosa, las zonas históricas del abasto y casas que tienen diferentes particularidades, como una construida por un arquitecto local, que es circular.
Plachot también destaca eventos como la Fiesta del Río, que en los últimos años ha congregado entre 30.000 y 40.000 personas. “Eso sirve para que gente de Montevideo y de los alrededores vea a Santiago Vázquez por lo que realmente es: un lugar con muchas atracciones naturales”, afirma.
El crecimiento de Santiago Vázquez no solo es visible en su infraestructura, sino también en su identidad como un destino turístico. “Hay muchas personas que vienen a disfrutar del amanecer y el atardecer en la costa, algo que solo unos pocos lugares en Uruguay tienen”, asegura el alcalde. Basta ir cualquier día a la tarde para comprobarlo.
A pesar de las mejoras, Santiago Vázquez sigue siendo un “pueblo dormitorio”, con una población que en su mayoría trabaja fuera, en Montevideo. Aún así, el fomento del turismo está creando nuevas oportunidades laborales dentro de la localidad, algo que Plachot considera fundamental para su desarrollo. “Queremos que la gente pueda encontrar trabajo aquí mismo, que no tenga que irse a Montevideo o San José”, concluye.
Santiago Vázquez, con su historia, su gente y sus paisajes, está en pleno proceso de transformación. Pueblo abandonado por momentos, lugar con fuerte empuje turístico por otros. Una zona de contrastes en el oeste de Montevideo.
La Escuela de Canotaje de Santiago Vázquez
Cada semana niños y adolescentes de distintas instituciones sociales, clubes de verano, ollas populares o personas en situación de calle acuden a la Escuela de Canotaje de Santiago Vázquez.
La escuela recibe niños en edad escolar, adolescentes y hasta adultos mayores. No hay requisitos previos y los docentes buscan que los alumnos no se vean exigidos. “Se trabaja con población muy vulnerable. Pensando en los adolescentes y niños, la actividad los hace salir de su espacio de confort”, dice Guillermo Giorgi, quien está al frente de la escuela de canotaje y también de la organización Caminos del Agua.
Los alumnos ganan en seguridad y autoestima, dominan una actividad en el agua y eso les genera confianza, dice. Eso como puede pasar con cualquier deporte, pero para él las condiciones que se imponen en el agua no son las mismas que se podrían dar en una cancha de fútbol.
Otro aspecto interesante es cómo los jóvenes de la zona se integran y generan nuevas redes sociales. “Es un espacio de inclusión. Gurises de un colegio junto con los de una ONG y con chiquilines de un hogar del INAU”, explica.
El rol social no solo está en los más jóvenes, sino también en personas que toda su vida vivieron en la zona pero no conocen el río. “En las personas mayores a veces es increíble, nunca habían ido, es como que nunca hubieras cruzado la calle de tu casa”, cuenta el profesor.
Él mismo sale a la búsqueda de nuevos estudiantes. “Para que estén en la calle haciendo nada y se puedan meter en cualquier cosa, me gusta que estén acá”, afirma.